Cuando la vida te da todo el tiempo que necesitas

Después de pasar por una mala racha en lo personal por algunos problemas de salud, mi mujer y yo teníamos claro que necesitábamos y nos merecíamos un pequeño paréntesis de relax para descansar un poco psicológicamente. Era cuestión de pararnos por un momento y recuperar el aliento después de unos meses en los que solo nos preocupamos de tirar y tirar hacia adelante del carro de nuestras vidas sin otro propósito que pasar ese tramo de camino que se había vuelto casi intransitable.

Organizamos un poco la vida familiar y profesional para poder escaparnos 3 días. Elegimos como destino Madrid porque hemos disfrutado mucho las veces que hemos estado, ya que te ofrece variedad de actividades de ocio, cultura, deporte y más cosas que llegaríamos a descubrir.Decidimos irnos de miércoles a viernes por dos razones; primero por los compromisos de fin de semana que teníamos que eran inevitables y segundo porque así pensamos que disfrutaríamos algo más de tranquilidad y privacidad evitando el fin de semana y sus aglomeraciones.

La noche anterior a viajar estábamos en casa preparando el equipaje y le dije:

– “Oye, por favor, poca cosa, que no me apetece ir cargados de bultos para nada.” – le comenté mientras abríamos el armario.

– “Digo yo que tendremos que vestirnos, ¿no? – me contestó ella a camino entre la protesta y la picardía.

– “Si, si. Pero vamos a aprovechar el espacio. Y una condición, la ropa interior de “vieja” por favor la dejas aquí. Todo sexy y divertido. Vamos a pasar tres días de relax… “en todos los sentidos”, ¿vale cariño? – argumenté yo.

– “Si, no te preocupes, lo tendré en cuenta. Pero ¿y si después me falta esto o lo otro para vestirme mona? – seguía replicando.

– “No te inquietes por eso. Más bien te va a sobrar ropa. Jejejeje” – le dije dándole un azote en el culo.

La verdad, se lo decía medio en serio medio en broma, pero es que no me gusta nada ir cargando ropa que sé que no nos pondremos y mi mujer es la reina del “por si acaso”

Cuando tuve claro lo que me iba a llevar, dejé a mi mujer en el cuarto porque ella seguía pensando y superponiéndose modelitos para decidirse y me fui al cuarto de baño a relajarme. Preparé todo lo necesario para acicalarme convenientemente mi zona genital y me senté en el borde de la bañera. Cuando hube terminado y dejado toda la zona púbica apenas con vello visible perfectamente rasurada en todos sus rincones abrí la ducha caliente y me deje llevar un rato bajo el agua. Cerré los ojos y con abundante gel de baño iba masajeando la zona afeitada para evitar irritaciones. Al principio era simplemente un breve masaje para higiene, pero mientras me caía el agua calentita iba imaginando todas las cosas que quería hacer durante nuestra escapada y comencé a excitarme. Notaba las palpitaciones de mi polla mientras se iba hinchando con cada pensamiento obsceno y el roce de mis manos. En pocos momentos ya podía notarla dura.

Me sobresalté un tanto cuando escuché que mi mujer me decía algo mientras venía por el pasillo. Entró en el cuarto de baño. Venía a ducharse ella. Yo terminé y salí para secarme. Al abrir las cortinas de la ducha estaba aún allí. Dirigió su mirada a mi polla y la vio “reluciente”.

– “ummm, vaya, vaya, veo que te has arreglado para el viaje” – me dijo mientras acariciaba mis huevos con suavidad, para terminar agarrando mi juguete.

– “Y yo mientras, ya ves, con mi pobre coñito sin arreglar. No me ha dado tiempo con tanto preparativo. Una pena que vaya a tener que irme así.” – me decía con toda la ironía que le cabía en sus ojos.

– “Si. Una lástima. Deberías prestarte más atención, cariño. Yo me ocupo de mis asuntos”. Le respondí yo, quitándole importancia. Lógicamente, entré en su juego.

– “¿Ah, sí? Pues vale, muy bien, ya buscaré yo alguna solución, aunque a estas horas no sé dónde.- siguió diciendo con cierta indignación fingida.

¿Quería jugar? Pues jugaríamos. Salí del cuarto de baño y fui directo a por su móvil. Se lo puse en la repisa del cuarto de baño y le dije que había sonado como si hubiera recibido un whatsapp. Cuando noté que había cerrado el agua, le mandé tres o cuatro mensajes más para que sonaran seguido y llamaran su atención.

– “Buenas noches, señora.”

– “Sé que es muy tarde”.

– Soy su esteticista. Perdone por no haber atendido su petición antes, pero he tenido un día muy apretado. Dadas las circunstancias de su viaje importante y por ser usted una buena clienta, puedo acercarme ahora a su casa y “arreglarla”.

– “Le ruego me conteste lo antes posible para irme a mi casa o no. Gracias”.

Supongo que sonreiría muy pícaramente y casi con nervios, contestó:

– “Muchísimas gracias. Me salvas de una situación “muy fea” de ver. ¿Cuánto tardas?

– “En 15 minutos estoy ahí, si le parece bien”.

– “Estupendo. Mi marido vendrá hoy tarde porque tiene que dejar todo listo para estos tres días en su despacho. Tenemos tiempo.”

Ella ya sabía los términos del juego, así que estuvo en el cuarto de baño un ratito más, dándome tiempo a preparar la escena. Así que preparé una mochila pequeña donde metí un par de cuchillas de afeitar especiales de rasurar para mujer, una crema de afeitar muy sensible, crema hidratante, aceite corporal de almendras y dos “utensilios” más. En el salón puse unas velas estratégicamente orientadas para que la luz fuese tenue pero suficiente y algo de música relajante para masajes. Preparé la mesa en forma de camilla, poniendo un cojín en la cabeza y una manta como colchón. En un lado una palangana pequeña con agua templada.

Me vestí con un pantalón de pijama de raso brillante verde, una camiseta negra de tirantes cruzados en la espalda y llevaba unos slips de lencería masculina negros que tiene velcro en los laterales para que se abran y quitarlos y una curiosa apertura en el centro. No es que yo sea un tío carne de gimnasio y musculado, nada más lejos, pero mis 17 años de deporte ininterrumpidos me han servido de algo para, por lo menos, tener cierta presencia a pesar del efecto de un poco de sedentarismo. Todo regado con una buena dosis de colonia.Me salí fuera de casa, cerré la puerta y llamé al timbre. Ella me abrió con el pelo recogido con una pinza y una bata de raso rosa pálido casi sin anudar, por lo que apenas se mantenía semicerradapor sus dos pezones que estaban a reventar y dejando una sombra en la entrepierna por lo que no sabía si llevaba bragas o no.

– “Hola, buenas noches, señora”, le dije mientras le sonería amablemente como si quisiera guardar las distancias.

– “Hola, Héctor (nombre ficticio). Muchas gracias por venir a estas horas, no sabes el favor que me vas a hacer” – dijo mi mujer.

Yo pensé, sí, sí que lo sabes y bien que te gusta.

Pasé por delante de ella, entré al salón y deje la mochila en una silla, abriéndola y sacando las cremas, el aceite y las cuchillas. Echando un vistazo a la estancia, le dije:

– Veo que ha preparado todo perfectamente – le dije irónicamente.

– Ya sabes que me gusta tenerlo todo a punto – me contestó ella.

– Si, lo sé. Y me gusta mucho de usted. Si no le importa, vamos a empezar que se hace tarde. Túmbese en la camilla.

Así que cogí un taburete, preparé a su lado los útiles de afeitar y le separé las piernas empujando levemente por las rodillas.

– Vaya, veo que verdaderamente le hacía falta que viniera. No debe abandonarse tanto, señora. Su marido es muy descuidado en esto.

– Que me vas a contar a mí. Por eso no tengo más remedio que acudir a ti.

Empecé a untar crema de afeitar por todo su pubis y la zona genital. Iba haciéndolo muy despacio, recreándome con los dedos en ciertas zonas de la ingle y llegando incluso a meterlos entre sus cachetes del culo. Ella iba permanecía inmóvil, como si fuera rutinario. Poco a poco fui afeitando la zona, pasando levemente y con cuidado la cuchilla por todos los rincones, dejando su coño perfectamente rasurado. Era tremendamente apetecible ver sus labios gordos y brillantes, mezcla de la excitación que poco a poco le iba llegando y los restos de la crema. Pequeñas gotas de agua corrían por su raja, muriendo en una singular catarata cerca de su culo. Pero estaba jugando un papel y me contuve.

– Señora, esto ha quedado muy bien. Digno de una atractiva mujer como usted.

– Ummm, estaba segura de ello. Eres estupendo. Y ya que estas aquí y no es tan tarde… ¿podrías darme un masaje? No quiero ser abusona, pero estos días de preparativos han sido tan ajetreados… estoy cargadísima.

– Ya sabe que a usted no se decirle que no. Algo suave, ¿de acuerdo?

– Si, si, por supuesto. Algo suave. Muchas gracias.

– Bien, pues empezaremos por la espalda. Dese la vuelta, por favor. Pero primero si no le importa, me voy a quitar el pantalón, no quisiera mancharme de aceite y no traigo ninguna muda para cambiarme.

– Si claro, como no. Como estés más cómodo.

Se dio la vuelta y se tumbó boca abajo. Lo hizo muy despacio para poder mirarme el paquete que a estas alturas ya alcanzaba cierto volumen y con lo sedoso del tejido de la ropa interior hacía que favoreciera aún más el efecto. Comencé a masajearle los pies, dedicando unos minutos a cada uno, para luego ir subiendo poco a poco por sus gemelos. Cuando tocó la zona de los muslos y glúteos, terminaba los movimientos por la cara interna de los muslos, rozando su coño con delicadeza. Luego me dediqué con entusiasmo a su culo. No soy un profesional, ni mucho menos, pero ya digo que más de 15 años de deporte (algunos años semiprofesional) y mi afición a los masajes han hecho que adquiera cierta destreza para el masaje relajante. Nunca otro tipo, para eso están los fisios, que son los profesionales. Como iba diciendo, me recreé con los glúteos y la zona de la espalda baja.

A estas alturas los gemidos de pequeño placer de mi mujer iban en aumento. Además, ella también jugaba bien su papel y los iba exagerando cada vez un poquito más. Continué con la espalda, tratando de suavizar las zonas dorsales y los omoplatos de pequeños puntos de carga muscular que se apreciaban. Y en los movimientos siempre terminaba llevando mis manos a su costado para tocar claramente la cara externa de sus pechos. Que por cierto, son grandes y espléndidos.

Muy profesionalmente, le dije:

– Señora, creo que esto será suficiente para que el viaje le resulte más cómodo.

– Uffff, verás, no es por ser pesada, pero los muslos por delante y los pechos, del sujetador… tengo la zona muy tensa.

– Ya es muy tarde, mañana tengo cosas que hacer temprano y su marido puede volver…

– Anda, por favor, solo un poco más. Mi marido no llegará hasta muy tarde porque tiene asuntos que dejar hechos antes de irnos. Además, te pagaré muy bien las horas extras. – dijo mirando como la que no ha roto un plato nunca.

– De acuerdo. No se cómo lo hace, pero no puedo decirle que no. Pues nada, otra vez la vuelta y póngase boca arriba.

Me puse en el lateral de la mesa mientras se daba la vuelta y ella volvió a hacerlo muy lentamente, fijando la vista en mi polla, que ya estaba más que atenta, y la rozó con su mano, acariciándola levemente. Yo di un pequeño respingo hacia atrás y le dije todo lo indignado que mi papel me permitió:

– Señora, por favor, conténgase. Esto no forma parte del masaje.

– Uy, perdóname, por favor, que descaro por mi parte. Ha sido un acto reflejo. Cómo comprenderás, una no es de piedra ante tal visión.

Me situé detrás de ella y empecé derramando una buena cantidad de aceite por sus abundantes pechos y se lo extendí brevemente, lo justo para que no gotease. Amasando un par de veces cada pecho y haciendo una pasada con los dedos por sus pezones, que reaccionaron casi de inmediato a tal invasión, comenzando su aureola a ponerse dura. Una vez hecho esto, me dedique a sus hombros, tratando de relajarla y repetía la misma maniobra sobre sus pechos, pasando sus pezones, que ya tenían un tamaño y dureza turbadores, entre mis dedos. Poco a poco fui alargado mis brazos hacia su abdomen y monte de venus, poniendo mi polla junto a su cara. Ella hacía intentos de darle mordisquitos con unos “inocentes” movimientos de cabeza. Seguíamos a rajatabla el papel de profesional y clienta. En uno de los pases pude comprobar sobradamente que no estaba húmeda, estaba chorreando. Era una tremenda tentación. Una vez hice varias maniobras por sus caderas para descargar esta zona, empecé a dedicarme descaradamente a tocarle su rajita. Bueno, su raja, porque tenía los labios gordos y abultados por la excitación, semiabiertos y brillantes a partes iguales por el aceite y sus flujos. Me senté en la banqueta, justo delante de su coño, flexioné sus piernas y separé con suavidad sus rodillas, tirando un poco más cada vez, a modo de simulados estiramientos. Cuando había realizado este ejercicio cuatro o cinco veces, le dije:

– Señora, la verdad, está usted muy tensa. Apenas realiza estiramientos y se le nota cierta falta de elasticidad en los muslos. Le convendría ejercicios de estiramientos en la zona.

– Podrías indicarme alguno, así los repito yo.

Empecé a separar las piernas empujando las rodillas con los antebrazos poquito a poco.

– Con este ejercicio puede ir adquiriendo una elasticidad en los abductores.

– Ahhhh, siii, perfecto… umm

A los pocos segundos acerqué mi boca a su coño y sacando la lengua toda lo que pude se la pasé de abajo a arriba por toda la raja, separando los labios y terminando en su clítoris, presionándolo con la lengua. Dio un pequeño respingo.

– Ahhhh, ummmmm, ¿qué ejercicio es ese? Ufffff, que sensación…

– Tranquila, relájese. Le vendrá bien para estirarse un poco más.

– Es que creo que yo sola no podré hacerlo, ahhhh

– No se preocupe, estos son estiramientos de un profesional, yo se lo haré.

Y diciendo esto le volví a pasar de nuevo la lengua, ahora en sentido contrario. Esto fue como un resorte para que sus piernas se abrieran un poco más. Viendo el panorama, seguí comiéndole el coño. Solté sus piernas y empecé a meterle dos dedos lentamente mientras que con el dedo gordo iba presionando y soltando su clítoris. Pegué mi boca a su coño y empecé a darle con la lengua en todos los sentidos que mi músculo me permitía. Mientras seguía metiéndole dos dedos poco a poco, pero con energía. La excitación de mi mujer estaba llegando a sus cotas más altas. Ella misma se tocaba sus pechos, amasándolos y pellizcando suavemente sus pezones, que los tenía ya durísimos. Era el momento. Aprovechando el aceite de la zona comencé a tocar con mi dedo índice de la otra mano la entrada de su culito. Cómo no dio una negativa, como hacía otras veces, seguí poco a poco estimulando su culito con un poco más de aceite. Al mismo tiempo, seguía con la fantástica comida de coño pero había bajado la intensidad, ya que necesitaba mantenerla excitada y sin correrse. Un par de minutos después saque de la mochila que tenía a mi lado uno de los “utensilios” que había metido: un plug anal. No es muy grande ni ancho, ya que lo compré para tratar de iniciarnos en el sexo anal. Empecé a presionar la entrada con él. Ella notó que era algo distinto al dedo. Se acomodó mejor y con un gemido débil se relajó un poquito más, como dándome permiso para seguir adelante. Poco a poco fui metiendo el plug hasta que su ano se habituó a su anchura y con un empujoncito final lo introduje entero, dejando fuera solo la parte plana que evita que se introduzca entero.

– Ahhhhh, Hector.

Esperé unos segundos por si rechazaba su nuevo juguete dentro. Como vi que no, volví a dedicarme de pleno a regalarle una tremenda comida de coño, acompasando la lengua con dos y hasta tres dedos. Era una sensación espectacular palpar con mis dedos dentro de su coño el plug clavado en su culo. Un par de minutos después le vino un orgasmo brutal, tensó sus músculos pélvicos para prolongar la sensación el máximo tiempo posible. Para dejarla descansar un poco me levanté y vertí un poco más de aceite por sus tetas y su abdomen y me dispuse a darle un masajito relajante. Ella, comenzó a buscar mi polla con su mano. La atrapó primero sobre la tela, pero hábilmente metió su mano por la abertura delantera y la sacó para poder acariciarla en toda su extensión. Tiró de ella hasta llevar a la altura de su boca y envolvió su glande con los labios. Tenía la boca muy caliente y húmeda. La sensación fue tremendamente erótica y saqué un poco mi pelvis para permitir que tragase más tronco de la polla mientras yo doblaba mi espalda y emitía un gemido.

– Ummmmmmseñoraaaaaa. No se si voy a tener cambio para este billete.

Se sacó la polla de la boca y sin dejar de menearla me dijo

– Ya te dije que te pagaría muy bien las horas extras.

Siguió mamándome la polla un rato. Cuando vi que se había recuperado un poquito conseguí separarme de ella, no sin protesta y me coloqué de nuevo al final de la mesa. La agarré por las caderas y acerqué su culo al borde de la mesa. Su coño quedo a mi merced y no tuve compasión de él. Le metí de una vez todo dentro y empecé a bombearla con un ritmo lento. La sacaba justo hasta la raja y empujaba con un golpe seco de cadera. No pudo contenerse y se corrió enseguida. Seguía con el plug anal dentro y después de recuperar lo justo el aliento empecé a sacarlo muy poco a poco.

– Ummmmm, que gustazo. Me encantan estos utensilios que usas en tus masajes, aunque como el original, ninguno. Hector, que buen aparato tienes cariño. Eres capaz de relajarme como nadie.

Al sacar del todo el plug su culo se había acostumbrado a la anchura y ofrecía una visión muy apetecible. Máxime cuando eso era lo máximo que me había dejado. Apunté mi polla y empecé a presionar su culo. Ella se afianzó en la mesa apoyándose en los codos, me miró fijamente y mordiéndose el labio me dijo:

– Hazlo. Méteme la polla.

Empecé a presionar un poco más, pero vi que trataba de disimular una sensación de dolor, así que paré. No quería que estuviera dolorida para los días que venían.

– ¿Por qué paras? – me dijo entre el alivio y la culpa.

– Creo que es mejor que no pruebe posturas nuevas justo antes del viaje, no vaya a ser que tenga agujetas y no disfrute estos días. No se preocupe, prometo terminar lo que he empezado. Ahora, si no le importa terminar de pagarme para que pueda irme a mi casa…

Me acerque a ella y le puse la polla en los labios. Con una mano me la pajeaba mientras movía su cabeza hacia delante y atrás con fuerza. Yo le seguía amasando las tetas, aunque ya no me dejaba tocarle los pezones con dureza. Se notaba que las dos corridas habían sido importantes. Me miraba con una cara de vicio que muy pocas veces había notado en ella, así que no hizo falta mucho para que empezara a brotar el líquido preseminal. Cuando ella lo notó apretó la maniobra con la mano sin dejar que mi polla saliera de mi boca.

– Señora, me corro, me corroooo – le dije mientras trataba de sacarle la polla de la boca, ya que hasta ahora no me había dejado nunca correrme dentro.

Pero no me dejó. Un chorro de leche caliente llegó hasta el fondo de su boca. Abrió su boca para que el resto de la corrida fuera a sus tetas y me dejó ver como mi leche le caía por su lengua y la comisura de sus labios. Tensé mis piernas y dejé que mi néctar saliera por completo. Cuando vio que apenas salía más, se la volvió a meter en la boca y me la dejó reluciente, mientras ambos nos mirábamos. Había sido tremendamente erótico, bueno, más bien pornográfico, jeje, pero nos dejó una sensación de felicidad a ambos maravillosa.

– Bueno, señora, creo que es hora de marcharme. Ha sido un placer. Espero que haya quedado satisfecha. Que disfrute del viaje… y su marido también.

– Uf, Héctor, muchísimas gracias. Eres un profesional maravilloso. Mil gracias por dejarme lista para el viaje.

– Muchas gracias, me halaga. Si quiere puede recomendarme a alguna amiga – le dije con una irónica sonrisa mientras recogía mis cosas.

– ¿Cómo? No, no, no. De eso nada. Yo soy muy discreta para estas cosas. Mejor te sigo teniendo en exclusiva – contestó casi de inmediato.

Ambos nos reímos. A continuación, me puse el pantalón y muy profesional yo, le di dos besos. Ella me los devolvió mientras me apretaba la polla y me decía

– Un placer tenerte, Hector. Hasta la vuelta y gracias.

Ella se dirigió al dormitorio y yo me quedé apagando todo y vaciando la mochila en el cuarto de baño. Al llegar a la cama ya estaba ella acostada con un camisón de raso morado con encajes. Seguí jugando, ahora en mi papel de marido.

– Hola cariño, perdón por el retraso, pero tenía que dejarlo todo bien ordenado para estos tres días.

– Ya me imagino. No te preocupes he estado terminando de preparar ropa y arreglarme yo para el viaje.

– Ah ¿sí? – dije yo muy sorprendido – ¿Y eso? – y traté de bajar la mano hasta sus muslos, para buscar su coño.

Ella paró mi maniobra, haciéndose la ofendida por mi ausencia y me dijo

– Ya lo verás. Ahora estoy rendida, hasta mañana.

Yo solté una carcajada sin poder evitarlo y me acosté.

Al día siguiente, fuimos a llevar a los niños al cole y luego lo dejamos todo organizado con la familia para que se ocuparan de ellos. Así pues, una vez estuvo todo dispuesto, cogimos el coche dirección a la estación de tren de Jerez y nos montamos en el “Alvia” un miércoles del mes de octubre a medio día. Teníamos tres horas y media de viaje por delante y tres días de relax para recuperar un tiempo que nos debía la vida por los últimos meses. Y aunque ninguno lo dijo expresamente, ambos sabíamos que si había que explorar terrenos inexplorados, lo haríamos.

Era mediodía y en vez de comprar nada, decidimos que comeríamos en la cafetería del tren. Nuestros asientos estaban en el vagón justo anterior, para que nos fuera más cómodo y tener a la mano todo lo necesario durante el viaje. Una vez salimos de la estación fuimos a comer algo y volvimos a nuestros asientos que eran los penúltimos del vagón en el lado izquierdo según sales de la cafetería. Como era un miércoles a medio día el tren no llevaba demasiado pasaje. Apenas tres o cuatro pasajeros en asientos más cercanos a la puerta. Yo ya lo suponía porque en las ocasiones que tengo que subir a Madrid por trabajo cojo este mismo tren. Así que reclinamos un poco el asiento para descansar algo. Mi mujer se puso los cascos para escuchar la película y yo cogí un libro. Tengo que confesar que soy un ávido lector. Ella llevaba un vestido marrón claro a medio muslo con un buen escote que formaban unos lazos cruzados (estilo empeine de un zapato) que al llevarlos más o menos flojos hacía que se notara un más que sugerente canalillo cuando estabas cerca, y yo lo estaba. Y mucho. Se reclinó un poco sobre mí, apoyando parte de su espalda en mi hombro, aprovechando para estirar las piernas algo más. Al estirarlas, las abrió un poco, haciendo que el vestido se subiera hasta una más que peligrosa altura. Pasé mi mano sobre ella y dejándola caer sobre su pecho lo acaricie suavemente. Levantó levemente su cabeza y sonrió. Le di beso en sus labios. Y luego otro. Y al tercero jugué con mi lengua en la entrada de su boca. Yo no había separado mi mano de su pecho y noté el efecto de mi lengua: sus pezones se marcaron levemente. Se acomodó mejor en su asiento sobre mí y abrió un poco más las piernas, invitándome a acariciar sus muslos… y lo que fuera necesario.

La aventura empezaba sin pérdida de tiempo. Comencé a acariciar sus muslos con una mano y con la otra le tocaba descaradamente con deseo sus tetas. Abrí un poco más su escote y metí la mano para tocarlas por encima del sujetador. Era negro y muy suave, con ciertos encajes en los bordes. Era morboso porque había gente en el vagón restaurante y aunque era difícil que se percataran lo cierto es que en el momento que alguien encarase la puerta no le sería difícil ver que la postura de mi mujer no era muy natural para ver la tele. Ambos íbamos aumentando nuestra excitación, pero yo decidí dedicarme en cuerpo y alma a mi mujer. Así que, para disimular algo, abrí la bandeja del asiento de delante y la deje caer. Puse el libro abierto encima. Me quité el chaleco que llevaba y se lo puse a ella tapando su cintura y sus muslos, como si tuviera frio, aunque por el contrario, lo que ocurría es que estaba muy caliente. Pase mi mano por su cintura para llegar más lejos y fui subiendo por sus muslos poco a poco, con caricias firmes. Incluso llenaba mi mano con sus carnes. Me imaginaba que tendría que bajar sus medias en algún momento para seguir, pero ya habría tiempo para eso me dije yo. Pero cuál fue mi sorpresa que al avanzar camino de su foco de su húmeda excitación pude sentir la suave piel del inicio de sus muslos. Sus medias eran de liguero. Eso hizo que mi polla terminara de ponerse todo lo dura que le permitía la prisión de mi ropa interior y mi pantalón. Seguí avanzando poco a poco y mi dedo índice tocó por fin su objetivo. Una braguita de tejido muy suave, al igual que el sujetador, así que supuse que sería un conjunto de raso con encajes. No recordaba uno así últimamente, ya que tengo que decir que soy un enamorado de la ropa interior y le compro a mi mujer algo cada vez que puedo y lo hago en una conocida web (para no incurrir en publicidad, quien quiera que me pregunte por privado). Y por lo comidita por los lados que era la braga, que apenas lograba tapar el grosor de sus labios abultados por la excitación, supuse que era tanga.

– Ummm, ¿conjunto nuevo? – pregunté.

– Sí – me dijo bajito a modo de gemido ahogado – De vez en cuando me gusta ser yo la que te sorprenda.

– Me han sorprendido las medias. ¿Son las que son con liguero incorporado en tiras desde la cintura?

– Ummmm… sii

– Y el conjunto es de tanga, ¿a que sí?

– Vaya, vaya, eres un detective muy bueno.

Mi dedo índice seguía recorriendo la longitud de su sexo de arriba abajo y vicecersa, con cierta presión cuando llegaba a la zona de su clítoris. Como seguía rozando sus tetas, comprobé que sus pezones estaban ya a punto de caramelo, así que volví a meter mis dedos por dentro de la ropa y los pellizqué; primero uno y luego otro. Era el momento de abrir la puerta de la gloria. Así que muy lentamente hice a un lado la tela de la braguita e introduje poco a poco mi dedo corazón. Fue una operación muy fácil. El dedo entró no ya deslizándose sino resbalándose entre el dulce maná de su vagina. Lo metí entero y presioné con el dedo gordo el clítoris, lo cual hizo que lanzara un gemido un poco más alto y diera un ligero respingo en el asiento. Le tapé la boca entre risas casi silenciosas.

– Ssshhhhhh. Tranquila, que nos van a echar del tren.

– Ahhhhhh, ¿Qué quieres que haga? No soy de piedra – me dijo sonriendo.

– Que coño tan suave me he encontrado. ¿Te los has arreglado? – dije yo rememorando el papel de marido sorprendido de anoche.

– Si, cariño. Ya que tú no te ocupas, tuve que pedir cita de urgencia.

– ¿Y te trataron bien en el centro estético?

– Ehhh… si, si… muuuuyyyybieeeennnn – contestaba bajito y con dificultad porque mis dedos seguían trabajando con delicadeza pero con insistencia.

A medida que avanzaba en la paja que le estaba haciendo sus muslos se estiraban abriéndose un poco más. Subí la apuesta y le masajeaba el clítoris ahora con dos dedos y de vez en cuando esos mismos dedos los metía en su coño todo lo que la posición me dejaba. Con la otra mano podía alcanzar completamente sus tetas, ya que se había abandonado al placer y se había dejado caer por completo en mí.

Vi que se levantaba un pasajero del vagón y cómo no sabía la dirección que tomaría decidí sacar la mano de sus tetas y hacer como el que ojeaba el libro. Mi mujer se percató y trató de ponerse bien. Yo dejé los dedos un momento quietos y la retuve tal y como estaba.

– No te preocupes. Hazte la dormida. Yo disimulo con el libro. Relájate.

– Ufff, si relajada estoy, te lo garantizo. Aunque me queda muy poco para que ese relax pase a sofoco, te lo aseguro.

En vista de que la hora del café se acercaba y podían venir más pasajeros, intensifiqué el movimiento de mis dedos con la firme intención de que se corriera. Y no tardó más de dos o tres minutos en empezar a llegarle el orgasmo. Agarró mi mano apretándola contra su coño y movía levemente las caderas. El flujo era cada vez más abundante y llenaba mis dedos, corriendo entre ellos. Con la otra mano se aferró a mi muslo. Ya estaba aquí. Se corrió en un grito ahogado y silencioso. Fueron más de un minuto y medio de contracciones pélvicas, abriendo y cerrando sus muslos. Yo había dejado dos dedos dentro de su coño mientras ella se corría.

Cuando se repuso se irguió un poco en el asiento. Me miró estaba colorada. Yo la miré y me metí unos de los dedos en mi boca y saboreé el sabor de su coño. Ella me cogió la mano y se metió los dos dedos protagonistas en su boca y me los limpió. Se retocó el pelo y los lazos de su escote, me dio un beso en los labios y me dijo

– ¿Café? Después del postre, siempre apetece ¿no?

– Claro, cariño, claro. Lástima que no hubiera postre para mí – dije yo.

– No te preocupes. Intenta merendar algo – me dijo con sorna.

Sin más incidencias en el viaje dignas de un relato de esta índole llegamos a Madrid, a la Estación de Atocha, a eso de las 17:30. Nos dirigimos andando al hotel, ya que estaba cerca de la estación. Lo hicimos así por la comodidad de no dar muchas vueltas con las maletas a cuestas. Era un hotel de una cadena conocida y de prestigio. Y el hotel no defraudó. Era recogido, con un ambiente muy tranquilo y agradable. Nos registramos y subimos a la habitación a dejar todo en su sitio. Cómo llevábamos un tiempo haciendo deporte por cuestión de salud, quedamos en traernos algo de ropa deportiva para hacer ejercicio, así que una vez estuvo todo más o menos en orden le dije a mi mujer:

– Cariño, ¿salimos a dar una vuelta y hacemos ejercicio? Nos vendría bien estirar un poco el cuerpo después de cuatro horas encerrados.

– La verdad… no me apetece mucho la calle ahora.

– Bueno, si quieres pregunto en recepción si podemos utilizar el gimnasio del hotel. Vemos que podemos hacer y subimos en un rato.

– Si, mejor eso.

Hice la llamada a recepción preguntando y me contestaron que sí, que todas las instalaciones del hotel estaban a nuestra disposición. Me puse un pantalón corto y una camiseta, mis zapatillas de deporte y cogí una toalla pequeña para el sudor.

– ¿Vamos?

– Baja tú. Yo tardo diez o quince minutitos nada más. Así empiezas tú que sueles estar más tiempo que yo y luego subimos juntos. ¿vale?

– Muy bien. Te espero en el gimnasio.

El gimnasio estaba situado en una de los últimos pisos del hotel. Compartía planta con una cafetería y una terraza, aunque no te cruzabas con los clientes. Había un buen pasillo en medio. No era muy grande, pero bastante completo en cuanto a equipamiento. Incluso había dos pantallas de televisión grandes donde podías ver imágenes deportivas mientras hacías ejercicio con música típica de gimnasio. Coincidí en la entrada con otro hombre, de unos 50 años. No lo he dicho, nosotros tenemos 42 y 43 respectivamente, aunque la descripción de nosotros ya le he dado en algún relato anterior. Me pareció el típico ejecutivo canoso, era más o menos como yo de altura (1,79 – 1,81) complexión deportiva, con aspecto de cuidarse, intentando retrasar el efecto que la edad nos causa. Parecía que frecuentaba el gimnasio a juzgar por el atuendo, ropa y calzado exclusivo y de marca deportiva de primer nivel.

– Buenas tardes – me dijo mientras muy amablemente me cedía la entrada.

– Buenas tardes. Muchas gracias, muy amable – respondí yo a su gesto.

Cuando entramos había otro hombre usando la bicicleta. Tendría unos 60 o 65 años.El ejecutivo se subió a la otra bicicleta. Me puse a calentar corriendo un poco en la elíptica, cosa que me viene muy bien para mis rodillas, que no son las que eran. Al ratito llegó mi mujer. Ambos hombres disminuyeron el ritmo de lo que hacían para verla pasar y se vino a la otra elíptica que había junto a mí. Iba con unas mallas moradas y negras y encima una camiseta también de tejido transpirable del mismo color. Aunque no es un atuendo para deslumbrar se le veía muy sexy. Sin ser una camiseta ajustada, su talla 105 de pecho no podía pasar desapercibida y si miraba a su entrepierna, se le veía una zona “acolchada” más que apetecible, o sería que yo estaba muy caliente aún del tren.El caso es que ninguno de los dos le quitaba ojo a su culo mientras lo movía en la elíptica. Ellos no podían verlo porque lo tapaba yo, pero el movimiento de sus tetas también era interesante. Yo sonreía y después de mirarme dos o tres veces, me preguntó:

– ¿De qué te ries?

– Me encantan tus tetas haciendo deporte. Se las ve muy a gusto.

– ¡Desde luego! Eres imposible. Siempre con lo mismo, estás un poco salido – dijo ella con una indignación muy mal fingida.

– De eso nada, señora. Un poco caliente, sí, no te lo niego. Pero salido nada de nada. Lo que pasa es que a uno le gusta lo bueno. Y nuestros dos deportistas seguro que opinan lo mismo de tu culo, porque no le han quitado ojo.

– Uffff, desde luego, ni haciendo deporte distraéis la mente, por dios.

– Ya, ya. Vale. Seguiremos con el deporte, pero no le des mucho movimientos a mis “amigas”, porque como te vean estos dos se lesionan, jajajajajaja.

– Vaya tela con los hombres… – dijo sonriendo aunque quiso evitarlo.

Me baje de la elíptica y me fui a la bicicleta, que ahora estaban libres, ya que nuestros acompañantes de sesión ocupan algunas máquinas de ejercicios de brazos o piernas. Mi mujer se vino detrás de mí para ocupar la otra bici. Pero antes de subirse se dispuso a quitarse la camiseta. Estaba de cara a mí y espaldas de ellos.

– Bueno, ya que queréis deporte con perspectiva… os lo voy a dar.

Yo puse cara de “¡que haces!”. Pero venía preparada para ello. Debajo traía el sujetador deportivo que se compró para prevenir lesiones que le recomendaron. Es un sujetador potente que se abrocha por delante para la comodidad de su brazo operado y que tiene una cremallera. Se metió la mano en cada seno para ajustar sus tetas a gusto de miradas y le dio un toquecito a la cremallera para que bajara si acaso dos centímetros, pero lo justo para que se adivinara su espectacular canal formado sus tetas bien juntas y sujetas. Creo que mi mujer lo notó en mi cara… y en mi polla. Tuve que hacer un movimiento en la bici para ajustarla en el pantalón. Le había tentado la visión.

– Vaya. Veo que te gusta la nueva perspectiva deportiva – dijo sintiéndose poderosa y dominadora de la situación.

Nuestro bagaje de sexo en público y exhibicionismo en bastante pobre, por no decir escaso, sin contar esa misma tarde en el tren. Un par de escarceos con otra pareja en la intimidad. Así que me excitó tanto la visión como el morbo de saber que cuando se diera la vuelta y se apoyara en el manillar de la bici sería el centro de las miradas de tres hombres. Y la situación no parecía ponerla incómoda ni mucho menos. Habíamos venido a pasar tres días para hacer lo que nos apeteciera, pero el primer día estaba siendo pletórico.

Dicho y hecho, se subió a la bici y se inclinó sobre el manillar. Desde mi posición sus tetas se veían poderosas y desafiantes. Supongo que desde el frente, donde estaban las máquinas de ejercicios ocupadas sería también una visión turbadora. El hombre mayor se quedó mirando descaradamente y casi se le cae el labio inferior al suelo. El ejecutivo miró con más disimulo y le echó una mirada de aprobación a mi mujer y a sus tetas. No digo que le tirara un beso disimuladamente, pero casi. Se acomodó en la banca de abdominales y comenzó una serie. Cada vez que llegaba arriba se quedaba un par de segundo mirando a mi mujer. Yo me estaba poniendo muy cachondo, pero trataba de controlar mi excitación y la erección incrementando el ritmo de pedaleo y pensando en sufrir un poco más sobre la bici. Ella, sin embargo, estaba radiante. A pesar del esfuerzo del pedaleo sonreía y cuando me miraba a mí su mirada desprendía sexualidad y sensualidad.

En un gesto de secarse un poco el sudor con la toalla, paso sus manos por su cara y luego por su cuello, llegando a sus tetas y con mucho disimulo se bajó otro poco la cremallera. Ya era una visión del canal apoteósica.

– Joder, chiquilla, nos vas a hacer sudar de lo lindo – le dije yo con mis ojos clavados en sus tetas.

– Hombre, si es por vuestro bien. Yo encantada.

Y se notaba que estaba encantada, estaba a gusto en su papel de mujer provocadora. Nuestro amigo más mayor se retiró del gimnasio y mientras salía no le quitaba ojo a mi mujer. El ejecutivo estaba disfrutando de las vistas y de la tensión sexual del ambiente. Se le veía muy tranquilo y seguro. Tendría que estar muy acostumbrado a estas cosas, pensé yo, porque ya digo que no quitaba ojo a mi mujer y la miraba, bueno nos miraba, con total tranquilidad y sin disimulo. Incluso creo que su polla estaba algo excitada porque se le veía un bulto en la entrepierna que no era muy normal. Para terminar, nos pusimos los dos en las máquinas de ejercicios. Yo en el banco de abdominales y ella en la máquina de pectorales. El ejecutivo ocupó ahora una de las bicis. Estaba dejado caer con los codos en el manillar disfrutando de la visión de dos tetas tremendas, brillantes por el sudor. Y no solo eso, sino que mi mujer al sentarse en la máquina y pegar la espalda al respaldo y abrir las piernas para el ejercicio, tal y como te obliga la posición de la máquina, nos dejó ver una vulva maravillosa. Vaya coño se intuía tras las mallas y la ropa interior, que dicho sea de paso apenas se notaba en las mallas por lo que me imaginé que llevaba puesta la misma que en el tren; el tanguita nuevo y minúsculo.

A mí me superó la situación y estaba empalmado. Mi mujer me miraba y sonreía con malicia y sensación triunfal.

– Joder, no te rías. Que entre la tarde del tren y esto me duele la polla de lo dura que la tengo – le dije entre dientes para que no se notara – Lo estás disfrutando, ¿eh?, vaya carita de zorrona que tienes.

– Me encanta – me dijo mientras me ponía morritos y me tiraba un beso.

Y empezó a hacer los ejercicios pectorales. Y en cada apertura de brazos la visión de sus tetas empujando para salirse del sujetador eran dos bombas que caían directamente en nuestra polla, sin que la imagen pasara siquiera por el cerebro creo yo. Las gotas de sudor que le caían del cuello y se perdían por su canalillo, que relucía por ello.

– Cariño, yo ya estoy satisfecho de ejercicio, suficiente por hoy. ¿Nos vamos?

– Vale. Nos hemos despejado del viaje ¿no?

– Te habrás despejado tú, hija, porque yo voy fatal de lo mío.

– Jajajaja, ya te veo, ya.

A mí se me notaba que estaba empalmado y me puse la toalla por delante con disimulo. Al pasar por delante de la bici, el ejecutivo soltó el manillar y se alzó sobre el asiento, dejando ver un bulto espectacular. Vi como los ojos de mi mujer se abrían en expresión de deseo. Nos dedicó una sonrisa y nos dijo:

– Que tengan una buena tarde. Ha sido un verdadero placer conocerles.

Los dos asentimos con la cabeza y le dedicamos una sonrisa forzada y salimos del gimnasio. Yo como podía tapaba mi bulto, mientras que mi mujer se había colocado la toalla alrededor de su cuello pero no había subido la cremallera de su sujetador ni un solo milímetro, por lo que quien se cruzara tendría una instantánea de sus tetas sudorosas y deseables. Afortunadamente, allí estaba el ascensor y nos metimos en él. No se habían cerrado las puertas cuando se abalanzó mi mujer sobre mí y me cogió la polla, masajeándola desde los huevos hasta la cabeza. Sus tetas hacían una dulce presión en mi pecho y su boca me susurraba

– ¿Qué? ¿Te ha gustado el espectáculo deportivo? – me preguntó

– ¿Qué si me ha gustado? Una mierda pa´la final de la Champions – le dije yo.

– Pero vamos, a mí y al resto. Creo que nuestro jubilado se ha ido antes de que le faltara aún más el aliento. Vaya tetas, cariño – y diciendo esto las amase como pude entre mis manos, que no me caben.

– Y el ejecutivo también se ha puesto las botas, ¿eh? – añadió ella.

– Si. Pero con el ejecutivo también te has puesto bonita tú, que te he visto como le mirabas el paquete.

– ¡Vaya! Como para no fijarse. Que pedazo de bulto.

– Andaaa, mira ella, te hubiera gustado tentarla ¿no?

– No te pases. Una cosa es que como mujer me fije en la polla de un tío y otra cosa babear como hacéis vosotros con las tetas y culos de nosotras.

– Venga ya – le dije yo un poco despectivo.

El ascensor se detuvo y entramos en la habitación. Mi mujer fue directa a la ducha. Yo puse la tele para buscar música mientras nos duchábamos y arreglamos para salir. Pero en seguida me fui al baño. Ella estaba desnuda y pude ver su figura brillante por el sudor, aunque la parte de sus muslos cercana a su coño brillaba más por los flujos. Ella no podía negar que también se había excitado y mucho con la actuación del gimnasio. Nos metimos en la ducha. Yo seguía totalmente empalmado, con la polla apuntando arriba. Mientras dejaba caer el agua en mi cabeza sentí como mi mujer me cogía la polla y empezaba a acariciarla. Primero los huevos, de forma delicada y luego la agarro por el tronco con firmeza y comenzó a subir y bajar lentamente. Yo suspiré y abrí los ojos. Ella estaba mirándome, esperando que la mirara. Y cuando la miré a los ojos, sin desviar la mirada se puso en cuclillas y se la metió en la boca. Primero la chupó toda, lamió el tronco e incluso los huevos. Después de dos o tres pasadas se dedicó a jugar con el glande, apretándolo con los labios, jugando con la lengua pasándola por encima y luego la volvía a engullir. Yo solo sabía gemir y mirarla fijamente. Mi respiración iba en aumento. Con el nivel de excitación que había acumulado durante la tarde no iba a aguantar mucho. Trataba de agacharme un poco para tocarle las tetas, pero no me dejaba. Cambió un poco la postura de sus piernas para colocarse frente por frente a mí y abrirlas un poco más. Pude como su coño estaba abierto. ¡Lo que hubiera dado porque me dejara agacharme y comérselo! No sabía qué hacer para tocarla, hasta que cesó un momento su maravillosa mamada y me dijo:

– Cariño, relájate. Ahora me toca a mí dedicarme a ti. Lo necesito. Y tú también necesitas. Quieres correrte, lo sé. Así que disfruta de cada movimiento de mis manos, mi boca, mi lengua y mi cabeza. Voy a sacarte hasta la última gota de leche.

Hice lo que me dijo. Me relajé. Abrí un poco más mis piernas, me dejé caer contra la pared de la ducha y me concentré en las sensaciones. Solo unos instantes después el torrente de placer que me vino era tremendo. Mis gemidos más intensos, mis músculos en las piernas se tensaban. Ella se percató y comenzó a pajearme mientras mantenía media polla en su boca, moviendo su cabeza hacia delante y hacia atrás, humedeciendo su boca y dándome una sensación de calidez alucinante.

– Ahhhhh, ahhhhhh, me corrrrrooooooo, jodeeeer, me corrooo cariño – le dije casi temblando de placer.

Cuando notó el líquido preseminal se la sacó de la boca y se la puso entre sus tetas, terminándome la paja. Salieron dos golpes de semen disparados. Uno a su barbilla y otro calló sobre su cuello. Siguió moviendo sus tetas mientras seguía saliendo leche. Hacía tiempo que no me corría así. Tantos meses de tensión parecían liberarse de golpe. Cuando parecía que ya me calmaba cogió la polla y se la metió con delicadeza en la boca, limpiándola de los restos de semen. Cuando la saco tragó lo que tenía y con la lengua saboreó sus labios. Se levantó y me besó. Nunca había o habíamos hecho esto. Pero estábamos tan a gusto y excitados que nos besamos con pasión acompañando el beso con nuestras manos, las mías en su culo y las de ella en mi espalda. Me resultó un sabor extraño, como es lógico, pero no me dio asco. Ni a ella, que en apenas veinticuatro horas la había probado dos veces. Terminamos de ducharnos y nos tumbamos un rato en la cama a descansar.

Al poco empezamos a vestirnos. Yo, como es lógico, iba a terminar antes y como era miércoles de champions, puse el fútbol en la tele. Ella protestó.

– ¡Jolín! ¿Fútbol? Creía que estos días eran de descanso total.

– Tranqui, tronca. Mientras nos vestimos nada más.

– Mira, mejor hacemos una cosa. Vístete, te vas abajo al bar de hotel y me esperas allí viendo el fútbol. Así me arreglo tranquila y sin que me veas, para que sea una sorpresa.

Me entusiasmó la idea. Y no tanto por una cerveza fría viendo el fútbol, cosa que me parece genial, sino por lo de “sorpresa”. Estaba seguro que me encantaría. Al fin y al cabo el viaje había empezado muy, muy bien.

Continuará …