Como una madre comienza a desear a su hijo

El presente relato no se trata de una experiencia personal, habiendo tenido conocimiento de la misma a raíz de una narración de la que soy autor y que fue publicada recientemente en esta misma página.

 Como he dicho antes, a raíz de publicar mi relato y a través de mi correo electrónico personal, comencé a recibir mensajes de varios remitentes comentando o preguntando algo sobre el mismo, siendo el de una señora a la que, para salvaguardar su identidad llamaré Lorena, el que llamó poderosamente mi atención por la intensidad de sus palabras.

 A decir verdad, en principio dudé de la veracidad de cuanto exponía en los mismos, pero tras un extenso intercambio de mensajes, por su forma de expresarse, su nulo interés en otra cosa que no fuera conversar, y otra serie de detalles, terminé por convencerme de que, en mayor o menor medida, podría deberse a experiencias reales o, cuando menos, a morbos muy intensos.

 Sus morbos, experiencias, o confesiones, terminaron excitándome de tal manera como para solicitarle permiso para ser condensados en el presente relato

 En aras de la confidencialidad que requiere una experiencia de este tipo, he tenido que alterar algún pequeño detalle, pretendiendo, eso sí, que, en todo momento se ajuste fielmente a las narraciones de Lorena, sin que algún añadido en aras de novelarlo, o alguna omisión debida a la discreción, altere lo mas mínimo el sentido de su experiencia, sea ésta real o ficticia.

  Antes de dar comienzo al relato de Lorena, hago un inciso para aclarar que, desde el inicio de lo descrito en esta narración, hasta la culminación de la misma, transcurrió un tiempo superior al novelado, así como que sucedieron varios hechos de “interés” que ayudarían a comprender mejor la transición en la actitud de los personajes y que “precipitaron” el desenlace, pero que no pueden ser descritos sin poner en peligro el anonimato de los personajes

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   Me llamo Lorena, tengo 48 años, físicamente soy lo que pudiera considerarse como “normal” en una señora de mi edad que ha tenido un hijo y un matrimonio fracasado que concluyó en divorcio años atrás.

 Ni alta ni baja, ni guapa ni fea, más bien “entrada en carnes” que delgada, esto no representaba ningún problema para mi “ego”, ya que, debiendo trabajar para complementar la pensión, junto a las labores de la casa y el cuidado de mi único hijo, me dejaban escaso tiempo o ganas de buscar una nueva relación.

  Mi hijo, Roberto, la alegría de la casa, se trata de un chico de carácter tímido de 18 años de edad, alto, delgado, y ya sea por “amor de madre” o no, bastante atractivo.

  No podía ser más feliz con él, jamás dio un disgusto con los estudios, educado, cariñoso, nulamente problemático o rebelde, podría decirse que era, y es, la envidia de cualquier madre.

 Solamente un “pero”, y es que, excesivamente tímido y hogareño, me hubiera gustado que saliese más de casa y que conociera chicas, o se relacionara más, advirtiendo que llegaba a ruborizarse (aunque fuera de forma ligera y sin llegar a ser demasiado evidente), ante comentarios o bromas de tipo erótico de alguna visita, (sobre todo de mi amiga Lucía, la cual, a pesar de ser una excelente persona, sumamente extrovertida, no tiene reparos en decir cualquier barbaridad que se le presente), lo cual, aunque fuera achacable a su carácter retraído, temí que pudiera agravarse con el tiempo debido a su inexperiencia en el trato con otras mujeres.

  Aparte de este pequeño “pero”, que nunca llegó a ser preocupación, nuestra vida no podía ser más apacible y dichosa.

  Solo algún que otro “incidente” comenzó a alterar aquella “tranquilidad”. Por ejemplo, tras buscar alguna braguita en particular en los cajones de mi mesita de noche, a veces no lograba localizarla por mucho que los pusiera “patas arriba”, apareciendo días después colocada en su sitio.

 A todo el mundo le ha pasado que, tras buscar algún objeto sin éxito durante horas, acaba dándose cuenta de que lo tenía delante de las narices, por lo que no le daba importancia alguna, aunque esto se repitiera con excesiva frecuencia.

  Otras veces percibía alguna minúscula, pero evidente “variación” en la colocación de mi ropa interior, cosa a la que tampoco encontraba más explicación que a mis propios descuidos al ordenarla.

 En fin, simples tonterías de las que no merecía la pena preocuparse en absoluto de no estar muy aburrida, y yo no tenía tiempo de eso.

Todo se trastocó cuando aproveché su ausencia para hacer una “limpieza general” de la casa. Tras limpiar a fondo su dormitorio, decidí ordenar su armario ropero.

 Observé una manta de invierno algo arrugada, y, al desplazarla, noté que caía “algo” al suelo.

 Tras fijar la mirada sobre aquel “objeto”, petrificada, apenas pude creer lo que estaban viendo mis ojos, se trataba de… ¡una de mis braguitas!

 Ni siquiera tuve tiempo de intentar adivinar el motivo de que una de mis braguitas hubiese “llovido” del armario de mi hijo, al quedar absorta contemplando las “manchas” de lo que, por muy inocente que me tratara, se trataban de unos evidentes “lamparones” de semen.

 Casi con asco, y agarrándolas de un extremo con dos dedos, noté que incluso estaban algo húmedas.

  No encontraba explicación alguna a aquello por muy evidente que hubiera resultado para cualquier otra mujer que no fuera yo, ya que, en aquella habitación solo dormía una persona que pudiera haberlas manchado así.

  Al final, (se trataba de algo tan obvio como para buscar otra explicación), no tuve más remedio que admitir quien era el “culpable” de aquellas “manchas”, sin que esto me ayudara a concebir los “motivos” de la presencia de mis braguitas allí.

 Entendía perfectamente, -aunque tampoco me lo hubiera planteado anteriormente-, que un chico de su edad se masturbara, (me vino a la cabeza un “quien lo hubiera pensado con lo tímido que parece”), pero no encontraba el sentido de usar unas braguitas (ni siquiera me atreví a usar el pronombre posesivo “mis”), en lugar de un pañuelo papel u cualquier otra cosa para “limpiarse”.

  Espantada, las volví a dejar en el mismo sitio, muriéndome de vergüenza solo de imaginar en pedirle “explicaciones” cara a cara con las braguitas manchadas en la mano.

 En nuestra casa el sexo se trataba un tema “tabú”, por lo que ni me planteaba la posibilidad de mantener una “conversación” madre/hijo sobre algo tan embarazoso como sus “masturbaciones”

Cuando regresó a casa me costó trabajo fingir que no había pasado nada, avergonzándome de él pensando en las “cochinadas” que practicaba en la intimidad de su dormitorio.

  Sin poder hacer un “drama” de aquello, si me inquietó lo suficiente como para “desahogarme” con Lucía, mi mejor amiga y con la que podía compartir cualquier tipo de problema.

  Lucía, de mi edad, casada, cuya amistad se remonta a la niñez, se trata de una mujer extrovertida, a la que me une una confianza tan absoluta como para llegar a contarme sus devaneos o infidelidades con otros hombres, por lo que difícilmente aquella “tontería” que iba a contarle podría sonrojarla.

 Nos reunimos en una cafetería y, tras los correspondientes intercambios de chismorreos, le conté lo que había descubierto en el dormitorio de mi hijo, haciendo hincapié en que no acababa de comprender el uso de ropa interior en esas “practicas”.

–          Lorena, tu eres tonta, ya hace tiempo que te lo vengo diciendo, más inocente y crees en Papá Noel. (Me espetó tras escucharme atentamente).

–          ¿Y eso?

–          Vamos a ver…… los cajones donde guardas TU lencería revueltos…. TUS braguitas escondidas en SU dormitorio, TUS braguitas manchadas con SU semen…… ¡blanco y en botella!

–          ¿…?, no te entiendo. (Mi cara debía ser un poema).

–          Pues está bien claro…… tu hijo se masturba fantaseando contigo. (Lo dijo con la misma serenidad con la que segundos después pidió al camarero un pastelito de merengue).

–          ¿Estás loca?, ¿Cómo va a ser… “eso”? aparte de que soy su madre tengo 48 años y no soy modelo precisamente…

–          Lo que yo te diga, pero como eres tan inocente seguro que ni te has dado cuenta de cómo te mira.

–          ¿Mirarme?, claro que me mira, y me habla, y me besa, y me abraza, todo lo que quieras, pero como cualquier hijo a su madre. Me parece que la tonta eres tú. ¡Menudas barbaridades se te pasan por la cabeza!

–          Pues si fuera “fetichista” robaría la ropa interior de las vecinas o tan fácil como comprarla, no usaría la TUYA.

–          Bueno… ya sabes que es muy tímido, no me lo imagino comprando ese tipo de cosas y mucho menos robándolas

–          Pues ya está. Lo que tú digas Lorena, pero ya verás cómo tengo razón. Si realmente quieres pensar que usó TUS braguitas para limpiarse los mocos porque no encontraba un pañuelo, es que eres más tonta de lo que pensaba. Pero vamos…. que tampoco hay que darle mayor importancia, esa atracción por sus madres les pasa a muchos chicos. ¿Por qué crees que tenemos tanto éxito las “maduras” entre ellos?

  Incómoda ante el cariz que estaba tomando aquello, cambié de conversación, aunque sin dejar poder dejar de pensar en sus palabras.

  Nerviosa, seguí escuchando a mi amiga hablar de otras cosas intrascendentes, pero sin poder prestarle atención, mientras mi mente divagaba sobre “detalles” que anteriormente me habían pasado “desapercibidos”.

  Y es que, efectivamente, alguna vez había sorprendido a mi hijo “mirándome”, no de manera descarada y evidente, pero sí de “esa forma” que toda mujer sabemos.

 Recordé también que, alguna que otra vez, y con alguna excusa poco consistente, había entrado en mi dormitorio mientras me cambiaba de ropa.

 Sin ir más lejos, aquella misma tarde, al abrazarlo para darle el habitual beso de despedida cuando salí a charlar con Lucía, de forma “fortuita” me había tocado el trasero con una mano, lo cual ahora no me estaba pareciendo tan “fortuito”.

 A pesar de todos los indicios, aquello continuaba pareciéndome imposible y llegué a pensar que me estaba dejando llevar de forma infundada por las “sandeces” de mi amiga.

 Regresé a casa más confundida de lo que había salido, encontrándome a mi hijo sentado en el sofá viendo un partido de futbol y tan “normal” como siempre, lo que ayudó a sosegarme.

 En días posteriores, escamada y alerta ante cualquier indicio que pudiera dar la razón a Lucia, me inquieté al sorprenderlo varias veces con aquella “mirada” sobre mi cuerpo, sobre todo cuando al darle la espalda se creía a salvo de ser atrapado.

 No se trataban de “miradas” descaradamente obscenas de las que, hasta una madre, encontraría dificultad en obviar, y aparte de eso, tampoco noté nada “raro” en él, por lo que acabé convenciéndome a mí misma de que sólo se trataba de simple “curiosidad” por el cuerpo femenino y que estaba dándole demasiada importancia a lo que realmente no la tenía.

  Llegué a relegar el tema sin ni siquiera volver a tratarlo con Lucía, hasta que, una tarde, tras regresar agotada del trabajo y cambiarme de ropa para ponerme el vestido de “estar en casa”, me tumbé en el sofá en que previamente se encontraba sentado mi hijo.

 Aquello era habitual, la televisión estaba frente al sofá, siendo éste el lugar idóneo tanto para ver la televisión como para dormir la siesta, no habiendo sido nunca una molestia para él, que durmiera la siesta en citado sofá colocando la cabeza en un almohadón y las piernas sobre sus rodillas mientras continuaba viendo alguna serie de la televisión.

  Agotada, no tardé en dormirme. Me desperté con la boca seca, supuse que había roncado, pero algo me “obligó” a continuar con los ojos cerrados.

 Aterrorizada, noté que una mano caliente se deslizaba si apenas presión sobre mis muslos.

 Subrepticiamente, demostrando claramente la intención de desear no “despertarme”, aquella mano se deslizaba sobre mis muslos centímetros arriba, centímetros abajo, pero siempre unos más arriba que abajo, de forma que cada vez se aproximaba más a mi sexo.

 Por un momento pensé en dar un bofetón a mi hijo y terminar con aquello, pero me aterrorizaba la idea de tener que pedirle explicaciones posteriormente sobre lo que estaba “haciendo” en aquellos momentos, máxime, al advertir que, con la otra mano se las había ingeniado para alzarme el vestido lo suficiente como para dejar a la vista mis braguitas.

  Puede parecer “fácil” fingir que se duerme, pero puedo asegurar que cuando notas la mano de tu propio hijo acariciándote y remontando centímetro a centímetro entre tus muslos en dirección a tu sexo, no lo parece tanto.

 No podía creerme lo estaba sucediendo, y que no fuera capaz de impedirlo permaneciendo paralizada mientras me acariciaba de aquella forma tan inadecuada.

 Aquella mano, aunque sin apenas presionar sobre mi piel desnuda, y despidiendo un “agradable” calor, prosiguió de forma lenta pero inexorable en dirección a su objetivo, causándome una sensación de alarma y expectación enormes.

 Cuando tras unos “largos” segundos, aquella mano alcanzó su “meta”, y la percibí sobre mi sexo, sentí como una especie de “sacudida” y no pude evitar dar un respingo que nos asustó tanto a él como a mí, provocando que la retirara apresuradamente y dejara caer el vestido sobre mis piernas.

  Tras notar que me había “despertado”, y con rostro tan nervioso como de fingida inocencia dijo:

–          ¿Has dormido bien, mamá?

–          Si…. Si…. Si. ¿He roncado? ¿Qué haces? (Dije sin saber ni que decir)

–          Si has roncado algo, sí, pero… como estaba viendo un aburrido documental sobre la “ruta de la seda y el actual comercio chino con occidente”, tampoco pasa nada. (Me sorprendió comprobar cómo había encontrado la serenidad suficiente para poder contestar semejante embuste sin pestañear).

 Me las ingenié para levantarme del sofá sin evidenciar el nerviosismo que me abrumaba por completo.

  Traté de recomponerme en mi habitación, intentando asimilar que, momentos antes, mi tímido e “inocente” hijo hubiera osado aprovecharse de mí mientras dormía, hasta el punto de alzarme el vestido para sobarme los muslos o intentar tocarme el sexo.

 Sospechar que pudiera haber aprovechado con anterioridad mi costumbre de dormir la siesta en el sofá para sobarme, tampoco me ayudó en el intento de asimilar lo sucedido.

 La simple idea de “reprender” a mi hijo poniendo en evidencia hechos tan escabrosos como aquellos me sofocaba por completo, por lo que, sin otra idea mejor, decidí llamar a Lucía y quedar con ella para “desahogarme”.

 Pasé el resto del día sumamente nerviosa tratando de evitar cruzar la mirada con él por miedo a que notara mi turbación

 Me costó mucho trabajo dormir sin poder quitarme aquella preocupación de la cabeza y di mil vueltas en la cama.

 Me desperté horas después sintiendo mi cuerpo en plena “ebullición”. Había sido víctima de un sueño erótico tan intenso como para provocarme aquella furiosa sensación de excitación o a humedecerme las braguitas.

 Aterrada, rememoré las imágenes y emociones de aquel sueño tan intenso. Había soñado con una mano suave y caliente recorriendo mi cuerpo, acariciándome hasta el último centímetro de mi piel, especialmente mis mulos, pechos o sexo. Había escuchado una voz conocida que solo podía provocarme ternura y amor diciéndome que me deseaba y que me amaba con todas sus fuerzas. Llegué a sentirme penetrada y poseída por el dueño de aquella voz plena de amor y cariño. Podía ver el rostro feliz de mi hijo mientras me abrazaba haciéndome suya. “Recordaba” aquel rostro de felicidad y amor perfectamente, por mucho que “solo” se hubiera tratado de un sueño y que en esos momentos me encontrara despierta.

  Indudablemente se había tratado de algo completamente inconsciente e involuntario, pero esto no aminoraba la sensación de vergüenza o inmoralidad por sentirme tan excitada como para desear “tocarme” y aliviarme, cuando aún no había logrado apartar el rostro” de mi hijo de la mente.

 Alterada por aquella sensación tan profunda e intensa, y ayudada por la intimidad y el secreto que enclaustraba las paredes de mi dormitorio, sin llegar a dar de forma consciente esa orden a mi mano, ésta se introdujo bajo las húmedas braguitas hasta alcanzar mi sensibilizado clítoris.

   Ufff, el placer fue inmediato. Ni siquiera tuve que “ensalivarme” el dedo con el que acaricié mi clítoris debido a la más que evidente humedad de mi sexo.

   Evadí pensar en la posible “causa-efecto” entre las caricias robadas en el sofá de aquella tarde y el posterior sueño erótico, por las perturbadoras repercusiones que podría tener aquel hecho.

   Sin dejar de acariciarme, intenté poner rostro de algún conocido mientras fantaseaba que era él quien me tocaba, pero, indefectiblemente, acababa “recordando” el de felicidad y deseo de mi propio hijo.

 En unos minutos comencé a convulsionar cerrando las piernas sobre mi mano, siendo víctima de un orgasmo que obligó a morderme los labios para contener los gemidos.

 Aliviada y sofocada, apenas pude dormir después, “arrepentida” y sin poder aceptar o comprender que hubiera sido capaz de masturbarme con el rostro de mi hijo en la mente.

 Días después, incapaz de confesar a mi mejor amiga algo que ni yo misma llegaba a “perdonarme” por mucha confianza que existiera entre nosotras, me limité a narrarle, (sin excesivos detalles), que había sorprendido a mi hijo “acariciándome” las piernas mientras dormía.

–          ¿Lo ves? ¿no decías que eso era “imposible”? ¡pues ahí tienes la prueba!

–          Ya… puede que tengas “algo” de razón, pero… eso no puede seguir así, ¿y qué hago? Soy incapaz de hablar de estas “cosas” con él y ni siquiera imagina que yo lo sé. Saberse descubierto en algo así…

–          Tampoco ha pasado nada tan grave, ¿qué importancia tienen unas “pequeñas” caricias? Cuantas quisieran tener nada más que esos problemas con sus hijos, no tienes nada más que mirar los desastres que se ven en la calle.

–          Claro, tú lo ves todo muy fácil, pero yo estoy asustada. Si le paro los pies puedo formar un drama, y si no se los paro… ¿hasta dónde podría llegar?

–          Ja, ja, ja. Lo que necesita tu hijo es que “alguna” lo “convierta” en un hombre y se le quiten las tonterías

–          ¡Qué más quisiera yo!, pero lo veo difícil con lo retraído que es.

–          Pues para masturbarse con TUS bragas no parece tan tímido, no.

–          Bueno… es distinto, imagino que en casa conmigo se siente más “resguardado”.

–          Pues como no lo ayudes tu a buscarse una “novia”, lo tienes crudo.

–          ¿Yo?, ja, ja, ja. ¿Cómo voy a hacer de “Celestina” de mi hijo?

–          Yo podría “ayudar”. Ja, ja, ja. (Me guiñó un ojo)

–          ¿Ayudar? ¿cómo?

–          Pues mira… las cosas como son… tu hijo es muy atractivo y tiene buena planta… un auténtico “yogurin” … a ninguna le amarga un dulce…

–          ¿…?

–          Que yo misma podría “hacerlo un hombre”

  Me costó unos segundos entender a lo que se refería, y tras comprender lo que trataba de decir, conociendo el carácter extrovertido de mi amiga dudé si bromeaba o no.

–          ¿Contigo?… no se… ¿cómo?…

–          Está claro que le atraen las maduras, tengo tu edad… tú tranquila… ya me las ingeniaría para ir a vuestra casa mientras estás trabajando con cualquier excusa y allí mismo me “sacrificaría “entregándome a él. Ja, ja, ja.

–          No se… la verdad es que prefiero que pierda la virginidad con una mujer cómo tú a que acabe yendo con alguna prostituta…. pero… contigo… en nuestra casa… no se…

–          ¡Coño!, ya me conoces, te he contado mis “aventurillas” extramatrimoniales, y que soy lanzada…pero… ¡ni hablar de ir a un hotel con un chico de 18 años!

–          Bueno…. lo pensaré… me has pillado a contrapié… no había pensado en ti para algo así, pero…

  Durante semanas pensé en aquel disparatado “ofrecimiento” de mi mejor amiga, decantándome unos días por los presuntos “beneficios” que podrían obtenerse de semejante experiencia sexual en mi hijo, y otras por los “inconvenientes”

 Pensaba en lo “ridículo” y descabellado de una madre buscando una “amante” a su propio hijo para librarlo de la timidez o apartarlo de deseos inadecuados, y en los múltiples inconvenientes o riesgos de que ésta se tratara de una señora madura, casada, amiga mía y conocida por él, debido a sus múltiples visitas a nuestra casa. Pero tampoco encontraba otra posibilidad viable, y por otra parte… reconocía que difícilmente otra mujer iba a “tratar mejor” a mi hijo que ella.

 Durante ese tiempo evité dormir la siesta en el sofá por “miedo” a volver a ser víctima de las caricias de mi hijo, pero éste se las ingenió para satisfacer sus deseos de otras formas tan disimuladas como efectivas.

 Fingiendo acometidas de “cariño” repentinas, me abrazaba o besaba aprovechando para “frotarse” con mi cuerpo, o para rozarme “fortuitamente” los pechos en algún movimiento artificioso.

  Pero fueron mis propios actos, más que los suyos, y el consiguiente desconcierto que me provocaron, los que me inclinaron a decidirme a aceptar la “propuesta” de Lucía.

  Y es que, transcurridos unos meses de aquel sueño erótico, en el que mi hijo había sido el protagonista, y cuando ya había logrado olvidarme del mismo, volví a despertarme con la misma o superior excitación embriagando mi cuerpo que aquel día, siendo de nuevo mi hijo el involuntario protagonista de un sueño extremadamente obsceno

  Despierta y jadeante, mi cuerpo suplicaba desfogarse sin poder apartar los detalles más escabrosos de aquel sueño de mi mente, y sintiendo un deseo lascivo irrefrenable.

 Esta vez pude derribar los reparos y me dejé llevar por las fantasías sin intentar apartar la imagen mi hijo de las mismas.  (Sabía que aquello era “incorrecto”, pero pensé que no dejaba de ser una forma de desfogarse que no saldría de aquellas cuatro paredes)

  En lugar de masturbarme manualmente, llevada por la excitación, y con la intención de incrementar el “realismo” de aquella fantasía, rocié levemente la almohada con la colonia que habitualmente usaba mi hijo.

  Tras embriagarme de aquel aroma que asiduamente acompañaba a sus abrazos, me tumbé sobre la misma, encajándomela entre los muslos de modo que mi sexo entrara en contacto con ella.

  Sin “tocarme”, me froté lascivamente con la almohada, al tiempo que comprimía o aflojaba los muslos sobre la misma como si realmente lo estuviera haciendo con un hombre de carne y hueso, método que aprendí de joven pero que, en este caso, y para mi mayor desconcierto, en mi mente aquel “hombre” se trataba de mi propio hijo.

  Convulsionándome sobre la almohada, y gimiendo intensamente, me corrí abrazada a la misma presa de una furiosa e incontrolable excitación sexual.

  Aquello no podía seguir así –pensé- aquello iba en contra de todos mis instintos maternales. Una cosa era el inmenso amor y cariño que sentía por él, y otra que aquel deseo que tan “improcedente” hubiera traspasado los límites del sueño erótico involuntario y me masturbara pensando en él.

  Al día siguiente – decidida – aprovechando una pausa en el trabajo, llamé a Lucía y, sin explicarle los motivos “acepté” su ofrecimiento, quedando en que esa misma mañana “convertiría en un hombre” a mi hijo.

  Las siguientes horas se volvieron eternas, me encontraba físicamente en el trabajo, pero mi mente vagaba en mi domicilio.

 Por una parte, no terminaba de creer que Lucia fuera capaz de ir esa misma mañana a cumplir con su ofrecimiento, y por otra, temía la reacción de mi hijo ante una “encerrona”.

  Deseaba que efectivamente todo saliera “bien” y que terminara haciendo el amor con mi amiga, pero… incomprensiblemente, cuando pensaba en ello, llegué a sentir celos de Lucía.

  Mi mente divagaba sobre si en esos momentos mi hijo estaría penetrando a Lucía o si éste se estaría desenvolviendo bien o daría la talla ante una mujer experimentada con ella.

 Daba por hecho que ella “perdonaría” su inexperiencia y lo haría gozar, pero aquello no alejaba aquella extraña sensación de encontrarme “celosa”.

  Acabé la jornada laboral y regresé a casa más despacio de lo normal, pensando en darles “tiempo” de sobra, pero sin acabar de creerme que hubiese sucedido nada.

 Nada más abrir la puerta supe que había pasado algo. El rostro de mi hijo reflejaba un nerviosismo “culpable” evidente.

–          ¿Cómo has pasado el día?

–          Bien, mamá.

–          ¿Qué has estado haciendo?

–          Nada, lo de siempre…

 Su tono de voz, y la mirada baja, evidenciaban que “algo” había pasado.

  Al pasar por la puerta de su dormitorio percibí que las sabanas habían sido recolocadas a toda prisa, lo que terminó de confirmar mis sospechas.

  Sonreí pensando en que por fin había perdido la virginidad y con ello la inseguridad que le provocaba aquella timidez, aunque… seguramente, a partir de ahora, sería Lucía en vez de yo la nueva protagonista de sus deseos.

¿No era lo que había deseado yo? ¿por qué parecía “molestarme” aquello? ¿celos? ¿envidia? No podía comprenderlo, pero a la satisfacción de que se consumara aquel plan, se unió una incongruente “envidia” por no haber sido yo quien recibiera las acometidas y los abrazos de mi hijo.

 La “curiosidad” por conocer los detalles de lo sucedido hizo que llamara a Lucía a escondidas.

–          Dígame.

–          Soy Lorena… ¿estás sola?

–          Si, puedo hablar ¿y tú?

–          No puedo. Está “él”.

–          Pues vente a mi casa y hablamos “tranquilamente” que mi marido no regresa hasta esta noche.

  Me excusé ante mi hijo diciendo que iba a visitar a un familiar, ya que, de haber sabido que iba a casa de Lucía, habría sospechado de nuestra “connivencia” en lo sucedido.

  Me personé en su casa minutos después, sonrojándome al ver a mi amiga sonriendo de oreja a oreja.

–          Siéntate conmigo aquí. –señaló al sofá del salón-

–          ¿Qué?, ¡cuenta cuenta! ¿Qué ha pasado? –pregunté ansiosa-

–          Ufffff. Será todo lo tímido que quieras, pero… menuda fiera en la cama.

–          ¿Sí? ¿de verdad?

–          Y no veas que pedazo de “aparato” que gasta. –separó ambas manos para indicarme mediante ese gesto el tamaño del miembro de mi hijo-

–          ¡Ostras!, no lo hubiera imaginado, hace años que “se esconde” para ducharse, etc.

  Hubo momentos en que aquella conversación me pareció surrealista y sumamente impropia entre dos amigas cuando evidentemente el protagonista se trataba de mi hijo, pero la falta de pudor mostrado por Lucía, y la “curiosidad” que nublaba mi mente, hicieron que la misma transcurriera con fluidez.

–          Ufff. Pues me ha hecho ver las estrellas. Menuda fiera…

–          ¿Es que ya tenía experiencia?

–          ¡Qué va! La primera vez no le ha dado tiempo ni a bajarme las bragas y se ha corrido mientras me abrazaba y sobaba como un pulpo desesperado.

–          Ja ja ja ja. –Sonreí imaginándomelo-

–          Pero luego se ha “desquitado” y me ha follado dos veces.

–          ¿Dos veces? –sonreí-

–          Menuda fiera. Yo no sé dónde guarda tanta leche, parece un grifo abierto

 Las descripciones de Lucía se volvieron más explícitas con el transcurso del tiempo, logrando que llegara a excitarme recreando en mi mente sus palabras.

  Noté que ella también parecía estar “disfrutando” con el relato y que movía las piernas “nerviosa”.

 Con otra mujer la situación me habría resultado excesivamente embarazosa, pero con Lucía aquello no llegó a preocuparme, aunque supe que ella también se estaba percatando de mi “nerviosismo”

Lucía calló durante unos segundos, en los que pareció intentar confirmar sus sospechas sobre la naturaleza de mi turbación mirándome fijamente.

–          ¿Soy demasiado “explicita” ?, no debes preocuparte si te excitas escuchando todo esto. Creo que ya deberías conocerme. Lo que hablemos tu y yo no saldrá jamás de aquí, lo primero por la amistad que nos une, y lo segundo porque estoy casada y la menos interesada en un escándalo soy yo.

–          Ja, ja, ja. Es que son muchos años de “abstinencia”, me lo estas contando de tal manera que no he podido evitar sentir “cosas”

–          No tienes que avergonzarte ni darme explicaciones de nada, yo misma me estoy calentando, y no me importa reconocerlo. Eres mi mejor amiga y tengo plena confianza en ti…

  Comencé a sentirme “demasiado” a gusto y relajada en compañía de Lucía, la cual prosiguió describiendo y ensalzando el placer alcanzado entre los brazos de mi hijo, sentada tan cerca de mí como para entrechocar nuestras piernas.

 Me sobresalté al notar que colocaba una mano sobre mis rodillas, pero no apartó la misma a pesar de percibir mi nerviosismo.

 Noté un brillo especial en sus ojos mientras aproximaba la cabeza a la mía, pero a pesar del enorme desconcierto que me provocaba aquella actitud, ya que jamás hubiera sospechado que Lucia se sintiera atraída por otras mujeres, y mucho menos por mí, sumisa, permití que sus labios se posasen sobre los míos.

 Sentí el calor de sus labios y el femenino aroma que despedía mi amiga, pero, aunque mi cuerpo lo deseaba, fui incapaz de abrir camino a aquella húmeda lengua que pugnaba por penetrar en mi boca.

–          Te amo…. Te deseo…. Déjate llevar… Confía en mí…-Su dulce y femenina voz me trasmitió tranquilidad-

–          Y yo a ti, Lucía

 Volvió a intentarlo, y ésta vez su lengua logró penetrar entre mis labios y fundirse con la mía en un ardiente beso que traspasaba cualquier límite de la amistad.

–          Nunca me había besado con otra mujer…

–          Ni yo tampoco Lucía…

–          Pero me encanta besarte…

–          Y a mí…

–          Te deseo…

–          Ufff, bésame…

  Sentadas en el sofá, nos abrazamos incrementando la intensidad del beso de forma exponencial al tiempo transcurrido.

 Instintivamente busqué los pechos de Lucía, los mismos que había acariciado mi hijo horas antes.

 Me sorprendió su dureza, e imaginé lo mucho que habría disfrutado él sobándoselos.

 Mi amiga respondió a aquella caricia haciendo lo propio con los míos, llegando a convertirse nuestras manos en una confusa maraña que nos impulsó a levantarnos del sofá en busca de libertad de movimientos.

 Sin dejar de besarnos, nos las arreglamos para despojarnos de la ropa y abrazarnos obscenamente en ropa interior.

 Sentí sus mullidos pechos sobre los míos,  intercambiando caricias a cada momento más obscenas.

 Me estaba entregando a otra mujer, y para colmo, ésta era la amante de mi hijo. Por más confusa que me encontrara aquello no mitigaba la excitación y el deseo que embriagaba mi cuerpo.

  Sentí su mano introducirse bajo mis braguitas. Ufffff, como mujer que era, Lucía supo provocarme placer instantáneo.

  Ni siquiera sé cómo llegamos a su dormitorio sin dejar de besarnos e intercambiar caricias.

  Abrí los ojos cuando ya estaba tumbada sobre su cama, viendo el rostro lascivo de mi amiga mientras se tumbaba sobre mí.

–          Anda, que si mi marido nos viera ahora… ¡se corría de gusto! ¡es el sueño de su vida! –Dijo Lucia.

–          Pues si nos viera mi hijo… -Contesté instintivamente-

–          ¡Nos follaba a las dos!

–          Calla, no digas esas cosas…

–          ¡Lo que yo te diga!

  No quise seguir con esa conversación, aunque mi mente divagara sobre ello.

  Nos revolcamos en la cama como gatas en celo intercambiado caricias de todo tipo.

  Su sexo humedeció mi muslo sobre el que se frotaba, de igual forma que el mío debía estar humedeciendo el suyo.

 Nos masturbamos de forma idéntica con la que yo había usado la almohada, sustituyendo la misma por el muslo de la contraria.

 Sentí a Lucía correrse y gemir estrechada entre mis brazos, lo que me impulsó a dejarme llevar por la excitación y correrme también, sin moderar la intensidad de los gemidos.

  Volví a casa aturdida por aquella experiencia. Había sido extraordinariamente satisfactoria. Me había corrido como no recordaba haberlo hecho en años, no podía obviar lo evidente, ya que mi cuerpo había convulsionado estrechada entre los brazos de Lucía poco antes, pero ahora, a la confusión por sentirme atraída por mi propio hijo se sumaba el haber sentido “aquello” por mi mejor amiga.

 Durante las semanas posteriores, mi cuerpo sufrió una transformación evidente que me avergonzaba por completo debido a la aparente falta de dominio de mi mente sobre el mismo.

 Me excitaba sin remedio fantaseando a todas horas y mi cuerpo imploraba desfogarse sumido en un deseo furioso.

  Una tarde, sumergida en aquel deseo intenso, y aprovechando encontrarme a solas en casa ya que mi hijo había salido a “tomarse algo” con los amigos, me desvestí y tras buscar algo “duro” con lo que frotar mi sexo y desfogarme, me arrimé a la redondeada esquina de madera pulida de la mesa del salón

 Se encontraba a la altura justa para que, de pie, mi sexo pudiera frotarse y presionar sobre la esquina de la misma.

 En bragas y sujetador comencé a frotarme sobre la esquina de la mesa, aquella dureza me provocaba un placer creciente, dejando mis manos libres para acariciarme los pechos.

Ufff, que gusto. Me mordí los labios gozando de aquella masturbación tan obscena.

 Podía incrementar o aminorar la intensidad del contacto sobre la dura y redondeada esquina, de modo que gocé con la misma alargando el tiempo hasta alcanzar el orgasmo.

  De espaldas a la puerta del salón, amparada por la intimidad de la soledad, comencé a gemir de forma obscena, corriéndome de placer agarrada a ambos lados de la mesa sin dejar de frotarme lascivamente sobre la misma.

  Todavía agarrada a la misma y con la parte superior de mi cuerpo reclinada sobre la mesa, aterrada, escuché un pequeño ruido tras de mí.

 Me di la vuelta y despavorida vi a mi hijo mirándome con los ojos abiertos como platos.

–          ¿Qué haces mamá? –Dijo con voz temblorosa, sin dejar de mirar mi semidesnudo cuerpo-

 ¿Qué podía responder yo? En bragas y sujetador, el rostro sonrojado tras un enorme orgasmo, y comprendiendo por su mirada que me había visto perfectamente restregándome obscenamente con la mesa del salón, cualquier respuesta que me inventara sonaría ridícula.

–          Na… na… nada… –tartamudeé, cada vez más sonrojada y deseando que me tragara la tierra-

–          No te preocupes mamá, yo también hago esas “cosas” –dijo con la mirada fijada en mis blancas braguitas-

–          Esto… es que… yo… -apenas podía articular palabra, y mucho menos cuando observé el “abultamiento” de su pantalón-

–          No te avergüences mamá, yo te amo y te quiero igual. Estamos solos, no se va a enterar nadie, pero vamos… es una tontería que lo “hagas” así… yo podría ayudarte… y quedaría entre nosotros…

–          ¿Qué? –Supe inmediatamente como quería “ayudarme”, pero no podía creerme que mi tímido hijo acabara de decir aquello-

–          Te amo y te deseo mamá. No me da vergüenza reconocerlo, nunca me he atrevido a decírtelo, pero te deseo, me he masturbado cientos de veces fantaseando contigo. –Su mirada traspasaba la ropa interior y me sentí desnuda por completo-

–          No… no.… no digas eso… me visto ahora mismo…-dije buscando mi ropa-

–          No, por favor… me encanta verte así… estás guapísima…

–          Calla… -dije buscando la ropa con menor ímpetu-

–          Pues yo te veo maravillosa, a mí me gustan con “curvas”, y tu culo me pone… cachondo.

–          Calla, no digas más tonterías. solo quieres adularme.

–          ¿Adularte, mamá?, mira esto, a ver si es real o solo lisonjas. –Se bajó los pantalones y señaló a la enorme erección de su miembro cuyo extremo sobresalía del slip-

–          Pero… ¿Qué haces?… súbete los pantalones ahora mismo. –dije sin poder quitar la mirada de aquel miembro-

–          No seas tonta mamá, con “esto” lo pasarás mejor que con la mesa.

–          ¡Claro!, eso es lo que tu quisieras. –se me escapó una sonrisa-

 Envalentonado por aquella sonrisa, mi hijo acabó de desnudarse en unos segundos, lo cual me “inquietó” lo suficiente como para intentar “ocultarme” en mi dormitorio y salí corriendo por el pasillo riéndome como si se tratara de un juego.

  El aceptó el “juego”, persiguiéndome por el pasillo con el miembro erecto mientras me “azotaba” el trasero y se carcajeaba.

  Intenté cerrar la puerta cuando llegué al dormitorio, pero él consiguió abrirla con escasa oposición por mi parte.

  Una vez dentro, seguimos riendo como si siguiera tratándose de un inocente juego, por mucho que la erección de su miembro apuntando a mi semidesnudo cuerpo o el rostro lascivo de mi hijo, indicara todo lo contrario.

  Me aparté de la cama de forma inconsciente, como si mi mente intentara quemar el último cartucho para evitar lo que estaba a punto de pasar.

 Mi hijo se acercó y me besó tiernamente durante unos segundos, transformándose aquel beso en sumamente obsceno tras fundir su lengua con la mía.

 Me pregunté si habría besado a Lucía de forma tan apasionada, mientras notaba sus manos acariciándome el trasero con ardor y la longitud de su miembro adherida sobre mi cuerpo.

–          Ufff, mamá. Te amo… Te deseo…

–          Y yo a ti… ufff

 Me empujó sobre la cama quedando mi cuerpo expuesto a su obscena mirada.

 Se deleitó despojándome lentamente de la ropa interior. Esta vez no pretendía masturbarse con mis bragas, si no que, evidentemente, ansiaba poseer mi cuerpo.

  Me acarició los pechos hasta lograr que los pezones se erizaran por completo. Mi sexo palpitaba de deseo y expectación, hasta que la mano de mi hijo se humedeció sobre el mismo.

  Se chupó el dedo lascivamente saboreando mis jugos y después lo introdujo en mi boca.

 Volvió a besarme y después recorrió mi cuerpo con la lengua hasta llegar a mi sexo.

 Uff. A Lucía no había llegado a hacérselo –por lo menos a mí no me lo había contado- aquello me “alegró” y más cuando su lengua, tras entretenerse en los labios vaginales, localizó mi clítoris proporcionándome un placer inmenso.

 Mi hijo me estaba comiendo el coño, no podía creerlo, pero estaba pasando y sentía perfectamente su lengua saborearme sin descanso.

  Le acaricié la cabeza mientras me proporcionaba oleada tras oleada de placer.

–          Para… para… vas a hacer que me corra… para… uffff.

 Levantó la cabeza y pude ver su boca humedecida por mis jugos.

 Se tumbó a mi lado y comprendí que deseaba que se la chupara. Nunca me había gustado hacer eso, pero ésta vez deseé esmerarme y proporcionarle el mayor placer posible.

 Uff. Su miembro era muy grueso y lo lamí al mismo tiempo que tanteaba sus testículos.

No me desagradaba en absoluto su sabor algo salado, y probé a introducírmelo en la boca.

 Me costó algo de trabajo y temí hacerle daño con los dientes, pero de ser así, mi hijo lo disimulaba muy bien, ya que sus gemidos indicaban lo contrario.

 Tumbado, con su miembro en mi boca, aprovechaba para acariciarme tiernamente la cabeza.

–          Ufff, mamá. Que bien la chupas. –No pude contestarle ya que empujaba mi cabeza sobre su miembro-

–          Ummmm, que gustazo me estás dando.

–          No me aprietes tanto los cojones con la mano… más suave… así mamá.

 Saboreé su liquido pre seminal y temí que pudiera correrse en cualquier momento y atragantarme, pero ésta no era la idea de mi hijo, cuyo objetivo real era hacerme suya.

 Apartó mi cabeza de su miembro y me obligó a tumbarme boca arriba.

  Cerré instintivamente las piernas cuando su miembro se acercó peligrosamente a mi sexo.

–          ¿Qué vas a hacer?

–          Te la voy a meter, mamá.

 Su rostro enfebrecido demostraba que nada podría hacerlo cambiar de opinión y, poco a poco, mis piernas fueron dejándole el camino expedito.

 Sentí la punta de su miembro “jugar” con mi sexo e impregnarse de humedad hasta colocarse en lugar correcto.

 Solo tenía que empujar para penetrarme, su rostro expresaba una felicidad y deseo infinitos.

–          Te amo mamá.

–          Y yo a ti, hijo mío.

 Poco a poco me sentí penetrada por mi propio hijo. Me estaba entregando a él en cuerpo y alma, sin que ninguno de los reparos que había tenido anteriormente fueran superiores al placer de verlo disfrutando con mi cuerpo.

 Me la introdujo hasta el fondo, llegando a sentir el calor de sus testículos en mi trasero.

  Sentí sus acometidas desesperadas, haciéndome el amor como si no existiera un mañana.

–          Ufff, despacio hijo mío, despacio.

–          Ummm que gustazo.

–          Para, que te vas a correr antes de tiempo.

–          Tranquila mamá, aguanto lo que haga falta.

–          ¿Tú qué sabes?, ¿no eres virgen? –pregunté creyendo que iba a mentir-

–          No, mamá.

–          ¿No?, ¿con quién lo has hecho antes?

–          ¿Me prometes no enfadarte? –Preguntó entre acometida y acometida-

–          Te lo prometo. Ummmm, agssss

–          Con tu amiga Lucía

–          ¿Con Lucía?

–          Si mamá, pero tú estás mil veces más buena.

–          Lo dices por halagarme. Ummmm, agsss

–          Qué más quisiera ella que tener el coño tan “estrechito” y caliente como el tuyo, y… además… a ti te amo.

–          Mmmm, que cosas dices…. Mmmmmmm

  Me arqueaba de placer, sintiendo más cerca el orgasmo con cada acometida de mi hijo sobre mi cuerpo.

–          Córrete mamá, córrete.

–          Supe que estaba a punto de inundarme con su semen, y me dejé llevar en un placer tan inmenso como para levantar la cabeza y morderle la barbilla mientras el orgasmo convulsionaba mi cuerpo.

 Desfallecida y con las piernas abiertas al máximo, seguí encajando sus embestidas durante unos minutos en los que me dediqué a observar su rostro mientras me penetraba ferozmente.

  Colorado como un tomate y gimiendo como un demente, gotas de sudor se arremolinaron en su frente goteando sobre mi cara.

–          Córrete hijo mío, córrete, que te va a dar algo. –Le imploré preocupada-

 Sentí el calor de su semen recorriendo mis entrañas, sorprendiéndome el volumen del mismo a pesar de haber sido “avisada” previamente de esa circunstancia por Lucía.

 Tras descargarse por completo, se abrazó a mí, besándome de forma tierna y obscena durante varios minutos.

 Recordé que a Lucia le había hecho el amor dos veces, cuando noté su nueva erección y supe lo que iba a pasar a continuación…