Mi cuñada, una mujer muy deseada por todos en la familia acepto tener sexo conmigo queriendo ayudarme a salvar mi matrimonio con su hermana

Es mi primer relato. No creo que sea de la calidad de muchos otros que he leído, pero sólo lo escribo para saciar el morbo de contar esta aventura.

Actualmente tengo 33 años, misma edad que mi mujer. Tenemos casi diez años casados y, lamentablemente no ha sido lo más fácil.

Un tiempo, cuando los problemas estuvieron a punto de hacer naufragar nuestra relación se me ocurrió hacerle comentarios sugerentes sobre tantas cosas que he leído en este sitio. Mi mujer es extremadamente conservadora al igual que su familia así que empezar los comentarios no fue nada fácil para mi.

Cierto día que yo regresaba tarde a mi casa, tras una fiesta, aproveché y fingiendo que estaba ebrio (si estaba algo tomado) me puse a acariciar a mi mujer para calentarla. Por los problemas no era muy común que tuviéramos sexo, así que se calentó rápidamente. Me limité a desnudarla totalmente y con mis manos empecé a acariciarle su sexo. Pronto estaba deseosa de que me la cogiera pero yo tenía otros planes así que segui con mis caricias en su sexo y ella me pedía que me la cogiera o que, por lo menos le metiera los dedos en su raja. Llegó un momento en que ella misma, desesperada quería meterse los dedos, pero yo se lo impedía. Cuando noté que estaba muy deseosa, le pregunté: ¿quieres que te coja?. La pregunta tan simple era un avance en mis pretensiones, pues yo y mi mujer siempre nos referiamos al sexo como “tener relaciones” “hacerlo” y otros eufemismos más. Por lo caliente que estaba ella respondió: -sí cójeme todo lo que quieras-. La respuesta, para una mujer recatada y conservadora era un gran avance y además hizo que yo me calentara. Decidí aventurarme más y le pregunté

-¿qué harías para que yo te cogiera?… –lo que sea, pero ya cójeme, dijo mientras yo le apartaba nuevamente su mano de su raja.

Bueno, le dije, vamos a imaginar que eres otra persona y así si te voy a coger. Ella imaginó que tal comentario era por mis frecuentes paseos, en aquel entonces, a los tabledance, así que me dijo que se haría pasar como una de esas bailarinas. La dejé hacerlo durante un par de minutos… pero igual no se la metí….yo estaba excitadísimo sólo por la idea de hacerle los comentarios que tenía en mente y al ver lo dispuesta que parecía a soportar todo. Así armándome de valor le dije: -ahora quiero imagina que eres Mariana, tu amiga. Mariana es una de las amigas de la infancia de mi señora. Es más alta que ella y tiene el pelo negro, corto, siempre se me antojó en las pocas ocasiones en que nos visitaba. La reacción de mi mujer fue la de preguntar primero, extrañada ¿te gusta Mariana?. Yo le respondí que no estaba fea (está buenísima y guapa) pero que lo hacía para hacer más excitante el momento.

Cuando me dijo, está bien, imagina que soy Mariana y que te me estoy entregando me excité más y como recompensa le metí dos dedos de un golpe.

Ella gimió y tomó mi mano para no dejarla salir, mientras que con su otra mano tomaba mi pene y lo masajeaba rápidamente de arriba abajo. La excitación me hizo pensar en cojermela de inmediato, pero aguantando saque mis dedos y le aparté su mano de mi pene para no terminar. Sólo la seguí acariciando. –Cójeme-, me exigió, soy Mariana y te deseo… pero mi plan estaba a punto.

-Ahora quiero que seas Nora-. Me refería a su hermana menor, mi cuñada, el verdadero objeto de mi deseo y muchas de mis fantasías sexuales. No dijo nada, se quedo callada y luego preguntó: -te gusta porque está más delgada verdad?-. No era el momento para ahondar más en sus celos, sé que es muy celosa, así que nada más le respondí, -no, es que también se me antojó y como ya quiero cojerte, estaba checando que tan caliente andabas, si de verdad quieres que te coja no te importara lo que te digo. Al momento en que decía eso me puse encima de ella y tomando mi pene con la mano empecé a frotarlo contra su sexo, pero sin metérselo. Bueno, me dijo, imagina que soy Nora y que vine de visita a nuestra casa y que de repente tu me estabas violando. Yo seguí con mayor celeridad con el movimiento de mi pene, sin metérselo aún mientras notaba como crecía su excitación. –Soy Nora mi amor, cojéeme, imagínate que soy Nora entregándome. Yo sé que hasta aquí todo es una banalidad comparado con otros relatos, pero para mí fue todo un éxito, no aguanté más y de un golpe le metí la verga, ella gemía de placer y levantaba las piernas a la par que se las sostenía con sus manos, sus senos se movían rítmicamente de arriba abajo y el puro hecho de imaginar que efectivamente era a Nora a la que me cojía hizo que me viniera rápidamente. Nos quedamos dormidos… al día siguiente ella no hizo ningún comentario y estaba seria, no fue sino hasta la tarde que muy seria me volvió a preguntar: -¿te gusta Nora verdad?. Yo me hice el loco. –Está bonita, pero la quiero como a una hermanita- Nora tiene seis años menos que nosotros y ya está casada, pero sin hijos, es más alta que mi mujer, delgada y con un cuerpo perfectamente bien trabajado en el gimnasio. Su pelo es negro y corto y su cara es muy bella. Suele vestirse de forma muy sexy y su esposo no se molesta por ello. Usa blusas muy escotadas o faldas demasiado cortas.

Hasta antes de ese momento yo me había limitado, durante cerca de diez años, a desearla en secreto, a voltear la mirada distraídamente hacia sus piernas cuando platicaba con mi mujer o a mirar sus pechos, redondos y medianos, bien levantados, bajo una estrecha blusa.

Ese día, como les digo, fingí demencia, mi mujer no me pudo sacar de que yo respetaba mucho a mi cuñadita y que sólo la quería a ella. Pero tres noches después de nueva cuenta adopté la misma táctica de excitarla al máximo sin siquiera meterle ni dedos ni mi pene y de nuevo, sin rodeos, le pedí que imaginara que ella era Nora. En varias ocasiones hicimos el amor así y cuando platicábamos al respecto, después, yo le decía que era sólo una forma de hacer más excitante la relación.

Un día Nora nos invitó a comer a su casa. Estaría su esposo pero llegaría tarde por el trabajo. Una noche antes de ir a casa de mi cuñada practiqué mi táctica con mi mujer… cuando más quería que la cogiera, ya con mi pene frotando su sexo le dije que al otro día sería bueno que propusiera que todos jugáramos a las cartas con apuesta de prenda (lo leí en una excitante historia en Marquezenet), al calor del momento me dijo que lo iba a proponer pero que no respondía de lo que pudiera pasar.

Al otro día me aseguré de comprar unas botellas de vino dulce y estuvimos puntuales a la comida. Mi cuñada estaba súper sensual, o tal vez así la vi por lo excitado que iba yo. Llevaba una falda, no corta, pero de vuelo amplio, su blusa era pegada y dejaba una generosa abertura al frente que permitía ver el nacimiento de sus senos. Mi mujer, tal vez medio celosa se había esmerado en su arreglo y, aunque ella ya está un poco llenita, no deja de ser sexy. Llevaba unos vaqueros pegados al cuerpo y la blusa no era espectacular, sino de botones, pero se veía bien. Cuando terminábamos de comer llegó el esposo de mi cuñada. Una persona muy amable y seria, más o menos de la edad de mi mujer y yo, pero el triple de mojigato y conservador. No quiso comer, pues había tenido que comer en el trabajo, por lo que sugerí que jugáramos dominó mientras platicábamos. Mi mujer, oportunamente sugirió abrir una de las botellas de vino dulce y todos empezamos a tomar a la vez que jugábamos. Aunque en un principio batallamos para convencer al esposo de mi cuñada para que tomara una copa (casi nunca toma) un par de horas después él mismo, con los ojos achispados, se encargaba de servirnos a todos. El dominó ya lo habíamos dejado y sólo platicábamos en los cómodos sillones de su sala. Yo no perdía oportunidad de mirar las piernas de mi cuñada cuando ella las cruzaba discretamente. Pese a todo pensaba que mi mujer nunca diría nada así que me fui haciendo a la idea de sólo ver a mi cuñada. Ya habíamos terminado, entre risas y pláticas, cuatro de las botellas. Ninguno de los cuatro estábamos ajenos a los efectos del alcohol y por cualquier chiste o comentario chusco nos reíamos. Hubo un momento en que me decidí a ir al refrigerador por la quinta botella, abandoné la sala y despacio, por lo mareado, me dirigí a la cocina. Estaba tomando la botella cuando mi cuñada se acercó y me dijo: – voy a llevar algo para comer y seguir platicando, Martha (mi esposa y hermana de Nora) pidió que jugáramos cartas y así evito suspender cada dos minutos el juego. A la par que decía eso se inclinó hacia el frente para tomar un queso de la parte baja del refrigerador. Cuando lo hizo me ofreció una vista mucho más completa de sus senos y me quede de una pieza. Se levantó rápido sin darse cuenta de mi excitación y ahí mismo en la cocina empezó a partir el queso, de espaldas a mi. Como quedo cerca del refrigerador el espacio entre la mesa y el refrigerador era pequeño así que decidí pasar por ahí, como queriendo salir. Me puse de tal forma que mi erecto pene rozara apenas sus nalgas y pasé rápido. Se dio cuenta y volteó. Perdón, me dijo, no me dí cuenta que te tapaba el paso. Todo quedó ahí. Durante tres horas más jugamos a las cartas mientras tomábamos vino y comíamos queso y carnes frías. De repente mi mujer sugirió jugar de prenda. Me quedé helado, pero por el gusto de que se hubiera animado a hacerlo. La sugerencia fue tomada a risa por mi cuñada y su esposo y continuamos jugando otra mano que me tocó ganar. Cuando mi cuñada barajeaba las cartas para una mano más, yo dije: – como gané me toca poner el castigo – aventuré sin que un momento antes hubieran aceptado ellos jugar a las prendas. El esposo de Nora me voltéo a ver, estaba más tomado que yo así que sólo se rio embarazosamente y Nora por su parte hizo como que no oía pero sonrió. Mi mujer me apoyó en forma extraordinaria y dijo –con tal de que no me pidas que me quite los zapatos porque todos se desmayan aquí- el comentario trajo risas para todos y cuando la risa se estaba controlando dije en forma seria:

-Nora se tendrá que quitar la blusa-. Se hizo silencio absoluto. Pedro –que así se llama el esposo de mi cuñada- la volteó a ver y sonrió mofándose de ella: -y a ese paso vas a quedar desnuda porque eres muy mala para las cartas-. Todos reímos de nuevo, pero la sorpresa fue mayor cuando Nora se levantó y cruzando los brazos se sacó la blusa por encima de su cabeza. No pude evitar mirarla. Sus senos eran contenidos apenas por un brassier que dejaba más de la mitad de su busto al descubierto. El brassier, negro y de encaje dejaba a la imaginación el resto de sus senos. Sonriente Nora se sentó y yo volté la mirada hacia mi mujer. Ella me miraba a mi, pero no noté enojo en sus ojos. Pedro, el esposo de Nora agachó la vista hacia la baraja y repartió el nuevo juego. Lo ganó él. Se quedó callado un rato hasta que Nora lo apresuró: -castiga a alguien, tu ganaste. Para esas alturas, mi mujer ya se había desabotonado dos botones de su blusa y por la abertura que quedaba se alcanzaba a ver, de vez en cuando sus senos, más cuando se inclinaba al frente para arrojar alguna carta. Pedro la volteó a ver y como disculpándose dijo: – para que estén parejas Martha se quitará su blusa.

Mi esposa no dejó de sonreír, pero nerviosa me voltéo a ver buscando mi aprobación y temerosa de mis celos extremos. Yo sonriente aprobé con una mirada. Mi esposa se puso de pie y lentamente desabotonó cada uno de los botones de su blusa, la cual dejó caer a sus espaldas. Si bien mi cuñada es la mujer más sexy y perfecta que conozco, en cuanto a senos mi mujer se veía fenomenal, pues los tiene más grandes. El brassier que ella usaba era menos sexy, pero igual lograba apenas contenerlos. Volté a ver a Pedro y le descubrí una mirada de lascivia cuando veía a mi mujer, pero rápido hizo como que volteaba a otra parte. Mi mujer se puso algo colorada. Nora repartió las cartas de la siguiente mano que ganó mi mujer. Se rió y me ordenó que me quitara la camisa. Lo hice rápido y quedé en camiseta. No tengo nada que presumir así que no entraré en detalles pues soy más bien flaco. La siguiente mano la ganó de nuevo mi mujer, que me pidió que me quitará los pantalones. Objeté, pero me abuchearon y no tuve más que obedecer. Suelo usar, por comodidad, truzas muy pequeñas, cuando me quité el pantalón no hallaba como ocultar la enorme erección que tenía desde hacía rato. Mi mujer rio. Mi cuñada volteó a ver y chifló, y su esposo sólo se rió. No soy un súper dotado como suelen poner en estas historias, el tamaño de mi pene es normal, pero por lo chico de la truza era muy evidente la erección. Rápido me senté. La siguiente mano la ganó mi cuñada. Se quedó seria y ordenó: -como gané voy a cambiar el tipo de castigo, quiero que Pedro le quite el brassier a Martha. Pedro se quedó serio pero su mirada delataba el gusto por el castigo. Mi mujer se levantó y fue hasta donde él estaba sentado, le dio la espalda y se agachó para que él pudiera desabotonarle el brassier. Lo que hizo Pedro me indicó que todos estábamos ya inmersos en ese juego. Hizo como si que buscara el broche del brassier por el frente, lo que aprovechó para, con ambas manos, tocarle los senos a mi mujer. Ella no dijo nada y él, rápido, como si se hubiera confundido, pasó las manos a la espalda de mi mujer. Desabotonó el brassier y de nuevo adelantó las manos pues el brassier no había caído. Puso ambas manos en los senos de mi mujer, totalmente abiertas, queriendo abarcar todos los senos de su cuñada, y tras unos brevísimos segundos las retiró, ya con el brassier en las manos. Aunque soy extremadamente celoso, la situación me tenía más bien muy excitado así que voltee a ver a mi cuñada y vi que ella estaba algo colorada de sus mejillas. La siguiente mano la ganó Pedro que ordenó a mi señora que le quitara a él la camisa. Mi señora lo hizo rápido pero la mirada de Pedro no se desvió en ningún momento de sus senos. Continuamos con la siguiente mano que gané yo. De inmediato ordené a Nora que se acercara pues yo le iba a quitar la falda. Ella lo hizo y se paro frente a mí. Mi mujer no me apartaba la vista pero yo me hice el distraído, al igual que Pedro y puse primero mis manos a la altura de las rodillas de mi cuñada.

Ella sonrió al ver cómo visiblemente ese movimiento se reflejaba en mi pene que ya parecía ahogado en las diminutas truzas. Subí mis manos, lento hasta las caderas de Nora. Ella cerró ligeramente los ojos y luego preguntó entre risas: -¿qué nunca le has quitado la falda a tu mujer, el botón está por fuera-. Al bajar lentamente mis manos, sin apartarlas de sus caderas y muslos las hice un poco hacia el frente y con mi dedo cordial alcancé a rozarle su monte de Venus. Nuevamente cerró los ojos y en forma casi inaudible emitió un pequeño gemido. En cuanto saqué las manos de debajo de su falda, la tome por la cintura y con fuerza la atraje hacia mi, para dejarla dándome la espalda. Le desabotoné la falda que ahí quedó tirada.

El espectáculo que se me presentaba era grandioso. Mi cuñada no tiene un culo grande, sino unas nalguitas bien formadas y duras, paraditas, que quedaban casi al aire con la braguita que las cubría. Ver así de espaldas a mi cuñada, como si que me ofreciera el culo hizo que me excitara al máximo, pero me contuve y sólo le dí una nalgada. Pedro su esposo se quedo serio primero, pero al ver que Nora lo tomaba a chanza rio alegremente. Tras su castigo Nora se fue a sentar a su lugar. Desde mi sitio no le despegaba la mirada a ese par de piernas largas, bien torneadas y sexys que se me presentaban como siempre las había soñado. Siguió el juego de cartas. Nora interrumpió a mitad de la mano para decir que como ella ya se estaba quedando sin ropa tendríamos que hacer uso de la imaginación para ponernos otros castigos, pues de lo contrario ella tendría que dejar de jugar al quedarse sin prenda alguna que apostar. La mano la ganó ella precisamente que ordenó a mi mujer que se acercara hasta donde estaba Pedro y le quitara los pantalones. Martha no dejó pasar la oportunidad para darle más calor a la ya de por sí caliente situación. Se hincó frente a Pedro y lentamente le desabrochó el cinturón, lento le bajo el cierre, apoyando fuertemente sus manos sobre el paquete de Pedro, que denunciaba que él también estaba a cien. Para terminar de bajarle los pantalones, Martha no despegó nunca las manos de las piernas de Pedro, que por su parte descansó su mano en la cabeza de mi señora, como queriendo atraerla hacia su verga. La excitación era ya excesiva en todos nosotros. Martha mi mujer se veía sumamente excitada y hasta llegó el momento en que pensé que de desesperación se abalanzaría con su lengua sobre el paquete de Pedro, aún oculto bajo unos boxers. Nora en cambio me miraba a mí. Me dí cuenta que su mirada se dirigió hacia mi verga, asfixiada por las truzas y asomó levemente la lengua por la comisura de sus labios, mostrando una calentura que me daban ganas de abalanzarme sobre ella y ahí mismo, en la sala, arrancarle sus braguitas y meterle mi verga hasta el fondo. Tras el último catigo las miradas lujuriosas de todos nosotros eran evidentes, pero aún aguantamos una mano más, que por cierto me tocó ganar. El castigo que le impuse a Nora –obviamente- fue quitarme mis truzas pero sin meter las manos. Expliqué que eso era para no dejarla a ella sin ropa. Nora se levantó resuelta, me pidió que me pusiera de pie y cuando lo hube hecho apoyó sus manos en mis muslos y lentamente, como una adolescente que se dispone a dar su primer beso, acercó sus labios a mi pene. Sin embargo, su boca no lo tocó, con los dientes tomó el borde de la truza y jalando con su cabeza pretendió quitarme las truzas. Como ya lo mencioné las truzas estaban excesivamente ajustada, así que no lograba realizar su tarea, entonces sí se trenzó, pegando su boca a mi paquete pero sin soltar el borde de las truzas. Un fuerte jalón de su boca rasgó parte de las truzas que dejaron al aire, levantado de la presión a mi pene, grande como nunca antes lo había visto. Lo que Nora hizo a continuación me desconectó de todo. Soltó el borde de la truza rota y acercó sus carnosos labios a mi verga y la besó muy suavemente en el glande. Yo no me contuve más, con ambas manos tomé su cabeza y la acercé con fuerza a mi pene. No hacía falta, ella ya abría su boca para tragar toda la cabeza de mi verga mientras simultáneamente cerraba los ojos y gemía. Quite una de mis manos de su cabeza y urgido la dirigí hacia sus senos, aprisionados aún por el coqueto brasier. Con un movimiento de mano los liberé y suavemente empecé a masajeárselos, primero uno, lento, de la base del seno a la aureola del pezón y viceversa. Y luego el mismo trato para el otro. La caricia exitó más de lo que ya estaba a mi cuñada que aceleró sus gemidos y la velocidad de la mamada que me estaba haciendo… no pude resistir más. Tantos deseos contenidos por poseerla hicieron que en un minuto me viniera en su boca.

No hizo el intento siquiera de apartarse, no dejó de tragase mi verga, pero con más cariño, con su lengua y sus labios me limpió suavemente y para cuando terminaba su tarea mi pene ya estaba listo para lo siguiente. . . Sólo hasta entonces reparé en todo y en lo extraño de que ni mi mujer ni Pedro, el esposo de Nora hubieran dicho o hecho algo ante nuestro arranque, pero me equivocaba.

Para cuando voltee hacia ellos Pedro tenía abrazada a mi mujer por la espalda y le acariciaba sus senos. Mi mujer tenía los ojos cerrados y con una mano se tocaba su raja mientras gemía. Justo cuando voltee observé que Pedro se bajaba con una mano sus boxers y su verga erecta la pegó a las nalgas de mi mujer que a esas alturas ya estaba completamente desnuda.

Luego, poniendo una mano en la espalda de mi mujer y otra en su cintura la empujó para que ella quedara agachada con el culo al aire. Mi mujer por supuesto dejó de acariciarse su sexo y apoyó ambas manos al frente. Pedro tomó su verga con una mano y la acomodó en la rajita de mi mujer y de un solo golpe se la metió. Martha gemía con los ojos cerrados mientras se balanceaba al ritmo que Pedro quería. Pedro, cogiéndola por la espalda se inclinó hacia el frente para quedar literalmente montado en ella y así le tomó también ambos senos los cuales se los acarició con fuerza.

Nora seguía con su mamada a mi erecto pene, ver que se cogían a mi mujer me excitó muchísimo más y levanté a Nora. Ya de pie empecé a besarle todo su cuerpo y cuando llegué a su raja noté que estaba totalmente bañada en sus líquidos. La recosté en la alfombra y le abrí las piernas y así, sin dejar de mirar su rostro empecé a besarle su sexo. Ella empezó a gemir de placer mientras sus manos me tomaban de la cabeza. Empecé muy lentamente pero conforme notaba su calentura fui acelerando los lenguetazos en su sexo.

Ella casi gritaba y decía –así, así, cógeme, cógeme ya que mi esposo ya se está cogiendo a Martha-. Yo seguí con mi trabajo pero voltee a ver a mi mujer que a esas alturas hacía un sesenta y nueve en el más grande de los sillones.

Se veía que ella estaba también excitadísima por que chupaba la verga de Pedro, le besaba los testículos, gemía y luego con una mano se tocaba sus pechos, desesperada. Yo suspendí mi labor y me monté sobre mi cuñada… el sueño de toda mi vida se me iba a cumplir, estaba a punto de cogérmela y la tenía totalmente desnuda, con las piernas abiertas y entregada totalmente a mí.

Ella misma tomó mi pene con su mano y lo dirigió a su sexo. Empecé a metérselo despacio y luego lo sacaba, luego se lo metía más y lo volvía a sacar, así hasta que le metí toda la verga. Entonces empecé un movimiento rápido de caderas a la par que Nora que tenía los ojos cerrados y se mordía los labios, luego gemía o gritaba hablándole a su esposo: -Pedro, mira, me están cogiendo, ay cómo me gusta esta verga, ay que rica. Al hacerlo sus senos se movían rápidamente de arriba abajo a cada embestida que yo le daba y cuando más se me antojaban me inclinaba para morderlos. –Todo, todo- dijo Nora que ya pegara unos gritos como nunca acostumbra mi mujer, aguanté siete minutos más con ese ritmo, observando sus senos y luego terminé, a la par que ella, con una explosión de semen en su interior que me supo a gloria.

Nunca hemos hablado al respecto. Fue algo que pareciera sueño pero ni yo ni mi mujer hemos comentado nada. Yo dejé de hacerle comentarios mientras hacemos el amor, pero pareciera que ese delicioso intercambio y esa cogida con mi deseada cuñada dieron calma a nuestra relación y hasta la fecha hemos congeniado mejor yo y mi mujer. Espero, algún día, poder cogérmela de nuevo.