Cómo se enteraron que su pareja les estaba siendo infiel

Una infidelidad tópica.

– ¿Qué le pasa? preguntó ella impaciente: ¿se ha roto?

– No, no se ha roto, contestó Rafael, sin levantar siquiera la mirada del móvil. Es lo de siempre: te metes en todos esos sitios de descargar reggaeton y le vas dando que si a todas las ventanas que se te abren… al final, llenas el móvil de basura y se bloquea…

Ella hizo un mohín de fastidio:

– Y ¿no se puede arreglar?

– Claro que sí. Habrá que dar un formateo y restaurar los valores de fábrica.

– No sé cómo se hace eso…

– Lo haré yo, como siempre, no te preocupes. Pero tengo que borrar todo lo que hay en memoria: ¿hay algo que quieras salvar?

– Las fotos de la comida con mis amigas y la carpeta donde tengo toda la música.

– Vale.

– Ay, gracias, ¡no sé qué haría sin mi amorcito especialista en móviles!

Rafael le dedicó una sonrisa un poco forzada, que ella no pudo ver, al estar en ese momento abrazándolo por detrás.

Luego, se levantó y se dirigió a la habitación que hacía las veces de despacho. Era el momento que había estado esperando: sabía que tarde o temprano volvería a fastidiar el móvil y lo dejaría en sus manos, desbloqueado y abierto, para que él pudiera reparárselo. Cambiaba con frecuencia sus contraseñas, aparentemente por temas de seguridad, decía ella, pero Rafael estaba seguro que era para que él no pudiera sorprenderla, accediendo a su móvil.

Era lista para lo que quería y en caso necesario, no tenía problemas en dejarlo curiosear, así se garantizaba que no la pillara por sorpresa, seguramente con algún contenido que pudiera ser comprometido. Si, su mujer era a veces indolente, perezosa y rehuía aquellas tareas que requerían un esfuerzo, pero para lo que le gustaba o le interesaba, no dudaba en ponerse las pilas. Bien lo había comprobado hacía un par de meses, en aquel primer indicio que le hizo sospechar.

Habían salido a tomar unas copas y a cenar. Rafael le pidió el móvil para hacer una búsqueda en Google. Quería llamar a un restaurante cercano a la terraza dónde se encontraban, para ver si había mesa libre. Su móvil estaba casi sin batería.

Ella hizo un pequeño gesto de fastidio que no le pasó desapercibido.

– ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te mire el móvil?, le dijo tratando de poner tono de broma.

– Que no, mi cielo. Mira lo que quieras, anda… se lo desbloqueó, se lo tendió y luego, como si quisiera reforzar su actitud aparentemente despreocupada, se fue al aseo dejándolo solo.

Camino al servicio, se volvió y le echó una mirada, en la que Rafael creyó advertir un cierto desafío, cómo diciéndole: “busca lo que quieras en mi móvil, que no vas a encontrar nada”…o quizás, lo que quería decir era: “estás dudando de mí y eso me cabrea”…

Rafa se sintió mal y decidió no husmear, pero como suelen pasar estas cosas, casi siempre por casualidad, encontró algo que no le gustó en absoluto. En el historial de Google y debido a la función de autocompletar, se desplegaron algunas de las búsquedas más recientes. Cuando el tecleó el nombre del restaurante, en una de estas búsquedas aparecía algo así como: eliminar conversaciones de WhatsApp.

¡Joder con su chica! la que era incapaz eliminar las cookies del explorador; o de borrar la caché de los sitios de búsqueda; o la que se hacía un lío simplemente para meter un nuevo contacto en la libreta de direcciones; o a la hora de enviar un correo electrónico desde el móvil… pues ahí estaba, informándose bien, de qué es lo que tenía que hacer para eliminar determinados chats de la aplicación de mensajería sin dejar rastro.

Trató de desechar los malos pensamientos. Quizás se estaba comiendo demasiado el coco. A lo mejor, simplemente, ella había metido la pata con alguna de sus amigas o había mandado por error algo a alguien y quería eliminarlo.

Sin embargo, otro indicio más, vino a sumarse a ese primero, y ya la duda nació imparable en él. Era el asunto de las salidas de compras. Últimamente lo hacía con mucha frecuencia y además, curiosamente, cuando Rafael no podía acompañarla. O bien por la mañana, cuando trabajaba, o aquellas tardes que tenía algo que hacer.

Con la excusa de comprarse unos leggins, se pasaba toda la mañana fuera. O toda la tarde, buscando una falda y luego se presentaba sin haber comprado nada, bastante increíble tratándose de ella. A Rafael le sonaba a escusa poco elaborada. Pero era efectiva. Difícil de comprobar y bastante polivalente. Podía usarla en casi cualquier momento.

Conectó el móvil al portátil y descargó las carpetas que le había dicho su mujer. Sintió la tentación de descargarlo todo y sacar una copia de las conversaciones de mensajería. Quizás hubiese cometido un error, y como le pasó aquel día, pudiera obtener algún indicio. Finalmente desechó la idea. Ya lo había hecho en alguna ocasión y resultó inútil. No quería indicios, quería la prueba palpable de su infidelidad, si es que ésta existía.

Y sabía dónde era el único sitio en qué la podía encontrar. Precisamente allí donde ella más se esforzaba en no dejar rastro. En el wathssap.

Así que esta vez, después de formatear el teléfono y volver a instalar todas las aplicaciones a su mujer, instaló una nueva: un programa espía para el whatsapp. Según se había informado, enviaba una copia de todas las conversaciones que se archivaban en una página web, desde dónde las podía descargar. Aparentemente, no dejaba ningún rastro en el móvil, por lo cual no se podía detectar. Quizás, si acaso, ralentizaba un poco el uso de la aplicación original, pero nada que pudiera hacer sospechar a simple vista, a su mujer.

Una hora después, le entregaba el móvil:

– Toma, ya lo tienes.

– Gracias, Cari ¡qué haría sin ti!

La mañana siguiente, Rafael, se la pasó nervioso e impaciente. Decidió que no miraría nada hasta llegar a casa.

Eso le dejó tiempo para pensar en su relación. El temor a una infidelidad, había sido algo que le había acompañado prácticamente desde que se conocieron. Y no es que Rafael fuera especialmente celoso. Básicamente se trataba de la diferencia de edad. Rafael le sacaba 20 años a su esposa. Siempre pensó que aquella mulatita de piel canela, dulce y ardiente a la vez, era demasiado para él. Que tarde o temprano, ella se sentiría atraída por alguien más joven. Que llegaría un momento, en que él no diera la talla o no fuera suficiente para ella.

La había conocido en aquel viaje a Centroamérica. Una aventura, mitad vacaciones y mitad colaboración con una ONG, que emprendió para sacudirse de encima el vacío, el aburrimiento y la crisis, que había seguido a su divorcio.

Le gustó su exotismo, sus ganas, su despreocupación, su filosofía vital, apasionada e intensa en la cama, pero a la vez, tranquila y pausada en el resto de las cosas que hacía. Una ráfaga de aire fresco que aventó todos los malos espíritus y le sacudió de arriba abajo, haciéndole sentir otra vez vivo.

Ella vio en él, cariño, ternura, respeto, protección…alguien que por primera vez, estaba enamorado en serio de ella y por supuesto, la posibilidad de cambiar radicalmente su vida, de salir de un escenario pobre y mísero, de asomarse a un primer mundo que solo había imaginado en sus sueños.

Esta última posibilidad, era la que había primado sobre todas para la familia de Rafa, que no vio en absoluto con buenos ojos esta unión. Para ellos, era una mujer interesada, que se había aprovechado de Rafael. No era un factor más, sino el factor decisivo.

Pero, ¿que había de malo en eso? pensó Rafael. ¿Acaso no estaba todo lo demás? ¿Acaso no habían conectado bien? ¿Acaso no había cariño? ¿Acaso no se lo habían pasado genial juntos? ¿Acaso no existían esos otros sentimientos entre ellos?

¿Qué había de malo entonces, en que a todo eso, se añadiera la posibilidad para ella de saltar a un mundo mejor?

Rafael no era muy dado a tomar decisiones en caliente, pero decidió que no tenía nada que perder. Si no funcionaba, pues no funcionaba, pero ¿por qué desaprovechar esta oportunidad, si él estaba realmente enamorado de ella?

Durante 5 años los hechos parecieron darle la razón.

Todo funcionaba bien entre ambos. Incluso su familia había llegado a aceptarla, reconociendo que posiblemente estaban equivocados respecto a ella. También sus amigos, que al principio le gastaban bromas a cuenta de la diferencia de edad, acabaron mirándolo con envidia. Tú sí que sabes, le comentaban ya sin tanta guasa, admirados de que Rafael pareciera haber conseguido una relación estable, con una chica mucho más joven que él, exótica, guapa y sensual.

Sin embargo, ahora era él, el que dudaba.

A medida que ella iba ganando en confianza y seguridad, olvidando la precariedad en la que había vivido hasta entonces, iba perdiendo la confianza en sí mismo y en su capacidad de retenerla a su lado. Ella se desenvolvía cada vez mejor y se había vuelto más exigente.

Rafael no creyó que su chica debiera mostrarle agradecimiento eterno por haberla traído a su país, ni por todo lo que le había dado. No se trataba de un intercambio ni de una compra, pero creyó poder ir sustituyendo esa gratitud inicial, por otros sentimientos positivos hacia él, de tal forma, que su relación se fuera reforzando. Sin embargo, había pequeños detalles que parecían indicar lo contrario.

Como cuando trataba de poner coto a sus exigencias, o a sus caprichos, y ella se mostraba contrariada. Rabietas de cría que se le olvidaban pronto, pero que últimamente le dejaban como un regusto amargo, ya que ella parecía mirarlo con otros ojos.

Su falta de iniciativa para buscar trabajo, estudiar o, simplemente a veces, dedicarse a las tareas de la casa, era un punto de discusión muy habitual.

Rafael se había puesto serio en este aspecto, pero ella respondía igualmente con evasivas, o con promesas, que nunca cumplía. Discusiones que acaban en pronta reconciliación. Pero por fin, un Rafael muy cabreado por su actitud indolente, la había puesto entre la espada y la pared y ella había respondido de mala manera:

– No trates de cambiarme… era su forma de poner fin a ese asunto… no vas a cambiarme, así que no lo intentes, pienso seguir con mi actitud…era lo que en el fondo quería decirle con estas palabras últimamente, cuando discutían. Parecía que ella lo llevaba al extremo y le hacía cierto chantaje emocional, como indicándole: esto es lo que hay, y si no te gusta…como si lo sometiera a pequeñas imposiciones. No me presiones que me voy… Parecía ser el mensaje que trataba de colocarle.

Y daba resultado: Rafa siempre reculaba y evitaba el enfrentamiento.

No había problemas más graves en la relación, pero estos roces reforzaban la falta de confianza de Rafael. La sospecha de tarde o temprano podría encontrarse con una sorpresa. Así que cuándo comenzó el tema de salir casi a diario de compras, más el indicio del whatsapp, Rafael pensó que ese momento había llegado. El temor se había convertido en sospecha y la sospecha, se podía convertir en realidad.

Finalmente, no pudo aguantar la tensión: ¿sería suficiente una mañana con el whatsapp pinchado para despejar la duda? Accedió al disco duro en la nube y se descargó el archivo con lo que se había grabado hasta ese momento. En apenas unos minutos, todos los registros y conversaciones que había mantenido su mujer esa mañana, aparecieron. Como se enviaban simultáneamente, daba igual que ella ya los hubiera borrado de su móvil. Allí estaba todo. Había varias conversaciones con sus amigas del gimnasio, las propias, que habían mantenido esa misma mañana y otras dos más de gente conocida. Su mujer tenía mucha actividad en el whatsapp. Estaba todo el día con el móvil en la mano. Finalmente, encontró dos números que no aparecían en sus contactos, con los que había mantenido una conversación.

Uno resultó ser, de la óptica que le vendía las lentillas.

El otro, de un tal Carlos. El inicio de la conversación no dejaba lugar a demasiadas dudas.

– Hola guapísima ¡Qué bien lo pasamos anoche! Estoy deseando volver a verte.

– Sí, estuvo muy bien, pero me quedé con ganas de más: ¡ojalá pudiéramos pasar una noche entera juntos!

A Rafael se le hizo un nudo en el pecho. Efectivamente, la tarde anterior, su mujer había salido a una de sus compras imprevistas. En teoría, con una amiga del gimnasio. Curiosamente, la tarde que él tenía clases de inglés. Apenas una ventana de un par de horas, que se ve que ella había aprovechado bien.

– Si quieres, podemos quedar hoy y te doy un poco más… jajaja

– Hoy va a estar complicado, no sé si podré escaparme.

– Y ¿al mediodía?

– No, que me pilla entonces con la comida sin hacer y a ver qué excusa pongo, que ya me ha pasado varias veces.

– Bueno, pues ya me cuentas. Un beso…

– Un beso.

Rafael, se sintió sofocado y después mareado, como si se le hubiera cortado la digestión. Sintió ganas de coger el teclado del ordenador y estrellarlo contra la pantalla. Se obligó a sí mismo a respirar 10 veces y luego, se puso en pie y cogiendo la gabardina, se dirigió hacia la puerta necesitaba salir urgentemente a la calle, no podía controlarse. Su compañera se cruzó con él en el pasillo:

– Rafa ¿te pasa algo?

– Me ha debido sentar mal el desayuno: voy a salir a que me dé un poco el fresco.

– Pues tienes muy mala cara ¿quieres que te acompañe?

– No, no es nada, no te preocupes: ya me ha pasado otras veces, salgo un momento y ya está…

Rafael aceleró el paso y bajó corriendo las escaleras. Pasó por la puerta sin detenerse a saludar al conserje, que le lanzó una mirada interrogativa. Rafael nunca salía o entraba sin decirle algo, sin intercambiar algunas palabras. Nada más encontrarse en la calle, busco la trasera del edificio y giro en la esquina. En un rincón que formaba una solitaria calle peatonal, había un par de bancos y un pequeño parterre. Estaba apartado y allí en invierno, no daba el sol apenas, con lo cual era un sitio que solía estar poco frecuentado. Se sentó a solas y ahora sí, una maldición salió de su boca. Y luego otra y otra, llamó a su mujer de todo y también, se llamó a sí mismo por todos los calificativos qué se le ocurrieron.

Luego, más calmado, se forzó a pensar.

– Y ahora ¿Qué? se preguntó.

No era capaz de llegar a ninguna conclusión, así que decidió ganar tiempo hasta que supiera que hacer. Cogió el móvil y llamó:

– Hoy no voy a comer, tengo lío en el trabajo.

Faltaba media hora para salir y no se encontraba con ánimos de mirarla a la cara, todavía.

– ¡Qué dices amor, si ya tengo la comida casi hecha!

– Es que no puedo…

– Pues podías haberme avisado antes, a ver qué hago yo ahora con lo que he preparado…

– Pues déjalo para la noche.

– Sí claro… respondió ella malhumorada ¿Vas a venir pronto?

– Ya te aviso.

Colgó sin darle tiempo a decir nada más. Su voz le molestaba: peor aún, le hacía daño escucharla. Todavía tenía grabadas en su mente las palabras que le había dedicado al tal Carlos: ¿cómo le había dicho? Me he quedado con ganas de más o algo así…

¿Con ganas de más sexo? ¿Era eso? ¿Él no le daba lo que necesitaba?

Nunca se había mostrado insatisfecha. Cierto es que no follaban todos los días, él no podía mantener ya ese ritmo, pero ella nunca le había reclamado más. De hecho, siempre le había dicho que le gustaba mucho el sexo tranquilo y cariñoso que practicaban, en contraste con lo brutos que habían sido los chicos con los que ella había estado, antes de conocerlo.

Al final ¿iba a resultar que también era otra mentira? ¿Que nada de lo que había hecho por ella era suficiente? ¿Que se iba a cumplir el tópico, de que cuando llegaba un macho alfa, ellas perdían totalmente los papeles?

Eso era lo que más le enfadaba. Se dio cuenta que lo que más le cabreaba de todo aquel asunto, era que se cumplían los tópicos. Que posiblemente, al final, ella le había utilizado para acceder a una mejor vida, que su familia tenía razón y lo suyo no tenía futuro, que tarde temprano lo dejaría por alguien más joven. Una historia mil veces repetida, con otros hombres mayores que volvían del extranjero con una esposa joven y guapa.

Y como todos los demás, se había creído que él era la excepción. Que lo suyo sí era auténtico. Que su historia iba a tener un final feliz. Menudo pardillo. Porque así se sentía: como un estúpido ignorante al que le dan el timo de la estampita. Ya veía a sus hermanas, con esa mirada de “ya te lo dije” en sus ojos. Y a sus amigos, mirándolo con compasión mal disimulada.

Empezó a agobiarse de nuevo. Respiró profundamente y trató de serenarse. Tenía que pensar con la cabeza fría. ¿Qué iba a hacer ahora? Eso era lo importante.

¿Hablar con ella? Si, ese parecía el paso inevitable. Simplemente no podía ignorar esto y hacer como si no pasara nada. No era un cornudo vocacional, ni estaba dispuesto a compartirla. Y entonces ¿qué debería hacer a continuación? ¿Cuál debía ser su postura en este dislate?

Solo tenía dos opciones: una, perdonarla, siempre que estuviera dispuesta a dejar al tipo…La otra echarla de casa, directamente. La cuestión era ¿podría perdonar? Porque si no, la primera opción quedaba descartada y solo había una dirección que tomar.

Estuvo un rato dándole vueltas al asunto sin llegar a nada, así que decidió subir a la oficina de nuevo.

– ¿Te encuentras mejor? le preguntó su compañera, a falta un cuarto de hora para salir: vete ya, y yo, me encargo de cerrar.

– Estoy bien, no te preocupes. Lo hacemos (si te parece), al revés: tengo que quedarme a terminar un asunto. Vete tú, y yo cierro.

Cuando se quedó solo, Rafael volvió a entrar en la aplicación. Pensó, que quizás hubiera más mensajes y… acertó.

Una nueva conversación entre su pareja y Carlos vino, no solo a corroborar la infidelidad, sino también a acabar de hundirlo.

– ¡Joder Carlos!

– ¿Qué pasa cari?

– Mi marido, que ahora dice que no viene a comer. Si me hubiera avisado antes podríamos haber quedado, hubiésemos tenido toda la mañana y el mediodía para nosotros…

– Pues vaya una mierda. Oye, todavía hay tiempo ¿quieres que me pegué un salto a tu casa?

– No, no, mejor que no… no quiero que te vean por aquí y además, no me ha dicho cuándo va a volver.

– ¿Un rapidín? jajaaajaaa, tengo tantas ganas de verte

– Que no cari, que cuando estamos juntos se nos va la olla y podemos llevarnos un susto…

– Joder, ya me he puesto caliente solo de pensarlo.

– Ni me lo digas, que me entran más ganas todavía.

– Bueno, entonces: ¿cuándo te veo?

– No sé: se me ocurre que podría faltar mañana al gimnasio. ¿Tú puedes?

– ¡Claro que sí! había quedado con un par de amigos para salir a correr, pero entre eso y cogerte bien cogida, ni me lo pienso, amor.

– Bueno, pues luego hablamos. Oye…

– ¿Qué?

– Aguántate las ganas, no te vayas a pajear que mañana te quiero a tope solo para mí ¿Me lo prometes?

– Pero si ya me estoy corriendo de gusto solo de leerte… bueno lo intentaré, pero ya te aviso que cómo te coja, mañana te va a salir la leche por las orejas.

– Jajaja qué guarro eres.

– Como a ti te gusta…Seguía un intercambio de emoticonos con besitos.

Rafael, se puso en pie y comenzó a andar de un lado a otro de la oficina, resoplando y maldiciendo en voz alta. Afortunadamente, ya no había nadie para escucharlo. Dio un puntapié a una papelera, estrellándola contra la pared.

– ¡Hija de puta! ¡Me cago en esa zorra!

Giró sobre sí mismo en círculos, como un pez en un acuario redondo, mientras continuaba insultándola. Finalmente se dejó caer en su silla, escondiendo la cabeza entre las manos. No supo el tiempo que estuvo en esa postura, simplemente llego un momento, en qué decidió que tenía que hacer algo. Todavía espero quince minutos más, con la ventana abierta y asomado, notando el fresco en su cara y oyendo el tráfico circular allí abajo, en la calle.

Luego, más tranquilo, marcó el número de su mujer.

– Hola amor ¿vienes ya? preguntó ella con un leve retintín en su entonación, que no pasó desapercibido a Rafael. Esta vez no.

Seguía cabreada por la oportunidad perdida. Bueno, pensó, pues a partir de ahora vas a tener todas las oportunidades que quieras. Eres toda suya, que sea él quién te mantenga, te cuide, te saque de compras y te soporte. A ver si con un poco de suerte, también le pones unos buenos cuernos dentro de un par de años. O quizá te los ponga antes él a ti, cuando se harte de tus chiquilladas.

– No, no voy: esta noche la paso en casa de mi hermana

– ¿Cómo dices?

– Escúchame bien “Cari”, porque no voy a repetírtelo. Tienes 24 horas para recoger todas tus cosas. Mañana, cuando salga de trabajar y vuelva a casa, si te encuentro a ti, o algo tuyo, os tiro por la ventana.

– Pero, pero… ¿qué dices amor? ¿Estás de broma?

– No, no estoy de broma. Puedes decirle a Carlos que te ayude si quieres, así vais más rápidos con la mudanza.

– ¿Carlos? no sé de qué Carlos me hablas…

– Lo sabes perfectamente. Adiós.

Entonces, Rafael colgó, ignorando las llamadas desesperadas que le hacía su pareja. Un mensaje de voz le entro al WhatsApp

– Esto tiene que ser un malentendido: déjame que te explique.

– No tienes que explicarme nada, lo sé todo. Recuerda: hasta mañana al mediodía, ni un minuto más y procura llevarte solo tus cosas. Fin.

Rafael procedió a bloquear el número de su mujer. A partir de entonces, no quería ni llamadas ni mensajes.

Reconoció que había sido excesivo el último párrafo. No pensaba que ella pudiera robarle ni llevarse nada que no le perteneciera, pero había querido ser hiriente a propósito: de alguna forma esa pequeña crueldad le reconfortaba, y le parecía poco, en comparación con lo que él tenía encima.

Salió a la calle y con paso cansino se dirigió a casa de su hermana, pensando cómo se lo iba a contar.