Cuidando durante todo el verano a mi abuela de 68 años

Mi abuela. El cuidador de verano.

Hola, mi nombre es Ramón. Cuando ocurrió los hechos que os voy a relatar, yo tenía diecinueve años, estudiaba en la universidad y todo en la vida me iba más bien que mal. Pasé el curso detrás de una chica, Carolina, y me costaba bastante conseguirla. No tengo mal físico, pero mi timidez me impedía que consiguiera pedirle una cita, aún más difícil tener una relación sexual con ella… Bueno, con ella o con cualquiera. Muchas veces se han mofado mis amigos más íntimos de mi obligada virginidad, y aunque hubo alguna oportunidad de sexo casual, ni era mi estilo ni mi timidez me dejaba actuar. Pero en la segunda quincena de julio todo iba a cambiar. Unos cuantos compañeros de clase, entre ellos Carolina, nos iríamos de viaje durante una semana. ¡Soñaba con que llegaran esos días!

– ¡Ramón! – me habló mi padre – Este verano te tienes que hacer cargo de tu abuela y cuidarla hasta que vuelvas a las clases…

A finales de junio mi padre me soltó esas palabras cómo si te dijeran “guárdame el mechero un momento”. Intenté protestar, pero era inútil, estaba sentenciado a pasar el verano con mi abuela, todo el verano, incluso esos días en que mi Carolina se marchaba con los compañeros de nuestra clase. Acabé el curso y cuanto más se acercaba julio, más triste estaba. Otros años les había tocado a otros tíos o primos míos, pero aquel año ninguno estaba dispuesto a soportar a la infame de mi abuela y mis padres se iban de viaje, así que, por sorteo del dedo de mi padre, me tocó cuidar de ella.

Mi abuela… La veía poco, y cuando la veía la soportaba apenas unos minutos. Casi siempre coincidíamos en las reuniones familiares, bodas, bautizos y demás. Cada vez que la veía y me daba un beso, me miraba de arriba abajo como si fuera una cosa rara en la familia. A ella le iba más el estilo de mis otros familiares, incluido mis padres, la veían y se desvivían en hacerle la pelota, y todo por el dinero que tenía. María Luisa de los Ángeles del Sagrado Corazón, ese nombre tan rimbombante tenía mi abuela. Era una mujer de sesenta y seis años, propietaria de varias empresas que manejaba a través de sacrificados abogados y gestores que la soportaban en tediosas reuniones. Y casi todos los miembros de mi familia trabajaban en esas empresas, con la esperanza de que, el día que ella faltara, alguna fuera para ellos. Así que mi abuela estaba muy acostumbrada al baboseo de sus familiares y lo explotaba sin compasión.

El día dos de julio, llamaron a la puerta y el chófer de mi abuela venía a recogerme para llevarme a su casa en la sierra. Era una maniática de su cuerpo y decía que la playa y su sol estropeaban las pieles delicadas como la suya. ¡Ni siquiera podría ver estupendas chicas en bikini! Dos horas y media de viaje y llegué a una estupenda casa, no muy grande para el dinero que tenía, pero en medio de un estupendo lugar rodeado de vegetación. Salí del coche y los sirvientes de mi abuela llevaron mis maletas y me indicaron cual era mi habitación.

Después de preparar mis ropas y cosas en la habitación, me fijé que aquella habitación era tres veces la que había en mi casa. Tenía mi cama, un ropero que no lo llenaría ni con toda la ropa que usara en mi vida, una mesa con dos sillas y una peinadora. Caminé por la casa sin saber bien dónde ir, mirando la decoración y viendo cómo trabajaban algunas de las personas que estaban al servicio de mi abuela. Salí al jardín, si se le podía llamar jardín, pues era parte del paisaje de aquella relajante sierra en la que había construido una piscina y como un salón para celebraciones. Seguí caminando y encontré un sendero rodeado de árboles frondosos. Caminé y caminé hasta que empecé a escuchar el ruido de una cascada. Continué y llegué a una hermosa cascada con una fosa en el fondo. ¡Un lugar perfecto para bañarme! Pensé y me propuse venir al día siguiente.

De vuelta iba pensando en mi abuela. Si tanto dinero tenía y tantas personas trabajaban para ella, ¿para qué me necesitaba allí? A mí o a cualquiera de mis otros familiares. Los otros estarían encantados de estar allí por ganarse la herencia, aunque aquel año ya estaban todos un poco hartos de sus maneras y me había tocado. Llegué de nuevo a la casa y me encontré con el chófer.

– ¡Ah, está usted aquí! – me dijo preocupado.

– ¿Pasa algo? – pregunté extrañado.

– ¡Son las dos y media y su abuela pregunta por usted! – tragó saliva – ¡Espero que no castigue a nadie por haberle perdido!

– ¡HA APARECIDO YA MI NIETO! – escuché la voz rotunda de mi abuela que venía del interior de la casa. Sentí un poco de miedo, pero si iba a estar allí a la fuerza, no lo pasaría mal temiendo a mi abuela… y si no, que me devolviera a mi casa que ya había perdido a mi Carolina.

– ¡Entremos, señor! – me dijo el chófer y lo seguí dispuesto a no temer a mi abuela.

Caminamos hasta llegar a su despacho. Aquel hombre abrió la puerta y me hizo entrar, después cerró tras de mí como si me dejara en el matadero. Mi abuela estaba sentada en su silla, con aquella mesa enorme en la que tenía ingente cantidad de papeles cuidadosamente organizados. No me miró, no levantó la vista de los documentos que leía y me hizo una indicación con la mano de que me sentara en la silla que había frente a ella, al otro lado de la mesa.

– Así que tú eres Ramón…

– Sí… – siempre le decíamos señora para referirnos a ella, pero no quería ser otro borrego de la familia – Sí abuela…

– ¿Quién te ha dado la libertad de llamarme abuela? – me miró bajando las gafas de cerca un poco para observarme. Nunca había visto que tenía unos ojos verdes muy bonitos, el miedo a enfrentarme a ella me agudizó los sentidos y por primera vez vi sus ojos por mucho que los había mirado antes.

– Abuela… – le dije dispuesto a que en menos de una hora estuviera de vuelta a mi casa – Me has llamado Ramón, si yo tuviera que llamarte por tu nombre, María Luisa de los Ángeles del Sagrado Corazón, seguramente ya habría acabado el verano… – quedé quieto, temblando por dentro a la espera de su furia.

– ¡Vale, buen razonamiento! – se colocó las gafas y volvió a leer por un momento. Su respuesta me dejó perplejo.

La miraba mientras leía sus documentos. No era fea, si bien se marcaba un poco sus años en su cara, por lo general era bonita. Empezó a firmar papeles y más papeles. Estuvo casi quince minutos firmando. Después llamó por teléfono.

– Ya están los papeles, dígale a Antonio que pase a recogerlos. – colgó. Al momento entró un hombre y cogió los papeles y se despidió de ella hasta septiembre – Bueno Ramón. – se dirigió a mí y me levanté al verla llegar, extendió la mano – ¡Vamos a estar este verano juntos! ¡Espero que seas buena compañía! – permaneció con la mano extendida y yo la agarré y la puse en mi cintura, después la abracé y le di dos besos – ¡Y eso! – preguntó extrañada.

– Tú has saludado a Ramón como haces con los demás familiares y yo he besado a mi abuela, como hago con mi otra abuela… – le sonreí.

– ¡Vaya, vaya! – se dio media vuelta y salió por la puerta mientras me hablaba – ¿Has comido?

– No, te estaba esperando…

– Pues ve a la cocina y pide que te hagan algo de comer. Yo he comido antes de venir y no tengo hambre… – me señaló con la mano la dirección de la cocina y se marchó hacia el otro lado.

Caminé hasta que encontré la cocina. Entré y había dos mujeres, una de unos cuarenta y tantos años y otra de treinta y tantos. Las dos recogían y preparaban cosas. Entré y desde la puerta las saludé.

– ¡Hola! – dije y las dos me miraron – Soy el nieto de María…

– ¡Hola, señor! – dijo la más mayor – Me llamo Pili y esta es mi compañera Sonia… ¿Qué desea?

– ¿Tendrían algo para comer? – noté que a Sonia se le cambiaba la cara.

– ¡Sí, claro! – dijo Pili – ¿Quiere algo especial?

– ¿Sería posible tomar un plato con huevos fritos y pimientos…?

– ¡Sí, claro! – se volvió a su compañera – Ya has oído… – se volvió y me habló – ¡Váyase al salón y se lo ponemos todo allí!

– No, por favor… – les dije cogiendo una silla – ¿Puedo coger esta silla y comer aquí? – las dos se miraron.

– ¡Pero eso no es lo habitual! – dijo Sonia.

– Si no os importa, comeré aquí y así no tendréis que recoger tantas cosas… – Sonia sonrió levemente y miró a su compañera que mostraba extrañeza.

– ¿Quieres papas fritas? – me preguntó Sonia y Pili le hizo una mueca para que no me hablara así.

– Si no es molestia… – la miré sonriendo – Si me haces papas, moriré de placer.

En menos de veinte minutos ya tenía el plato delante de mí. Tomé un trago de mi refresco y cogí un trozo de pan. Las dos me miraban. Partí un trozo de pimiento y hundí el pan en la yemadel huevo. Lo saboreé. ¡Estaba delicioso! Me levanté de la silla y me dirigí a Sonia, me arrodillé delante de ella y cogí su mano. Las dos se miraban sin saber que pensar.

– ¡¿Quieres casarte conmigo?! – Sonia rio.

– ¡Lo siento apuesto joven! – hizo una pequeña reverencia – Pero es que ya estoy casada…

– ¡Maldita sea! – me levanté del suelo fingiendo enfado – Mi madre me dijo lo mismo. Me hizo una comida estupenda y resultaba que ya estaba casada… – me volví a sentar y a mostrar desesperación – ¡Nunca encontraré una buena mujer! – seguí comiendo mientras las dos mujeres reían y hacían sus labores.

Pasé un buen rato hablando con las dos mujeres de la cocina. Después me dirigí a buscar a mi abuela, que como me habían dicho ellas, se encontraba dormitando medio tumbada en un sofá del salón. Se había cambiado de ropas. Siempre la había visto vestida con ropas de gala, para alguna boda o similar, así que encontrarme a mi abuela con ropa de deporte me extrañó y contemplé su cuerpo mientras dormía.

Tenía unas caderas anchas y podía ver el triángulo que le formaba la malla en su sexo, incluso se le marcaba un poco sus labios vaginales. Sus tetas redondas asomaban ligeramente por la camiseta de tirantas. ¡Joder, me estoy poniendo cachondo! Pensé y me retiré a sentarme en el otro sofá. La miraba, sin saber bien qué hacer. Junto a mí encontré el mando del televisor. Encendí la televisión y el sonido despertó a mi abuela.

– ¡Hola! – dijo mientras se sentaba en el sofá – ¡Qué buen sueño! – dijo mientras estiraba su cuerpo y marcaba sus hermosas tetas y podía ver que tenía un vientre plano y bien formado. La verdad es que estaba buena mi abuela y eso me alegró la vista.

Se levantó y empezó a hacer estiramientos, de forma que podía ver todo su cuerpo, sobre todo su culo. Ese culo redondo que ya no tenía la dureza que tuvo que tener en su juventud, pero que guardaba aún su bonita forma. Ella me miró y me sonrió.

– ¿Te gusta mi cuerpo? – me preguntó y tal vez lo hacía para dejarme sin palabras.

– Sí abuela. – le contesté descarado para ver si me expulsaba de su casa y podía irme – Sobre todo tu culo… ¿Cómo lo mantienes con esa forma?

– ¡Vaya con el niño! – dijo mirándome y poniendo sus brazos en jarra – ¡Así qué no me tienes respeto!

– Todo lo contrario, abuela… – me levanté y me acerqué a ella – Me han hecho venir aquí para que cuide de ti. Estamos perdidos en la sierra, en un lugar maravilloso… – ella me miraba sorprendida – Creí que no iba a ver a ninguna mujer bonita… y mira por donde, hay una.

– Pues yo creo que tus padres no te han dado disciplina… – me miró desafiante y sentí el miedo apoderarse de mí – ¡Ya veré lo que hago contigo!

No habló nada más conmigo. Se puso sus botines y salió por la puerta para correr. Unos minutos después me levanté aburrido, salí al jardín y caminé hasta la piscina. Allí me moriría de aburrimiento… y no, no tenía ganas de nadar. Volví a andar el camino que había recorrido anteriormente y tal vez en la cascada estaría más tranquilo. Era un lugar fresco y aquel julio parecía que el calor iba a apretar. Caminé hasta que empecé a escuchar el agua caer. Me había perdido del sendero que anduve la otra vez, pero encontré la cascada atravesando entre la maleza. Vi el agua que caía desde los doce metros de altura y me acerqué. Miré hacia la poza de fresca agua y deseé bañarme. No había cogido el bañador, pero seguro que no habría nadie y me podría bañar desnudo. Puse mi ropa en un lado y me metí despacio en el agua, sintiendo como el frescor del agua invadía mi cuerpo desde los pies hasta llegar a mi cabeza. A mi derecha había una frondosa planta, era como una península que salía de la tierra y daba cobijo. No conocía bien el lugar, pero si apareciera alguien, allí podría buscar refugio. Agarrado a la planta, iba rodeándola, poco a poco. Dentro de las hierbas había algo, me concentré en mirar, pero no lo veía bien. Parecía un nido vacío. Seguí rodeando la planta y parecía que lo podía ver mejor…

– ¡Dios, qué haces aquí! – me gritó mi abuela y sentí que mi corazón se me salía del pecho – ¡¿Cómo has llegado hasta aquí?!

– ¡Pues andando! – le dije totalmente alterado. Los dos nos habíamos asustado mutuamente.

– ¡Me has seguido! – me dijo recriminándome – ¡Me has estado espiando, seguro!

– ¡No abuela! – le dije y entonces miré su cuerpo. El agua cristalina me permitía ver totalmente su cuerpo desnudo – Si te hubiera espiado no me habría acercado a ti… – quedó pensativa.

– ¡Perdona Ramón! – su rostro se puso más suave y al tener que nadar, ninguno de los dos podíamos cubrir nuestros cuerpos – Es que vengo aquí cada vez que corro y me doy un baño fresco… No me esperaba encontrarme con nadie… – sus pezones oscuros me tenían embobado – ¡Y haz el favor de mirarme a la cara cuando te hablo! – la miré a la cara y sentí que mis mofletes tomaban un calor especial, me puse colorado de vergüenza.

– ¡Perdona!

– Bueno hijo. – me dijo con una sonrisa – En vista de que nos hemos pillado bañándonos desnudos el uno al otro, yo no tengo problemas en seguir… – se movió y se puso a nadar sumergiéndose en el agua. Pude ver su redondo culo por un momento al salir al girarse para hundirse en el agua – ¡Ven aquí! – me dijo cuando salió del agua y nadaba hacia un lugar concreto.

– ¡Voy abuela! – me puse a nadar y la veía salir del agua y sentarse en una roca que estaba algo sumergida. Su cuerpo estaba sumergido de cintura para abajo, y podía ver sus redondas tetas con aquellos oscuros pezones totalmente erectos. Mi polla empezó a reaccionar ante la vista de mi hermosa abuela.

– Mira, aquí da el sol y estamos medio sumergidos en el agua. – me indicó con la mano donde quería que me pusiera. Empecé a subirme a la piedra y ella me miraba con una sonrisa – Veo que mi nieto es ya todo un hombre… – me dijo señalando la inminente erección que presentaba.

– ¡Lo siento! – le dije e intenté ocultarla.

– No hijo, estamos en la naturaleza… – miró sus pechos para que me fijara en sus erectos pezones.

– Abuela. ¿Cuántos años tienes? – le pregunté.

– Hijo, eso no se le pregunta a una mujer…

– Bueno, es que tienes un cuerpo bonito para…

– ¿Para qué? – me dio una suave bofetada en la cabeza – ¡Para ser una vieja!

– Yo no digo que seas una vieja… – no sabía por dónde salir de aquella conversación.

– Pues es verdad… – me miró de una forma cariñosa y sensual que hizo que mis entrañas se revolvieran con aquel sentimiento raro que me produjo – ¡Soy una vieja! ¡Sí, soy una vieja! ¡DE VERDAD SOY VIEJA! – empezó a gritar como una loca y a reír. La miré y me reía al verla tan contenta y divertida.

– Abuela. – la miré a los ojos – Siempre he creído que eras una bruja…

– ¡Vaya, gracias por tu sinceridad! – tenía una sonrisa tan sensual que no me parecía la misma mujer que me había recibido en su casa.

– ¿Podrías ser siempre cómo eres ahora mismo? – le pregunté. Se inclinó hacia mí.

– ¡Una vieja pervertida que se baña desnuda con su nieto! – reía divertida y me producía sentimientos muy extraños hablar con ella.

– ¡Bueno abuela! – le dije siguiendo la broma – Si estando desnuda eres tan agradable, a mí no me importa ver tu hermoso cuerpo.

– ¡Vaya, siempre me dijeron que eras tímido! – se acercó y me besó la mejilla – Pero veo que estás coqueteando con tu propia abuela… – lanzó unas carcajadas.

– Bueno abuela. – miré al agua – Siempre me ha costado mucho trabajo hablar con las chicas, pero contigo estoy aquí, desnudos y no me importa.

– Sí te importa. – dijo ella sentenciando.

– De verdad que no me importa, estoy tranquilo aquí contigo…

– Pues ponte de pie y a ver que dice tu amiguito de si te importa o no… – sus manos hicieron un gesto para que me levantara – ¡Vamos, obedece a tu abuela!

– ¡No abuela, no! – mi polla ya estaba totalmente erecta y con lo que me decía ella, más fuerza estaba cogiendo.

– ¡Ves, sí te importa! – ella se levantó y me cogió por los hombros forzándome a levantarme – ¡Ves, tenía razón!

– Lo siento, no sé porque me ha ocurrido… – intenté taparme la erección.

– Si no importa. – sus ojos iban una y otra vez para mirar mi polla – Es un alago que una polla joven se levante por una… vieja. – volvió a reír.

– ¡Vaya, no me vas a perdonar eso!

– Bueno, en vista del alago que me acabas de hacer con eso, te perdono. – me dio una cachetada en el culo – ¡Anda vamos a volver a la casa! – se tiró al agua y nadó hasta la orilla donde estaban sus ropas.

Yo también salí del agua y ella me pasó su toalla, yo no llevaba. Me sequé un poco y después caminamos hasta la casa hablando. Aquella no era la mujer que había conocido en tantas y tantas bodas y demás. Me paré un momento en el camino y la agarré por el brazo para detener su marcha.

– María Luisa de los Ángeles del Sagrado Corazón. – le dije y ella me miró como pensando que estaba loco – Oficialmente he de decirte que estaba equivocado contigo y que eres una abuela estupenda. – ella sonrió y me acerqué a su oído – ¡Qué nadie se entere, pero tienes mejor cuerpo que mi otra abuela!

– ¡Idiota! – me empujó y seguimos caminando. Le miré su culo redondo y de nuevo sentí las sensaciones raras, mi cuerpo reaccionaba al verla a ella.

Ella se marchó a su habitación para darse un baño, mientras yo fui a la cocina y encontré a Sonia que preparaba las cosas para dejarnos la cena lista.

– ¡Hola Sonia! ¿Y Pili? – le pregunté.

– Ella sólo viene por las mañanas, yo vengo por la tarde, le preparo la cena a la señora y después me voy hasta el día siguiente.

– ¿Será un engorro para tu casa tener que venir? ¿Tu marido no trabaja? – le pregunté y ella empezó a reír. La miré extrañado.

– ¡No estoy casada! Lo de antes fue una broma para salir de una petición de mano interesada por la comida, al igual que hacen los perros, que hacen lo que se les ordena por comida…

– ¡Vaya! – la miré y puse mis manos delante de mi cara como si fueran dos patas de perro y jadeé con la lengua fuera.

– ¡Eres tonto! – me dijo y siguió trabajando.

– Te quito un trozo de queso… – me marché hacia mi habitación saboreando aquel queso.

Iba por el pasillo recordando el maravilloso cuerpo de mi abuela. En un momento me iba a duchar y tal vez la usara para hacerme una paja y desahogar tanta tensión acumulada. Pensé en ella, esa mujer que en la familia se mostraba autoritaria y despiadada, aquella tarde había sido una delicia de mujer. Me sentí de nuevo inundado por aquel sentimiento extraño y mi polla reaccionaba ante los recuerdos de su cuerpo.

– ¡Ramón… nieto, hijo, ven por favor! – mi abuela me llamaba desde su habitación. Entré – ¡Estoy aquí, en el baño!

Abrí la puerta y quedé asombrado. Era inmenso y muy refinado, con una gran bañera en medio de la sala y una ducha a un lado de aquella sala. La ducha tenía más grifos de los que yo había visto en toda mi casa, el agua salía por todos lados y mi abuela estaba en medio recibiendo toda la presión del agua. De nuevo estaba desnuda delante de mí y la verdad es que aquello no me molestaba, todo lo contrario, me gustaba ver su hermoso cuerpo. Estaba mirándome y podía ver su coño depilado con aquel pequeño triángulo de pelos sobre sus labios vaginales. Podía ver el comienzo de su coño y mi polla empezó a crecer.

– ¡A los ojos, nieto, a los ojos! – la miré a la cara y se reía al verme reaccionar a su desnudo – ¡Recuerda que soy una mujer vieja!

– Sí abuela, pero también es viejo el roble que hay junto a la piscina y da muy buenas bellotas…

– ¡Vaya, coqueteando de nuevo! – cerró la ducha y caminó hasta mí. Me dio un beso en la cara – ¡Gracias por alegrarme el verano! – se giró delante de mí y me dio la espalda, echó su pelo a un lado – Necesito que me untes ese aceite por la espalda, ya que tengo confianza contigo… nunca puedo llegar allí.

– ¡Abuela, por favor! – puse un tono dramático – ¿Sabes el peligro de pedirle a un joven que es virgen y lleno de hormonas que acaricie tu hermoso cuerpo desnudo?

– Ya te cuidarás de hacer algo malo o te corto esto. – se giró y cogió un pellizco con sus dedos sobre mi polla – ¡Vaya que tienes las hormonas alteradas!

– Lo siento abuela…

– ¡Vamos, no seas tonto y si quieres, disfruta del momento! – se giró y se preparó para que le untara el aceite.

Llené mis manos con aquel aceita. Si bien nunca me gustó el tacto de los aceites y cremas, aquel día deseaba tener las manos llenas y tocar con suavidad el cuerpo de mi abuela. Empecé por los hombros. Acariciaba su suave piel y podía sentir la forma de su cuerpo. Bajé por su espalda y pasé mis dedos por debajo de sus brazos, llegué a rozar con la punta de mis dedos la redondez de sus pechos. Bajé por su cintura y me deleité en las curvas cuando empezaban sus caderas. Volví a su espalda y la acaricié completamente hasta llegar a lo alto de su culo, bajé un poco más y empecé a acariciarlo.

– Por ahí ya puedo yo… – me dijo y me detuve – ¡Anda, dúchate! – me invitó a probar su ducha y quedé esperando a que ella saliera – ¿Te vas a duchar vestido?

– ¡No, no! – dije saliendo del embobamiento que me producía el cuerpo de mi abuela.

Me desnudé intentando aparentar que aquella situación no me afectaba. Estaba medio erecto y mi abuela andaba por allí, delante del espejo se echaba sus cremas y demás, mientras me miraba sutilmente. Entré en la ducha y me relajé con aquella cantidad de chorros de agua que golpeaban mi cuerpo. Tenía todo tipo de jabones y geles, usé los que me pareció y una vez acabado, salí de la ducha. Allí estaba, desnudo y sin una toalla para secarme. Mi abuela tenía puesto un batín y se acercó a uno de los muebles.

– ¡Toma! – me ofreció la toalla – O quieres que te seque como si fueras un niño chico. – me miró desafiante.

– Sécame, por favor… – le contesté.

– ¡Guarro! – me tiró la toalla a la cara y salió para ir a su habitación riendo.

Acabé de secarme y me rodeé la cintura con la toalla. Salí del baño y encontré a mi abuela vistiéndose en su habitación. Me detuve a contemplarla. Tenía puesta unas bragas que resaltaban la redondez de su culo y cogió un camisón de tela suave y bastante fina, dejando intuir su cuerpo bajo la tela. Me miró y me sonrió.

– ¡Anda, ve a vestirte y te espero para cenar! – salimos de su habitación.

Tras la cena, decidimos ver una película en el salón. Nos sentamos en el sofá frente a la enorme pantalla y al poco de empezar la película, una de terror, ella estaba agarrada a mi brazo dando saltos con cada susto que se llevaba. Le retiré el brazo y se lo pasé por encima de los hombros. Me sonrió y se acurrucó junto a mí. Le acariciaba el brazo y sentía su cuerpo junto a mí. La extraña sensación de tener a mi abuela cerca, aquella desconocida que se estaba volviendo en la mujer más maravillosa y hermosa que había conocido, hacía que llegara a olvidarme de Carolina y a tener un sentimiento hacía ella prohibido, besé su pelo y pude disfrutar del maravilloso aroma que desprendía mi abuela. Al terminal la película, ella me miró.

– ¡Menos mal que estabas aquí! – me dijo abrazada a mi cuerpo – ¡Demasiados sustos para mi gusto!

– A mí no me ha dado miedo… – dije sonriéndole – Estoy acostumbrado al miedo que da mi abuela María Luisa de los Ángeles del Sagrado Corazón…

– ¡Idiota! – me dio un guantazo en mi desnudo pecho y un mordisco en el brazo – ¡Y ahora a la cama! – se levantó y apagó todos los aparatos.

Se fue sin mirarme, caminando como la señora de la casa que era. Yo la seguí con la vista y después empecé a subir la escalera para ir a mi habitación. Antes de llegar arriba, escuché que su puerta se cerró con fuerza. ¿Se habrá enfadado? Me pregunté mientras entraba en mi habitación y destapaba mi cama. Me quité los pantalones del pijama, la única prenda que llevaba, y me acosté desnudo y tapado por la sábana. Pensaba en los sentimientos que despertó en pocas horas aquella mujer. Bien que fuera adolescente, pero ella era ya una mujer demasiado madura como para despertar el amor de un joven… Además, era mi abuela, con lo que aquellos sentimientos eran perversos. Me toqué la polla pensando en su cuerpo y sentí la necesidad de masturbarme. Entonces escuché ruidos en el pasillo y al momento se abrió la puerta.

– Ramón. – dijo con suave voz – ¿Estás dormido? – miré a la puerta y el pasillo estaba encendido, haciendo que su camisón se volviera trasparente y pudiendo ver la silueta de su cuerpo.

– No abuela… – la miraba y me sentía excitado al verla – ¿Qué te pasa?

– ¡Qué soy una idiota! – me dijo casi con vergüenza – Con la película… Tengo miedo… – aquello hizo que la viera como una mujer vulnerable y mi corazón se aceleró – ¿Te importaría dormir conmigo? – casi no podía frenar la erección que me produjo escucharla.

– ¡Vale, voy! – me senté en la cama y me puse mi pantalón de pijama. Pensé en ponerme unos calzoncillos para aguantar mi erección, pero me sentí perverso y quería que viera cuan hombre era su nieto.

Cuando salí al pasillo, ella me sonreía para que no pensara que su abuela era tonta. Sus ojos no pudieron dejar de mirar mi poco disimulada erección. Caminamos por el pasillo en dirección a su habitación.

– Pensarás que tu abuela es tonta ¿no? – me dijo sonriendo para suavizar la situación.

– Para nada, me gusta ver que mi abuela es más humana de lo que aparenta cuando estamos en familia. – la cogí por los hombros y le di un beso en la mejilla.

– ¡Gracias hijo!

Entramos en su habitación y ella se metió en la cama y se tapó con la sábana. Yo me senté en el filo y dudaba si quitarme los pantalones o no.

– Abuela. – le dije mirándola – ¿Te importa si duermo desnudo? – sabía que no era apropiado, pero mis confusos sentimientos me empujaban a intentar hacer algo.

– No, pero apunta esa cosa tan grande para otro lado. – señaló con un dedo el bulto que había en mis pantalones – A ver si te voy a temer más a ti que a la película… – rio divertida.

Me puse en pie y me quité los pantalones de forma que ella pudiera ver bien mi erección. No le quitaba los ojos de encima. Me eché en la cama y me tapé con la sábana, quedando un bulto en la tela por mi prominente erección.

– Y ¿qué te ha provocado esa erección? – me preguntó mirándola y sin apagar la luz.

– ¡Es raro abuela! – le dije y miraba al techo – Hoy llegué aquí esperando encontrar un ogro de mujer con la que lidiar todo el verano. Después intenté ser un descarado para que me expulsaras de aquí. No te lo he dicho, pero a mediados de mes, iba a irme con unos amigos de viaje… Y estará una chica que me gusta.

– ¡Pobre niño mío! – me dijo acariciando con cariño mi mejilla.

– ¡Oh, no pasa nada! – le dije mirándola – Resultó que la vieja y horrible ogra se convirtió en una mujer buena y bonita.

– ¡Gracias! – se acercó a mí y me besó en la mejilla – Y eso ¿qué tiene que ver con tu erección? – me quedé mirándola a los ojos y pensando.

– La erección me la has provocado tú con ese cuerpo tan maravilloso que tienes y esa forma de ser tan cariñosa… – acerqué mis labios a los suyos y la besé suavemente, despacio y con ternura. Separé mis labios y esperé a ver cómo reaccionaba.

– ¡Hijo, tenemos un problema! – su cara se puso muy seria – Creo que tendrías que irte a tu cama y mañana volver a tu casa. – se tumbó en la cama y se separó de mí – Podrás ir a ese viaje y conquistar a la chica que te gusta…

– ¡No abuela! – le dije girando mi cuerpo y abrazándola por la cintura. La miraba a la cara y ella parecía asustada – Esa chica ha dejado de gustarme… – besé sus labios suavemente – No entiendo lo que me pasa, no lo quiero entender… No sé si estará bien o no… Todos dirán que estoy loco… Pero no puedo evitar que me gustes… – la besé con más intensidad y ella puso sus manos en mi pecho para intentar separarme.

– ¡Por favor Ramón! – me dijo agitada – ¡Esto es una locura!

– Ya lo sé abuela. – me abracé a ella y puse mi cabeza en su pecho – No sé qué me ocurre, pero no puedo evitarlo. – notaba su corazón acelerado y su respiración agitada. Seguro que estaba excitada con aquella situación – No puedo amarte por varias razones. La primera porque eres mi abuela. La segunda porque se nos echarían todos los familiares diciendo que yo lo hago por tu dinero. La tercera porque acabaríamos denunciados por cualquiera de esos buitres.

– Por eso hijo… – me acarició el pelo y yo me agité contra su cuerpo – Vete a tu cama y no hablemos más de esto, nunca ha ocurrido.

– Por eso mismo no te dejaré… – la miré y ella me miraba sin comprender – Si nos atraemos y todo está contra nosotros, es porque este sentimiento que tengo vale la pena. Lo arriesgaré todo por tener este sentimiento hacia ti. – me lancé contra su boca y la besé con pasión haciendo que sus defensas cayeran y nuestras lenguas jugaran la una con la otra, acariciándonos apasionadamente – Te amaré en secreto si es necesario.

Nos besamos apasionadamente y subí mi cuerpo en ella. Quedé entre sus piernas y mi polla encima de su sexo. Me restregué y la besaba, ella gimoteaba de placer y sin ser capaz de controlarme, eyaculé por la excitación del momento. Mi cuerpo se convulsionaba mientras lanzaba semen contra las bragas de mi abuela. La miré con vergüenza al haberme corrido encima de ella al momento. Ella me sonreía y estaba feliz con aquello.

– Ramón. – me habló mientras aún eyaculaba, cogiéndome la cabeza con sus dos manos y dándome besos cortos en los labios – No sabes lo feliz que me haces por este momento. Me has devuelto a mi juventud. – me besó apasionadamente mientras mi semen calaba la tela de sus bragas y podía sentir el tibio calor sobre su piel. Me hizo tumbarme junto a ella.

Estaba bocarriba en la cama, mi polla mostraba los restos de semen que había lanzado contra el cuerpo de mi abuela. Ella me miró, no dijo nada. Se puso en pie y se quitó su camisón, después se giró y se bajó las bragas mostrándome su culo redondo en pompa. Mi polla estaba bajando de volumen poco a poco. Ella la miró y no quería que se durmiera aún. Se subió en la cama, abrió sus piernas y se sentó sobre mi polla. Sus caderas hacían que mi polla se deslizara por su coño, no la penetraba, nuestros sexos se frotaban el uno contra el otro.

– ¿Te gusta? – me dijo mientras movía lánguidamente sus caderas y su cara mostraba que aquel roce le encantaba. Puse mis manos en sus caderas – ¡Sí cariño, muéveme, has que tu abuela goce! – ya no era mi abuela la tirana, ni siquiera la cariñosa, ahora era la abuela pervertida.

Se echó hacia mí y empezó a besarme apasionadamente. Mi polla se endureció más y no hizo falta guiarla, mi abuela movió las caderas y mi glande se colocó en la entrada caliente y húmeda de su vagina. Me miró a los ojos, nos miramos sabiendo que era inevitable lo que iba a ocurrir. Mis manos empujaron sus caderas, pero sus piernas no permitieron que su cuerpo bajara.

– ¡Ramón, con esto pierdes a una abuela, pero siempre tendrás una mujer a la que amar! – dejó de resistirse y sentí como mi glande se hundía en su coño, sintiendo como el calor de su vagina envolvía completamente mi polla hasta que estuvo totalmente dentro de ella – ¡Dios, qué maravilla de polla! – gimió y su cuerpo se retorció de placer – ¡Tanto tiempo sin un hombre que me haga el amor!

– Ya no tendrás que esperar nuca… – le dije mientras mis manos acariciaban su cuerpo y mi polla entraba y salía en su coño – Cada vez que necesites el amor de tu nieto, me tendrás… – mis manos acariciaban su redondo culo y lo agitaban para follarla. Ella gemía cada vez más fuerte.

– ¡Sí, sí, nunca te faltará el amor de abuela!

Se incorporó y quedó sentada sobre mi polla que estaba hundida hasta lo más profundo de su vagina. Sus caderas se movieron y se restregaba contra mí, haciendo que mi polla frotara con fuerza sobre su clítoris. Cerró los ojos, cogió sus tetas con las manos y cada vez se movía con más y más fuerza, mientras sus gemidos cada vez eran más profundos y fuertes. No tardó mucho.

– ¡Me corro, me corro! – gritaba y gemía enloquecida por el placer – ¡Sí, sí, más, quiero más! – sus caderas no paraban de moverse y el orgasmo iba a llegar – ¡Más, más! – estaba enloquecida.

Dio un gran grito en el que decía cosas que no entendí, cayó hacia mí y agarré su culo con las manos, lo aguanté para que no se moviera y mis caderas movieron mi polla para penetrarla furiosamente. Abrió los ojos y me miró con la boca abierta al sentir mi polla penetrarla velozmente. No podía hablar, sólo salían jadeos de su boca mientras sus ojos se pusieron en blanco y sus piernas se agitaban convulsivamente al sentir más intensidad en su orgasmo. No tuve piedad, la follé, aunque me suplicaba que parara. No quería, quería que se desmayara de placer y correrme dentro de su coño. Seguí y seguí hasta que sentí que mi semen iba a brotar. Clavé mi polla por completo en su vagina y empecé a soltar mi semen.

– ¡Dios, qué maravilla! – sus manos clavaban sus uñas en mi pecho y su boca mordió con ganas mi cuello, se estaba corriendo de nuevo al sentir mi corrida dentro de ella.

Dejé de agitarme y los dos yacimos rendidos en la cama, mi abuela sobre mí, mi polla dentro de su coño. Me besó suavemente mientras podíamos sentir las convulsiones de mi polla dentro de ella. Me miraba con dulzura y me sonreía disfrutando del momento. La vieja y tirana abuela se había convertido en la dulce y excitante abuela que me había follado, que había acabado con mi virginidad. Ya nunca podrían reírse mis amigos de mí por no haber hecho el amor, aunque aquella noche debía permanecer en secreto para todo el mundo. La miré a la cara y la besé. Acariciaba su cuerpo unido al mío por nuestros sexos y agradecí a mis padres que me obligaran a pasar el verano con aquella lujuriosa y hermosa abuela.