Controlada por la tentación y las ganas de sentir a Gabriel

Marlene se había enterado de la noticia pocos días antes de la llegada de quién marcaría el comienzo de un hito indeleble en su vida. Aquella calurosa mañana de julio, completamente ensimismada en sus quehaceres de joven despreocupada y liberada de sus estudios, no prestó mucha atención a las palabras de su padre cuando le comunicó la posible visita de quien era el hijo de su pareja.

La joven no había visto jamás a Gabriel. La madre de él y su padre se habían conocido hacía apenas unos meses y, debido a su reciente decisión de vivir juntos, creyeron oportuno reunir a toda la familia lo antes posibles para que ambas partes se fueran conociendo. Lo único que sabía sobre él era que, como ella, estudiaba en la universidad. Aunque la única facultad que instruía sobre lo que Gabriel quería estudiar se encontraba fuera de la ciudad, viéndose obligado a mudarse mucho antes de que su madre y Víctor se conocieran. Ahora que ya habían acabado las clases había accedido a volver para poder pasar el verano con ellos.

A veces, cuando el aburrimiento y la curiosidad se apoderaban de ella, se había quedado observando las nuevas imágenes que adornaban ahora los estantes de la pequeña repisa del salón. Un niño de sonrisa inquieta, con algún que otro diente de menos y rebeldes rizos castaños aparecía en la mayoría de ellas. Sus mofletes marcados y sonrojados le habían sacado un par de carcajadas las primeras veces que se había tomado el tiempo suficiente como para fijarse en ellos. Pese a los diez o doce años que aparentaba en algunas de las fotografías aquellas mejillas le recordaban perfectamente a los de un recién nacido bien alimentado. Aunque lo más llamativo eran sus poses despreocupadas y divertidas, sacando la lengua o haciendo señas con los dedos de una mano. Así que esa era la única imagen de Gabriel que conocía y que, más o menos, esperaba: un joven divertido, más crecido, de sonrisa abierta, rizos igual de incontrolables y con algo de mofletes.

Poco o nada se esperaba al joven que encontró cuando abrió la puerta, tras acudir a ver quien había llamado al timbre a tempranas horas de la mañana. Marlene se desprendió a regañadientes de las sabanas y, medio dormida, se encaminó por el pasillo que conducía a la entrada. Maldiciendo mentalmente haber decidido quedarse con la habitación del primer piso. Se suponía que a media mañana su padre y la pareja de éste irían a la estación para buscar y dar la bienvenida a Gabriel, quien había cogido un vuelo la noche anterior. Pero su sorpresa fue visible al encontrárselo, cargando dos enormes maletas, bajo su portal. Era alto y delgado, los músculos de sus brazos se marcaban bien definidos bajo las mangas de su camisa, algo arrugada por el viaje. No pudo evitar fijarse en los firmes y bonitos muslos que los pantalones dejaban entrever, reconociendo para sus adentros lo atractiva que era su figura. No había rastro de las mejillas sonrosadas ni de la cara de niño travieso y burlón. De hecho, le habría costado bastante reconocerlo de no ser por los rizos y los intensos ojos grises que compartía con su madre. ¿Cómo no se había percatado de ellos en las fotografías?

El joven también pareció quedarse sorprendido, su mirada desconcertada viajó fugazmente por todo el cuerpo de Marlene antes de hablar.

—Oh, perdona. Hace mucho tiempo que no vengo por aquí, debo de haberme… —Fruncía el ceño, confundido. Reculó unos pasos para poder leer la dirección en el buzón.

—¿Eres Gabriel? ­—Musitó ella, consciente de su desconcierto.

Aún la miraba extrañado cuando contestó.

—Sí. Vaya, tú debes de ser Marlene. Perdona, mi madre me habló sobre ti pero, bueno, digamos que te imaginaba diferente —le dedicó una sonrisa amable pero cansada mientras hundía los dedos de una mano en su pelo. Sus ojos habían estado presos en el rostro de ella mientras hablaba, pero permitió que durante unos segundos vagaran por toda su figura.

La joven fue muy consciente de ello, despertando algo que durante mucho tiempo había estado dormido dentro de ella. Pero apartó esa idea de su cabeza y se dijo que Gabriel debería estar muy cansado.

—Tranquilo, creo que ninguno de los dos tenía mucha idea de cómo era el otro. Pasa, y bienvenido a casa —le devolvió la sonrisa, mientras se echaba a un lado para que pudiera entrar—. Oh y deja que te ayude con eso, anda. Debe de haber sido un viaje largo.

Se inclinó para alcanzar una de las maletas justo en el momento en el que Gabriel entraba por la puerta. Notó el costado izquierdo del cuerpo del joven rozar uno de sus brazos, sin querer, y la mirada curiosa de alguien bailando por su trasero. Sorprendida ante el contacto echó una rápida mirada por encima de su hombro, pero Gabriel ya se había adentrado en el salón.

Tan solo entonces fue consciente de su escaso atuendo. Si bien por las noches siempre refrescaba un poco más su habitación parecía retener toda la humedad del día, por lo que acostumbraba a dormir con una ligera camiseta de tirantes y ropa interior. Aquella noche, por suerte, se había quedado dormida con el pantalón de deporte con el que a veces andaba por casa, ajustado y tan corto que apenas le cubría media pantorrilla. Incluso se había subido un poco más, seguramente mientras dormía.

—¿Cariño?

Sara, la madre de Gabriel, apareció al final del pasillo colocándose rápidamente un bonito batín mientras se abría paso hacia ella. Sus labios se separaron con la intención de decirle algo pero se detuvo en seco al llegar a la puerta que daba al salón y, como en un suspiro, desapareció de un salto a través de ella mientas se escuchaban gritos de sorpresa.

Marlene, desperezándose, cerró la puerta de entrada y se recolocó como pudo los cortos pantalones asomándose ella también por la puerta del salón, dejando a un lado la maleta y apoyándose en el marco. Fue entonces cuando el pequeño Gabriel de doce años pareció volver, abrazado a su madre e intentando esquivar los múltiples besos que ella le daba. Concluyó que su trabajo ahí había finalizado y decidió concederles algo de intimidad, escabulléndose sigilosamente a su habitación.

Al cerrar la puerta dejó escapar un largo suspiro, sin previo aviso había vuelto a ella todo el cansancio con el que se había despertado. Se dispuso a meterse de nuevo en la cama, esta vez quitándose antes los pantalones y lanzándolos hacia la silla del escritorio. Pensaba en la inesperada llegada de Gabriel mientras se desvestía. En aquellos hombros tensos al estar acarreando con el peso de las maletas, las salvajes ondas de su pelo y sus ojos grises contemplándola sin pudor con aquel escaso atuendo. Pudo distinguir un brillo en ellos durante unos segundos al mirarla. Un brillo que ya había visto antes en otros ojos. Deseo.

Había estado tan centradas en sus estudios aquel año que apenas había tenido tiempo para cuidar de sí misma, mucho menos para mantener relaciones. Y los ojos de Gabriel le habían devuelto el recuerdo de los veranos de júbilo y desenfreno de los que había gozado y a los que se había entregado con tantas ansias. Pensaba en ello mientras se metía en la cama, sintiendo el roce suave de las sabanas sobre la piel desnuda de sus piernas. Un fuego interno empezó a devorarla casi sin darse cuenta, extendiéndose por todo su cuerpo ante el recuerdo de las caricias y el placer que otros le habían otorgado. El recuerdo de unas manos recorriendo cada centímetro de ella, subiendo cuidadosamente por sus piernas, hasta sus muslos, o acariciándole muy lentamente los hombros y descendiendo para llegar a la parte baja de su espalda. Manos que sobaban de su cuerpo, le rodeaban la cintura y deslizaban sus dedos bajo el fino borde de sus braguitas o dibujaban una línea imaginaria desde sus labios hasta sus pechos. Medio dormida y excitada decidió quitarse también la camiseta de tirantes, quedándose únicamente en ropa interior. Su temperatura corporal había comenzado a subir y no tenía pinta de que fuera a bajar. Sus manos jugaban en su abdomen, repartiendo pequeñas caricias en círculos alrededor de su obligo con la yema de los dedos, acercándose peligrosamente al aparte baja de éste. No dejaba de mover sus caderas al recordar cada uno de los roces, notando la humedad que ya comenzaba a impregnar su ropa interior. Ni si quiera recordaba la última vez que había disfrutado de darse placer a sí misma y no veía motivo para no refrescarse la memoria.

La puerta se abrió de golpe ante su sorpresa, llenando de luz la habitación y sobresaltándola, dejando ver a un descolocado Gabriel. Empezaba a pensar que había reemplazado la pose burlona de las fotografías por aquella. Marlene se había quedado petrificada, casi desnuda y estirada en la cama, totalmente destapada y con las piernas abiertas. La figura de Gabriel aparecía a contraluz por la pequeña abertura de la puerta, sujetado el pomo con una mano. Y así se quedaron, mirándose el uno al otro sin saber ninguno de los dos qué hacer. Marlene se recoloco apoyándose sobre uno de sus codos para poder incorporarse un poco y actuar con la máxima normalidad posible, como si sencillamente acabara de interrumpir su intento por conciliar el sueño. Pero su respiración se aceleró cuando algo en la mirada de Gabriel la alarmó y, como simple acto reflejo, estiró uno de los bordes de las sabanas hacía sus caderas para cubrirse. Pese a que fueron apenas unos segundos, los ojos de él siguieron cada movimiento, posándose sobre las sabanas que ahora cubrían sus piernas.

—No mi vida, ahora tu habitación es la de arriba ­—la voz de Sara se escuchó algo distorsionada desde las escaleras.

El joven, sin embargo, siguió mirándola unos segundos más antes de sacudir la cabeza, como deshaciéndose de una idea o volviendo de sus ensoñaciones, y dedicándole una forzada sonrisa de disculpa cerró de nuevo la puerta.

A la mañana siguiente Marlene casi pareció haberse olvidado de aquel accidente. Se convenció a si misma de que Gabriel no vio nada que no hubiera visto antes y, además, había actuado bien. Era imposible que supiera en lo que había estado pensando o lo que pretendía hacer de no haber sido descubierta. Y, la verdad, apenas le importaba mucho que la hubiera visto casi desnuda. La vería así todas las veces que fueran en familia a la playa.

Así que decidió empezar su mañana como de costumbre, dándose una buena ducha antes de bajar para prepararse el desayuno. Disponía de un baño propio, el único situado en el primer piso de la casa. Como su padre y su pareja compartían un dormitorio con baño en el segundo piso, aquel apenas lo utilizaban.

Puesto que acostumbraba a madrugar y nadie merodeaba por el primer piso a aquellas horas había cogido por rutina dejar la ropa sucia en una cesta de la habitación e ir enrollada en la toalla hacía la ducha. Pero escarmentada con lo sucedido la noche anterior decidió escuchar atentamente a través de la puerta antes de abrirla, por si oía algún ruido proveniente del salón, la cocina o las escaleras. Una vez comprobado que era la única en aquel piso se encaminó por el pasillo hacía el baño, tarareando distraída una de sus canciones favoritas mientras desenredaba con los dedos de una mano algunos mechones de su cabello. Fue entonces cuando, justo a medio camino, le pareció oír unas ligeras pisadas que provenían del comienzo de las escaleras. Por temor a ser descubierta adelantó el paso en los últimos tramos del pasillo, llegando casi a correr antes de abrir la puerta del baño y encerrarse en él. Suspiró aliviada, mirado aún la puerta cerrada y sujetando con una mano el borde de la toalla en su pecho. El agarre que la había mantenido atada a su alrededor se había deshecho por la carrera, dejando al descubierto toda la parte trasera de su cuerpo. No fue hasta que consiguió calmar su respiración cuando se dio cuenta del ambiente húmedo y los cristales empañados, como si alguien hubiera utilizando recientemente la ducha. O estuviera en ella ahora mismo.

Marlene se dio media vuelta con mucho cuidado, encontrándose con los ojos de Gabriel, completamente desnudo y mirándola desde la bañera. Su pelo rizado ahora caía empapado sobre su frente mientras diminutas gotas de agua cubrían y se deslizaban por toda su piel. Los ojos de él se pasearon por el rostro de la joven, atónita, antes de fijar su mirada en la mano con la sujetaba la toalla sobre su pecho y deslizarse por ella, contemplando su cuerpo también desnudo. Los ojos de la joven, por su parte, no tardaron mucho en encontrar la enorme erección que Gabriel no se había molestado en ocultar. De hecho sujetaba aún la base de su miembro con una mano. ¿Se había estado masturbando?

—Gabriel, ¿eres tú quien está en la ducha? —La voz de Sara se escuchó al otro lado de la puerta.

Fue entonces cuando el joven pareció reaccionar. Volvió a posar sus ojos, está vez con nerviosismo, en el rostro de Marlene y soltando un pequeño quejido se tapó como pudo la entrepierna con la cortina medio translucida del baño. Marlene hizo ademán para que no contestara a la pregunta de su madre pero fue inútil. Ahora ya no podría salir sin levantas sospechas.

—¡Sí mamá, salgo en un momento!

La joven apresuró entonces en darse la vuelta, intentando no hacer mucho ruido mientras recolocaba como podías la tolla alrededor de su cuerpo y hacía correr el pestillo para cerrar definitivamente la puerta, acercando su oreja e intentado escuchar al otro lado.

Notaba la mirada de Gabriel en ella, enviando corrientes de electricidad por todo su cuerpo. Podía ver sus ojos a través del espejo paseándose por su nuca, bajando por su espalda y posándose sobre el borde de la toalla, la cual apenas le tapaba la mitad superior de su trasero. No se atrevió a decir nada, ni si quiera a hacer cualquier movimiento e incluso a mirar por encima de su hombro. Sara podía estar aún en el pasillo.

Pasaron un largo e interminable minuto en silencio, Marlene sin moverse de su posición y notando como sus músculos y respiración se iban relajando poco a poco. Por la humedad de la habitación ya empezaban a notar gotitas de sudor bajándole por la espalda y cubriéndole la piel. Soltó un suspiro de alivio cuando escucho sonidos provenientes de la cocina y decidió que ya no había peligro de ser descubiertos. No podría volver a su habitación pero Gabriel podría fingir haberse encontrado con ella por el pasillo al salir e informarles de que se estaba dando una ducha. Escuchó otro suspiro proveniente de la bañera y creyendo que el joven habría adivinado que ya estaban seguros Marlene dio media vuelta dispuesta a disculparse por su entrada sin permiso, y suponiendo que Gabriel querría explicaciones. Pero lo que se encontró fue algo totalmente distinto.

Gabriel y su cuerpo estaban completamente de caras a ella, había dejado la cortina a un lado y ahora la miraba sujetándose su miembro totalmente erecto y erguido mientras repartía caricias ascendentes por él. De vez en cuando paraba para envolver su punta rosada y totalmente visible con la palma de la mano y pronto empezaron a verse venas que complementaban toda su longitud. Al ver que Marlene se había dado la vuelta y contemplaba atónita la escena, dejó escapar un gemido y empezó a bombear con más fuerza y rapidez su miembro, haciendo que sus huevos se balancearan y chocaran a cada movimiento. Los ojos de Gabriel se recrearon una vez más y sin ningún tipo de pudor por todo el cuerpo de su compañera, disfrutando de la imagen de sus labios carnosos, el hueco de su clavícula y el inicio de sus pechos, ocultos bajo la toalla a la que Marlene se aferraba con fuerza. Entreteniéndose también en sus largas y bonitas piernas desnudas. La joven, sorprendida y paralizada, no podía dejar de mirar el pene de Gabriel, cada vez más duro y palpitante. Empezaba a notar su propia excitación y la humedad creciente en sus labios vaginales mientras sus pezones erectos se asomaban bajo la tela de la toalla, húmeda y pegada a su cuerpo por el sudor y el calor del ambiente. Un incendio se abría paso en su interior iniciando una lucha en su cabeza entre resistir la tentación o dejar caer la toalla y deslizar sus manos a su entrepierna. Quería acercarse a Gabriel y sentir su polla presionando contra la parte baja de su abdomen, deslizándose entre sus dedos y rozando los labios de su coño. Deseaba ser ella quien le diera placer.

En un momento de lucidez se asustó de sus propias intenciones y, sin pensarlo, se dio de nuevo la vuelta, quedándose en su posición inicial. Seguía con la respiración pesada. En un intento por concentrarse de nuevo, colocó la frente y una de las manos sobre la puerta, sacando un poco el culo en pompa y haciendo que el borde de la toalla se elevara y dejara ver al completo sus bonitas nalgas. Por el rabillo del ojo vio a través del espejo el cuerpo de Gabriel, moviendo sus caderas a cada embestida de su mano a lo largo de toda su polla. Pudo escuchar los gemidos del joven a punto de llegar al éxtasis cuando, de pronto, los ojos de Gabriel se encontraron con los suyos en el espejo y, abriendo la ducha para que el sonido del agua ahogara sus gemidos, se corrió dentro de la bañera.

Sin poder contenerlo más y con miedo de sus propios actos Marlene quitó el seguro de la puerta y salió por ella con cuidado de no hacer ruido, encaminándose hacia las escaleras con rapidez. Si su padre aún no se había despertado y Sara seguía en la cocina con suerte llegaría al baño del segundo piso sin ser descubierta.

No volvió a ver a Gabriel en todo el día. Al acabar de desayunar, antes de que ella saliera de la ducha, se marchó de casa pues había quedado en visitar a viejos amigos y no volvió para comer. Más tarde se enteró por Sara de que había llamado para informar de que se quedaría todo el día con un antiguo compañero de clase, para ponerse ambos al día. Eso le dio tiempo a Marlene para reflexionar sobre lo sucedido. No se sentía mal por ello, en parte ahora estaban en paz por lo ocurrido la última noche. Aunque era consciente de que aquello había ido algo más lejos. Al final decidió que lo mejor sería intentar liberarse de esa tensión sexual cuanto antes y hablar con él, sin vergüenza ni tapujos. Ahora sus padres estaban juntos y ellos no podrían pasarse todo el verano incómodos o avergonzados.

Al caer la noche ya casi no le daba importancia a lo sucedido, más pendiente de su serie favorita que de la llegada de Gabriel. Tampoco había pasado por casa durante la cena y ni tan siquiera se habría percatado de ello de no ser por los comentarios de Sara, feliz por la llegada de su hijo aunque mosqueada de que un viejo amigo hubiera pasado hasta ahora más tiempo con él que su propia madre.

Marlene no tardó mucho en conciliar el sueño aquella noche. Durmiendo plácidamente hasta que el repentino hundimiento de uno de los lados del colchón la despertó, como si alguien se hubiera estirado a su lado. Antes de que pudiera girarse para ver quién era una mano se abrió paso entre las sabanas, agarrándola de la cintura y aprisionándola contra un cuerpo desconocido. Un fuerte olor a alcohol llegó hasta ella y cortos mechones de pelo rizado le rozaron la mejilla. Adivinó entonces de quien se trataba y con gran esfuerzo consiguió girar sobre sí misma para quedar de caras a él. No se sorprendió al encontrarse el rostro de Gabriel frente a ella. Pudo notar su respiración calmada y comprendió que dormía plácidamente. Debía de estar tan borracho que se habría olvidado de que aquella ya no era su habitación. Ni tan siquiera debería de haberse preguntado qué hacía otro cuerpo en su cama, tal vez ni se habría percatado de ella. Sonrió divertida ante esa idea cuando de pronto se dio cuenta de que algo presionaba suavemente sobre su vientre. Vio un pantalón vaquero que no era el suyo sobre la silla del escritorio y al mirar hacia abajo se encontró con las piernas denudas de Gabriel y un pequeño bulto bajo su bóxer. Debía de haberse excitado con los roces del cuerpo de Marlene en su esfuerzo por darse la vuelta. La mano que enrollaba su cintura volvió a aferrase a ella, atrayéndola más a él y quedando ambos sexos completamente enganchados. Esta vez más alarmada la joven intentó empujar los hombros de Gabriel, con la intención de zafarse de su agarre. Notaba su abultado miembro rozar bajo la tela de la ropa interior el inicio de sus labios vaginales, cada vez más duro e intentando abrirse camino sobre sus braguitas.

—¡Gabriel! —Susurró Marlene, intentando despertar al joven. Pero éste dormía sin alterarse lo más mínimo.

Decidió entonces quedarse quieta para no emporar la situación. Por la cercanía sus pechos se aplastaban contra el pectoral de Gabriel e incluso gran parte de ellos había quedado totalmente visible al deslizarse la camiseta de trientes por ellos con los movimientos.

Las imágenes de esa mañana volvieron entonces a la mente de Marlene, despertado la excitación de su cuerpo al pensar que el mismo miembro que había deseado tener entre los dedos se encontraba ahora en la entrada de su coño, totalmente disponible para ella. Sus ojos buscaron el rostro de Gabriel, comprobando una vez más que seguía totalmente dormido. Con mucho cuidado empezó a mover de nuevo sus caderas, esta vez presionándolas todavía más contra la entrepierna del joven para que rozara la entrada de su vagina sobre la ropa interior. Pronto la erección de Gabriel era tan potente que la punta empezaba a sobresalir del bóxer, totalmente empalmado. La joven rozaba todo su sexo a lo largo del tronco de aquella polla, cada vez con más ansias. Enrolló sus piernas alrededor de la cintura del joven para atraerlo aún más y poder profundizar las caricias. Notaba la humedad que cubría sus labios vaginales y empezaba a impregnar sus braguitas. Sus pechos, con los pezones totalmente erectos, rozaban el pecho de Gabriel a cada movimiento. La punta del pene del joven encontró el clítoris de Marlene y ella tuvo que esforzarse por no gemir con fuerza. Aumentó los roces moviendo en círculos las caderas, castigando su clítoris, y pronto notó corrientes de placer subirle por los muslos. Al borde del orgasmo hundió su cabeza en la almohada para no despertar a Gabriel con sus gruñidos y todo su cuerpo se convulsionó en un descomunal orgasmo.

En algún momento la presión de Gabriel sobre su cintura había desaparecido y, una vez recuperada, levantó la mano de éste deslizándose fuera de la cama. Se quedó un momento observando el miembro aún erecto del joven, sin creer lo que acababa de hacer. Por suerte seguía totalmente dormido sobre las sabanas de su cama y no se había percatado de nada. Marlene cogió su bata y salió de la habitación intentado hacer el menor ruido posible, sería mejor que aquella noche durmiera en el sofá.

Por la mañana debatía en su interior el deseo de pedirle perdón por lo sucedido pero también la vergüenza al pensar en revelar lo ocurrido, lo más seguro es que Gabriel no se hubiera percatado de ello debido a lo ebrio que estaba. Ahora apenas se veía con fuerzas de mirarle a la cara, mucho menos de comentar algo sobre lo sucedido durante la ducha. Suspiró enfadada consigo misma por haberse dejado ganar por la tentación.

En ese momento se encontraba lavando los platos del desayuno, el joven aún no se había despertado. Se había visto obligada a inventarse una explicación con la que Sara y su padre no sospecharan nada al ver a Gabriel salir de su habitación al despertar. Seguía dándole vueltas a lo ocurrido y a cómo solucionarlo, cada vez se decantaba más por no decir nada y olvidarlo cuanto antes, cuando unas manos se envolvieron en su cintura, atrayendo sus caderas hacía atrás. Entre las nalgas de su culo se enterró un gran bulto, restregándose por toda la abertura de su trasero.

—Chica mala, ayer te fuiste antes de que acabara —la voz ronca de Gabriel la sorprendió muy cerca de su oído, haciendo que se le erizaran los pelos de la nuca.

Marlene abrió los ojos sorprendida. La había engañado, había jugando con ella con total descaro. Aquella noche Gabriel había estaba despierto en todo momento y sabía perfectamente cada detalle de lo ocurrido, lo que Marlene había hecho. Lo mucho que había disfrutado.

El miembro de Gabriel se hundió aún más en su trasero con una pequeña embestida mientras deslizaba una de las manos por su vientre, hasta llegar peligrosamente cerca de su entrepierna. Separándose justo cuando sus padres entraban por la puerta.

Continuará…