Espiando a una hermosa madura en el parking del gimnasio

El trabajo y la universidad me estaban quitando mucho tiempo libre, pero por suerte, el polideportivo al que siempre había ido amplió su horario por las noches para hacer competencia a los gimnasios 24 horas. Por las noches no dejaban todo el espacio disponible, solamente salas de máquinas y duchas.

Solíamos ser muy pocos por las noches, alrededor de 10 personas. Un martes de una de esas noches, cuando llegué a la sala de máquinas, me encontré que éramos solo dos; un chaval que casi siempre estaba ahí y que seguía una rutina muy intensa y yo.

Empecé a hacer mis ejercicios cuando apareció una mujer de unos 50 años, alta, rubia (se notaba que teñida), su cuerpo no eran todo curvas, tenía poco culo y no mucho pecho, aun así, la apretada ropa de deporte hacía que pareciese haber más bulto del que realmente había.

Pude notar como al otro chico rápidamente le gustó. La mujer no estaba nada mal, la verdad. El musculitos empezó a hacer los ejercicios de forma más exagerada, queriendo impresionar a la madura, pero esta miraba solamente de reojo y de vez en cuando.

Debió cansarse de que le ignorase y se puso a hacer bicicleta estática aprovechando que la mujer hacía pesas frente al espejo y por la distribución de la sala no se veían. Musculitos sacó su móvil y conectó los auriculares. Creyendo que aquella improvisada historia llegaba a su fin, volví a preocuparme por mi rutina, hasta que empecé a oír gemidos que inundaban la sala. Se me heló la sangre por un segundo: Musculitos lo había logrado y en tiempo récord. Joder, encima iba a poder verlo. Me giré con cierto disimulo pero sólo vi a Musculitos.

Me quedé mirando mientras el chaval aumentaba el ritmo de la bicicleta a la vez que los gemidos procedentes de su móvil se intensificaban. Una silueta apareció de la sala de las pesas. La madura se había asomado con la misma curiosidad con la que yo me había girado. Ambos cruzamos miradas con cara de incredulidad y nos empezamos a reír sin poder creer la situación. Los gemidos empezaron a decrecer y con ellos la velocidad de Musculitos que se percató entonces de que estábamos los dos allí y se quitó uno de los auriculares para enterarse de lo que nos hacía reír.

Cuando escuchó los gemidos que venían de su móvil, se quedó blanco y salió corriendo, tropezando con la máquina de la prisa y la vergüenza que acababa de pasar.

La mujer y yo nos quedamos mirando y nos reímos de nuevo con una gran carcajada. Al poco tiempo empezó a venir más gente, así que cuando acabé mis ejercicios, me fui, despidiéndome de aquella mujer ya que estaba cerca de la puerta.

Me cambié fantaseando un poco sobre otro posible final en la sala de máquinas; haber sido un espectador de aquellos dos desconocidos, un trío o yo solo con aquella madura. No quería hacerme una paja por si llegaba alguien más al vestuario, así que me cambié y salí.

Una vez en el parking, llamó mi curiosidad un porsche 4×4 aparcado en uno de los laterales del polideportivo, en una de las plazas alejadas de la puerta. Yo volvía andando y el camino era prácticamente el mismo, así que decidí acercarme al coche por curiosidad.

El polideportivo está cerca de una zona en la que hay una urbanización de famosos y gente de mucho dinero, así que cuando me acercaba y ví movimiento en el asiento del conductor, me metí entre unos arbustos como acto reflejo, sin saber bien por qué. Alomejor era algún famoso y de nuevo, la curiosidad me pudo.

Me acerqué lentamente y la imagen era mejor que la de cualquier famoso, era la mujer de la sala de máquinas, vestida de la misma manera, con el coche apagado y únicamente alumbrada por una de las farolas del polideportivo, con los ojos cerrados y una mano sobre uno de sus pechos. Por sus gestos era obvio que se estaba masturbando y pellizcando uno de sus pezones. Su boca se abría y cerraba, su cuerpo se sacudía adelante y atrás y la mano que debía estar en su coño se movía cada vez más deprisa por el movimiento del brazo. Soltó su pecho para agarrar el volante con fuerza y tras varios movimientos rápidos de su brazo se dejó caer en su propio asiento.

Yo estaba fascinado, aquello era como mi vuelta a la adolescencia. Espiando a una mujer madura haciendose una paja en un sitio público. Estaba a mil, pero no quería hacer nada hasta ver cómo continuaba. Pasó un minuto sin moverse, sólo notando su amplia respiración. Sacó su móvil, lo miró un tiempo, encendió el coche y se fue. Yo me hundí más en los arbustos cuando pasó. Estaba emocionado y excitado, así que me di prisa en llegar a casa y me hice un par de pajas en su honor.

Estuve yendo toda la semana, pero ni rastro del Porsche ni de ella, hasta que de nuevo, el martes posterior estaba yo haciendo ejercicios y la desconocida entró a la sala de máquinas. Ella me saludó y cuando le devolví el saludo, me quedé mirando ese cuerpo con el que alguna otra paja mas había caído. Me apresuré en mis ejercicios, fijándome en ella de vez en cuando y notando que a veces me devolvía la mirada. Mi mente no paraba de fantasear y, antes de tener una erección o algo, decidí marcharme, pasando “por casualidad” a su lado para despedirme con un gesto.

Me cambié rápido y salí, encontrando su coche apartado de todos, en el mismo sitio. Me posicioné en el sitio que había pensado toda la semana desde donde poder ver el interior de su coche sin ser visto. Y allí me quedé más de 10 minutos esperando que el milagro volviese a ocurrir. Y de repente, a paso rápido aquella madura se acercó a su coche, lo abrió y se sentó en su asiento. Miró a ambos lados y colocó el retrovisor interior. Yo pensaba que se iba a ir, pero para mi suerte, ensalivó dos de sus dedos y descendieron fuera de mi rango de visión. Cuando ella comenzó su paja, metí yo también las manos por dentro de mi pantalón. Se repitió la misma escena: cerró los ojos, se agarró un pecho para pellizcarse el pezón y su cuerpo empezó a moverse.

Acabé sobre los arbustos tras lo que me escondía y mientras ella seguía con su paja y acababa justo como la otra vez, haciendo el mismo procedimiento exacto hasta irse.

Hice lo mismo durante tres martes más, pero al cuarto me quise acercar demasiado para ver más, moviendo los arbustos y haciendo que saliese de su trance. No sabía si me había visto, ya que me había tirado al suelo, pero se marchó y se fue de forma rápida.

A la semana siguiente fui con mayor cautela, ya que no sabía si me había visto. Cuando entró a la sala de máquinas la evité un poco, pero me saludó como si nada, así que volví a mi vieja rutina; saliendo antes para coger un buen sitio para espiar a aquella madura.

De nuevo, tras unos minutos esperando, se subió a su coche y empezó su pequeño ritual y tras los arbustos frente a su coche, empecé a masturbarme yo también. Estaba enmedio de la faena, abstraído en mis fantasías cuando de repente, los faros me destellaron con su potente luz. Me tuve que tapar los ojos, quedando inmóvil como un conejo.

Escuché la puerta de su coche, pero ya era demasiado tarde para reaccionar, y cuando las luces se apagaron allí estaba ella, frente a un yo con los pantalones por las rodillas y la polla en la mano. Estaba preparado para correr por si venía a pegarme, pero en vez de eso dijo “sube al coche”.

Me subí los pantalones con el corazón en la boca y obedecí por morbo y por miedo a partes iguales. Una vez dentro se hizo un silencio sepulcral que me pareció eterno. Podía notar mis latidos en todas las terminaciones de mi cuerpo. Hasta que finalmente ella lo rompió:

¿Cuánto llevas espiándome?

Dos semanas – mentí y volvió el silencio

¿Has hecho fotos?

No.

Déjame tu móvil.

Cuando se lo dí, comprobó las fotos de la cámara, viendo que le estaba diciendo la verdad y volvieron unos segundos de silencio.

Déjame verla

Me bajé los pantalones y mi erección había desaparecido casi por completo. Ella se quedó mirando, se la notaba nerviosa. Empecé a acariciar mi miembro para que lo viese en todo su esplendor. Tardé poco en estar a tope dada la situación y empecé a masturbarme mirándola, a la vez que ella metió una mano bajo sus bragas y empezó a acariciarse. Ambos alternamos la mirada entre nuestros sexos y nuestros ojos, acelerando ambos la velocidad.

Estiré mi mano, tirando un poco hacia abajo aquellos pantalones cortos de deporte y aquellas bragas. Ella me apartó la mano mascullando repetidamente “no”. Finalmente fue ella la que acabó tirando de sus prendas hacia abajo, dejándome ver como acariciaba su clítoris. No tardé mucho más en correrme, apuntando hacia arriba para no manchar, llenando mi camiseta con mi semen mientras la miraba fijamente. Ella aspiró bien fuerte, como queriendo captar el olor de mi corrida y aminorando los movimientos circulares en su coño.

Tomé un segundo para respirar y luego me incliné hacia su asiento buscando un beso, pero ella me apartó.

No te equivoques, estoy casada.

¿Y esto?

Esto no son cuernos, ha sido como ver una porno.

Al ver mi cara, aquella mujer se presentó y me contó su situación. Se llamaba Blanca y su marido era alguien importante en la zona y a nivel estatal, así que lo veía poco y con los niños en casa no se atrevía a hacer nada, así que sus únicos momentos eran el del aparcamiento del gimnasio. Por supuesto también me dió el sermón sobre no contarle nada a nadie y me preguntó si estaba conforme con repetir aquello la semana siguiente sin esperar nada más. Ella había disfrutado al sentirse observada y deseada por alguien más jóven y yo no podía rechazar esa oferta con la intención, como no, de ampliar nuestras interacciones.

Así que de nuevo, una semana más nos encontramos en aquél gimnasio haciendo nuestros ejercicios, nos saludamos, esta vez con una sonrisa maliciosa y tras acabar, la esperé en los arbustos frente a su coche. Cuando ella llegó, se montó en la parte trasera. Dejé un minuto de margen y me subí yo por el otro lado, encontrándola en ropa interior. Me quité los cortos pantalones de deporte, marcando mi incipiente erección en los ajustados bóxers y me deshice también de mi camiseta.

Ambos empezamos a tocar nuestros cuerpos por encima de la ropa interior mientras nos mirábamos a los ojos. Bajó ella entonces sus bragas hasta sus rodillas, enseñándome su coño perfectamente depilado y pudiendo notar el brillo que le otorgaba su flujo. Llevó dos dedos a su boca mientras abría las piernas para darme una buena imagen de su sexo y empezó a acariciarse el clítoris.

Me deshice entonces de mis calzoncillos, dejándolos en el asiento que quedaba entre los dos, y con una mano empecé mi paja mientras mi cabeza maquinaba cómo dar los siguientes pasos. Ambos movíamos nuestras manos de manera lenta e intensa sin perder de vista el uno al otro. Cuando su mano libre se ocupó de pellizcar sus pezones, empecé a tirar lentamente de sus bragas, como si no me dejasen ver su espectáculo. Hizo un intento de quejarse, pero se las acabé quitando y me las llevé a la cara, donde pude oler la fragancia que su excitación había dejado impregnada.

Pasé entonces a la segunda parte de mi pequeña conquista y me puse sus bragas en la polla, dándole un par de vueltas y quedando de manera que pudiese tirar de uno de los lados para poder masturbarme con ellas. Ella se sonrió al ver cómo utilizaba sus bragas. Pese a que era incómodo y poco placentero, le ofrecí el lado que utilizaba para provocar el movimiento. Ella se lo pensó un segundo, pero seguía muy convencida en lo que debía o no debía hacer:

Sht. Calla. Ya hablamos de que no iba a ponerle los cuernos a mi marido.

Sólo estarías moviendo tus bragas….

Ese simple argumento bastó para que cediese y comenzase una paja indirecta moviendo hacia arriba y abajo sus bragas, prestando gran atención a cómo las hacía subir y bajar. Como ya he dicho, el poco placer que me producía me llevó a cambiar nuevamente mi estrategia.

Extendí mi mano con la palma hacia arriba.

Escupe, como si escupieras al suelo…

Y convencida de nuevo con un argumento tan pobre, escupió en la palma de mi mano, que llevé hasta mi capullo para distribuir su saliva sobre mi tronco.

El movimiento de sus dedos se aceleró, vaticinando el final de su paja y yo hice lo mismo para acabar la mía. Se puso debajo la camiseta para no manchar los asientos y yo volví a correrme sobre mi abdomen. Ambos nos quedamos mirando, con una sonrisa en la boca y la respiración acelerada.

Quité sus bragas de mi pene, que poco a poco iba perdiendo fuerzas y se manchó un poco de mi semen. Me las quedé mirando unos segundos.

Esas me las quedo yo, pero tú te puedes llevar estas como recuerdo para la semana que viene – Dijo mientras cogía las bragas sucias de su bolsa de deporte

¿La semana que viene repetimos?

No, por eso te digo, te las quedas de recuerdo, que vuelve mi marido.

Joder… Ahora que…

Esto ha sido porque lleva dos meses fuera, ha estado bien, pero no te creas que lo prefiero a un buen polvo.

¿Y tú crees que él en dos meses no ha…?

No. Mi marido nunca… No. Llevamos mucho juntos.

Ví que había un poco de duda en sus palabras, pero decidí que ya habría tiempo de explotar aquella situación.

Bueno Blanca, ya sabes dónde encontrarme cuando quieras algo… Y aprovecha bien la semana que viene que lo necesitas – Dije mientras me secaba el semen con mi toalla y me empezaba a vestir, haciendo ella lo mismo.

Me despedí de ella dándole dos besos, pero cuando cogí las bragas que había ganado como premio, aproveché su descuido para darle un pico y salir del coche.