¿En dónde follamos?

Al día siguiente vi a Santi en clase, pero decidí mantener las distancias. Cuando él se me acercó le saludé como si tal cosa y vi la decepción en sus ojos. Después de todo yo tenía una reputación que mantener en el colegio y noté cómo mis amigas cuchicheaban a mi espalda mientras hablaba con él.

Después me sentí culpable, pero ya estaba hecho, le había despedido y Santi, cabizbajo se alejó de mí.

—¿No me digas que ese “gordo” es tu amigo? —dijo Lisa.

—¡Es más feo que pegarle a un padre! —exclamó jocosamente Elena, quien también era gorda, tal vez por eso ella no se refirió al sobre peso de Santi.

—Ayer me estuvo ayudando con los deberes de mates, ¡qué pasa! —dije para cortarles el rollo.

—Sin duda parece el chico del bollicao, debe ser su mejor cliente —añadió Lisa.

Opté por ignorar su comentario y me encaminé hacia nuestra siguiente clase.

A la salida del instituto busqué a Santi, pero no lo vi, así que me apresuré a ver si lo veía de camino a casa, pero debió cambiar su ruta porque no me lo encontré.

Después de comer, tumbada en mi cama me seguía sintiendo culpable por el incidente de esta mañana, así que me levanté y cogí mis libros, ya no recuerdo ni cuáles fueron, pues en el fondo fueron una simple excusa.

Me planté en su puerta y toqué al timbre. Tras ella apareció una mujer de unos cuarenta años o tal vez menos, sin duda Santi había heredado su constitución de su madre. Ésta también tenía sobre peso, con unos enormes pechos, barriga, culo y grandes muslos.

—Hola, ¿Clara? —preguntó con extrañeza al verme en la puerta, pues como ya he dicho Santi y yo no éramos amigos antes de lo que pasó el día anterior.

—¡Hola señora Rodríguez! ¿Está Santi? —dije con mi sonrisa angelical.

—Si, está en su habitación, ¿qué querías?

—¡Oh, pues tenemos que hacer un trabajo juntos y venía a ver si podemos comenzarlo!

—¡Ah vale, no me ha dicho nada la verdad! —dijo su inquisitorial progenitora.

Me condujo hasta su cuarto mientras no pude dejar de mirar su gran culo, en una de las revistas de Lisa había visto gordas haciendo porno y no pude evitar que sus imágenes de cuerpos rechonchos y grandes curvas acudiesen a mi cabeza. Decidí sacudirme tan impropios pensamientos y me concentré en qué le diría a Santi.

—Mira Santi, ha venido Clara a verte, por lo del trabajo que tenéis que hacer juntos… —le insinuó, tal vez para comprobar si yo decía la verdad.

Santi dio un salto desde la posición de tumbado al verme junto a su madre, entonces me miró sorprendido desde la cama. Tan petrificado como el día anterior.

—¡Hola Santi! Ya sabes el trabajo de “sociales” —dije rezando para que siguiera mi coartada.

—¡Oh, si claro! Te esperaba un poco más tarde, perdona —rio él levantándose de la cama.

—Bueno, pues os dejo que trabajéis, si queréis cualquier cosa avisadme, ¿vale? —dijo la madre cerrando la puerta de su cuarto detrás de mi.

El silencio nos envolvió. me sentí como en las pelis del oeste, en los duelos de vaqueros frente a aquel chico, que amenazaba con desenfundar y dispararme. Desde luego tenía motivos para hacerlo.

—¿Qué quieres Clara? —dijo Santi, con tono de pesadumbre en su voz.

—¡Bueno Santi, hoy me he sentido mal cuando me has saludado delante de mis amigas!

—Si, eso me ha parecido a juzgar por cómo se reían detrás de ti.

—Bueno, son un poco tontas, pero son mis amigas después de todo.

—Ya, en el fondo me ha molestado más ver cómo te girabas y fingías que no me conocías —dijo él echándome mi actitud en cara.

—Bueno, sí, por eso he venido, para pedirte disculpas por mi comportamiento.

Santi calló de nuevo y el silencio me hizo sentir tan incómoda que pensé que lo mejor era salir de allí.

—¡No, espera! Anda siéntate, será mejor que disimulemos un rato, si es que quieres quedarte. He mentido a mi madre por ti, ¿sabes? Y créeme, no suelo hacerlo porque ella es muy especial para mí.

—Está bien, dije yo acercándome un poco más a él.

Santi apartó unos apuntes de su silla de estudio y me la ofreció para que me sentara, ocupando él la cama.

—Bueno, ¿y ayer? Se, ¿dio cuenta de algo tu madre?

—Pues la verdad es que entré con mis llaves y la cogí en la cocina, suelo darle un beso al llegar así que salió a verme y se fijó en mis pantalones manchados. Tuve que mentirle y decirle que me había mojado en la fuente al apretar el botón del grifo para beber, saliendo el agua disparada en ese momento.

—¿Y se lo creyó? —pregunté sonriendo.

—Bueno, creo que sí, ¡sólo espero que no viese lo colorado que estaba! —me confesó devolviéndome su sonrisa, algo que me pareció bonito de ver.

Más relajados seguimos conversando, cuando su madre nos tocó educadamente a la puerta y solo abrió cuando su hijo le dijo que pasara.

—Buenas, ¡os he traído algo para picar! —dijo pasando con una bandeja.

La depositó sobre la mesa de estudio de Santi, con unas pastas de chocolate, zumo y batido. Me preguntó qué quería y me sirvió amablemente. Algo que me sorprendió de ella, pues se la notaba una mujer dulce y muy agradable.

—Santi, voy a ir al súper, ¿quieres que te compre algo?

—No, compra lo que te apetezca —dijo su hijo.

—Está bien, me marcho entonces.

Volvió a sonreírme y cerró la puerta dejándonos solos de nuevo.

—Tu madre es muy amable —dije para elogiarla.

—Gracias, sí, es muy atenta con las visitas. Aunque creo que lo está flipando, pues eres la primera chica que viene a hacer deberes conmigo.

—Si, creo que vas a tener que mantener la mentira.

—Bueno, si vienes más a menudo no me importará hacerlo —dijo él sonriendo.

—Tienes una bonita, sonrisa, ¿sabes? Como la de ella —admití.

—Gracias por el complido Clara, pero no tienes que fingir, ella ya no está aquí —rió.

—¡No lo digo en serio! —insistí.

—Ya —replicó él sin creerlo mucho aún—. Oye Clara, aún estoy sorprendido por lo de ayer, créeme que fue algo maravilloso, pero, ¿por qué yo?

Su pregunta me dejó paralizada, algo que no me esperaba la verdad.

—Pues no sé Santi, últimamente estoy un poco rara, te vi caminando hacia casa y te confieso que estaba tan cachonda al salir de clase que fue un impulso.

—¿En serio?

—Y tanto, es más te voy a demostrar que voy en serio —dije yo quitándome la camiseta y mostrándole de nuevo mi sujetador banco.

Santi quedó extasiado a la vista de mis pechos menudos y cuando me levanté y me dirigí hacia la cama esperó a que yo me echara encima suyo y lo empujaba para que se tumbase en ella.

—Aún estoy caliente, ¿sabes? —le dije insinuándome, restregando mi pubis contra su bragueta.

—¡Pero en mi casa! —dijo alarmado.

—¿Por qué no tu madre nos ha dejado un tiempo precioso, no crees?

—¡Ya es sólo que me pone un poco nervioso que nos pille!

—Tranqui, lo haremos rapidito —dije yo melosa.

Me sentía excitada, sentía el poder, me sentía como una hembra que controla a su macho y que lo domina de alguna manera. La situación me ponía muy cachonda.

—Entonces Santi hizo algo que me desconcertó, me besó en los labios. Yo no lo esperaba y no supe reaccionar, así que le puse mi teta en la boca y le dejé que me la chupara.

Santi retozó debajo de mí, chupándome mis pezones alternativamente hasta que sentí que mis jugos ya mojaban mis bragas. Entonces me senté de espaldas a él y éste me cogió los pechos desde atrás mientras yo restregaba mi culo por su erección, él me pellizcó suavemente los pezones y fue algo tan delicioso que sin darme cuenta me corrí sin esperarlo. Mi segundo orgasmo.

Aunque él no se dio ni cuenta, sin duda fruto de su inexperiencia.

Desatada me giré y me arrodillé ante él, le bajé la bragueta y le tiré del pantalón, llevándome con él sus calzoncillos y descubriendo su picha peluda ante mi atónita mirada. El día anterior sólo la había visto a través de la bragueta, en cambio ese día me llamó la atención su mata de pelo, algo que hoy no pasa, pues tanto ellos como nosotras nos depilamos, pero en aquellos tiempos nadie lo hacía y tampoco se requería para el sexo.

La tomé con mi mano, como el día anterior y le masturbé mientras él, extasiado, se tumbaba de nuevo en la cama.

Allí arrodillada, volvía disfrutar con el suave tacto de su picha regordeta y con la mirada a su glande rojo e hinchado.

No sé cuándo tomé la decisión, pero al entrar en mi boca sentí la suavidad de su prepucio, el cual arropaba su glande, primero lo chupé a través de él y luego la hice entrar y salir de mi boca y terminé saboreando su glande cuando este descapulló.

Santi exhaló ante mi atrevida acción y su cuerpo se tensó, entonces se incorporó parcialmente, para contemplar cómo se la chupaba.

Mi primera picha en la boca. No diré que el sabor me entusiasmó, pues sabía a pipí, pero estaba tan cachonda que no me importó, automáticamente pasé a acariciarme mi sexo bajo las bragas.

Seguí chupando el el mal sabor inicial se fue diluyendo en mi boca, pasando ahora a notar algo dulce y empalagoso, como mis jugos, no sabía que los chicos también segregaban tales jugos así que esto ya me gustó más.

Lo cierto es que disfruté chupando aquella picha, aunque Santi no era un chico especialmente guapo, estaba gordito, pero era dócil y sentía que podía controlarlo, algo que no me hubiese atrevido a hacer con alguno de los otros chicos, tan guapos que se lo tenían creído y que seguramente hubiesen intentado metérmela desde el primer día.

En cambio, con Santi, todo fluía al ritmo que yo quería.

De repente me detuvo, se cogió su picha y la apretó para mi desconcierto.

—¡Qué pasa! —dije preocupada.

—¡Nada, que si no paras me corro! —gruñó él.

Sonreí y sentí el poder de nuevo en mis manos. Se la agarré y maliciosamente se la intenté mover sin que él me dejase. El forcejeo me gustó, era como un juego excitante y sensual, quería volver a provocar su corrida.

Pero Santi se levantó y tirando de mí me hizo levantarme también. Entonces echó mano a mis bragas, metiéndola bajo mi falda y su atrevimiento me gustó.

—¡Estás mojada! —dijo tocándome las bragas bajo mi sexo.

—¡Si, te gusta!

—¡Mucho! —exclamó Santi.

Y sin esperar más se arrodilló ante mí y metió su cabeza bajo mi falda corta, entonces sentí sus besos en mis muslos y levanté la falda para ver lo que hacía.

Con delicadeza me besó en ambos muslos, luego en las ingles y poco a poco se acercó hasta mis bragas. Primero besó mi sexo sobre la tela, luego sus bordes y finalmente su lengua recorrió mi surco de nuevo sobre el blanco algodón.

Me sentí tan excitada que yo misma aparté el elástico de mis bragas para ofrecerle mi coñito peludo. Ante sus ojos me miró extasiado, como recreándose en la mirada de mi sexo, tan peludo como el suyo.

Luego sacó su lengua y directamente la clavó entre mis labios, lamiéndole la raja de abajo a arriba, sacando los jugos que llevaba en mi interior y bebiéndoselos con avidez.

Entonces me tumbé, me puse cómoda sobre la cama y él se echó entre mis muslos. No me quité las bragas pues no quería follar y así se lo advertí.

—¡Follar no! ¿Vale?

—¡Claro, lo que tú quieras! —dijo ante mis muslos abiertos.

Entonces aparté de nuevo mis bragas y él volvió a lamer mi raja con tanta pasión que disfruté largo rato de su nueva comida de coño. No sé el tiempo que pasó pero, cuando oímos las llaves de su puerta nos sobresaltamos y rápidamente nos vestimos.

Su madre había vuelto así que disimulamos y nos sentamos en la mesa de estudio por si entraba a saludar de nuevo. Aunque respetó nuestra intimidad y pasados unos minutos sin que ella volviera, maliciosamente volvía a acariciar su paquete.

Él aún no se había corrido así que le masturbé sentado en la silla de espaldas a la puerta, disimuladamente por si su madre entraba, preparados para tal evento él me entregó un pañuelo de tela y envolví su picha con él para no repetir el accidente del día anterior.

Su semen brotó de nuevo ante mí masturbación, yo a su lado ví lo colorado que estaba y me fijé en su cara de placer mientras lo hacía. Sentía palpitar de nuevo su picha en mi mano mientras se corría, con cada chorro de leche que de ella salía y de nuevo la sensación me gustó.

Su corrida fue tan abundante que empapó la tela en al que lo envolvía y sentí en mi mano su humedad, ¡la humedad de su semen! Aunque me pareció un poco asqueroso, como el día anterior, me dio mucho morbo.

Doblándolo me sequé con la tela limpia y terminé de limpiársela yo misma. Él me ayudó también y nuestra complicidad creció mientras nos sonreíamos. Entonces él me besó de nuevo en los labios.

—¡Besos no! —le dije como en un acto reflejo.

—¿No te gusto verdad? —me preguntó bajando la mirada.

—No es eso Santi, no sé lo que es, pero disfruto mucho contigo y no con los besos, ¿lo entiendes? —le dije mientras le acariciaba la nuca.

—Está bien Clara, por estar contigo haré lo que tú quieras.

Sus palabras me hicieron sentir poderosa de nuevo, aunque sentí que no terminó de gustarle mi actitud, pero qué importaba, le tenía comiéndome la raja y podía gozar con él de una relación tremendamente excitante y placentera para ambos, ¿qué más importaba?

En el momento de la despedida salimos del cuarto, ambos disimulamos cuando pasamos por el salón, donde la madre estaba viendo un programa de cotilleo en la tele, ella me saludó con su amabilidad y se despidió de mí.

En la puerta Santi estaba un poco apenado, se lo noté y le regalé un beso en la mejilla, esto le hizo sonreír así que le devolví otra sonrisa y le hice un guiño de complicidad.

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Este relato corresponde al cuarto capítulo de mi novela El Despertar…

Sinopsis:

Clara es una chica despierta, curiosa, ansiosa… ¡Sin límites!. Dispuesta a explorar un mundo que se le abre como el Sol a la mañana. Cierto día no le apetece ir a clase, de modo que finge estar enferma para quedarse en casa a holgazanear y así librarse del tedio del las clases.

Su cándido padre se traga la bola. Clara es su única hija, vive solo con ella y para ella, la mima y la cuida desde que su madre les abandonó, con el trauma que eso conlleva. De modo que se despide de ella con un beso y diciéndole que descanse y se recupere.

Esa mañana Clara se regocija entre las cálidas sábanas, tan calentita en una fría mañana se entrega a sus sueños húmedos, muy húmedos… Y así comienza su aventura, ¿la acompañarás en su viaje?