Ella continúa siendo igual de caliente y pervertida y quizás aún más, es ahora cuando ella controla el sexo y toda la lujuria familiar

Esta es la historia real de mi actual compañera sentimental, el relato es tal y cual ella me lo va contando. Ahora ella tiene ya 40 años, pero estos son los inicios en su juventud. Ella continúa siendo igual de caliente y pervertida y quizás aún más, es ahora cuando ella controla el sexo y toda la lujuria familiar.

Era ya muy tarde, pero aún podía disfrutar de unos minutos más observando como mi padre le estaba acariciando los pechos a mi tía María. Yo me mantenía escondida detrás de la puerta y mi excitación iba en aumento, pero debía irme, me estaba esperando en la calle mi madre. Mi tía y mi padre no tardaron ni unos minutos al salir nosotras para ponerse en acción, seguramente querían aprovechar al máximo su tiempo. Me parecía increíble y estaba estupefacta, jamás me lo hubiera imaginado y no sabía si contárselo a mi madre o callarme y empezar a averiguar que tipo de relación mantenían mi padre y mi tía. Al final opté por esta segunda opción, y más tarde el tiempo me ha compensado la elección.

Mientras mi madre sacaba el coche del garaje, regresé a la casa a buscar una carpeta que se me había olvidado y fue el momento en que entre la puerta semi cerrada del salón, pude ver “in situ” como mi padre rodeaba con los brazos a mi tía y desabrochándole la camisa, empezó a acariciar con la punta de sus dedos los grandes y hermosos pechos de mi tía, cincuentona (55 años). ¿Qué le vería mi padre a mi tía?

Esta pregunta era la que me rondaba en la cabeza, si mi madre más joven (40 años) y hermosa, estaba hecha un pedazo de mujer, con una clase y un cuerpo increíbles; que era la admiración de cuantos hombres se cruzaban en su camino, ¡cuantas miradas de lujuria había yo observado de los hombres cuando al pasear se cruzaban en su camino! Me parecía difícil de entenderlo. Quizás por este motivo me empezó a rondar en mi cabeza la idea de investigar hasta que punto llegaba su relación, me propuse espiarles y averiguarlo.

Ahora yo tengo 40 años y cuando ocurrió lo que acabo de relatarles yo contaba con 18. Yo era la típica niña objeto también del deseo de casi todos los jóvenes de nuestra pandilla, mis amistades masculinas no abundaban mucho, pero me podía fijar como me miraban todos los muchachos del barrio, y la verdad y no es pecar de egoísta, debo decirles que era y soy, un bombón, rubia, ojos verdes, 1,65 de altura, bonitos senos grandes y de pezón turgente y rosado, mi cintura es diminuta, pero mi culito es en forma de pera, dice mi madre que es lo más bonito que tengo, debo decirles también, que mi pubis, al ser rubio y liso, hace que mi coñito sea un apetitoso manjar para quién tiene la ocasión y suerte de probarlo.

Me tachan de pija algunos, pero siempre me ha gustado la buena ropa y el porte y la clase que he aprendido de mi madre, además de eso y belleza de mi madre he heredado muchas más cosas, una de ellas es el frenetismo sexual que me está acompañando en mi vida desde que tuve mi primera relación.

Estaba en clase de matemáticas cuando me volvieron las imágenes a la cabeza de mi padre y mi tía, y me puse a tope de caliente, se me empezaron a mojar las braguitas y mi imaginación empezó a desarrollar escenas de sexo en el que se mezclaban las tetas de mi tía, el pene de mi padre etc. con la punta del bolígrafo había empezado a acariciarme el clítoris por encima de las braguitas y me estaba dando un gustillo que me hizo cerrar los ojos.

Me despertó del sueño una mano en mi hombro y la voz de mi profesor de matemáticas preguntándome si me encontraba bien. Que bochorno ¿se habría dado cuenta de lo que estaba haciendo?, me sentí ridícula y quise que la tierra me tragara, ¡que vergüenza! Me dije yo. Más sonrojada me quedé cuando despues de la clase, antes de terminarla, el profesor dijo: señorita Marina quédese en la clase que debo de hablar con usted.

Me quedé de piedra. Cuando ya salieron todas, me quedé sentada en mi silla, y Don Roberto el profesor se acercó, percibí una mirada maliciosa en su expresión cuando me preguntó ¿señorita Marina se lo estaba usted pasando muy bien antes, puedo preguntarle porque?, yo quería que la tierra se me tragara, aquel hombre asqueroso, pequeño, gordo y feo plantado delante de mí, con una sonrisa maliciosa, sabia lo que yo estaba haciendo y me sentí acorralada. No supe reaccionar hasta que el, rompió el silencio que aunque solo duró unos segundos, para mi parecieron una eternidad y me dijo; ¿sueños eróticos? ¿Con quién soñaba usted señorita?

Y a lo que añadió antes de dejarme contestar; si usted me cuenta sus sueños, le prometo no contarle a su madre y la situación con la que la he sorprendido hoy. Me quedé de piedra, no sabia que decirle, me limité a mantener mi mirada en el suelo, cuando él, al comprobar que yo no hablaba, tomó la iniciativa y me dijo; mire usted bien esto señorita Marina; y me agarró de la barbilla para levantarme la mirada hacia él. Al levantar mi mirada me quedé de piedra cuando me encontré frente a mis ojos una enorme polla erecta que apuntaba hacia mí. El muy cerdo empezó a meneársela delante de mí, se había sacado por la bragueta su enorme pene, sus testículos eran exageradamente grandes y golpeaban con fuerza su pantalón provocando un ruido bestial en cada movimiento de sube baja.

El cerdo no contento con esto, y yo totalmente aturdida, me cogió la mano y me la llevó a su pene, creí morirme cuando me obligó a cogerla, no la pude rodear con mi mano de lo gorda que era, y él me empezó a subir y bajar mi mano, hasta que ¡no podía creerlo!, me empecé a mojar como nunca me había mojado antes, de mi vagina salían líquidos empapándome de tal manera que no pude aguantar más y con la otra mano me empecé a masajear el clítoris, hasta introducirme un dedo dentro de la vagina y masturbarme ciega y llena de gozo.

Aquel cerdo, feo y gordo, me excitó ¿Cómo era esto posible? Pero me excité de tal manera que no le puse ningún reparo ni resistencia cuando me metió su pene en la boca y me obligó a empezar a chupársela. No me cabía en la boca, y él venga a darme embestidas que me atragantaban y me dejaban casi sin poder respirar, yo agarrada al trozo de pene que no cabía en mi boca no paraba de masturbarlo frenéticamente, hasta que noté como se hinchaban las venas de su pene y empezó a correrse en mi boca, no podía ni tragar ni escupir tanta cantidad de semen que le salía y casi me ahogo.

Me quedé pringada de semen, me resbalaba semen por la barbilla, mi vestido estaba mojado de semen por todos lados, y ese olor, mamada había tenido un gran orgasmo delicioso…

Después de aquella experiencia empecé a mirar a los hombres de otra forma, principalmente a mi padre y a mi tío.

Me fijaba en los hombres adultos, observaba hasta a los viejos del parque cuando daban de comer a las palomas, mi mirada siempre se dirigía a sus paquetes, intentaba percibir por encima de su pantalón, si abultaba el tamaño de su pene. A mi padre le observaba a todas horas y las escenas en el que le vi con mi tía, no paraban de rondarme, esto me hizo trazar un plan. Los seguiría a todas partes, los espiaría, para ver y comprender el porqué mi padre y mi tía mantenían una relación sexual.

Un día mi madre debió salir más temprano de casa por motivos que debía resolver en el centro del pueblo y que la llevarían toda la mañana ocupada. Salimos las dos dejando a mi padre solo en casa, mi tía vivía en la casa de al lado, por lo que me imaginé que no tardarían mucho en verse con mi padre. Cuando mi madre me dejó en las puertas de la U me quedé esperando a que su coche desapareciera por la calle, para salir corriendo a coger un autobús que me dejara cerca de mi casa.

Mi plan era llegar y sorprenderlos, espiarlos y comprobar por mi misma su infidelidad. Cuando subí al autobús, estaba repleto de gente a esta hora de la mañana los trasportes públicos están muy llenos, por lo que me tuve que quedar de pie todo el trayecto. Me fijé en un hombre, debía de tener unos 50 años, era alto y guapo, con un gran bigote canoso, estaba agarrado en la barra del autobús frente a mi y no pude contenerme en mirar su paquete, creo que mi mirada furtiva fue descubierta por él, ya que de no ver bulto ninguno en su pantalón, empecé a notar como se le estaba produciendo una erección.

Lo miré y me cazó con su mirada, yo no aparté la mirada, lejos de esquivarla como habría hecho normalmente aguanté su mirada que cada vez era de más deseo y perversa. Aprovechando el entrar y salir de la gente se fue colocando de tal manera que lo tenia ya completamente pegado a mi. Su pene me rozaba la barriga y con todo el descaro del mundo se iba frotando en mí. Me miró y sonrió al ver que yo simplemente me dejaba hacer, yo estaba ya súper excitada, y más cuando noté como con toda habilidad y discreción sin que nadie del bus se hubiera podido dar cuenta, me metió la mano por debajo de mi falda y con la yema de los dedos empezó a acariciarme la vagina.

Yo solo cerré los ojos y me dejé hacer, notaba la dureza de su miembro viril pegada en mi vientre y estaba ya a punto de llegar a un orgasmo cuando me agarró de la mano y sin mediar palabra me hizo bajar del autobús con él. Al bajar me dio la mano y sin mediar palabra empezamos a andar hacia un parque que había allí. Detrás de un gran arbusto, se agachó, me quitó las braguitas y empezó a lamerme mi chochito, jó ¡que placer! No tardé un segundo en tener un increíble orgasmo.

Cuando notó que yo ya me había corrido, se levantó, se desabrochó la bragueta y sacó su pene, era un pene grande, aunque no tanto como la del viejo profesor, me agarró de la nuca y me obligó a agacharme para que se la chupara. Ese olor otra vez, cuanto me gustaba, empecé a chupársela como loca, me metía todo lo que me cabía en la boca, le daba mordiscos, le chupaba los testículos, me la volvía a tragar, y estando en esto me dirigió su primera palabra desde que nos acercamos en el bus; chupa putilla chupa que te voy a dar un buen tazón de leche para desayunar, chupa, y yo no dejaba de chupar cada vez con más devoción.

Cuando terminó, introdujo su polla en mi boca para que se la limpiara, después se la guardó en el pantalón, cogió mis bragas del suelo, las olió perversamente, sonrió y me dijo; un pequeño recuerdo de ti, y se fue.

Me quedé un rato inmóvil y lloré, me sentía sucia. Esperé a que pasara el próximo autobús, me subí a el y continué con mi plan, espiar a mi padre y a mi tía. Pero esto ya es otra historia que otro día os contaré.