Ese día fui violada por mi jefe y por mis dos compañeros de Pilates, me humillaron de la peor manera aun así tuve orgasmos como nunca

Laura es una mujer muy guapa, de esas a las que los hombres voltean a mirar en la calle cuando pasan. Mide 1,72 mts. de estatura, tiene un busto llamativo y un derrier redondeado; su cabello rubio, sus grandes ojos azules y su pequeña pero suculenta boca hacen que sea el sueño de cualquiera.

A ella le gusta la actividad física, practicó ballet en su infancia, pero tuvo que dejarlo al llegar su adolescencia debido a que su desarrollo corporal ya no le permitía practicarlo: de ser una niña delgada y hasta desgarbada, pasó a ser una joven de curvas alarmantes y sugestivas.

Su vida había cambiado mucho desde aquella adolescencia, había tratado de ingresar a estudiar odontología pero sus malas calificaciones del colegio no se lo permitieron, así que tuvo que conformarse con estudiar para ser asistente dental en una academia de mala muerte en la que enseñaba un reconocido odontólogo y, cuya presencia en ese instituto de garaje, era el gancho para atrapar a jóvenes incautos como ella. El nombre de este personaje era Enrique Rosales y se había encaprichado con Laura, por lo que pronto la hizo monitora de su clase y le ofreció trabajo como asistente en su lujoso consultorio. Rosales estaba acostumbrado a hacer su voluntad y en este caso, su voluntad era poseer a Laura. Fue así como la hizo su amante, dando lugar a una tórrida y relación, muy distante a la relación que sostenía con su esposa, porque sí, era casado.

—Ven aquí Laurita, estoy un poquito estresado, por qué no nos damos un respiro, te rompo ese uniforme y te chupo esas teticas tan ricas que tienes. — Le dijo Rosales a la chica tras terminar un informe para la Asociación de Odontólogos Departamental.

—Doctor, este no es lugar para ello, sabe que puede llegar su esposa o, peor aún, un paciente— Respondió Laura a Rosales, quien ya le había perdido cualquier respeto y la trataba como a su puta personal.

—A ver Laurita, una de mis fantasías es hacerlo aquí en el consultorio, no seas mala, compláceme un poco… — Replicó Rosales con cara de ternero degollado.

—No doctor, es muy arriesgado, la verdad es que me da miedo hacerlo— Dijo Laura dirigiéndose a la puerta del consultorio.

Antes de que ella tocara el pestillo, Rosales se le atravesó y, con sus grandes manos, tomó la solapa del uniforme de Laura, haciendo saltar sus botones y dejando al descubierto un brasier de encaje blanco.

—¿Qué le pasa Doctor? ¡Déjeme por favor! ¡Le dije que no quería hacerlo aquí! — Gritó la joven entre aterrada y furiosa a un Rosales que no parecía prestar atención a sus palabras.

—¡Me vuelves loco, Laura! Y en este consultorio mando yo. Acuérdate que soy tu jefe— Le dijo Rosales a la chica sin dejar de manosearla.

El Dr. Rosales estaba fuera de sí, trató de rasgar la tela del uniforme de Laura, pero era muy gruesa, así que tomó un bisturí de su mesa de implementos y rompió el resto del traje, dejando a Laura en ropa interior frente a sus ojos.

—Por favor doctor, se lo ruego, cuando se acabe la jornada salimos al motel de siempre y hago lo que usted quiera, pero no me haga esto aquí. Tal vez usted no lo entiende, pero este es mi lugar de trabajo. — Dijo Laura suplicante.

—¿Qué te pasa mi Lau? ¿De dónde acá tan profesional y escrupulosa? — Dijo burlonamente Rosales mientras arrinconaba a Laura contra el escritorio.

A Laura se le mojaron los ojos, nunca se había sentido tan irrespetada. Si bien ya llevaba un mes de relación furtiva con Rosales, el sexo siempre había sido consensuado y nunca lo habían hecho en el consultorio. La hacía sentir muy mal que Rosales hiciera oídos sordos a su deseo de no querer hacerlo y que la tomara sin importarle nada.

—Ay Laurita, no te me pongas difícil. Conmigo no te hagas la santa, yo sé lo guarra que eres. — Le dijo Rosales a la chica despojándola hábilmente del sostén que cubría sus ubres.

Rosales empezó a chupar los pezones de Laura mientras ella lloraba en silencio entre sus brazos. Succionaba con rudeza el pezón izquierdo mientras pellizcaba y sobaba el derecho con su mano.

—¡Estas tetas tuyas son la gloria! Yo sé que te encanta que te las coma, eres una perra como cualquier otra— Decía Rosales sin importarle la actitud pasiva de Laura.

De un momento a otro, Rosales dejó de centrarse en las tetas de Laura y miró hacia su entrepierna, le bajó la tanga y empezó a introducir dos de sus dedos en su concha.

—Estás mojada, como siempre… Con solo comerte las tetas ya te pones cachonda. Eres una zorra caprichosa — Le dijo Rosales a Laura metiendo y sacando los dedos de su orificio.

Rosales se bajó la cremallera, abrió las piernas de Laura y, justo cuando estaba a punto de introducir su miembro erecto en su agujero, alguien tocó a la puerta del consultorio.

—Toc, toc, Toc.

—¿Quién diablos puede ser a esta hora? No hay ninguna cita programada en la agenda ¿verdad? — le murmuró Rosales a Laura, a lo que ella negó con la cabeza.

—Toc, toc, toc

—Ya va, ya va, un momento— Dijo Rosales en voz alta.

—Laurita por favor, escóndete en el baño… No olvides llevarte los restos del uniforme, están ahí junto al perchero. — Le murmuró Rosales a la chica, levantándola con premura del escritorio y dándole una palmada en la cola desnuda.

—Toc, toc, toc, Enrique… ¿Qué pasa? ¿Todo está bien? — Dijo desde el otro lado de la puerta una voz femenina que pertenecía a la esposa del odontólogo.

—Siii, mi amor, todo está bien, dame un momento, ya te abro.­ — Enrique le contestó a su esposa mientras, recogía él mismo los jirones del uniforme de Laura y la empujaba dentro del baño, cerrando la puerta con llave.

Laura puso su espalda contra la puerta del baño y se deslizó llorando, mientras se abrazaba a los restos de su uniforme.

Afuera, Rosales saludaba a su esposa con un beso en la mejilla y la hacía sentar en la silla frente al escritorio en el que había estado a punto de ensartar a Laura. Laura no podía creer el cinismo de su jefe, todo le parecía patético y triste.

Solo una vez había sentido algo similar, tiempo atrás, cuando había abandonado sus clases de ballet y se inscribió en el GYM para no perder la disciplina del ejercicio. Desde entonces, su cuerpo ya volvía loco a los hombres y terminó siendo acosada sexualmente por su entrenador de entonces, motivo por el que, muy a su pesar, abandonó la actividad física durante años.

Días después del bochornoso episodio del consultorio, caminando por su vecindario, vio un letrero en el que se promocionaba un nuevo estudio de Pilates. Su emoción fue absoluta pues pensó que podría ser una buena opción para liberarse del estrés que le estaba empezando a producir su relación con Rosales, pensó que sería una actividad que le generaría bienestar y le haría recordar sus épocas de bailarina.

Fue así como Laura se inscribió en este estudio y empezó a familiarizarse con la práctica. Sus profesores eras dos cuarentones bien conservados: Hernán y Darío, el primero era evidentemente gay y el segundo, un hombre serio y reservado.

La relación con Rosales había hecho de Laura una chica solitaria. Sus compañeras de la academia la odiaban al creer que tal cercanía le traía privilegios académicos y los hombres no se atrevían a acercársele por temor de ser castigados por Rosales en los parciales. Así las cosas, Laura no tenía a quién contarle sus problemas y pronto Hernán se volvió su confidente y su paño de lágrimas.

—Enrique es un toro en la cama, ningún hombre me ha hecho sentir lo que él, pero mi corazón tiene un límite. Tengo claro que no quiere nada serio conmigo, igual no me atrevo a terminar las cosas, él puede acabar con mi carrera, tiene mucho poder en el gremio. — Le comentó Laura a Hernán, mientras hacia sus ejercicios.

—Y si te consigues a alguien más, un clavo saca otro clavo. Más de uno querría estar contigo. —Le replicaba Hernán.

—Si Enrique se llega a dar cuenta, de igual forma acabará conmigo. —Dijo Laura conteniendo las lágrimas.

—Estoy atada a sus deseos y a sus perversiones. Ayer me puso un collar y, tras ponerme en cuatro, me alaba hacia atrás con una cadena mientras me penetraba. Dice que soy su perra favorita. — Le contó Laura a Hernán en tono de reproche.

—¡Pero que rico! Seguro eso no lo hace con su esposa jajaja. Relájate y disfruta. — Dijo Hernán con lujuria.

—Obviamente no lo hace con doña Esmeralda, yo soy como una prostituta para él y no me gusta nada ese papel. Estoy enamorada. — Dijo Laura sollozando.

—Eres muy tonta de verdad. Yo de ti estaría pasándomela bien sin pensar tanto— Replicó Hernán con una sonrisa socarrona.

Darío, que parecía ocupado con otra clienta, escuchaba atentamente la conversación de Laura con Hernán. Le producía placer imaginar a Laura protagonizando las escenas sexuales que narraba y ya había tenido un par de sueños húmedos con ella.

A medida que pasaban los días, Laura se iba convirtiendo en una obsesión para él, pero sabía que ella no sería suya a voluntad, pues estaba enamorada de Rosales.

Darío era bisexual y, aunque no tenía una relación estable con Hernán, ya había tenido un par de encuentros con él. De hecho, Darío sabía que Hernán estaba dispuesto a hacer lo que fuera por volver a tener sexo con él, era como una droga con la que lo chantajeaba.

Por eso veía con agrado que Hernán se ganara la confianza de Laura, sabía que esto podía serle útil en un futuro cercano.

Darío observaba cómo Laura abría y cerraba las piernas en el reformer y se la imaginaba desnuda, con su coño al aire, haciendo los mismos ejercicios. Hernán, que no era tonto y sabía lo sexual que era su compañero, empezó a darse cuenta de lo que pasaba. Sentía cierta envidia, Darío le parecía un tipo sumamente sexi y los encuentros que había tenido con él lo habían dejado plenamente satisfecho.

—Ja! Ya me di cuenta de cómo miras a Laura, te encanta ¿verdad? — Le dijo Hernán a Darío cuando ya se habían ido las clientas.

—Para qué te digo que no si sí. Está que se parte de lo buena esa putica. Es una morronga de primera, lo que necesita es que un tipo como yo le meta la mano para que deje la lloradera. — Contestó descaradamente Darío, sin pensar en lo que Hernán podría sentir frente a tal respuesta.

—jajaja no dejas títere con cabeza… ¿Y qué podemos hacer al respecto? Si quieres, yo te ayudo con eso. —Le dijo Hernán a Darío acercándosele coquetamente.

—Sabes qué sí. Yo te puedo recompensar de buena manera— Le dijo Darío con gran cinismo.

—Te puedo traer a la ratoncita a la madriguera y dejártela lista, eso sí, me quedaré para verlo todo, ya sabes que me encanta mirar. — Dijo Hernán sonriente.

Hernán acomodó los horarios de tal manera que Laura fuera la única clienta la noche siguiente. Estaba dispuesto a dejársela en bandeja de plata a Darío, pues ansiaba su recompensa.

—Hola Laurita, hoy estás más bella que nunca. Deja tus cosas en el locker y te espero en el reformer de la derecha. —Le dijo Darío a la chica en cuanto entró al estudio.

—Hola Darío, ¿dónde está Hernán? Pensé que la sesión de hoy era con él.- —Dijo Laura un poco sorprendida frente al tono coqueto de Darío, pues él solía ser muy serio con ella.

—Hola mi Lau, aquí estoy. Vamos, dale un saludito a la cámara. — Gritó Hernán mientras llegaba al salón observando a Laura a través del visor de una videocámara vieja.

—¿Qué haces Hernán? ¡Quítame esa cámara de encima! ¡Detesto que me filmen! — Gritó Laura, empujando sin fuerza a Hernán.

Laura se acercó al locker para descargar su maleta. Darío la tomo desde atrás por la cintura y la acercó a su cuerpo.

—Darío, ¿Qué te pasa? ¡Suéltame! No me parece gracioso el jueguito de ustedes dos, no estoy de humor para estas cosas. — Dijo Laura visiblemente molesta.

—Pues a mí sí me encanta este juego y creo que a Hernán también jajaja… Vamos, Laurita, déjate de complicaciones. — Le dijo Darío al oído a la chica mientras le tocaba las tetas por encima de su blusa deportiva.

Laura se retiró con violencia de los brazo de Darío y miró con furia a Hernán, quien no paraba de observarla a través del visor de la cámara.

—¡Hernán, apaga ya esa maldita cámara!- —Dijo Laura empujándolo ahora con más fuerza.

—Jajaja ay mi Lau! Vamos, relájate un poco. — Dijo Hernán sin dejar de filmar.

Darío avanzó hacia Laura de nuevo y, haciéndole una llave, la inmovilizó hasta llevarla hacía uno de los reformers. La tiró en aquella camilla y empezó a besarla con violencia.

—Eres una perra de mierda, deja de hacerte la estrecha. Ya sabemos todo lo que te hace tu Rosales, ese vejete no merece tanto. —Dijo Darío amarrando las muñecas de Laura al reformer con una soga del mismo.

—A ver, Laurita, pórtate bien. Si no lo haces, este video puede llegar a manos de tu Rosales y ninguno de nosotros quiere eso ¿verdad? — Dijo Hernán en tono lastimero.

Darío le rompió la blusa deportiva a Laura, dejando al descubierto un top negro a través del que se marcaban sus pezones. Con ímpetu, levantó el top y le tapó la cara con este, dejando visibles esas bellas tetas por las que Rosales deliraba.

—¿Pero qué tenemos aquí? Ya entiendo por qué traes loco al viejo ese, tienes unas tetas de infarto. No dan si no ganas de mamártelas como un becerro. — Dijo Darío lujuriosamente.

—Déjame, Darío. Ya fue suficiente, por favor. —Gritaba Laura de forma inentendible debido al top que tapaba su mentón.

Darío se abalanzó sobre los senos de Laura y empezó a chuparlos con fruición. Intercalaba el ejercicio que hacía con su boca, con un movimiento de su mano que simulaba el ordeño, esto hacía que la sangre irrigara hacía su pezón dándole una bella apariencia.

Dos pezones rosados y bien formados eran filmados en primer plano por Hernán quien, entre risas, animaba a Darío a hacer su tarea con más empeño.

—Perfecto, ahí se ven divinos. ¡Laurita, tienes unas tetas muy lindas! Si vieras como registran de bien. — Decía Hernán con un tono insoportablemente irónico.

Tras cerca de 10 minutos de estimular las mamas de Laura, Darío empezó a descender con su boca por el vientre de la chica hasta encontrarse con la lycra color negro que enfundaba sus piernas. Con sus dos manos empezó a bajarla esquivando las patadas desesperadas de la joven.

— ¡Déjame en paz! No me quites la lycra, te lo ruego. — Gritaba Laura entre sollozos, sofocada aún por el top que le tapaba la cara.

—¿Perdón? ¿Qué dice la zorra esta? — Dijo Darío con sarcasmo. —Hernán, ¡quítale ese maldito top de la cara! Quiero oírla cuando me esté pidiendo más. — replicó con soberbia.

Hernán hizo lo propio y el top quedo en las muñecas de Laura junto a la cuerda con la que la mantenían sujeta al reformer.

Lo único que protegía a Laura de la completa desnudez era la pequeña tanga negra que tapaba su concha. Presintiendo lo que seguía a continuación, Laura juntaba sus piernas con fuerza, pero esta no fue suficiente pues las fornidas manos de Darío arrancaron la prenda de un tirón.

Darío abrió los muslos de la chica y empezó a contemplar su vagina:

—¡Qué linda concha! Rosadita y depilatida, tal como me gusta. —

Se abalanzó sobre el sexo de la joven y empezó a chupar y a lamer su vulva con entereza. Con sus dedos separaba los labios vaginales de la chica y exhalaba su aliento sobre su clítoris para después atraparlo entre sus labios y besarlo suavemente, iba incrementando la presión poco a poco, dando falsos mordiscos e introduciendo su lengua en el agujero de Laura, simulando una penetración con la misma. Este proceso lo llevó a cabo varias veces, desencadenando en la joven un impúdico clímax.

Rosales le practicaba sexo oral y su primer y único novio también lo había hecho, pero nadie le había proporcionado tal placer. Era evidente que Darío sabía lo que hacía y no era un novato en la materia.

—Aghh, aghh, ¿qué haces? Aaaah, aaaah, aaaaah no, por favor no — gemía Laura sin remedio.

—Jajaja pero qué perra eres Lauirita, mira cómo estás de caliente, hasta yo me estoy poniendo cachondo. — Dijo Hernán mientras filmaba el trabajo de Darío en la entrepierna de Laura.

Luego, acercó la cámara al bello rostro de la chica que, con la máscara de pestañas corrida, sudorosa y excitada lucía más sexi que de costumbre.

—Aaaah, aaaaah, noooooo, por Diooooos, Darío, ¡déjame! — Gritaba Laura sin decoro, cuando finalmente sintió unas vergonzosas ganas de orinar.

Lo que sucedió a continuación le pareció terriblemente bochornoso: salió un chorro de líquido de su concha y empapó la cara de Darío.

—Uy, ¿qué es eso? — Dijo Hernán riendo.

—Acaba de tener una eyaculación o squirting, soquete… Por si no lo sabías, las mujeres también eyaculan. — Dijo Darío en tono aleccionador. — Muchas mujeres nunca alcanzan este punto, los hombres no saben estimularlas. — Explicó Darío ante la cara de asombro de Hernán.

Darío se apresuró a desatar a Laura del reformer y, tras incorporarla, la empujó contra la pared, se bajó la cremallera y sacó un falo grueso, venoso y erecto; era evidente que la eyaculación de la joven lo había excitado sobre manera. Con una mano la tomó del cuello como si quisiera ahorcarla y con la otra le levantó la pierna derecha, dejando al aire su concha húmeda a más no poder.

Empezó a introducir su miembro lentamente en el orificio de la chica, hasta que sintió que lo tenía completamente adentro y fue solo entonces cuando empezó a propinarle un mete y saca que fue incrementando su ritmo hasta hacerse vigoroso.

Laura parecía una muñeca desgonzada, incapaz de resistirse a las embestidas de Darío. Sentía que caería al suelo por el movimiento, así que se aferró con sus manos a la espalda de su atacante y, a medida que la excitación iba apoderándose de ella, le iba clavado las uñas con fuerza en el dorso.

Hernán, concentrado, filmaba la escena cuidadosamente. Era una pieza porno excepcional. Tomó varios ángulos del encuentro coital mientras animaba a Darío:

—¡Vamos! ¡Pártela en dos, Dari! A ver si se le quita lo morronga a la zorra esta.—

Darío apresuró el movimiento y junto a una fuerte exhalación terminó inundando de lefa las entrañas de Laura. Lentamente fue sacando su falo de su coño, mientras el escandaloso esperma escurría por sus piernas.

Laura, despeinada y con los dedos de Darío marcados en su cuello, tosía frenéticamente tratando de recuperar la normalidad de su respiración.

En un descuido de sus dos captores, así como estaba, totalmente desnuda, corrió hacia la puerta del estudio y se aferró al picaporte con la intención de abrirlo para escapar. Darío se percató de inmediato de sus torpes intenciones y avanzó sin afán hacia ella.

—¿Qué te pasa, puta? ¿Acaso crees que el juego terminó? —Le dijo tomándola con violencia por el pelo.

La volteó y la acercó hacia su cuerpo, agarrándola desde las nalgas.

—Darío, te lo ruego… Ya me has humillado mucho. — Le dijo Laura entre lágrimas.

—Yo soy el que decide cuándo es suficiente y, sabes qué, apenas me estoy calentando. Este cuerpecito de puta que tienes todavía tiene mucho que dar. — Le respondió Darío, hablando muy cerca de la cara de Laura y apretando sus mejillas con la mano.

Terminó su macabra sentencia metiéndole la lengua a la boca con lascivia y mordiendo suavemente su labio inferior.

La tomó de la mano y la arrastró de nuevo hacia el reformer donde le ordenó que se situara en cuatro.

—No, Darío. ¿Qué pretendes ahora? — Dijo Laura disponiendo sus manos en posición de ruego.

—Ya puta, me estás cansando con tu lloradera. ¡En cuatro! — Le gritó Darío colérico, mientras le daba una bofetada.

Laura cayó sobre el reformer tomándose la mandíbula a causa del dolor. Y Darío, aprovechando su estado de indefensión, le pelllizcó el pezón izquierdo con rudeza. La volteó boca abajo y la ubicó en la posición que le había ordenado.

—Hernán, tráeme el collar que compraste esta mañana. — Le gritó Darío a su compañero.

—Ay Dari, pero si aún no lo he usado. Yo quería estrenarlo contigo. — Respondió Hernán caprichosamente.

— ¡Qué me traigas el maldito collar! Si quieres luego te compro otro. — Le gritó Darío a Hernán con furia.

—Está bien. Que sea una promesa. — Dijo Hernán resignado, poniendo en pausa la cámara y acercándose a un armario de madera que tenían en el estudio.

Hernán extrajo un collar de sumisión de una caja negra y se lo pasó a Darío. Éste lo ajustó en el bello cuello de Laura y empezó a tirar de la cuerda hacía atrás.

—Con que esto es lo que te hace tu vejete ¿no? — Le dijo Darío al oído a Laura. — Te ves como lo que eres, una perra en celo.

Darío introdujo de nuevo su pene en la concha de Laura, esta vez desde atrás, y empezó a penetrarla sin compasión. Las grandes ubres de Laura se mesían en el vacío y eran filmadas con morbo por Hernán.

Darío soltó la cuerda que pendía del collar y le dio una sonora nalgada. Luego, se aferró fuertemente a su cadera, controlando por completo el ritmo de la embestida.

El mete y saca se fue haciendo cada vez más frenético hasta que Darío extrajo su miembro de la vagina de Laura y se vino encima de ella, llenado de lefa caliente toda su espalda. La chica se desplomó sobre el reformer, agotada por el esfuerzo y la humillación.

—Uff, qué rica estás Laurita! — Le dijo Darío a una Laura que, aunque estaba consiente, parecía no reaccionar.

Se acercó a la chica y la levantó halándola del brazo hacía sí sin ningún cuidado. La dispuso de tal forma que la espalda de ella quedaba recostada contra el pecho de él y, desde atrás, empezó a sobar sus tetas y a chupar su cuello. Con una mano le tocaba una teta y con la otra de magreaba el coño.

Laura ni siquiera lloraba, parecía abstraída en algún pensamiento lejano, mirando a un punto indeterminado, mientras Darío seguía con sus tocamientos y la iba llevando hacia el escritorio del estudio. Con un manotazo arrojó al suelo los papeles, bolígrafos y demás objetos que sobre él había para tirar a Laura boca abajo sobre la superficie.

Laura quedó tendida con sus pies empinados en el suelo y la cola en pompas. Darío se agachó y abrió las nalgas de la joven dejando al descubierto su ano. En este momento, la chica reaccionó de su letargo y empezó a gritar:

—No, Darío. ¡Por ahí no! Nunca me lo han hecho por ahí —

—¡No me digas, Laurita! Ósea que tu vejete no ha tenido las agallas de romperte el culo. Este culito tan redondito y musculado ha de apretar bien rico y yo no me voy a quedar con ganas de probarlo. — Le decía Darío a Laura mientras le acariciaba las nalgas vulgarmente.

De nuevo abrió los dos cachetes de la chica y lanzó un escupitajo en su orificio posterior, dispuso su miembro en la entrada y empezó a empujar lentamente.

—Ahhhhhhhh, Darío… ¡Me duele! — Gritaba Laura con desespero, aferrándose al escritorio y aplastando sus tetas contra la madera.

—Vamos Laurita, no te resistas, relaja tu culito y verás qué bien te va. —Le susurraba Darío.

—Ahhhhhhhhhhh nooo, por favor, noooo — Seguía gritando Laura, quien sentía como si un hierro caliente le atravesara las entrañas.

—¡Vamos mi putica! Ya voy llegando — Decía Darío quien ya sentía que sus huevos tocaban la cola de la joven.

Estando adentro, paró un momento y luego empezó a cabalgar sobre el voluminoso trasero de Laura, un mete y saca in crescendo que la sodomizaba sin piedad. Las manos de Darío se situaron en la cintura de avispa de la chica reteniéndola sobre la madera e impidiendo que escapara a su martirio.

—Darío, me lastimas! Déjame, por favor! — Lloraba Laura con la cara apoyada sobre la mesa.

—¡Qué culo tienes! Tal y como lo imagine, me la aprieta bien rico. — Dijo Darío entre gemidos de placer.

Tras un mete y saca perfectamente rítmico, Darío sintió venir el orgasmo, tomó a Laura del pelo y la levantó de la mesa, al tenerla suspendida en el aire la cogió desde atrás por las tetas y la acercó a su pecho apretando sus pezones con vigor. Se vino copiosamente dentro de ella, Laura sentía ingresar un chorro de esperma caliente en sus entrañas, una descarga que parecía no tener fin.

—¡Gracias Laurita! Ya me hacía falta follarme a una hembra así. Tu no inspiras ningún tipo de ternura, solo inspiras ganas de culear, te apuesto a también es eso lo que le inspiras a tu vejete, no aspires a más, eres una puta y por eso nunca serás más que su moza. — Le dijo Darío a Laura mientras le chupaba el cuello y le mordía obscenamente el lóbulo de la oreja sin retirar aún las manos de sus tetas.

Darío fue sacando su miembro flácido y satisfecho del ano de la joven y, junto a él, iban saliendo una mezcla de esperma y sangre, soltó las tetas de Laura y esta se desplomó en el suelo exhausta.

Darío se fue al baño y mientras tanto Hernán se acercó zalameramente a Laura con la cámara en su mano, abrió el visor y le enseñó un par de escenas de las que había filmado:

—¡Mi Lau, quedaste divina! Sabes qué, voy a editar este video y te voy a convertir en una estrella porno, tienes madera. Y bueno, ya sabes que si no mantienes esa boquita cerrada, este video puede ir a dar a manos de Rosales, tú decides mi reina. — Le dijo Hernán a la chica mientras le pasaba una sudadera y una camiseta para que se vistiera y se fuera del lugar.

Laura, como pudo, salió del estudio en medio de la penumbra. Sin ropa interior debajo de su improvisado atuendo y con un terrible ardor en su vagina y en su ano… Odiando a los hombres y dispuesta a no contarle a nadie de lo sucedido esa terrible noche.