Desde donde estaba podía ver su coñito de jovencita entre las piernas. ¡Qué buena estaba! Y resulto ser una jovencita virgen

Perder la virginidad puede ser cosa de un abrir y cerrar de ojos, o de piernas de una vendedora muy caliente.

Yo soy un niño, un novato en el tema del sexo, pero no soy virgen. Mi primera experiencia sexual fue bastante inesperada, ya que al levantarme ese mismo día yo nunca llegué a suponer que sería el día en el que perdería mi virginidad, y menos de aquella forma.

Aquel día tenía 18 años. Mi madre me había dicho que fuera a cambiar un pantalón que me había comprado unos días anteriores porque no me servía, me quedaba estrecho ya que había engordado un poquito.

Y fui un poco molesto (ya que no quería ir) a los grandes almacenes a cambiar el dichoso pantalón. Al llegar una tía me atendió, cerca de los probadores (estaba como un tren, todo hay que decirlo).

– Mire, vengo a cambiar este pantalón que no me sirve. Lo acabo de comprar hace unos días y me han dicho que puedo cambiarlo por una talla más grande o devolverme el dinero – le dije.

– Sí… bueno – se adelantó dejando ver su sujetador rojo a través de su camiseta (aunque procuraba no mirar para abajo)

– pero tendrá que demostrarme que no le vale, ya que mucha gente compra un pantalón, por ejemplo, para una fiesta y cuando lo utilizan, dicen que no les vale y que le devolvamos el dinero. Venga conmigo al probador.

“Conmigo…” las palabras resonaron en mi mente. Tendría que ir con ella a un probador. ¿Qué se creía? ¿Que no tenía yo partes íntimas las cuales una chica no puede ver?

Se sentó en una silla y me dijo que me cambiara. Me fijé en ella.

Era verdaderamente atractiva. Iba recorriéndola con la mirada de arriba a abajo mientras ella estaba sentada.

De pronto me fijé en la falda… ¡no llevaba bragas!

Desde donde estaba podía ver su coñito de jovencita entre las piernas. ¡Qué buena estaba!

Yo seguí a lo mío pero me di cuenta que ahora el pantalón me entraba menos. Tenía mi pene completamente erecto.

– Claro que no te entra – me dijo -. Tienes la polla dura.

Se levantó del asiento y me la agarró: – Ya sabes que si no quedas realmente satisfecho, le devolvemos el dinero.

Me corrí directamente cuando dijo eso y empapé su traje de grandes almacenes con mi semen.

– Fóllame – me dijo -. Y me metió mi polla en su coño mientras ella empezaba a gemir.

– “ah, ah!” – gritaba.

Realmente estaba caliente. Follamos salvajemente hasta que los dos llegamos al orgasmo y chorreé sobre su cara el preciado líquido de mi sexo.