Desmond es un estudiante de intercambio que vuelve loca a las mujeres, parece que la mujer que lo recibe también desea su cuerpo

Esta es la tercera parte de los relatos publicados previamente “Un estudiante de intercambio”. Recomiendo leer esos primero para comprender mejor a los personajes y las circunstancias. Pero dejo un brevísimo resumen para los que elijan no leer las entregas anteriores.

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Capítulo 1: Desmond es un Estudiante Afroamericano de 19 años que se encuentra de intercambio en Argentina. Por su complexión física, sus agraciadas facciones y su carisma cae muy bien a su madura anfitriona, Virginia, a la vicedirectora de la escuela, Malena (que son amigas entre sí) y a la sobrina de Malena, Andrea, que asiste al mismo instituto privado que Desmond. Malena, intrigada por comprobar si el rumor sobre el tamaño del miembro de los africanos es cierto, termina haciendo una paja al muchacho extranjero.

Capítulo 2: Desmond regresa a su casa y comienza los coqueteos mutuos con Virginia, su madura anfitriona, inducidos por consejo de Malena, la profesora que también desea al chico. La obsesión de las mujeres por el estudiante comienza a afectar el comportamiento de ellas para con sus esposos.

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Al día siguiente de haber sido pajeado por Malena y de coquetear descarada e impúdicamente con Virginia, Desmond amaneció sexualmente excitado. El hecho que había prometido a su profesora no masturbarse a cambio de la promesa de ella de pajearlo por la tarde, no ayudaba mucho. El estudiante se duchó, se vistió y salió a desayunar intentando esconder lo mejor posible la perenne erección que portaba. En la cocina Malena lo esperaba para desayunar con él: Mate y “masitas criollitas” (así llaman en La Pampa a las galletitas “saltines” de USA) con mermelada diet de arándanos para ella y un enorme bowl para la leche con cereales para el americano. Sobre la mesa del comedor aún estaban los utensilios de los otros desayunantes. Silvio, el hijo menor de Malena, ya había desayunado porque tomaba un transporte privado que lo llevaba a su escuela, mientras que Desmond caminaba a la suya. Francisco, el desagradable esposo de Virginia, había partido al campo casi al amanecer.

Desmond y Virginia se miraron y sonrieron pícaramente. El chico se acercó buscando el beso de cachete de rigor, y se lo robó a Virginia estampándole sus carnosos labios en la comisura de la boca. La mujer inmediatamente sintió una ola de calor invadiéndola.

—Buenos días, “Mami”— espetó el corpulento adolescente y se sentó en su lugar

—Hola mi amor, ¿descansaste bien? —Preguntó Virginia acariciándole el pelo e inclinándose para buscar el tetrabrick de leche. Al hacerlo, se cercioró que sus tetas, apenas cubiertas por el camisón, quedaran a la altura de la cara del chico.

—Uf, Si…. Espectacular, gracias—Dijo el chico mirándola sin pudor alguno.

Virginia, sintiéndose observada, se dio por satisfecha y procedió a servir el desayuno del chico, pero la lujuria le ganó la partida y se encontró nuevamente provocando a Desmond.

—No sé cómo hacen ustedes en Estados Unidos, para desayunar cereal con leche. Yo no me acostumbraría… Bueno, de jovencita me gustaba desayunar con leche, pero ahora hace mucho que no lo hago—provocó Virginia con obvio doble sentido.

—Dicen que hay que volver probar lo que alguna vez nos hacía feliz—Desafió Desmond— Tal vez, si probaras desayunar con leche todas las mañanas, te terminaría gustando. ¿No quieres un poco de la mía?

Aquello era enfermizo y el chico se pasaba de la raya, pero inmediatamente después de decir eso, inclinó su tazón como ofreciendo compartirlo. Virginia creyó tener parado en su hombro a un diablito invisible que le gritaba al oído “Te ofrece su leche, ¡dale! ¡Mamale la verga!”.

Después de mirarse a los ojos unos instantes, los dos rieron impúdicamente, y cada uno apuró su desayuno sin dejar de relojearse y sonreírse mutuamente en provocación constante.

Finalizado el inmoral desayuno, Desmond tuvo tiempo de ayudar a Virginia a recoger la mesa y de lavarse los dientes antes de salir a tranco largo para el instituto. La mujer estaba encantada porque su esposo no acostumbraba a hacer ninguna de las dos cosas: no se lavaba los dientes y tampoco ayudaba a levantar una sola miga de la mesa. Cuando el chico se retiró Virginia comenzó a fantasear con estar casada con Desmond. Aquello era una locura, claro, pero la madura anfitriona estaba perdiendo los estribos por su estudiante de intercambio.

Virginia se imagino amanecer cada día junto a Desmond, casi rota por haber sido poseída enérgicamente la noche anterior, e inmediatamente “desayunarse” mamándole la verga al viril Africano, pidiéndole leche como una guaranga. E imaginó que después de la felación desayunarían juntos románticamente en la cama antes de comenzar el día. Todos esos pensamientos fantasiosos la hicieron sentir tan excitada que decidió masturbarse.

Virginia acostumbraba a masturbarse a escondidas. Su esposo ni siquiera sabia que ella poseía un vibrador pequeño pero poderoso que había comprado en un “viaje de amigas” a la capital federal. El vibrador parecía un lápiz labial grande y, si la pila AA estaba con buena carga, la podría traer al orgasmo de 0 a 100 en pocos minutos.

La recatada ama de casa se recostó de espaldas sobre su cama, se quitó la ropa y tomó su vibrador. Luego activó su teléfono y con la aplicación de Facebook buscó fotos de Desmond. Apenas ver sus fotos de perfil (que como las de todo ser humano que postea en redes sociales lo favorecían mucho) sintió humedecerse. En verdad las fotos pasaban frente a sus ojos y ella rememoraba las conversaciones y las miradas y los tocamientos indecorosos que tenían entre ellos. Cuando el ardor y la picazón inguinal se hicieron insoportables, Virginia dejó caer el teléfono a su lado, cerró los ojos, flexionó sus rodillas hacia el techo, abrió las piernas y, tomando el minúsculo vibrador con las dos manos, lo puso en marcha y se lo afirmó en los labios mayores.

Virginia generalmente requería estimularse los labios vulvares por un buen rato hasta humedecerse y para hacer fluir la sangre al clítoris, antes de atacarlo de lleno con el amante electromecánico, pero esta vez, su pepita ya estaba completamente inflamada de sangre y deseos por su “hijito de intercambio”. La mojigata mujer Imaginó que la vibración era la lengua del negro muchacho que se hospedaba en su casa, y cuando el aparatito se desplazó a rozar el clítoris se vino de golpe y sin remedio, como poseída por una lujuria demoníaca. Arqueó su espalda, empujó con la pelvis hacia adelante y con las dos manos atrajo el vibrador con mucha presión hacia su clítoris, y sintiendo la vibración intensamente estalló en un orgasmo bestial repitiendo el nombre del chico y gritando guarangadas.

—SI SI SI, DES ¡SI! PARRRTIME EN DOSSSSSS DESMOOOOONDDDDDD

Ella era muy poco expresiva durante el insatisfactorio sexo con su esposo, y la vergüenza y la culpa que solía sentir al masturbarse la hacían permanecer casi muda cuando se autoestimulaba. Sin embargo, aquella paja totalmente tabú, no sólo no le produjo culpa alguna, sino que la hizo enamorarse de sí misma. Porque escucharse diciendo chanchadas y deseando a un hombre joven, apuesto y bueno, se sintió espectacularmente bien.

Una vez que dejó de temblar, permaneció un ratito en la cama recuperándose y riendo hasta que se paró, ocultó su mini-vibrador, y saltó a la ducha. Tenía por delante un día de hacer absolutamente nada, como correspondía a una mujer de buen origen. Y no pensaba desaprovecharlo.

Desmond, en tanto, caminó como un robot a la escuela. Le dolían los huevos de la calentura. Cualquier adolescente, incluido Desmond, conoce ese dolor inconfundible de la acumulación seminal. Es un dolor que se siente cerca de los huevos, pero no en ellos. Es un dolor interno que sale de la pelvis profunda y que solo puede aliviarse eyaculando. Pero lo curioso para Desmond era que estos dolores aparecieran un día después de una doble eyaculación. Pero pensó que, si semejante sacrificio era necesario para poder dar el gusto a Malena, él lo haría. ¿Sería posible para la madura saber si había eyaculado o no? Por las dudas, él decidió no tentar su suerte. La mujer parecía extremadamente perceptiva y lo último que quería hacer era desafiar sus deseos.

En la escuela, el trato de todos para con Desmond, fue totalmente normal, incluso el de Malena. Esto desconcertó al chico que esperaba al menos alguna miradita o insinuación cómplice a escondidas del resto de la comunidad educativa, como las que le hacia Virginia en su casa, a espaldas de toda la familia. Pero nada de eso sucedió.

Sin embargo, cuando iba saliendo de la ultima hora de clase, cruzó a Malena en el pasillo en medio del bullicio eufórico de docenas de adolescentes menores a él entusiasmados por el timbre de salida que los liberaba de la opresión escolar.

—Hola Desmond, ¿Me habías dicho que querías preguntarme unas cosas de literatura? Ahora mismo voy a casa, te veo allá si querés…. A menos que prefieras dejarlo para mañana— Dijo Malena frente a Desmond y sus compañeros de clase que se atropellaban para escapar del aula (incluida Andrea, claro).

—Ehhhh. Si, no. O sea… sí. Mejor hoy. Porque el trabajo se entrega esta semana y lo quiero dejar terminado—Respondió Desmond rogando que los latidos de su corazón no se escucharan fuera de su pecho.

—Pero el trabajo se entrega el viernes. Estamos a martes— Dijo Andrea, metiéndose en la conversación entre su tía y el chico del que gustaba.

—Pues deberías aprender de Desmond, Andre. ¿Querés venir a casa y vos también lo terminás? Dale, así te lo sacás de encima—Invitó osadamente la profesora sabiendo que un SI de su sobrina hubiera arruinado los planes.

Desmond apenas pudo ocultar su cara de desilusión, cuando escuchó con alivio la respuesta de la chica.

—¡NI LOCA! Hasta el jueves no me pongo, CHAAAAAUUUU—se burló Andrea y se retiró moviendo la cola provocativamente.

Para poder responder así tuvo que juntar fuerzas de donde no tenía. Porque ella moría por pasar tiempo con Desmond a espaldas de su novio, y la casa de su tía hubiera sido el santuario ideal al tiempo que el estudio le daba la coartada perfecta. Pero estaba determinada a no “perseguir” a Desmond. Ya bastante se le había insinuado y él se seguía haciéndose el nabo, por lo tanto, no lo iba a andar correteando.

Cuando finalmente se alejó, Andrea sintió un nudo en el estómago. Desmond no había atinado a seguirla y ella no daría el brazo a torcer. Pero el africano la había mirado sorprendido. Tal vez estaba empezando darse cuenta de algo. Se prometió tener paciencia y redoblar el flirteo y las provocaciones sin ser perrita faldera del chico. Estaba convencida que tarde o temprano se enredaría con el exótico estudiante a espaldas de su noviecito.

Desmond salió caminando sólo y dio un rodeo bien largo para dar a Malena tiempo de manejar su auto hasta la casa. Para cuando llegó ella lo esperaba aun con la ropa de vicedirectora. A él lo excitaba verla vestida así, sabiendo que lo iba a pajear. Entró temblando de emoción, de lujuria y de miedo. Aquella mujer lo intimidaba y provocaba de todas esas formas.

—Bueno. Al final estamos solos nosotros. La profesora y el estudiante aplicado—provocó Malena franqueándole la puerta al chico.

—Uffff en un momento pensé que venía Andrea y se arruinaría todo— Dijo el chico riendo.

—¿Arruinaría qué? —preguntó seria la madura, haciendo que no entendía a lo que venía Desmond.

La cara del chico fue de profunda desazón y le duró unos instantes hasta que ella estalló en risas. Lo hizo pasar a la mesa de algarrobo del comedor y lo hizo sentar.

—Primero lo primero. ¿La tarea está realmente terminada? —Puso como condición la madura.

—OBBBBVIO— Dijo Desmond imitando a los chicos argentinos

El muchacho, supo que debía ser paciente para jugar el juego de aquella mujer fatal, y haciendo caso omiso a su pétrea y palpitante bragueta, abrió su mochila y sacó la tarea de literatura. La puso sobre la mesa e hizo un ademan de “acá la tenés”.

—A VERRRR— Dijo Malena imitando a una exigente docente, a sabiendas que aquello agregaba morbo a la situación.

Se paró detrás del chico, que seguía sentado a la mesa, se apoyó sobre él. Recostándole las tetas en la base del cuello y poniendo sus dos brazos alrededor del cuerpo del chico, apoyó su cara en el hombro de Desmond y comenzó a leer el trabajo en voz alta, rozando con sus labios maquillados el lóbulo de la oreja del africano.

—Son solo dos carillas—Pensó Desmond—Dos carillas y me va a pajear

El escrito era impecable y Malena se lo hizo saber al terminar de leerlo. Pero no dejó de abrazarlo ni retiró su cuerpo, sino que continuó hablándole sensualmente al oído, rasguñando los brazos del chico, que se mantenían petrificados, con los codos y los dedos entrelazados apoyados sobre la mesa.

—Y ahora que hizo la tarea tan bien…. Mi estudiante se ganó una recompensa—Dijo ella y besó el cuello negro y fibroso de Desmond, haciéndole parar no solo la verga, sino todos los pelos del cuerpo.

El chico atinó a voltearse torpemente, buscando besar en la boca a su profesora, pero ella lo calmó.

—SHHHHH— Ordenó Malena, amagando retirarse, para regresar una vez que el chico cesó en su intento—Esta es MI CLASE.

Lo volvió a besar y lamer suavemente en el cuello al tiempo que el chico echó la cabeza hacia atrás, dejándose hacer. La madura gozó estrujando los pectorales duros del chico y se dejó manosear cuando el muchacho, sentado en la silla, estiró sus manos hacia atrás y por sobre su cabeza. Le revolvía el pelo, le buscaba las tetas, intentaba bajarlas para llegarle al culo sin lograrlo. Ella lo tenía a su disposición.

—Por favor, Malena, te lo ruego, no doy más, aliviame—Rogó el chico.

—Mmmmm…. ¿El bebé quiere que la vicedirectora le vacíe los huevitos? —Preguntó retóricamente Malena

—Si, por favor, sí. Me duelen mucho—Imploró en medio de manotazos y suspiros descoordinados el inexperto estudiante,

Malena rio y lo hizo parar y dar vuelta para enfrentarlo. Ahí lo dejó besarla con un morreo intenso, en el cual era ella la que le metía la lengua por todas partes y le lamía los labios como una perra sedienta. Aprovechando aquello, los dos cuerpos, el joven y el maduro, se pegaron y se frotaron sin parar de besarse.

Cuando finalmente se separaron unos milímetros, Malena decidió avanzar más.

—¿Viste que suave es mi lengua? —Preguntó, y sin dejar que Desmond respondiera le lanzó una lamida a la boca que el chico no supo cómo atajar

—UFFF es lo mas suave que he sentido— Dijo el joven besándola y sorbiéndola con sus gruesos labios

—¿Querés sentirla mejor? —Dijo Malena rozando sus labios con los de él, mirándolo a los ojos y fregándole el paquete con la mano.

—Sí por favor—Rogó el chico intentando descifrar lo que le estaba proponiendo.

—Entonces desnudate— Ordenó con lascivia Malena

En pocos segundos el muchacho estaba completamente en bolas, con los pantalones y los calzoncillos a sus pies. Malena lo empujó suavemente y lo hizo recostar, apoyando el culo sobre el borde de la sólida mesa de algarrobo. En aquella pose, en que Desmond debía hacer fuerza para no perder el equilibrio, cada musculo del fornido y oscuro cuerpo del estudiante se marcaba claramente. La verga apuntaba al cielo y sobrepasaba la altura del ombligo. Aquello era un sueño echo realidad para la promiscua señora de alta sociedad pueblerina.

Malena lo admiró. Tener aquel monumento de carne para jugar a su antojo era la mejor experiencia sexual de su vida. Sin dejar de admirarlo, se quitó la ropa provocadoramente y quedó desnuda de la cintura para arriba. Dos enormes y paradas tetas blancas como los dientes de Desmond se balancearon frente al chico. El muchacho, obnubilado, intentó manoseárselas, pero ella lo apartó y se pegó a él para besarlo. Cada uno sintió la piel del otro, y antes que Desmond reaccionara Malena se encontraba lamiendo sus pectorales y encaminándose hacia su entrepierna.

—A ver que tenemos por acá—Provocó Malena mordisqueando y chupando pezones, abdominales y finalmente tocando la punta del glande con su pera.

—¡Uhhhh! ¡Hola grandulón! —Malena le hablaba al falo del muchacho como si fuera otro ser humano.

Lo tomó por el tronco, miró al chico relamiéndose y mojándose sus propios labios con la lúbrica lengua y se zambulló a chupar y besar aquel monstruoso y palpitante glande.

—OH FUCK OH YEAHGGG—Apenas articulaba el chico.

Realmente no le salía tan bien hablar en otro idioma cuando estaba siendo estimulado de aquella forma.

Mientras tanto, los cinco sentidos de Malena estaban puestos en gozar de aquella mamada, haciéndosela lo mas placentera posible al inexperto muchacho. El gusto ácido del glande y el suave olor a desodorante que provenía de sus ingles (Desmond estaba bien preparado) la embriagaban.

La verga era enorme, gorda, dura y suave. Para poder metérsela en la boca Malena casi tenía que dislocarse la mandíbula. Y pensarlo de esa manera la ponía cada vez mas perra. Desde el primer momento supo que el chico no duraría mucho, y recordó que ella misma le había pedido que parara de masturbarse. Sentirse en control de semejante manera era espectacular para la vicedirectora.

—A ver cuan cargado estás, bebe—Dijo Malena pajeandolo a dos manos y metiéndose la cabeza en la boca como si estuviera intentando comerse una berenjena sin cortarla.

La mamada era ruidosa y babosamente resbalosa (“sloppy” la llamaba Desmond). Por momentos Malena abría la boca y se incrustaba media verga. Por otros, ponía pico de pato y la recorría de arriba abajo. Se la sacaba, la escupía y con las manos esparcía la saliva por todo el miembro, decía groserías. Le hablaba al chico y a la pija como si fueran dos entes separados, dos buenos amigos compitiendo por su atención.

—¡Mirá como supura! —exclamaba la madura al apretar la pija y extraer una viscosa gota de líquido pre-seminal que levantaba con su lengua mientras miraba al chico a los ojos.

—¿Me vas a dar mi merienda de leche, Des? —Provocaba—Dale, mi vida, dale que estoy hambrienta.

El muchacho ya no daba más. Gritaba, producía onomatopeyas ininteligibles, gruñía, bufaba, echaba estocadas pélvicas al aire. Insultaba.

—Shit oh FUCK ¡SHIIIIT!

Ella empezó a insistir

—Dámelo, bebé, dame mi lechita ahora—Insistía la madura totalmente fuera de control subiendo y bajando la boca y las manos a lo largo del mástil oscuro.

Aquello fue demasiado y Desmond comprendió que iba a eyacular.

—I’m Cumming, ¡careful! —Intentó prevenir Desmond, que no quería sorprender a la mujer eyaculando en su boca sin avisar.

—En mi boca, amor, venite en mi bocahhhggg—La madura intentó darle luz verde, pero se atragantó con los primeros chorros de leche

—YEAAAAAHHHHH FUCK YESSSS

El chico corcoveaba como un potro oscuro tapado que acaban de desatar del palenque. Sus manotas en la espalda de la mujer empujaban suave, pero perceptiblemente, hacia abajo y su cadera bombeaba hacia arriba, como queriendo coger la boca de aquella experta mamadora. Cada chorro de esperma era un empujón pélvico del negrito.

Finalmente, cuando cesaron las contracciones del muchacho, ella se separó riendo, con la boca chorreando leche por la comisura y por el labio inferior. Se había tragado la mayoría, pero no todo.

Al verla así, Desmond la levantó en vilo, la abrazó y la besó apasionada y sorpresivamente, comiéndose a besos, con sus labios carnosos, cada uno de los restos de semen que había en la cara de la madura amante. Lo hizo por instinto, pero con suma ternura.

Malena quedó encantada. Había chupado muchas vergas. Había tragado buena cantidad de leche en su vida y había besado hombres son su boca enlodada de esperma. Pero, excepto por su propio esposo, nunca un tipo había hecho aquello de una manera tan natural, apasionada y tierna. Y a pesar de no haber acabado, Malena se sintió, en cierto modo, satisfecha.

Los amantes se quedaron conversando y riendo sin prestar atención al tiempo, y estaban besándose en el comedor apasionadamente, semi-desnudos, sudorosos, pegajosos de leche, cuando escucharon el portón del garage de la casa.

—¡Mi Marido! —Exclamó ella— Rápido, agarrá tu ropa y corré al baño. No salgas hasta calmarte, lavarte y vestirte, pero salí tranquilo. Mario ni se va a dar cuenta.

El chico asustadísimo siguió las instrucciones.

Ella se vistió prontamente, pero sin parar de reír. ¡Como disfrutaba aquello!

Luego desparramó los libros y cuadernos de Desmond sobre la mesa y salió por la puerta del fondo al patio.

El esposo ingresó a la casa y vio los cuadernos del estudiante. Había silencio en la casa.

—¡Male! ¿Dónde andás? —elevó la voz.

Desmond oía todo desde el baño. Una lejana voz respondió desde el patio.

—¡Afuera amor!

Mario fue a la puerta del patio y casi se lleva por delante a Malena que entraba atropellada. Traía las manos sucias de barro.

—Hoola mi vida—dijo ella estampándole un beso en la boca con los mismos labios con que acababa de vaciar la descomunal verga negra de Desmond.

El esposo no sospechó nada, en parte por la sorpresa con que fue tomado, y en parte porque Malena se había enjuagado cuidadosamente la boca y los labios con agua de la manguera del patio antes de embarrarse un poquito las manos para disimular.

—Hola, Male, ¿que hacías?

—Ah! Jajaja estaba moviendo el regador en el patio mientras Desmond terminaba su tarea…—Dijo ella sacudiéndose las manos y luego mirando a la mesa vacía preguntó—¿Y Desmond?

—Ni idea—Repondió Mario—Acá no hay nadie, sólo ese desorden de libros y cuadernos

—DEEEESSSMOOOND—Gritó Malena con cara de intriga.

La respuesta fue una descarga del depósito del inodoro en el baño cercano al living-comedor.

Los dos esposos rieron

—Pobre flaco, capaz que le cortamos la inspiración— bromeó Mario sin saber cuan cierta era su frase. Le había cortado la verdadera inspiración unos minutos antes al llegar sin avisar.

—Hola. Acá estoy…—Exclamó tímidamente el muchacho al salir del baño

Los dos esposos sonreían y se pusieron a conversar con el chico. El brutal orgasmo seguido de nervios de pánico por ser descubierto había hecho bajar la erección del chico que no tuvo nada que preocuparse en ocultar.

Luego de simular que revisaba su tarea con Malena, Desmond se fue a su casa. Esta vez no iba tan excitado como la vez anterior, a pesar de que lo que le había ocurrido era mas excitante. Esta vez iba asustado y con culpa. Mario parecía un buen tipo y su esposa lo engañaba con frialdad de témpano…Peor aún: él era parte del engaño. Mientras mascullaba todo eso no pudo dejar de pensar en Virginia y Francisco. Si ella accediera, él engañaría al Patán de Francisco con gusto. Ahí sí. ¿Pero Mario? Aquello no estaba bien, definitivamente.

Malena, por otro lado, no sentía culpa alguna. Ella era la primera en reconocer que su esposo era un tipo espectacular. Pero aquello no era algo personal. Ella simplemente se estaba dando un gustazo que nada tenia que ver con Mario. Y Cuando se fue Desmond, ella volvió a ser la cariñosa y juguetona esposa que le gustaba ser con su pareja. Incluso bromearon sobre el chico y sobre haberlo desconcentrado en el baño.

Después de cenar y al ir a la cama, Malena y Mario volvieron a hacer el amor apasionadamente. Esta vez los dos se vinieron al unísono antes de caer exhaustos. El ultimo pensamiento de Mario fue cuán afortunado era de tener una esposa así. Y el último pensamiento de Malena fue cómo se sentiría la enorme verga de Desmond (en vez de la de Mario) dentro de ella.

Continuará