Esa pija sin dudas termino siendo el mejor regalo del día de la madre de todas nuestras vidas

Mi nombre es Patricia, y lo que a continuación detallaré fue quizás uno de mis grandes pecados. Aunque, no fui la única que pasó por los mismos nervios, ansiedades, culpas y cuestionamientos de la infidelidad. Era domingo y en la casa de mi madre. Octubre relucía soleado, caluroso y apacible, con una tenue brisa por los corredores de la casa y el patio. Era el día de la madre. Por eso no había muchos hombres invitados al almuerzo. Solo estaba mi padre, que fue el designado para asar el cordero, mi tío Enrique y don Cristóbal, un vecino viudo y muy apegado a la familia. El tío Enrique tenía problemas mentales, y no se lo podía dejar solo.

El resto de los invitados, mi tía Liliana, que es la solterona de la familia, mis dos hermanas Luisina y Flavia con sus niños, mi prima Verónica, mi abuela Nuria, la señora Lita, que es la empleada de mi madre hace muchos años, y por supuesto mi madre.

Ella siempre fue una anfitriona ejemplar. No nos dejó ni siquiera decorar la mesa. Conforme íbamos llegando nos acomodábamos en el inmenso patio florido y nos poníamos a charlar, beber alguna copita o fumar un cigarrillo mientras se cocinaba el cordero, y los niños se correteaban por todos lados.

En cuanto doña Lita dejó la última bandeja de ensalada en la mesa, me escogió para pedirme que me cruce a la verdulería del frente y le traiga más tomates. No le acepté el dinero y fui sin más.

Al salir del lugar me choqué con un hombre que estaba por entrar. Todo por no pisar a un perro que yacía muy cómodo en la vereda. Le pedí disculpas, él se disculpó también, y no pude evitar expresarle ni bien terminé de reconocerlo:

¡Vos sos Lucas, el profesor de informática de Santino, mi hijo más grande, no?!

En efecto, el muchacho se quedó helado, pero dijo que sí. No solo no entró a la verdulería, sino que me dio fuego para que ambos compartamos el último cigarrillo que me quedaba. Por alguna razón nos pusimos a charlar, y nuestras miradas eran demasiado lacerantes, evidentes, expresivas y cargadas de deseo. Le dije que mi marido lo estaba pasando con su madre, al igual que todos los hombres de la familia, con la salvedad de mi padre. Le conté que mi hermana menor se quedó embarazada a días de cumplir los 18, y que en casa la queremos matar. Le confié mis fuertes sospechas de que mi marido me caga con su secretaria. Todo en unos minutos que parecían detenidos en el tiempo. No entendía por qué mi boca había ido tan lejos!

Lucas solo me dijo que su esposa estaba de vacaciones en Brasil, y que su madre murió hace unos años. En el momento de despedirnos sentí que un pedazo de cielo se desmoronaba adentro mío. Quería seguir oyendo sus palabras, viendo la cara de pícaro que ponía al mirarme las tetas, o simplemente observarlo fumar. Estaba delicioso ese pendejo, y yo arrastraba una sequía sexual importante. Mi marido no se interesaba en mí, y eso se me había hecho rutina. Por eso comprendí por qué me mojaba tanto con solo escucharlo respirar.

Justo cuando iba a cruzar la calle para volver a la fiesta, me dijo entre dientes:

¡feliz día mamita, no sabés cómo me gustaría ser un bebé para comerte esas tetas!

Eso encendió todas mis alarmas, liberó mis ratones y me impulsó a colgarme de sus hombros, comerle la boca con mi lengua adentro de la suya y tantearle el paquete como una cualquiera. Le dije que mi madre vive en esa casa de rejas negras mientras se la señalaba, y que lo esperaba a la siesta. Le di mi número de celular, y le pedí que me mande un sms, así lo hacía entrar por el portón del garaje.

No sabía exactamente lo que hacía. Nunca en 40 años fui capaz de encarar a un hombre, y menos por calentura.

Volví a casa, corté los tomates, ayudé un poco a poner algunas copas y, pronto ya estábamos almorzando entre brindis, aplausos al asador, gritos a los niños para que no jueguen con la comida y charlas sin sentido, en su mayoría chismes de nuestros maridos.

Yo trataba de calmar mis pulsaciones, teniendo en cuenta que algo pasaría con aquel intruso en unas horas.

Flavia me puso más nerviosa cuando dijo antes del postre:

¡che Patito, vos estás media rara nena, como si estuvieses haciendo el amor con un pendejo!

Todas las que la escucharon se rieron y asentían su observación. Yo enrojecí, pero enseguida la atención se centró en Luisina, mi hermana menor, que nunca sabrá quién es el padre de Tomás, su bebé de siete meses.

Pensé que la guacha hasta hace poco se la pasaba cogiendo, y sentí envidia por eso.

Pronto llegaron los regalos, algunos juegos de mesa para los niños, los vinos para seguir brindando y las masitas dulces. Cuando vibró mi celu en mi bolsillo recordé que ya eran las cuatro.

¿qué querés que hagamos con esas tetas bombona?, decía el sms de Lucas.

Le escribí que me espere donde habíamos quedado, y les dije a todas que me sentía medio mareada, que prefería tirarme un ratito, no más de una horita. Como había bebido vino en abundancia ninguna opinó lo contrario.

Corrí al garaje y apenas abrí el portón para que Lucas entre sin hacer ruido. Ahí adentro nos comimos la boca y lo dejé que refregara su bulto en mi culo mientras me seguía a la habitación de doña Lita, que era la primera que encontraríamos disponible. Entramos, le bajé el pantalón, me abrí la blusa para que me mire las tetas, se las froté en el pecho y me agaché un poco para juntarlas a su tronco firme, erecto y caliente, tanto que le estiraba la tela de su bóxer azul con rayas.

¡tirame la goma guachona, vos seguro sabés mamarla re zarpado putita!, dijo jadeando solo por el contacto de mis dedos en su pene para sacarlo de ese calzón apretadito. Me calentaba que me trate así. Quería cogérmelo ahí mismo. Por eso ni lo dudé, por más que nunca lo había hecho.

Le lamí el pene desde la puntita a la base, se lo besé, lo olí y me pegué con él en la boca, volví a apretarlo contra mis tetas ya afuera del corpiño, le lamí los huevos y le besé las piernas. El pibe gemía, me acariciaba el pelo y hacía malabares para llegar a mis lolas y palparlas como un ginecólogo principiante.

No paraba de decirme:

¡chupala zorra, toda bien en la boquita metela, comeme bien la verga!, mientras mi saliva caía de su carne apuntando al techo, mis besos lo estremecían y mis tetas se colmaban de su presemen cada vez que se las restregaba contra su glande empapado.

¡te va a costar hacerme acabar chiquita, porque antes de venir me hice dos pajas pensando en estas gomas!, dijo cuando logró tener mis globos en sus manos.

Entonces me incorporé y se las ofrecí para que me las chupe mientras sus dedos me desabrochaban el jean, y las mías le quitaban la camisa. Lo tiré boca arriba en la cama con una fuerza que me desconocía, me subí a su cuerpo y apenas con la bombacha colgando de mi pierna empecé a friccionar mi vulva repleta de flujos en su pene fibroso y elegante. Realmente no era gran cosa, pero la tenía ancha y cabezona. En una de esas frotadas me entró toda en la concha, y por supuesto, comencé a subir y bajar para comérmelo todo, a saltar para sentirlo crecer adentro, y a gemir como pocas veces me animé en la vida.

En un momento a él le pareció que alguien llamó a la puerta. Pero lo callé con un dedo en los labios, y enseguida nomás con uno de mis pechos. Pensé que tal vez doña Lita querría entrar a buscar un abrigo, y eso me desató aún más. Que alguien nos hubiese visto aumentaba mi adrenalina.

En ese instante me puse en cuatro sobre sus piernas para mamarle la pija, ya que gracias a aquel episodio se le bajó un poco, y en cuanto la tenía otra vez tan dura como una daga, volví a montarme para que mi concha se alimente de sus deliciosos pijazos. Solo que esta vez le daba la espalda para recibir unas fuertes cachetadas en el culo, las que yo le pedía ya sin medir el volumen o la intensidad de mi voz.

¡pegame pendejo, cogeme más fuerte, largame toda esa leche en la concha, haceme sentir una puta nene, cogeme bien, si te encantan mis tetas asqueroso, sos un cochino nene, dame mucha pija!, gritaba mi pecho cuando la lujuria parecía conducirnos a un orgasmo interminable.

Pero en ese minúsculo segundo mi hermana Luisina atraviesa la puerta y permanece tan petrificada como la pija de Lucas en mi vagina.

¡y yo que venía a preguntarte si necesitabas algo… qué yegua sos Patito!, dijo mientras le ponía el pasador a la puerta y se sentaba en una sillita.

Parecía a punto de acusarme de las cosas más horribles, porque me lanzó unas miradas asesinas que me intimidaban.

¡¿Vos sos la que tuvo un bebé hace poco no?, no querés que te coma la conchita un poquito?, dijo Lucas con la voz temblorosa pero decidida.

¡¿Quién es este tipo Patri, qué te pasa loca?, no entiendo nada!, dijo mi hermana tapándose la cara.

¡No sé Lu, es difícil de explicar… pero estábamos muy calientes los dos… nos conocimos en la verdulería, y vos sabés cómo pasan estas cosas… me lo quería coger, y bueno… perdón por hacerlo acá, pero no aguantaba más!, le largué sin pensar en las palabras.

Lucas comenzó a moverse de nuevo y a pegarme en la cola. Luisina se levantó con un brillo extraño en la mirada. Se quedó en tetas y me hizo acariciárselas, mientras el ritmo de nuestra cogida tomaba forma nuevamente.

¡Quiero que me dé pija a mí también Patito!, dijo como en un susurro, y fue hasta la cara de Lucas.

Pronto todo lo que oía eran unos chupones junto al temblequeo de la cama por nuestros movimientos y los gemidos de Luisi que decía:

¡chupamelas guacho, dale que tengo lechita papi, comeme las tetas!

Eso me hizo salir del cuerpo sudado de Lucas y arrodillarme en el suelo para petearlo con todas mis ansias. Desde esa posición podía ver cómo la boca de Lucas rodeaba los pezones de mi hermana y los sorbía con delicadeza, y cómo ella se metía una mano por abajo de la faldita. Veía cómo ella se estrujaba los pechos para que le cayera leche en la boca a Lucas, y entonces tomé una decisión. Levanté a Luisina de los brazos, cosa que no es difícil porque la flaca es una plumita de tan liviana, le subí la pollera y la senté en la cara de Luquitas.

La nena gimió con el solo contacto de la lengua de Lucas en su sexo. Se soltó el pelo, se quitó las zapatillas, y en cuanto dejó su bombacha blanca en sus rodillas, oí el estrepitoso lengüeteo del pibe, ávido por quedarse con cada porción de su intimidad.

Cuando los gemidos de Luisina endulzaban el aire, su vagina se colmaba de jugos y mi fuego no se sostenía en mi interior, me subí nuevamente sobre el pubis de Lucas para encallar su pija en mi concha. Yo me movía como si nunca antes me hubiesen cogido así, mientras me aferraba a los hombros de mi hermana. De repente Lucas empieza a anunciarnos con sus gemidos ahogados por la fragancia y los líquidos de la conchita de Luisina, que su leche está al borde de polinizar a mi orgasmo más próximo. Siento que en dos empujadas letales mis paredes se impregnan de su semen, y es cuando de golpe caigo en la realidad.

Por alguna razón mis ojos se fijaron en el reloj de pared de doña Lita. Eran las cinco de la tarde. Pensé en la fiesta mientras me ponía el calzón, que en cuestión de segundos se empapaba con las gotas de leche que me habían llenado entera. Pero Luisina le chupaba la pija a Lucas, y yo debía pegarle unos chirlitos en la cola, aprovechando que estaba agachadita.

El guacho olía la bombacha de mi hermana mientras su verga volvía a recobrar aquel estado de apareamiento. Me quedé a ver cómo ella se acostaba a su lado con las piernas abiertas, y en medio de un juego de manos le decía:

¡cogeme Luquitas, dame pija que yo te doy más lechita de mis tetas!

Lucas se le trepó sin pensarlo. Amagó con metérsela toda, pero solo se la dejaba en la entrada de la concha para rozarle el clítoris con los dedos, y luego le dio duro, rapidito y con movimientos cortitos.

Luisina acabó varias veces en esa cogidita. Además se la re tranzaba y cumplía con lo que le pedía mi hermana casi con lágrimas en los ojos.

¡meteme un dedo en la colita perro!

Yo veía que él se lamía un dedo, que luego esa mano deambulaba por debajo de sus nalguitas, y enseguida concluía en su boquita. Cuando Lucas no pudo más se sentó con ella a upa, y mientras le chupaba las tetas le daba pija como un desquiciado.

Luisina gemía y saltaba con algunos hilitos de baba en su mentón. De hecho, por ahí la pija se le salía de la concha, pero como si hubiese un imán entre ellos, volvía a entrarle toda sin dificultades. En una de esas tantas entradas y salidas Lucas descargó un terrible lechazo que le empapó desde las lolas a las piernas. Solo un poquito llegó a anidarse en su conchita.

Lucas parecía tener la pija cada vez más dura, o haber reunido mayores energías. Estaba transpirado y necesitaba fumar.

De pronto Luisina nos silencia con un chistido y dice en voz baja que alguien llamó a la puerta.

¡soy Flavia chicas, abran que quiero hablar con ustedes!

Luisina le abrió sin consultarnos. Lucas estaba en bolas, yo en calzones, y todos lucíamos como solo se puede estar luego de tener sexo.

Flavia tiene 30 años, y las cosas con su marido no iban bien. Por eso, supuse que ya que estábamos, no le vendría mal un buen polvazo. Claro que no conocía el parecer de Lucas, ni sabía si él se prestaría a hacer algo con ella.

Flavia entró, puso cara de desconcierto y vergüenza a la vez, y exclamó: ¡eeeepaaa, qué hacen locas de mierda… y vos Luisina, tu hijo quiere la teta mamita… me imagino que ésta no es tu bombacha no?!

Pero no podía negarlo, pues, Flavia la recogió del suelo y le subió la pollera para comprobar que no la traía puesta. Yo cerré la puerta, y mientras le explicaba a Flavia cómo se dieron las cosas, y que todo era mi culpa, vi que Lucas se pajeaba.

Flavia me escuchó hasta el momento en que Luisina la empujó a la cama, y entonces Lucas le tomó una mano para ponerla sobre su poronga. Yo me senté en la sillita a ver cómo Flavia se lo merendaba a besos mientras decía:

¡Vos siempre te las arreglás para cogerte a uno Luisi, qué putita sos pendeja!

Pronto Luisina se sentó al otro lado de Lucas y le dio sus senos para que se los lama y chupe con más alevosía que antes, al tiempo que Flavia lo pajeaba y se pegaba con su pija en la boca, aunque no se atrevía a mamarlo por causas de sus antiguas estructuras sexuales. Siempre dijo que el pete es re cochino, antihigiénico y para enfermos mentales.

Yo me refregaba la concha y jugaba con la bombachita de Luisina, hasta que se me ocurrió llevarla a mi nariz. No sé por qué, pero imaginé cómo se vería el corazoncito de adelante junto a su vagina y me excité muchísimo, y más con su aroma invadiendo mis pulmones. Entretanto Luisina dejaba que Lucas le meta un dedito en la concha, y que Flavia le restregue las tetas por la pija.

Cuando Luisina dijo:

¡No nene, no te doy más lechita porque no me va a quedar para mi hijo!, mi cabeza se aturdió en sus pensamientos morbosos, y todo se distorcionó en mi consciencia.

Flavia se bajó el jean para mostrarle ese pedazo de orto a Lucas, casi tan pegado a su cara que, él no tuvo inconvenientes en bajarle la tanguita con los dientes, besuquearlo y azotarlo con sus manos. Hasta que ella le pidió que se lo escupa, y acto seguido se le sentó para sentir el rigor de la cabecita de su pene en el inicio de su agujero.

Luisina me vio lamiendo su bombacha, y le saqué la lengua por la parte donde iría su piernita apenas me puso cara de asco. Vino a mi lado y me pidió que le acaricie los pechitos, justo cuando Flavia daba el primer alarido de dolor, gracias a los primeros empujones serios de Lucas en su culito.

¡¿Qué hacés oliendo mi bombacha asquerosita?, mejor comeme la boca, y tocame la chuchi!, dijo Luisina con los pezones cada vez más erectos entre mis dedos.

¡mejor vamos a buscar a Tomi, y que Luquitas le rompa bien el culo a esta turrita!, le dije mordiendo mis impulsos por obedecerle. No sabía qué me pasaba, pero algo me inducía a querer lamerle la conchita a mi hermana.

Me levanté de un salto, me vestí, agarré a Luisina de un brazo mientras ella peleaba para taparse las lolas con su camisita y salimos.

Entramos a la pieza de mi madre, donde se suponía que debería estar el niño. Le dije a Luisina que me espere, que yo iba a buscarlo al patio. Seguro estaba en los brazos de su abuela. Y en efecto, allí estaba.

No pude llevármelo sin antes explicar que me sentía mejor, que Luisina necesitaba un analgésico para el dolor de cabeza, y que volveríamos a la fiesta en cuanto Tomi se duerma.

Regresé a la pieza con mi hermana, y nos reímos cuando le conté que de pasadas por el cuarto de doña Lita llegué a escuchar los pedidos de Flavia.

¡culeame más fuerte hijo de puta, dame pija, rompeme el orto!

Ni bien el bebé se le prendió de la teta derecha, ella se recostó sobre unos almohadones con los pies en el suelo. Apenas terminó de pronunciar utilizando casi los mismos ecos sonoros de una cálida brisa:

¡Che Patito, tenés idea de dónde carajo pude haber dejado la bombacha?!

Yo no lo toleré un segundo más. Le abrí las piernas, oculté mi cabeza bajo su faldita luchando con sus inútiles intentos por sacarme de allí, le lamí y besé los contornos de sus ingles y muslos fascinantes, la oí reír cuando resoplé sobre los caminitos de saliva que se fundían en su piel, y le lamí la vulva mientras sacaba lentamente su bombacha de entre mi corpiño y mis pechos para mostrársela como en un truco de magia.

Le pregunté si la quería. Ella solo pudo articular:

¡Somos hermanas conchudita, qué te pasa enfermita, estás re zarpada!

Lo demás eran gemiditos apenas audibles que iban intensificando luces y sombras en mis sentidos. Presionaba mi cabeza para que mi lengua al fin se pierda en los túneles de su vagina de pocos vellos, para que mi olfato victoree en cada célula de mi organismo por su aroma febril, y para que mis dedos jueguen con su botoncito explosivo y distribuyan sus jugos de felina por toda mi cara. Encima el bebé le sorbía un pezón, y ese sonidito me encendía aún más.

Estoy segura de que fue ni bien la escuché ronronear:

¡chupame bien las tetas guachito, y vos sacame la calentura nena!, que comencé a acelerar las frotadas de mis dedos en su clítoris, las lamidas de mi lengua hasta por el inicio de su cola, los besos y pequeños pellizquitos en sus piernas, y el alboroto de otros dedos en el interior de su vagina cada vez más resbaladiza y fragante. Cuando me apretó la cabeza con las rodillas supe que su orgasmo sucumbiría en mi boca, y quise probar toda esa descarga hecha jugos y sudor. Me lo bebí todo, y me enloqueció que fuera saladito, caliente, abundante y sabroso.

Cuando mis ojos se toparon con su realidad, la vi apretarse el otro pecho y taparse la boca con la otra mano, entretanto su hijito seguía alimentándose. Yo misma le puse la bombacha mientras ella recuperaba energías, y le comí la boca. A ella le pareció un horror, pero a mí casi me hace acabar de un solo golpe. Igual, nos prometimos jamás divulgar aquello entre nosotras.

Como a las dos horas volvimos al cuarto de doña Lita, luego de haber compartido una ronda de mates y budines con las demás mujeres. Lucas ya no estaba, pero sí mi hermana Flavia en calzones, tirada en la cama y con un pote de crema en la mano. Dijo que le había quedado el culo a la miseria. Pero junto a ella estaba mi prima Natalia, que en algún momento llegó a la casa. Nati estaba desnuda, con el pelo engrudado de semen y con los ojitos brillantes.

¡No sabés cómo me garchó tu macho Patri, me dio pija por todos lados!, dijo mi prima eufórica y con una ronquera en la voz que no le era habitual.

¡Che Luisi, no me digas que a vos también te dio verga ese degenerado!, agregó después con los ojos puestos en las tetas de mi hermana, y entonces las cuatro nos quedamos a contarnos todo.

Pese a que Luisina no podía dejar de masturbarse mientras hablábamos, las demás no tuvimos el valor de imitarla. Pero, lo claro es que ahora sabemos que para el próximo día de la madre, todas queremos la chota de Luquitas como regalo! fin