Cuando mi suegra se muda a mi casa me doy cuenta que es muy, pero muy especial

Mi mujer Adela, y yo vivimos solo en un viejo y amplísimo apartamento de la costa, donde acostumbramos a vivir casi todo el año, entregados al trabajo de cada uno y después a los mil juegos y placeres de la Erótica Universalis.

Como complemento a nuestros juegos por la casa existen mil y un utensilios, bolitas chinas y asiáticas, vibradores de todo tipo, tamaño, forma, materiales unos que fuimos adquiriendo y otros que me fui trayendo de mis viajes como antropólogo; y así por la casa había látigos, mordazas, anillos para la pirula y así mil y un instrumentos para el placer y regodeo, si despreciar claro está la extensa colección de videos eróticos, tanto comerciales como amateur.

Este era nuestro escenario donde Adela y yo realizábamos nuestras fantasías y llevábamos a cabo nuestra coyunda con auxilio de nuestros amigos e instrumentos, pero la cosa se alteró en tanto en cuanto que la madre de Adela.

De este modo Doña Piedad se trasladó hasta nuestra residencia pues su palacete en la zona interior de la región se vio infectado de unas plagas de arácnidos, y mientras investigaban y realizaban el pertinente ataque plaguicida, de esta manera la Sra. Piedad se vino a vivir con nosotros, por lo cual hubo que reformar un tanto nuestras costumbres eróticas y guardar parte de los instrumentos más escabrosos, por la natural estrechez mental de la citada suegra, no fuera a darle un patatús.

Y así fue como hube de replegar algunas de mis costumbres y esconder algunos de los juguetitos de que utilizábamos en nuestros juegos, a la vez que instalaba mi estudio en el desván de la casa.

Al final no sabía si lo de la plaga era una excusa o una realidad, pues los meses iban cayendo y la tal Adela seguía con nosotros en la casa, ocupando cada vez más superficie y haciéndose dueña de gran parte de la casa y creo que también de los instrumentos para nuestro placer.

En principio fue solo una sospecha, pero uno de esos días que yo tenía a mi mujercita a punto de caramelo y fue a echar mano de las bolitas asiáticas para ensartárselas en su ojete y en pleno bombeo de mi vástago, ir tirando de ellas para que su orgasmo fuera aún mayor, noté como que las bolas no estaban en su sitio y estaban medio húmedas, no le dí mucha importancia, pues el momento no era para pararse en reflexiones; unos días más tarde mi mujer me preguntó si le había cogido su vibrador anal pues no estaba donde creía haberlo guardado, e incluso nuestro adorable mastín parecía más salido que de costumbre.

Comencé a sospechar que mi suegra, una mujer cincuentona no excesivamente atractiva pero con unos volúmenes contundentes en nalgas y tetas, se estaba aficionando al toma y daca de la autosatisfacción; y comencé a idear como poder cazarla, aunque pensándolo más detenidamente mejor sería poder contemplarla un buen rato en sus íntimos quehaceres, y así fue como diseñe toda una estrategia para poder gozar en secreto de sus maniobras; para lo cual me hice con una serie de cámaras de circuito cerrado del laboratorio de antropología que utilizamos para observar sin que los espiados se den cuenta.

Fui colocando de forma muy discreta unas y otras cámaras en aquellos lugares que creí pudieran servir de buenos puntos de observación y me senté plácidamente a esperar; parecía que la cosa no daba resultado pues no se veían movimientos que delata actividad sexual de mi suegra, por lo cual como a los ratones le puse el queso cerca para ver si picaba, ese día por la mañana dejé como sin querer en la sala de la televisión un vídeo sobre juguetes mecánicos y me subí a mi estudio en la parte alta de la casa.

Me senté confortablemente, pues me había provisto de todo, comida, vídeos, pues nadie podía saber que estaba en casa, esa mañana había hecho como que me había ido muy temprano, como digo me senté muy confortable y encendí todo aquel montaje de cámaras y me dispuse a esperar que mi ratoncito ,mordiera el queso que le había preparado, y así fue Doña Adela medio en bata apareció por la casa haciendo las clásicas faenas de recoger todo aquello que dejábamos tirado , al llegar a la sala de la Tv, notó que el monitor no estaba apagado y se fue directamente apagarlo cuando se dio cuenta de que había una película en el vídeo, rebobinó y procedió a ver qué era lo que sus hijitos habían visto aquella noche de tanto jolgorio, y allí apareció una exuberante señorita indicando los mejores consejos para darse una buena hartura de autosexo.

Doña Adela se sentó como hipnotizada por el vídeo, yo solía podía escuchar este, puesto que la cámara estaba en la zona de la TV por lo cual tenía a mi suegra en pleno punto de mira, su cara era del todo expresiva y ponía cara de gula, poco a poco fue metiendo sus manos entre las tetas y refregando estas a la vez que abría sus muslazos y por cuya abertura de la bata y la blanca braga metía su otra mano, hasta dar con la pepitilla del clítoris, a juzgar por los delicados movimientos que sobre el pubis iba realizando; cuando la señorita del vídeo indicaba la introducción de un frío consolador de cristal, doña Adela se metió sus dedazos en pleno chocho y allí estuvo dándole al manubrio y chupándose las tetazas y de vez en cuando se refocilaba con los humores de su chichi .

La cosa había llegado ya a extremos interesantes, se levantó como un resorte se quitó la bata y se dejó la braga y como de un clónico televisivo se tratara se empezó a echar por encima del sofá haciéndose una brutal paja, que la dejó medio exhausta, su braga así lo denotaba pues el lamparón era de órdago.

Se levantó y se fue hacia el interior de la casa, creí que todo se había acabado cuando apareció con algunos de nuestros juguetes, las famosas bolas chinas, un consolador doble y otro negro de considerables proporciones, de nuevo puso el vídeo y lentamente como si para mí estuviera actuando se fue bajando la braga y dejando libre aquel inmenso felpudo y al libro albedrío aquellos volúmenes tan elocuentes como expresivos.

Primero se puso de rodillas en el sofá y sin quitarle ojo a la Tv se fue encalomando las bolitas previamente ensalivadas en su inmenso trasero, su ojete no lo podía apreciar por mucho zoom que hice pues la mata de pelos era tan impresionante que apenas si se podían apreciar ni los contornos de su chocho; una vez insertadas casi todas, se sentó frente a mí cámara ósea ante preferida TV y con el gran consolador que untó con un poco de vaselina y se preparó para introducirse el negro consolador, éste que en un principio parecía resistirse, por lo cual abrió aquella inmensa almeja de labios rojos que me dejó contemplar a gusto y se refociló de vaselina, hasta el mismo higadillo, luego se puso en cuclillas sobre el sofá y se fue dejando caer lentamente sobre el príapo de caucho que iba siendo absorbido por la Sra. Viuda con una avidez y una cara de éxtasis digno de cualquier manual.

Efectuaba la maniobra de arriba y abajo, sujetando por la base el oblongo consolador, cuando sintió que le venía feroz el orgasmo, se lo hincó hasta los mismo bultos y se sentó en el sofá para lentamente y ofreciéndome un primer plano de aquella vulva penetrada hasta la misma médula, fue sacando lentamente el consolador y tirando de las viscosas bolas chinas de forma sincronizada, lo que logró que por la mejilla de la señorona bajasen sendos lagrimones de placer, no contenta con todo ello relamió con suave dulzura el negro príapo.

Tras un descanso, en que sentí su meada en el vecino wáter, volvió ante su TV, en esta ocasión quitó la película y sentí como ponía otra de unos blancos que se vuelven negros y les crece la polla desmesuradamente, ante aquellas pollas la sonrisa de mi suegra se hizo más grande y empezó a pasar el doble mangurrio por entre aquellas babas de corrida y vaselina, la verdad es que solo me faltaba el olor para poder concluir el pajote que me estaba realizando, pues al ver como mi querida Adela preparaba su ojete para introducirse el primer cebollazo, pude ver de cerca todo su andamio sexual, el ojete negro como las castañuelas de La Dominga , allí casi pegado a la gran abertura de su almeja bordeada de largos pelos tirando a rubios, en eso estaba abriéndose la almeja para encalomarse el otro cipotazo, y yo casi con la leche subiéndome por la pirula cuando un timbrazo nos dejó a ambos como de mármol.

Enfoqué las cámaras, pero no estaban previstas para aquella contingencia, me senté con el manubrio en la mano a la espera que era lo que sucedía en la puerta, pues los susurros dejaron paso a las bromas y las risas.

Yo me esforzaba en saber que estaba sucediendo pero no había manera, al poco rato apareció Adela con el albornoz medio abrochado invitando a alguien a entrar al cuarto de la televisión, apenas si veía una sombra, cuando mi suegra se adelantó para enseñarle al visitante unos muebles que deseaba mover o cambiar de sitio, o al menos eso fue lo que yo interpreté, el caso es que mi suegra se agachó por delante del sofá y dejó ver sus enormes tetazas al unísono de un continúo destape cuando aquí cuando allá.

La sombra dejó de ser sombra para dar luz a un enorme tipo negro de largas y abultadas proporciones en algunos cálidos puntos de su anatomía, que yo pronto bautice como el senegalés, se trataba de un vendedor ambulante al que mi suegra aprovechando que había picado a la puerta había metido en casa con la excusa de que le ayudara a cambiar algunos muebles, y así lo hicieron.

El senegalés dejó a un lado el maletín y los bártulos y alfombras, y se dedicó a seguir a mi suegra por la casa y mover con ella algunos muebles, cuando Adela había considerado que el negro ya había entrevisto bastante fisonomía femenina, le invitó a un tentempié en la salita de la televisión y allí se quedó el negro solo ante el televisor, mientras Adela preparaba el café; el senegalés cogió el mando del vídeo y jugaba a pasar canales, cuando se encontró con la película porno de mi suegra, se quedó extasiado y pronto metió dentro de sus bermudas una de aquellas gigantescas manos y le daba un manoseo al imaginado y enorme nabo.

Mientras Adela en la cocina se iba de vez en cuando y entre faena y faena perdiendo sus manos por entre su peludo chichi, cuando en creyó que el negro ya había visto bastante película y ella estaba como para derretir el hielo, llamó por su cantarina voz al senegalés para que la ayudara con los utensilios, y allí llegó el negro con el enorme bulto queriendo disimularlo, en ese momento Adela estaba de espaldas con el albornoz a un lado medio enseñando la terminación de un muslo y apoyada sobre la meseta de la cocina intentando moler café, el negro se acercó a ella echó sus manos por debajo de las suyas y se abalanzó en busca de las tetazas, la mujer quería como medio resistirse, pero a su vez se iba acoplando la raja de su culo al enorme bulto del negro y así que al Senegalés echó arriba el albornoz de la cincuentona se bajó las bermudas y dejó al aire un cipotazo de tres mil pares de centímetros; me quedé de piedra..

Adela se inclinó aún más y se abría con ambas manos las nalgas para que el cipotazo recorriera en toda su longitud sus labios vaginales y el esférico ojete, cada pasada de la cabezota de aquel pollón hacía que la vieja se pusiera a más de cien, cuando el otro ya iba a proceder a ensartarla para mí jodienda que nos los podía observar cuando mi suegra detuvo a su calenturiento amante y quitando todo lo que había en la mesa se sentó en ella y de frente al negro y muy cerquita de mí oculta cámara sobó cuanto pudo aquel mostrenco de polla y se la fue llevando hasta su rojo chocho y se dejó caer de sopetón hasta meterse el vergajo hasta la misma empuñadura, no hizo falta ni que bombease sentir aquella longaniza entra con aquella dimensión y gordura ya era bastante y así fue como se echó atrás para que el negro le amasase bien las tetas a la vez que la bombeaba en busca de su propio orgasmo.

No tardó el negro en bramar como un berraco por la corrida, mi suegra quedó sorprendida por la rápida acción, pues sin apenas terminar de escupirlo todo la había dado vuelta y buscaba su pringado ojete, ésta se resistió al principio pero aun así el negro ya le había encalomado lo gordo de la bellota, Adela arañaba la mesa y bombeaba, el negro comprobó que la mujer se dejaba hacer y abriéndole con las manos las mollas y con los pulgares la zona del ojete se la metió entera, yo al ver aquella escena cerré los ojos y me dediqué a mi propio pajote.

Cuando volví a abrir los ojos me encontré de nuevo con que Adela estaba no en la cocina sino en la salita de la televisión haciendo del sofá una potente cama en la cual trabajarse al semental, al cual le hizo echarse en el sofá cama y ya prácticamente desnudos sus cuerpos pedían guerra, el negro se echó y sujeto el oblongo mástil con las dos manos para que la señorona pudiese insertárselo de nuevo, la oblonga morcilla iba entrando lentamente y haciendo que aquellos oscuros pliegues entre el chocho y el ojete fueran teniendo una coloración más blanca, lo que daba una clara idea de las dimensiones del carajo que se gastaba el semental.

Por mi parte, yo no quitaba ojo a la cámara y al continuo bombeo, cuando en mi campo de visión apareció otro individuo más joven, también negro que al ver los trajines de su amigo con la señorona y ver al culo en pompa, no lo dudo dos veces echó a tierra el pantalón y en un tris dejó ver una hermosa herramienta un poco más pequeña y verrugosa que acercó a la espalda de Adela, este al verse de nuevo asaltada y viendo el instrumento del chaval y lanzadísima como estaba , no lo dudo dos veces tiró del ronzal del chaval y se lo ensalivó a conciencia, ordenándoles siempre sin soltar el ronzal que la atacase por el su oscuro ojo que guiñaba pidiendo guerra.

El chaval no lo dudo dos veces acercó una rojísima lengua hasta el enfunde de su amigo con mi suegra y levantando las babas hasta el ojete apunto con el nabo el ojete sin piedad ni miramiento, Adela había perdido ya las formas y yo me había desnudado y pajeaba a todo ritmo mi dolorido nabo, cuando estaba a punto del escupitazo apareció mi mujer en el estudio, no se creía lo que había sucedido y al ver las cámaras creyó que todo era un montaje mío, para convencerla la agarré por el brazo y la bajé hasta la salida y allí quedo medio estupefacta por lo que estaba contemplando su madre ensartada hasta la propia tipa por dos mostrencos, no lo dudo dos veces se desnudó y puso su delicada raja encima del senegalés de la cama para que este chupase sus caldos, a su madre le daba sus hermosas y pendulantes tetas y como el otro negro empezó a morrearse, ante ello no me quedó nada más que proceder a encular a mi mujercita dejarle el sello en su ojete para el puto negro que se había beneficiado a mi querida y amada suegra chupara y sorbiera lo que era una jodida leche blanca; y de este modo comenzó una continua rueda de orgías y devaneos que cualquier que dia os contaré y podréis saber como mi suegra termino adorando mi querida polla.

Gervasio de Silos