El día que me toco depilar a un hetero

-Mañana empiezo las prácticas en la clínica de depilación. ¿Alguno se ofrece como voluntario? -preguntó un entusiasmado Marcos.

Marcos era un chaval de veinticinco años. Aquella era su primera oportunidad de trabajo, y si superaba con éxito el período de prueba sería contratado. Su madre había conseguido que la dueña de la clínica de depilación le hiciese el favor de darle una semana de margen a su hijo para que viese cómo se desenvolvía.

Marcos siempre había tenido muchas aspiraciones. Quiso ser famoso hasta que cumplió diez años, tras ello, quiso ser veterinario. Luego quiso ser profesor, para más tarde cambiar su vocación de docente por una nueva, la de enfermero de la mente, y se matriculó en psicología. El problema era que él mismo no entendía su propio cerebro, que le decía una y otra vez que quería abarcar demasiado para el poco esfuerzo que estaba comprometido a ejercer. Marcos no era estudioso, no era trabajador y no era responsable, y eso, en gran parte, era culpa de su familia y sus amigos. Sus padres nunca le habían negado nada por ser hijo único. Dinero, ropa, coche, fiestas, viajes… Si quería algo, sabía exactamente cómo suplicar a sus progenitores para conseguir el dinero necesario. Sus amigos, por otro lado, disfrutaban de su compañía porque era un chico agradable y divertido, y era muy buen amigo, pero nunca encontraron la manera de hacer que bajase de las nubes y asentase la cabeza sobre los hombres y los pies en el suelo.

Cuando Marcos preguntó aquello, “¿alguno se ofrece como voluntario?”, sus tres amigos se miraron entre ellos y un silencio sepulcral invadió la terraza en la que estaban sentados tomándose unas cañas bajo los primeros rayos de sol de la primavera. Marcos había tenido pruebas para distintas posiciones de trabajo a lo largo de su vida, pero siempre se habían quedado en intentos, y nunca había conseguido ningún puesto. Él aseguraba que era porque aquellos que iban a ser sus jefes no comprendían su máximo potencial, pero las distintas quejas, demandas e incluso lesiones que sus compañeros habían sufrido por su gran torpeza revelaban el verdadero motivo. Aquel chaval era simplemente un patoso, y sus amigos lo sabían. No había salido de ninguna prueba de trabajo sin haber roto mobiliario o huesos, o incluso provocado graves quemaduras con bebidas calientes. Sus amigos tenían algo claro y era que, si querían sobrevivir hasta una edad avanzada, jamás debían someterse a la búsqueda de voluntarios de Marcos.

-Joder, que silencio -su entusiasmo disminuyó-. Pues después no pidáis favores.

-¿Pero qué favores te pedimos nosotros a ti, flipado? -dijo riéndose Said, el único que no tenía una cerveza en la mano.

-Cuando empezaste a trabajar en la ambulancia, ¿quién fue el primero en ir a verte? -preguntó Marcos, ofendido.

-Fui yo a recogerte, después de que Alba me dijese que te habías bebido hasta los charcos de la calle. Te tuve que meter un chute de vitamina B12 para que no te diese nada malo -aseguró su amigo.

-¿Y tú? -dijo señalando a Alba- Cuando te contrataron en la peluquería, ¿quién fue tu primer cliente?

-Fuiste tú, pero porque te obligué a pagar. Después del corte de pelo te levantaste sin que me diese cuenta y te fuiste de allí sin ni siquiera despedirte -su amiga puso los ojos en blanco-. Que vaya Paulo.

-Yo soy gitano -dijo Paulo-. Nosotros nos depilamos con una cuchilla, de toda la vida del señor.

-Y los moros ni nos depilamos -dijo Said.

-Vamos, que sois unos amigos de mierda…

-Tío, si yo iría como voluntario -intervino Said-, pero es que vas a empezar a practicar con cera. Con cera. ¿Eres consciente? Le quemaste la cara a un cliente en la cafetería porque le tiraste un té hirviendo por encima…

-¡Coño¡ ¡Que fue un accidente! -dijo, acalorándose de nuevo y alzando la voz- Siempre me vais a recordar al calvo de la cara quemada.

-Es que, hijo, no sé si prefiero que me quemes la cara con un té antes que la polla con la cera -dijo Paulo, y todos se rieron.

Marcos se cruzó de brazos y guardó silencio. Sabía cuál era su poder de convicción, y antes de que se acabase la jornada estaba seguro de que alguno de los tres cedería. Quería a Said o a Paulo, pues daba mejor imagen conseguir depilar a un tío y que dejase una buena valoración sobre tus servicios que a una tía, que ya estaban acostumbradas a todos los métodos de depilación existidos y por existir.

Said tenía 25 años como él. Era de árabe, de padre saharaui y madre argelina. Tenía unas facciones árabes que lo hacían tanto intimidante como atractivo, y que a la vez le aportaban un toque infantil en el rostro que hacía que a veces le echasen más edad de la que tenía. Iba alternando estilos, y se quitaba o se dejaba la barba según le apeteciese. Tener barba siempre hacía que Marcos le soltase un par de bromas sobre bombas y terrorismo, pero Said las encajaba bien porque siempre se metía con la sexualidad de Marcos en tono jocoso. Marcos era abiertamente gay, y aunque la religión de Said aseguraba que era pecado, él siempre había estado muy cómodo alrededor del que consideraba su mejor amigo. El moro medía 185cm, tenía una espalda que según el padre de Marcos era para “cargar piedras”, y unas piernas tan largas y musculosas que de una sola patada podía noquearte. Practicaba fútbol e iba asiduamente al gimnasio, y, aunque la mayoría de los futbolistas lo hacían, él no se depilaba. Su novia, árabe también, creía que un hombre era más sexy cuanto más pelo tenía, y a él le gustaba complacerla en todos los aspectos posibles. Dicho esto, sí que se recortaba el pelo en zonas como los sobacos o el pubis para una mayor comodidad e higiene.

Por otro lado, estaba Paulo. Paulo era, según él, más gitano que los gitanos de verdad. Paulo era mitad gitano, mitad latino. Su padre era brasileño y su madre gitana sevillana, pero a él siempre le tiró más la cultura y la sangre de la mujer que lo parió. Paulo era muy atractivo también, y Marcos se tenía estudiado aquel cuerpo de memoria. 177cm de altura, 75kg de puro músculo obtenido gracias a trabajar de reponedor en invierno y jornalero en verano, y un tono de piel que cualquiera envidiaría.

Marcos miró a Alba y le guiñó un ojo y esta, con una sonrisa, volvió a poner los ojos en blanco.

-Yo creo que el candidato perfecto sería Said -dijo Marcos, interrumpiendo el silencio que se había creado en aquella agradable tarde de abril-. Nunca le han hecho la cera, y quedaría genial delante de mi jefa si lo hago bien.

-Tú lo has dicho, si lo haces bien -intervino Paulo-, cosa de la que no te vemos capaz.

-¿Qué pasa? ¿Te has puesto celoso porque no te he mencionado a ti primero? -dijo Marcos, y Alba rio, conocedora de su estrategia.

Marcos y Alba siempre utilizaban la misma técnica. Aunque sus amigos eran muy modernos a pesar de sus creencias, seguían teniendo actitudes que serían muy difíciles erradicar, como creer que Alba y Marcos necesitaban de ellos por ser una mujer y un gay, respectivamente. Said y Paulo consideraban que, dentro del grupo, su función era proteger a los otros dos y actuar como pareja, hermanos o padres a la hora de cualquier petición. Marcos, conocedor de esto, sabía usar aquel detalle a su antojo como sólo años de manipulación le habían servido. Siempre presentaba la imagen de que estaba en apuros, haciendo que ambos amigos heteros y machos compitiesen por ser el que lo ayudase, y ahora volvía a estar haciendo eso.

-A ver, en esta situación yo creo que sería mejor cliente -afirmó Said.

-¿Qué te hace pensar eso? -preguntó Paulo, sorprendido ante la determinación de su amigo.

-Tío, te saco dos cabezas, tengo más pelo y soy más imponente. Si le digo a la jefa que el Marcos me he hecho un trabajado con la cera seguro que le dan el trabajo.

-Yo podría hacer lo mismo -Paulo levantó una ceja-. Llego allí, hago el papel de garrulo machito y seguro que la jefa flipa con que el Marcos haya contentado a un heterito -se rio.

-Si venga. Lo mío sorprendería más. Soy moro.

-Tío, que eres moro, no un billete de 500. Hay miles como tú en el país.

Marcos y Alba rieron.

-Supongo que tendré que ir yo -dijo esta-, ya que nadie quiere hacerte el favor y perderás el trabajo…

-¡No, no! -dijeron Said y Paulo al unísono.

El plan había funcionado. Ahora ambos querían quedar como protectores, como el verdadero jefe de su pequeña manada de cuatro, y querían ser los voluntarios de Marcos.

-Tengo una idea -dijo Marcos-. Os puedo depilar a los dos, uno por la mañana y otro por la tarde, y así mi jefa queda más sorprendida.

Ambos heteros cruzaron los brazos y se miraron de reojo, para asentir después. Estaba decidido, Marcos ya tenía a sus voluntarios, y menudos dos especímenes de hombres a los que iba a depilar.

El día llegó. Era por fin sábado. Los sábados eran los días más tranquilos en la clínica, por eso la jefa había decidido que Marcos podía comenzar sus prácticas el fin de semana. La muchacha, solo cinco años mayor que Marcos, le había enseñado todo lo que sabía sobre los distintos tipos de depilación, y hoy quería poner a prueba la destreza del chico gay con la cera. Ella no iba a estar presente, pues ya le estaba preparando para trabajar de cara al público, cuando normalmente solo hay un único depilador con la persona depilada. Marcos estaba entusiasmado, y casi no sentía nervios ya que sabía qué dos personas eran las que iban a disfrutar del privilegio de ser las primeras depiladas por él.

El primero era Said, que había llegado a la clínica a las once de la mañana. Por cuestiones de horario, Said prefería la mañana y Paulo la tarde, así que en ese aspecto no tuvieron que realizar ningún tira y afloja de egos para ver quién visitaba primero a su amigo. El chico árabe había llegado vestido con una camiseta de deporte negra, ceñida a sus definidos brazos y pectorales, y un pantalón de chándal también negro, tan impoluto que parecía que había sido sacado de la tienda cinco minutos antes. Said siempre prestaba mucha atención a su aspecto, y ya llevase chándal, traje o un atuendo casual, siempre iba perfecto de pies a cabeza, sin ninguna arruga ni ningún desperfecto a la vista. Era una de las pocas manías que se permitía tener. Una barba y un peinado arreglados, ropa impoluta y un buen perfume. La jefa de Marcos ojeó a su amigo nada más entrar, y este que era fiel a su novia, pero no se privaba del sentimiento de ser deseado por otras, le enseñó los dientes al entrar en una sonrisa pícara.

-Buenos días -dijo al entrar, acercándose a su amigo y dándole un intenso abrazo.

-Marcos, te quedas solo que voy a comprarme el desayuno al bar de la esquina -dijo la mujer, cogiendo su copia de las llaves-. Como me quemes, rompas o pierdas algo, lo pagas tú y te despides del trabajo -dijo levantando las cejas mientras salía por la puerta.

-¿Hasta tu jefa conoce tu fama? -se rio Said.

-Esto en vez de una ciudad parece un pueblo -Marcos puso los ojos en blanco y olvidó el comentario de su jefa-. ¿Te parece que empecemos?

Said siguió a Marcos hacia una habitación de tamaño medio, que estaba decorada con un biombo, una camilla en mitad de la habitación y un par de estanterías, sillas y una mesa en las diferentes esquinas. Marcos tomó una toalla y se la tendió a Said.

-Te voy a hacer un completo -dijo el futuro depilador.

-No es la primera vez que me ofrecen eso, pero nunca ha sido gratis -dijo el árabe, riéndose-. ¿Tengo que quedarme en pelotas?

-Hombre, a no ser que quieras que te depile los calzoncillos en vez de los huevos, tú me dirás…

Said se sorprendió al ver a su amigo Marcos. Parecía profesional, o al menos tanto como Marcos era capaz de parecer. Iba de un lado a otro, sacando distintos paquetes y utensilios, preparando las cosas, abriendo bien el biombo para que Said se metiese tras él y se quedase solo con la toalla. Los nervios que trajo a la clínica consigo se iban esfumando al ver lo muy en serio que su amigo se estaba tomando aquello.

-Estoy un poco nervioso -dijo mientras se desnudaba.

-Tío, que no te voy a hacer ninguna herida ni nada -dijo Marcos, con un tono de molestia en su voz.

-Que no es eso, cojones. Es que nunca me he hecho la cera ni me he depilado al completo.

-Pues siempre hay una primera vez para todo -decía el gay mientras preparaba la máquina en la que derretiría la cera.

Said terminó de desnudarse, se ató la toalla alrededor de la cintura y salió de detrás del biombo. Puso sus manos en cada lado de su cintura y miró a Marcos, posando.

-¿Qué tal? ¿Mejor que cuando te la cascas pensando en mí? -se rio y se acercó a Marcos.

-Mucho mejor -contestó este.

Marcos nunca había sido tímido al reconocer lo mucho que le ponían Paulo y Said, y estos, acostumbrados a ser deseados allá donde iban, no se molestaban. Al revés, disfrutaban sabiendo que Marcos babeaba por ellos, aunque ningún tuviese jamás la intención de jugar en el otro equipo. Ambos eran heteros, y así iban a permanecer, o al menos eso pensaban.

-Vale, túmbate -dijo Marcos, y Said obedeció.

El chico se tumbó sobre la camilla, que tenía una pequeña sábana que la cubría para que todo fuese más higiénico y cualquier resto de sudor, lágrimas o cera no empapase la tela de los almohadones. Instintivamente, levantó los brazos, dejando sus peludas axilas al descubierto y apoyando las manos tras su nuca.

-Qué fácil me lo pones -sonrió Marcos, que ya estaba mezclando las bolitas de cera para que se derritiesen.

-¿Va a quemar mucho? -dijo la escueta voz de Said, que vibraba por el nerviosismo.

-No -afirmó su amigo-. Te voy a poner cera azul, que quema menos, da menos tirones e hidrata más la piel.

-Vale, me fio de ti -se tranquilizó-. Me recorté los pelos hace una semana, espero que no sea malo.

-Que va. ¿Cómo vas en la polla? -preguntó sin rodeos.

-Hombre, Sheila dice que se usarla muy bien -ambos rieron, y Marcos esparció una primera capa de cera caliente sobre la axila derecha de Said.

-Creía que follartela antes del matrimonio era pecado…

-Y yo no he dicho que tenga intención de ir al paraíso. Cuando me muera será con los huevos vacíos -ambos rieron otra vez, y Marcos pegó un tirón seguro y seco de la cera ya endurecida, que hizo que los pelos de Said abandonasen la piel- ¡Joder!

-Coño, no ha sido para tanto… -aseguró Marcos, sonriente.

-No, pero no me esperaba ese tirón…

-Vamos, ahora el otro…

Pasaron los minutos, y Marcos fue depilando parte por parte el cuerpo atlético de su moreno amigo. Primero el otro sobaco, luego el pecho, el estómago, pasó a las piernas y, por último, llegó el gran momento. Iba a hacerle la cera en el pubis a su amigo Said. Tiró del nudo de la toalla e hizo el amago de quitársela, pero su amigo no se movía.

-Ejem… -tosió Marcos.

Said interpretó la indirecta correctamente al notar la fuerza con la que tiraba Marcos de la toalla y levantó las caderas, haciendo que su amigo pudiese dejar la toalla sobre una silla. Así quedaron ambos. Marcos con la cera en la mano y Said como dios lo trajo al mundo. Hubo un momento en el que no hablaron, ni se miraron el uno al otro. El árabe estaba mirando al techo, incluso cerró los ojos un par de segundos a causa de la vergüenza. Estaba orgulloso de su miembro, mucho, y no era una persona pudorosa. Además, no era la primera ni sería la última vez que Marcos lo había visto desnudo, pero en situaciones así siempre era complicado no ponerse un poco nervioso. Por otro lado, Marcos no miraba al techo ni al suelo, sino que mantuvo la mirada fija en la polla de su amigo. Sí, no era la primera vez que la veía, pero cada vez que la veía siempre tenía el mismo efecto sobre él. Era una polla más morena que la de una persona blanca normal. Era gorda, con la punta un poco más clara que el resto del tronco. Tenía una tupida mata de pelo que estaba claro que no se había recortado y que remataba de una manera perfecta en dos huevos grandes y gordos. Pero su parte favorita era que estaba circuncidado. A Marcos le daba igual si los tíos con los que follaba tenían o no esa piel extra en el rabo, no era un fetiche para él, pero en su amigo Said le parecía lo más sexy del mundo. Tenerla delante le recordaba todas aquellas veces que se la había visto meando en las fiestas, cuando se quedaba a dormir en su casa, cuando se iban de vacaciones y se bañaban en pelotas en la playa o en la piscina, cuando en la adolescencia se pajeaban él, Paulo y Said después de salir de clase… Siempre le había gustado, y había deseado probarla, pero sabía que ambos amigos estaban fuera de sus posibilidades. No porque Marcos fuera feo, ni mucho menos. Era un chaval rubio, de piel clara y complexión física normal que tenía mucho éxito entre otros hombres gays. Era por la sexualidad de ambos.

-Joder, los de la polla no te los has recortado, ¿eh? -dijo Marcos, saliendo por fin del trance en el que había entrado. Vio cómo Said se ruborizaba un poco- Mejor, prefiero encargarme yo y que no te hagas una chapuza.

La mata de pelo que tenía Said entre las piernas era sorprendente. Aún más sorprendente era que su polla fuese completamente visible, como si estuviese depilado al 100%. El vello de su amigo era grueso, por lo que primero tuvo que recortar con unas tijeras un poco y luego darle con una maquinilla eléctrica que eliminase suficiente vello como para trabajar con comodidad, pero que dejase margen para poder ser arrancado con la cera.

-Buah -suspiró su amigo-. Sheila lleva sin tocarme cerca de dos semanas.

-¿Y eso? -preguntó Marcos, saboreando saber que era el único que le había visto la polla a su amigo en varios días.

-Tiene la regla, y le viene irregular y con dolores. No quiere follar.

-Pobre.

-Ya ves, estoy que no aguanto.

-Digo ella, ¿sabes lo que duele la regla? -se rio.

-No, ¿y tú? -Said levantó una ceja.

-Pues no porque nunca la he tenido, pero siempre me he tenido que tragar las innumerables quejas de Alba, así que seguro que sé más que tú.

Said cerró los ojos y se relajó mientras Marcos le limpiaba la zona. No lo quería admitir, pero el pequeño masaje que su amigo le estaba propinando para eliminar los vellos recortados de la zona era lo más parecido a cualquier roce sexual que había tenido últimamente. Said odiaba masturbarse. Le gustaba que le masturbasen, que le hiciesen cualquier favor sexual, pero a él mismo solo se lo hacía por obligación y de forma rápida, para descargar y seguir con su día a día. Desde que no follaba se masturbaba una o dos veces por semana, cuando realmente apretaban las ganas. Por lo que, en esos quince días, solo se había corrido cuatro veces.

Marcos también se dio cuenta, y notó cómo la polla de su amigo comenzaba a ponerse erecta. Solo un poco morcillona, algo gorda, pero ya era suficiente para que su boca salivase al imaginársela penetrando una y otra vez sus dos orificios.

-Tío… -susurró Said.

-No te preocupes, es totalmente normal -dijo Marcos, acallando las dudas en la cabeza de su amigo.

Marcos decidió ser profesional y no intentar propasarse, por lo que simplemente cogió el palo de madera recubierto de cera y extendió la sustancia viscosa a lo largo del pubis de su amigo. Hizo una pequeña mueca de queja, tal vez por no esperar la sensación de calor, pero aguantó el tipo. La cera azul realmente no quemaba, simplemente notabas el calor en la piel. Marcos decidió dividir la zona en tres, el centro del pubis, la parte izquierda y la parte derecha. Primero cubrió la zona izquierda y, una vez enfriada la cera, dio un tirón que arrancó todos los pelos de Said. Este parecía estar acostumbrándose ya a los tirones y no se quejó. Luego pasó a la parte central, y repitió el movimiento. Por último, quedaba la parte central, cuyos vellos eliminó sin ningún tipo de problema.

A estas alturas, Said tenía una erección considerable. De nuevo, no estaba completamente dura, pero aquello ya pasaba los límites de estar morcillona. Estaba empalmado.

-Tío… de verdad que lo siento. Me la tendría que haber cascado antes de venir -dijo preocupado.

-Said, de verdad que es normal. Sobre todo, si llevas semanas sin follar -Marcos sonrió y pareció tranquilizar a su amigo-. Ahora tengo que tocártela para poder depilarte los huevos y la base cómodamente. ¿Estás cómodo? -su amigo asintió- Si quieres nos tomamos un descansito.

-No, no -dijo velozmente-. Quiero decir, ya que estamos pues terminamos, ¿no? No parece que quede mucho -se ruborizó de nuevo y Marcos volvió a sonreír.

Marcos agarró la polla de su amigo por la punta con el dedo pulgar y el índice y esparció la cera caliente alrededor de la base en dos veces, dando sendos tirones que no molestaron a Said. A estas alturas, la polla estaba completamente dura, para pesar de Marcos, que solo quería rodearla con la mano y menearla hasta que saliese leche.

Seguía aguantándola, esta vez haciendo un poco de presión en la base para que la erección quedase apoyada sobre el abdomen de su amigo. Marcos intentó concentrarse, pero casi no podía dar crédito a lo que veía. Al apoyar así el rabo de su amigo, este traspasaba un poco su ombligo. Estaba claro que él mantenía vivo el mito de que los moros tenían la polla grande, y Marcos lo estaba disfrutando en secreto, o eso creía él.

-No puede ser la primera que hayas visto así -sonrió Said, riendo un poco.

-Coño, es… Perdona, no me tendría que fijar.

-Es normal -dijo imitando lo que su amigo le había dicho antes-. Te ponen los tíos, y yo tengo un pollón. ¿No? -Marcos asintió- Dilo, anda.

-Tienes un pollón -obedeció a Said, algo que le sacó una sonrisa al moreno.

Marcos miraba embobado la polla que tenía ante sí, y Said se limitó a dejar caer ambas piernas por los lados de la camilla y acariciarse el abdomen.

-Voy a tener que venir más -bromeó.

-Por favor -susurró Marcos, en trance.

Said hizo algo que ninguno de los dos se esperaba, pero cogió la mano de su amigo rubio e hizo que rodease la base de su rabo completamente. En ese mismo momento, Said se sorprendió por lo que hizo, pero estaba demasiado cachondo como para parar o evitar lo que estaba destinado a suceder. Marcos miró a su amigo para asegurarse de que no estaba siendo una equivocación y que no se lo estaba imaginando todo, pero su amigo se limitó a asentir, ruborizado ante lo que estaba sucediendo.

Marcos no perdió el tiempo y, dejando a un lado el palo de la cera y quitándose los guantes, rodeó la polla de su amigo con ambas manos. Midió la anchura, y cuánto cabía en sus manos, y se sorprendió al comprobar que, incluso usando ambas manos, todavía sobraba polla. Pensó en lo que le tenía que hacer aquello a Sheila, y se aventuró a pensar que la chica no tenía la regla, pero que le daba pavor follar con su novio. No sería él quién desperdiciase la oportunidad.

Comenzó a masajear la polla de su amigo de arriba abajo. Said, abrumado por la situación, pero sintiéndose incapaz de detener lo que estaba sucediendo, dejó caer su cabeza hacia atrás, apoyándola en las palmas de sus manos, y soltando un sonoro suspiro. Marcos prestaba atención sobre todo a la punta. Era lo que más le llamaba la atención de la polla de su amigo. Aquella cabeza circuncidada, que mostraba el cambio de color en el rabo, le ponía demasiado cachondo como para pasarla por alto. Notaba cómo sus pantalones iban a explotar, y en ese momento agradeció la perezosa decisión matutina de ponerse un chándal para ir al trabajo, ya que solo tuvo que tirar del elástico del pantalón y sacarse la polla para comenzar a pajeársela. Tenía su mano buena, la derecha, en el rabo de su amigo, asegurándose de que estaba haciendo la mejor paja que había hecho en su vida, mientras que con su mano libre se otorgaba placer propio. Sus años de experiencia le habían enseñado que las pollas circuncidadas lubricaban más torpemente que las que tenía la piel intacta, por lo que acercó la cabeza al miembro de su amigo y escupió sobre la punta. Said, pensando que su amigo iba a chupársela, puso una mano sobre la nuca del rubio, pero este se sobresaltó y miró a su cliente. Said lo miró ruborizado, y esta vez Marcos también se sonrojó. ¿Quería su amigo heterazo que le chupase la polla? El pensaba que solo se limitaría a una paja sin importancia, pero no podía rechazar algo como aquello.

-¿Quieres…? -Said se limitó a asentir, y Marcos se sintió en la obligación de complacerlo.

Tampoco es que le hiciese mucha falta demasiada insistencia, pues en el momento en el que el árabe dijo que sí con la cabeza, el muchacho rubio se lanzó a su polla como alguien que se lanza a por un poco de agua después de haber caminado por el desierto. Estaba impaciente, y esta impaciencia relució cuando intentó meterse casi toda la polla en la boca y una sonora arcada se lo evitó. La arcada arrancó una carcajada de Said, que le acarició la nuca rubia a su amigo.

-Ninguna puede tragársela entera -dijo.

Marcos se habría tomado aquella frase como un reto en otra ocasión, o en otras circunstancias, pero sabía que su amigo no lo estaba diciendo para vacilar ni para demostrar su hombría. Era más que posible que ninguna mujer antes se la hubiese metido entera en la boca, de punta a huevos, pero Marcos sabía que, si alguien podía, era él.

Meneó la polla un par de veces más con la mano, mientras que con la izquierda se pajeaba la suya propia, y retomó la actividad oral. Comenzó a lamer la punta de aquel sabroso y descapuchado rabo, que le sabía al néctar de los dioses. Rodeó el glande con la boca y cerró los labios alrededor, centrándose en dar todo el placer posible a su amigo con la lengua, pasándola por el orificio de la uretra, dibujando círculos alrededor de los pliegues del glande y succionando como si estuviese sorbiendo un helado. Said no paraba de suspirar, y de vez en cuando miraba a los ojos a Marcos. Marcos se alegraba de que su amigo no lo estuviese usando únicamente como juguetito sexual, sino que establecía una conexión mediante miradas, sonrisas y guiños de ojo. Said, por el otro lado, era la primera vez que experimentaba algo así. Se la había chupado muchas veces, pero nunca un hombre, y mucho menos su mujer amigo. Sin embargo, había descubierto que lo estaba disfrutando igual, o incluso más, que cualquier mamada que cualquiera mujer le hubiese dado antes, y decidió entregarse al placer sin rodeos ni titubeos. Sus gemidos y suspiros indicaban aquello, que se estaba dejando llevar y que no se arrepentiría.

Marcos volvió a intentar metérsela entera en la boca o, al menos, todo lo que pudiese, y para su satisfacción notó cómo el pubis recién depilado de Said le rozó la nariz, ante lo cual su amigo soltó un sonoro suspiro de admiración.

-Me cago en mis muertos, es la primera vez que lo consiguen -dijo en un estado de babia y shock.

Tras la inminente arcada, Marcos dejó escapar la polla y subió la cabeza en busca de aire, con una sonrisa triunfadora de oreja a oreja y un hilo de babas que unía su boca a su destino, la polla de Said. Said estaba acercándose y, sabiendo que su amigo había hecho lo que nunca nadie le había conseguido hacer, se armó de valor y agarró un puñado de aquella melena rubia y ondulada. Se incorporó, quedando sentado sobre la camilla, y dirigió la cabeza de su amigo a su entrepierna de nuevo. Con movimientos rápidos y potentes de cadera y de muñeca, comenzó a follarle la boca a su mejor amigo. Marcos aguantaba las arcadas como podía y se dejó utilizar. Le gustaba sentirse utilizado, sobre todo si sentía una conexión especial con la persona que lo hacía, y estaba claro que con Said había algo. Quizás una amistad intensa y nada más, pero para él aquello era suficiente. Said puso la mano libre en la nuca de su amigo mientras que con la otra seguía tirando del cabello rubio y comenzó a embestir más fuerte. La fuerza y el ansia por hacer que su amigo devorase su polla eran tantas que acabó bajándose de la camilla, quedando de pie y empalándole la garganta a Marcos. Podía notar las babas de su colega gay derramándose por sus huevos, sus muslos y cayendo al suelo, disparando sonoros golpes contra el frío mármol. Marcos comenzó a mover el brazo con mucha más fuerza, con más rapidez, y no tardó mucho en correrse. Se corrió tanto y con tanta potencia que más de la mitad de su corrida llegó a aterrizar bajo la camilla. Tendría que acordarse de limpiarlo todo bien una vez hubiese terminado con su amigo.

Cuando se corrió, llevó su mano a los grandes huevos de Said y comenzó a acariciarlos y a jugar con ellos, mientras que su amigo usaba su garganta como si se tratase de el coño de alguna tía a la que había conocido de fiesta. Comenzó a gemir más aceleradamente, transformando sus fuertes suspiros en sonoros berridos. Dio dos últimas estocadas potentes a la boca de Marcos, y en la tercera mantuvo la posición. Miró hacia abajo y vio los ojos rojos y llorosos de Marcos mirándole fijamente mientras un par de lágrimas recorrían las mejillas del rubio. Said no pudo aguantar aquella visión casi angelical, y comenzó a desfogar en el fondo de la garganta de su amigo, que comenzó a toser y a intentar tragar la enorme cantidad de leja que el moro estaba soltando. Cuando hubo terminado, se dejó caer sobre la camilla, sentándose de nuevo.

-Joder… -dijo Marcos, tosiendo y limpiándose las babas y lágrimas de la cara.

-Marcos… -Said lo miró, y Marcos temió ver el arrepentimiento en su rostro, pero no había ni rastro de aquel sentimiento.

-Lo siento -dijo para ser precavido-, esto ha sido demasiado poco profesional.

-Cállate. Me ha gustado -Said sonrió de oreja a oreja, y usó los guantes que su amigo se había quitado minutos antes para limpiarse la polla-. Ya tengo a quien me ayude cuando Sheila esté con la regla.

Marcos sonrió y se adecentó. Todavía tenía que depilarle los huevos a Said, salir a comer y regresar para depilar a Paulo. No sabía si podría controlarse con su amigo el gitano.

CONTINUARÁ…