El Jefe De Mi Marido «los mismos que apenas un instante atrás estuvieron besando una verga rebosante de semen»

Llegué apenas unos minutos tarde, lo justo para que mi marido Carlos no sospechara nada. Lo encontré leyendo un libro, ya había preparado la cena. Nos saludamos como siempre, me dio un ligero beso en los labios. Mis labios, los mismos que apenas un instante atrás estuvieron besando una verga rebosante de semen. La del hombre más odiado por mi marido.

Carlos no sabía que yo era la amante de su jefe, Roberto. Se odiaban profundamente, se despreciaban. ¿Por qué entonces me dejo poseer por él, por qué le permito que me haga cosas que ningún hombre me hizo jamás? No es fácil responder. Yo amo a Carlos, y haría lo que sea por ayudarlo. Por eso esta historia comenzó cuando me enteré de que Roberto estaba a punto de despedirlo. Así fue que aparecí en su oficina un día que mi marido no estaba, a pedir clemencia. Y descubrí que Roberto es el ser más despreciable de la tierra, pero también el que cambió profundamente mi vida. Miré a Carlos, aún de pie y con mi abrigo en la mano.

Mi marido leía tranquilamente, ni se dio cuenta de que debajo de la falda no llevaba bragas. Se las había quedado Roberto como un trofeo. Mi sexo estaba libre, al aire, todavía húmedo y abierto, con las huellas frescas de la penetración dura, fuerte, persistente, que me había hecho la verga de mi amante. No me había lavado, porque así me lo había pedido, de modo que si Carlos hubiera prestado más atención habría sentido el fuerte aroma del abundante semen ajeno mezclado con el olor de mis jugos.

-¿Querés sentarte? -me preguntó.

-No, voy a cambiarme las ropas.

No hubiera podido sentarme. El ano me ardía de manera insoportable, porque le había permitido a Roberto que me tomara por detrás. Cuando me tenía en cuatro sobre la cama como a una perra, con todo mi cuerpo sudado, gimiendo de dolor, tirándome del cabello, me había dicho al oído: -¿Lo hacés así con tu marido? -No… nunca… -respondí entre jadeos.

-Mejor… esta cola es mía, sólo para mí… solamente yo te puedo romper el culo, ¿Sabés? Para el cornudo de tu marido… nada.

En silencio, yo lloré del dolor, de la humillación, del placer. Roberto me abrió las nalgas al máximo, la penetración fue más profunda, su pene era una barra de carne increíblemente dura hundiéndose en Tu marido sabe que estás acá? -fue lo primero que me preguntó.

-No, ni debe saberlo.

Yo le hablaba y él me miraba intensamente. Observaba mi rostro, y también el escote de mi blusa y mis piernas. En sus ojos había un brillo cuyo significado comprendí inmediatamente. Yo le hablé de Carlos, de cuánto necesitaba el trabajo, de cuánto se esforzaba para cumplir todas las tareas.

-Mi marido está dispuesto a hacer lo que sea para que usted no lo despida.

-¿Y vos, su esposa, estás dispuesta a hacer lo que sea? Dijo eso, y apoyó una de sus manos en su paquete. Podría haberlo abofeteado y salir corriendo, pero yo era una mujer desesperada. Desde el momento que decidí ir a verlo me preparé para cualquier cosa. Me deslicé del sillón y quedé de rodillas entre sus piernas. Mirándolo a los ojos le desabroché el pantalón, metí la mano dentro y encontré su verga gorda, grande. Roberto sonrió. Se la saqué afuera, la miré unos segundos, me incliné y la tragué toda.

Yo no he estado con muchos hombres. Tuve un par de novios, luego conocí a Carlos, nos casamos, y le he sido fiel. Y en el sexo, siempre hice cosas tradicionales. De modo que la de Roberto era la tercera verga que mamaba en mi vida, y por lejos la más grande.

¿Por qué hice eso, por qué tuve ese gesto inesperado que me sorprendió hasta a mí misma? Ya dije que estaba desesperada, pero además soy una mujer fácilmente influenciable, y me sentí intimidada por la personalidad de Roberto. Descubrí que me hubiera sido imposible decirle que no. ¿Me sentía atraída por él? Quizá, pero más bien me sentía domina

da por él. Me tomó del cabello y la nuca para marcarme el ritmo, arriba, abajo, arriba, abajo. Roberto gemía y musitaba cosas con voz entrecortada.

-Así… así… mmm… qué boquita preciosa…

Jamás había estado en una situación así. A veces le hacía mamadas a Carlos, pero sólo un ratito, hasta que se le ponía dura. Nunca me la tragaba entera, sólo le chupaba la cabeza. Pero Roberto hacía que todo su tronco mojado se me deslizara hasta la garganta, provocándome arcadas. Y lo que menos hubiera esperado es que explotara en mi boca. Cuando sentí su leche saliendo a chorros intenté retirarme, pero me agarró más fuerte de la cabeza.

-¿Adónde vas? Tomátela toda mi amor, sentí qué rica está…

Así fue como, por primera vez, bebí semen. Su sabor me pareció imposible de definir o comparar, y aunque traté de tragarlo rápido, sentí que se me quedaba pegado en la garganta.

-Mmmm qué bien la chupás… vos en la cama debés ser un infierno -me dijo Roberto.

Limpié mis labios carnosos con un pañuelo de papel y bebí un sorbo de agua. El me acarició las piernas. Cuando sentí su mano subiendo debajo de mi falda lo detuve.

-Tenés unas piernas espectaculares, deberías lucirlas con faldas más cortas.

Recogí mi abrigo y fui hasta la puerta. Giré y volví a mirarlo a los ojos.

-Carlos seguirá trabajando aquí, ¿verdad? -Por ahora sí -contestó Roberto con una sonrisa maliciosa.

Iba a salir cuando me tomó por el brazo.

-Déjame hacerte una pregunta Silvia. ¿Te mojaste? Puso su mano en mi entrepierna por encima de la falda. Sin responder, me fui.

Caminé hasta mi casa, me parecía que todo el mundo me miraba. Compré varios caramelos de menta, pero era inútil, aún sentía el sabor del semen en mi boca. Y lo peor de todo Pasó a buscarme por allí en su auto y me llevó a un hotel. Me hizo de todo, cosas que jamás hice con nadie, frente a los espejos de la habitación para que yo no perdiera detalle. Pude observar su verga penetrando en mi boca, entre mis pechos, en mi vagina, en mi ano. Me lo hizo en todas las posiciones, sobre la cama, sobre el piso alfombrado, de pie, en el baño. Tres veces me dio su semen. Quedé agotada, dolorida. Y, algo que me cuesta admitir, tuve una increíble cantidad de orgasmos. Intensos, profundos, que me hicieron gritar como nunca antes lo había hecho al tiempo que me retorcía, clavada por su verga. Roberto fumaba un cigarrillo, yo estaba desnuda a su lado, hecha un ovillo, me sentía bien y mal al mismo tiempo. Bien por todo lo que había gozado, mal porque pensaba que en ese mismo momento mi marido estaba entre papeles, haciendo su trabajo, ignorando todo, creyendo que su mujer acompañaba a su madre enferma.

Roberto tenía una particularidad: me halagaba como nadie. Carlos ya había dejado de hacerlo, muy de vez en cuando me decía que estaba linda o cosas así. No era muy demostrativo, pero su jefe era todo lo contrario.

-Sos hermosa, tenés una cara de muñeca y un cuerpo precioso. No entiendo qué hacés con ese imbécil de tu marido. Yo me sonrojaba al escucharlo.

-Tus tetas son un sueño, tienen pezones hermosos. Y tus piernas, tu culo… y la concha que tenés es perfecta. Además resultó como yo pensaba, en la cama sos un infierno.

Roberto se estaba entusiasmando otra vez, pero yo ya no quería más.

-Es tarde, tenemos que irnos.

-Sí, es una lástima.

-Voy a bañarme.

-No, no, no, nada de bañarte, llévate la lechita en el cuerpo, te hace bien a la piel.

-Pero, tengo que volver a mi casa.

-Tu marido ni se va a dar cuenta, vas a ver -dijo riendo con maldad.

Cuando me estaba vistiendo tomó mis bragas y se las guardó en el bolsillo.

-Me las quedo como recuerdo.

En el camino de regreso no hablamos, y cuando bajé del auto quiso besarme, pero no se lo permití. Llegué a casa, encontré a Carlos leyendo un libro con la cena lista.

-¿Querés sentarte? -No, voy a cambiarme de ropas.

-¿Cómo está tu madre? -Bien, tenía ganas de verme, por eso me pidió que fuera.

Me alejé hacia el dormitorio.

-Silvia.

-¿Qué? -¿Esa pollera es nueva? -Ah, sí, la compré el otro día. ¿Por qué?

-Nada, es linda. Es más corta que las que usás habitualmente.

Traté de que mi voz no temblara al responder.

-Sí, un poco más corta. Carlos, voy a bañarme.

-OK, te espero para cenar.

Bajo la ducha noté mis pezones enrojecidos por los chupones y mordidas de Roberto. Los acaricié suavemente, estaban muy sensibles y no pude evitar excitarme. Froté el resto de mi cuerpo con lentitud, regalándome un masaje sensual. Me toqué con cautela el ano, estaba cerrado otra vez, me parecía mentira que se hubiera abierto tanto como para soportar todo el miembro del jefe de mi marido. Luego me vi desnuda al espejo. Roberto tenía razón, a mis casi 30 años mi cuerpo era bonito, proporcionado. Soy alta, de largo cabello castaño claro, mis pechos son grandes, tengo buena cintura, el trasero levantado y las piernas firmes y torneadas. Suspiré y me vestí para la cena. Casi no podía concentrarme en la charla con Carlos. A cada momento me venían a la mente imágenes de la tarde que había pasado con Roberto. Veía en ráfagas su cuerpo desnudo, velludo, con una erección inmensa, o me veía a mí misma en los espejos, rodeando su cintura c sensación de estar otra vez desnuda bajo su cuerpo, clavada por su verga, me pareció escucharlo cuando me decía “qué lindo es cogerse a la mujercita de ese imbécil de Carlos”.

-Es la peor persona que he conocido.

-Basta Carlos, no pienses más en eso -le dije, pero para obligarme también a mí misma a quitar los pensamientos que me rondaban la cabeza.

Fuimos a la cama y por suerte Carlos se durmió enseguida. No tenía deseos de hacer el amor con él.

Tres días después llamaron a la puerta de casa. Carlos recién se había ido al trabajo, pensé que había regresado porque se había olvidado algo. Yo aún estaba desayunando, y atendí en camisón. Casi me caigo del susto cuando encontré a Roberto parado, sonriente, con un ramo de flores en la mano.

-¿Qué hacés acá? -Vine a visitarte.

-Estás completamente loco, Carlos puede volver en cualquier momento.

Roberto sonrió.

-No te preocupes, en la oficina lo espera mucho trabajo. No podés quejarte, ahora trabajo le sobra.

-¿Qué querés? -Nada, quería ver cómo sos a esta hora. Dicen que para conocer a una mujer hay que verla recién levantada. Y confirmé mis sospechas: sos hermosa a cualquier hora del día.

El corazón me latía a mil palpitaciones por minuto. Roberto recorrió un poco la casa, pero sobre todo me miraba de pies a cabeza.

-¿Siempre usás ese camisón? -Tengo otros -respondí con timidez, sin alzar la vista. Su presencia me perturbaba fuertemente.

-¿Y siempre sin sostén? -preguntó apretándome los pechos.

-Déjame Roberto.

-Yo te pediría que uses siempre camisones transparentes. Con tu cuerpo, te quedarían perfectos. El que llevás puesto ahora no está mal, deja ver la sombra de tus hermosos pezones.

Me tomó por la cintura y me dio un largo beso, metiéndome la lengua en la boca. Yo apenas me resistí.

-Quiero conocer tu dormitorio -me susurró al oído.

-No, tenés que irte, no podés estar acá.

Pero lejos de hacerme caso me tomó de la mano y comenzó a recorrer la casa.

-¿Dónde es, por acá, o por acá? No tardó en encontrarlo, y se sentó en la cama matrimonial.

-Así que acá es donde ese idiota te tiene todas las noches.

-Basta Roberto, tenés que irte.

-¿Anoche hicieron el amor? ¿Hoy a la mañana quizá? -No te interesa.

-Estoy seguro que ni anoche, ni hoy. Lo percibo en tu mirada. Tus ojos son los de una mujer insatisfecha.

-Basta, andáte.

Yo seguía de pie, cruzada de brazos, como protegiendo mis pechos, y él sentado sonriendo, dominando la situación.

-Contéstame una sola cosa y me voy. ¿Te coge bien? Acá, en esta cama, ¿te hace gozar como te merecés? ¿Gritás como gritaste conmigo, llegás a sentir tanto placer en tu cuerpo que te parece que vas a explotar, que no vas a poder resistirlo? -Basta Roberto.

-Contestáme sólo eso, con la verdad, y me voy.

-Carlos es mi marido, lo amo.

-Eso está muy bien, pero te pregunté otra cosa.

Roberto comenzó a acariciarme las piernas. Su mano subía lentamente, y yo no hacía nada para detenerla.

-Es muy bueno conmigo, me ama.

-Perfecto. ¿Y qué hay de lo que te pregunté? Su mano ya estaba en mis bragas, me las bajó lentamente.

-Somos felices juntos -dije, con mi cuerpo temblando.

-Me gusta saber eso.

Subí suavemente un pie y el otro para que me quitara las bragas. Luego su mano volvió a subir por mis piernas, llegó hasta completamente mojada. Luego me soltó, y yo seguí repitiendo el movimiento sola. Me estaba masturbando en su presencia, mientras él me lamía el clítoris. Poco a poco me fue metiendo un dedo en el culo, hasta que no aguanté más y tuve un orgasmo en su boca. El primero que lograba así en mi vida.

Caí sobre la cama como si tuviera convulsiones, jadeando. Roberto se desnudó lentamente y luego me subió el camisón hasta el cuello. Me abrió las piernas y se ubicó sobre mí.

-No, acá no, -imploré.

-Sí, justo acá quiero poseerte.

Todo su tronco se deslizó hasta el fondo de mi sexo mojado y abierto. Yo decidí no cooperar, así que me quedé con las piernas abiertas, pero recostadas a los lados, sin moverme. Pero no resistí mucho. Roberto se deslizaba adelante y atrás, penetrándome muy suavemente, con lentitud y profundidad, y luego comenzó a moverse en círculos. Su pene era un palo que revolvía en el caldero de mi vagina. Su pelvis rozaba mi clítoris y me volvía loca de placer. Al mismo tiempo me amasaba las tetas, chupaba mis pezones, los mordía, estiraba y lamía. Yo me mordí los nudillos de una mano. Cuando no aguanté más alcé las piernas. Lancé un “ahhh” porque en esa posición la penetración era más profunda y el roce sobre mi clítoris más intenso. Roberto seguía moviéndose con suavidad, yo rodeé su cintura con mis piernas, su boca encontró la mía y nos besamos. En esa posición me penetró largo rato y ni siquiera dejó de besarme cuando tuve un orgasmo y quise liberarlo con un grito. No pude, su boca dominaba la mía.

-Sos exquisita, la mejor mujer que he conocido. Sólo hay que saber encender la pasión que llevás adentro.

Yo sentía esa mezcla de culpa y placer que me atormentaba. No quería, pero quería escucharlo hablar.

-Conmigo te sentís más mujer, ¿no es cierto? Y sentís que estás con un macho de verdad. Recién ahora estás descubriendo que el sexo no es esa tontería que hacés con tu marido.

Me la sacó lentamente y me susurró: -Date vuelta.

Roberto era el dueño de mi voluntad. Giré en la cama hasta quedar boca abajo.

-Levantá el culo, quebrá la espalda, eso es.

Yo obedecía, sumisa, a todo lo que me pedía.

-Abríte las nalgas.

Clavé mis uñas en mis nalgas y las abrí, mi agujerito más íntimo y prohibido se ofreció para él como una flor secreta.

-Mmmm hermosa, la vista es hermosa.

Se inclinó y me metió la lengua en el ano. Yo gemí, estremecida como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado el cuerpo. Me chupó un rato, dilatándome. Yo no quería ni mirarlo, pero sabía que estaba detrás de mí preparando su formidable herramienta para penetrarme. Con un dedo me tocó los bordes del ano, luego lo metió.

-¿Se lo entregaste a tu marido? ¿Te la metió por aquí? Hice que no con la cabeza.

-Así me gusta, fuiste obediente. Ya te dije que tu culito es sólo para mí, solamente mi verga lo conoce.

Retiró el dedo y me depositó bastante saliva en el huequito.

-¿Estás lista para recibirme? No respondí. Sentí que me frotaba la cabeza de su verga. Siguió hablándome con suavidad.

-¿La querés, no es verdad? Vamos, conmigo no tenés que fingir. Yo sé que querés sentirla otra vez en el culo, ¿o no?Mi cuerpo estaba cubierto de sudor, yo gemía, creí que iba a tener otro orgasmo, un placer nuevo, desconocido, intenso. Yo grité, pero ahora de puro gozo, grité como una loca, me escuché pidiendo “más, más, más”.

-Sí, te doy más, te gusta tenerla en el culo ¿eh? ¿La sentís bien? ¿La sentís toda? -Ahhggg, sí, sí, sí.

Era imposible no sentir ese tronco duro clavado en mis entrañas.

Roberto me tomó por la

cintura, por los hombros, por las tetas. Me dio palmetazos en las nalgas, me tiró del cabello, me obligó a mirarlo a los ojos, me pasó la lengua por la cara, me besó. Yo deliraba.

-Tenés un culo perfecto, sólo yo te lo rompo, es mío, sólo mío.

Sus embestidas eran fuertes, profundas, sentía su vientre rebotar contra mis nalgas. En medio de uno de mis orgasmos más intensos, Roberto se vació dentro de mí, llenándome de semen. Después se puso a fumar un cigarrillo tranquilamente. Yo estaba estremecida, mi piel vibraba, me parecía sentir su esperma moviéndose en mis intestinos, deslizarse, y salir suavemente por el hueco abierto de mi ano. Roberto se incorporó a medias, apoyado sobre uno de sus brazos. Observó mi cuerpo desnudo, lo recorrió con sus dedos, jugó con mis pezones erectos. Me parecía increíble estar en mi cama matrimonial desnuda junto a otro hombre.

-Sos hermosa, no me canso de mirarte, de tocarte, de cogerte. Me gusta cuando ronroneas como una gata, como ahora, y cuando gritás salvajemente en el momento en que acabás.

-Me da un poco de vergüenza, -¿Por qué? -No sé, yo, nunca había gritado así.

-Lo sé. No te tiene que dar vergüenza. Conmigo gozás como una mujer de verdad, eso es lo que pasa, y no estabas acostumbrada a eso.

En eso sonó su teléfono celular. Tuvo una conversación corta, en la que escuchó más de lo que habló. Dijo “está bien, voy para allá” secamente, y cortó.

-¿Pasó algo? -pregunté.

-Era tu marido.

Me asusté, como si Carlos pudiera vernos y supiera todo. Roberto rió al ver mi cara.

-Es un inútil, tiene un problema que no sabe resolver y tengo que ir a la oficina. Estuve a punto de decirle dónde estaba.

-No por favor, ¿cómo se te ocurre algo así? -dije escandalizada.

-Jajaja, sos muy ingenua, eso me gusta de vos. No te preocupes, no voy a decirle nada. Aunque pensándolo bien, ¿cómo te parece que reaccionaría si supiera lo nuestro? -Nos mataría a los dos -respondí sin dudar.

-No lo creo. Al contrario, no haría nada. Es un idiota. Me estoy cogiendo a su mujercita casi en sus narices y no sospecha nada.

-Bueno andáte, te está esperando.

-No hay apuro, tengo un poco de tiempo.

Roberto tomó mi mano y la guió hacia su verga. Bastó que se la sobara un poco y ya se puso dura otra vez. Estaba pegajosa, con una mezcla de sus jugos y los míos.

-¿Te gusta? -me preguntó.

Yo tenía la vista fija en su miembro, hice que sí con la cabeza.

-¿Te parece que está bien su tamaño? -Es grande -dije yo.

-Haceme una mamada Silvia.

Nunca antes había tenido en la boca una verga sucia. Dudé un poco, él me empujó suavemente la nuca, me incliné hacia delante y la tragué toda mientras Roberto me metía dos dedos en el culo. Se la chupé hasta que me dio toda su savia en la boca. Pasaron algunos meses. Cada semana nos veíamos por lo menos dos veces, siempre en hoteles. Pero una tarde volvió a presentarse en mi casa. Fue la vez en que todo cambió.

Estábamos en el sillón de la sala, besándonos.

Carlos estaba con la boca abierta.

-Silvia, vos, qué humillación, -musitó.

-Tenés que estarle agradecido a ella, que hizo el sacrificio por vos. No tenés nada para reprocharle.

Secretamente admiré a Roberto por la forma que manejaba la situación. Y también me di cuenta de que Carlos estaba absolutamente intimidado. El dominio que su jefe ejercía sobre mí también lo ejercía sobre mi marido.

-Bueno, supongo que esta historia termina acá. Yo me voy. Vos Carlos, mañana podés pasar a buscar tus cosas por la oficina.

-¿Buscar mis cosas? -balbuceó mi marido.

-Sí. Supongo que vas a renunciar, y si no tendré que despedirte.

-¿Renunciar, despedirme? Pero, ¿por qué?Roberto esbozó esa sonrisa malvada que tan bien le conozco y volvió a sentarse en el sillón junto a mí.

-¿Querés seguir trabajando para mí? -Roberto, sabés que necesito el trabajo, que no puedo ir a buscar a otro lado porque no lo voy a conseguir, -Bueno, en ese caso podemos llegar a un acuerdo.

Roberto dijo eso y me abrió otra vez la blusa. Mis pechos quedaron al aire nuevamente. Yo me sorprendí sin saber qué hacer.

-Vos podés seguir trabajando para mí, pero con ciertas condiciones. Después de esa frase, me chupó un pezón. Yo me estremecí involuntariamente. Carlos miraba la escena de pie, con los ojos desmesuradamente abiertos. Creí que iba a reaccionar, pero no hizo nada.

-Tenés una mujer hermosa, y está muy rica. Me dolería mucho tener que dejar de verla.

Me chupó otra vez el pezón, con más fuerza, y me metió un dedo en la concha. Como por acto reflejo, abrí mis piernas.

-Tu mujer es una delicia, un bocado digno de un rey.

Yo tampoco pude reaccionar, los dos estábamos dominados por Roberto, no nos atrevíamos a contradecirlo.

-Silvia, vos, vos, -dijo Carlos, sin poder articular una frase.

-Yo te amo Carlos -susurré entre gemidos, sintiendo que me encaminaba hacia un orgasmo por efecto de los hábiles dedos de Roberto.

-Yo también mi amor, -dijo con lágrimas en los ojos.

-Creo que todos estamos de acuerdo -interrumpió Roberto- y todos quedamos conformes con este arreglo.

Carlos y yo nos miramos largamente. Roberto se puso de pie y me hizo incorporar también a mí, tomándome de la mano.

-Con permiso, nosotros nos vamos a la habitación. Vos Carlos podés acompañarnos, pero sólo a mirar.

Dicho eso me llevó hasta el dormitorio y nos acostamos en la cama matrimonial.

-Sos muy cruel -le dije a Roberto cuando lo tuve encima mío.

-Es tu marido el que no sabe defender lo que tiene, por eso lo pierde. O, por lo menos, tiene que compartirlo.

Me penetró con más intensidad que otras veces. Yo grité más que nunca, mis orgasmos eran múltiples, uno detrás del otro. Carlos estaba parado bajo el marco de la puerta, observando todo con ojos asombrados, viendo como su odiado jefe se cogía a su mujer y viendo a su mujer, o sea a mí, gozar como una poseída. Cuando Roberto me dio vuelta y me la metió por el culo, Carlos tuvo que apoyarse en la pared para no caerse. Se lo veía apabullado, incrédulo de lo que estaba viendo y escuchando, con la boca seca y la mirada fija en nuestros cuerpos. Estaba pálido, era la imagen de la desolación.

Roberto se cansó de penetrarme por todos mis agujeros y llenó mi cuerpo de semen. Luego fue a servirse una copa. Carlos aprovechó que nos quedamos solos en la habitación, vino a mi lado y me abrazó.

-¿Cómo estás? Mi respiración era entrecortada, nos observa masturbándose y espera obediente su turno. Dice que prefiere vernos antes que escuchar mis gritos desde otra habitación, y lo cierto es que verme sometida por Roberto le provoca terribles erecciones. Con Carlos nos amamos más que nunca. Con él hago el amor, y tiene prohibido hacerme anal. Con Roberto tengo sexo salvaje, desenfrenado, y cogerme por el culo sigue siendo lo que más le gusta. Después de estar con él quedo temblando, agotada, dolorida. Entonces viene Carlos, me contiene entre sus brazos, me acaricia con ternura y me penetra suavemente.

Vamos juntos a todas partes. Es muy curiosa la reacción de los demás. Por ejemplo en los restaurantes, no saben distinguir cuál es mi marido. Y cuando vamos de vacaciones pedimos una habitación para los tres, la cara del conserje es increíble y antes me daba vergüenza, pero ahora me causa gracia. Roberto nunca permitió que yo compartiera la cama con los dos a la vez. Carlos y yo aceptamos la situación. La situación de mi marido en la empresa mejoró, tiene buen sueldo y ya no hay peligro de despido. Ahora estoy embarazada y no sé cuál de mis dos hombres es el padre.

Me interesa conocer opiniones sobre mi historia.