Chica gamer muy caliente

Me llamo Abby, soy una gamer girl y llevo dos meses vendiendo fotos mías en Internet.

Todo empezó en un server de Discord. Para el que no lo conozca, es una aplicación de mensajería. Es una sitio perfecto para conocer gente con tus mismos gustos porque tiene servidores personalizados, es decir, hay chats para hablar de casi cualquier tema. Yo lo utilizaba para tener gente con la que jugar un videojuego multijugador. Estaba en un server español de ese juego. Al principio solo hablaba en los chats de texto porque soy tímida con personas que no conozco. Poco a poco me animé a participar en los chats de voz puesto que para jugar a ese juego era casi imprescindible, pues era de equipos.

La primera semana fue rara porque pude ponerle voz a todas aquellas personas a las que había leído durante tanto tiempo. Pronto me di cuenta de que era la única chica, por lo menos la única que participaba con frecuencia. Los chicos eran todos unos adolescentes inmaduros, a excepción de alguno más mayor. Se metían conmigo como los machitos que eran, ridiculizándome por mi voz y mi manera de jugar. Yo tragaba y tragaba hasta que un día estallé. Le mandé a la mierda a uno, sacando a relucir la mala leche que no sabían que tenía. Cuando me enfado puedo ser muy cruel. Me han educado para ser paciente pero a veces no puedo evitar ser explosiva. Me enfadé tanto que abandoné el chat.

Al día siguiente, volví al servidor, esperando que mis compañeros no me guardaran rencor. Para mi sorpresa, no solo no me odiaban, sino que alababan mi comportamiento. Había hecho bien poniéndole en su sitio a su amigo, decían. Desde ese día me respetaban más y ya casi nunca me hacían bromas. Yo era un poco la chica mimada, todos querían jugar conmigo, todos se aseguraban de darme lo que quisiera. Un día les comenté que no iba a poder comprar uno de los personajes que salían nuevos . Era un videojuego de esos que tienen actualizaciones constantes así que para estar al día había que pagar para comprar las novedades. Los chicos me dijeron que era una pena y yo les contesté que quizá dejaría de jugar un tiempo. Era un juego algo caro para mí.

Uno de ellos, Javi, me habló en privado. Era un chico extrovertido, el mejor de todos jugando, pero también de los que menos hablaba. Parecía que le daba miedo que los demás se fijaran en él. Curiosamente, tenía un canal en el que hacía directos jugando; es decir, él grababa la pantalla de su ordenador, comentaba en tiempo real como jugaba y la gente desde sus casas lo veía. No era muy conocido ni ganaba mucho dinero, pero sí tenía una media de espectadores decente, unas 1.000 personas en cada directo, que estaba muy bien. Le seguían única y exclusivamente por su juego porque él no era gracioso ni nada.

El chico no daba para más: además de tímido, feo. Era el más mayor de todos, veintimuchos, y estaba gordo. No gordo gordo en plan desagradable, pero gordo al fin y al cabo. Tenía pelo por todos lados, se notaba que no se cuidaba. Barba desaliñada, cejas frondosas y brazos peludos. Eso, sumado a su personalidad introvertida hacía que pareciera el típico chico que no liga nunca y se la pasa pajeándose en su cuarto. A mí me caía bien porque tenía una cara de bonachón y además era el único que no se había reído de mí al principio.

Como he dicho, me habló al privado, ofreciéndome comprarme el nuevo personaje del juego. Yo me negué al principio pero acabé aceptando ante su insistencia. Me dijo que para él no suponía nada y que le hacía feliz que yo pudiera seguir jugando con ellos. Me negué porque yo sabía por dónde iban los tiros. A su manera, tímida e inocente, Javi quería ligar conmigo. Sabía que era eso porque alguno de los otros chicos lo habían intentado antes. Una chica en un chat con casi todo hombres llamaba mucho la atención. Javi en cambio era atento, cariñoso pero en plan cortado y me trataba siempre con muchísimo respeto.

Día a día empezamos a hablar más él y yo. Más de una noche nos la pasábamos entera jugando a videojuegos y cuando acabábamos seguíamos hablando de la vida y de todo un poco. Notaba que se estaba enamorando de mí, pero yo lo veía como a un hermano. Como jugábamos juntos muchas veces en su directo, la gente que comentaba sus vídeos hacía bromas con que si éramos novios. A mí me hacían gracia pero él se ponía siempre muy rojo y evitaba el tema.

Un día se confesó y me dijo que le gustaba mucho y que si quería que nos conociésemos. Yo le rompí la ilusión al pobre, asegurándole que para mí era solo un amigo. Le dije que agradecía todo lo que había hecho por mí y todas las cosas que me compraba (pues seguía pagándome las novedades del juego). Le aseguré que no hacía falta que me las siguiera pagando. Él me contestó restándole importancia al asunto, diciendo que me lo pagaba porque él quería y que no pasaba nada, que podíamos ser amigos. Sus palabras decían una cosa pero su tono otro; yo sabía que estaba muy triste con todo esto.

Con el tiempo, volvimos a tener una relación normal, amistosa como siempre. Jugábamos, reíamos, nos contábamos nuestro día a día. Su canal de vídeos creció un poco, creo que en parte a que yo jugaba con él. Como éramos muy amigos, teníamos mucha confianza. Yo de vez en cuando le echaba la bronca en directo, delante de más de 1500 personas viéndonos y la gente del chat se moría de risa. A Javi parecía que le gustaba que yo tuviera protagonismo.

Como nos lo contábamos todos, le hablé de los problemas que tenía en mi piso de estudiantes. Yo estaba estudiando mi primer año de Universidad y vivía con unas compañeras en un piso alquilado. Desde el principio tuvimos problemas con la casera, que nos molestaba con cualquier tontería relacionada con el piso. Esto Javi lo sabía y se mostraba siempre muy comprensivo. No obstante mi problema es que empezaba a tener cada vez menos dinero. Vivir sola, pese a compartir piso, era un gasto grande y apenas me llegaba para pagar los gastos y comida. Le dije a Javi que probablemente tuviera que buscar un trabajo temporal, aunque fuera en el McDonald’s. Noté por su silencio que estaba pensando en algo.

—¿Sabes? —me dijo— . Hay más formas de que una chica como tú gane dinero.

—¿Cómo?

—Bueno… Existen páginas en las que uno puede vender fotos de su cuerpo.

—No voy a vender mi cuerpo, Javi. ¡Eso es prácticamente prostituirme!

—No sé… El mundo ha cambiado mucho. Ahora hay muchas chicas que viven de ello.

—¿Y de verdad se gana dinero? — dije con curiosidad.

—Según dicen, se gana bastante…

—No sé, no sé, antes de que me vean por ahí desconocidos, prefiero trabajar de cualquier cosa.

—¿Y si no son desconocidos? —dijo, después de un rato en silencio, sopesando su comentario—. ¿Y si soy… yo?

—Javi… Esto ya lo hemos hablado… Yo te quiero como amigo…

—Pero…

—No, Javi, no voy a mandarte fotos mías desnuda.

—¿Y si no son desnuda?

—¿A qué te refieres?

—Y sí me mandas fotos de tus… de tus… ¿pies?

—¿Es una broma?

—No, Abby, es en serio.

—No sé, Javi… Me parece muy raro.

—Piénsalo, por favor.

—No sé, no sé… ¿De verdad te gustan mis pies? ¡Pero si no los has visto!

—No me hace falta. Por favor.

—Bueno… ¿Y cómo lo haríamos?

—Pues… Tú me mandas una foto todos los días y yo te pago… ¿200 euros? Por ejemplo —dijo, entusiasmado.

—¿200 euros por unas fotos? ¡Estás mal de la cabeza!

—¿300 euros mejor?

—Es una locura, no me creo que esté pasando esto.

—Por favor. A ti te vendría bien y a mi me gustaría mucho.

—Está bien, pero solo por un mes, ¿vale? Y no quiero que te hagas falsas ilusiones, esto no significa nada.

—No te arrepentirás, te lo juro.

—Vale, vale, ya está, no quiero hablar del tema. Te mandaré las malditas fotos.

—¿Me puedes mandar una ahora, por favor?

—¿¡Ahora!?

—Por favor.

—Págame primero.

—Ya está —me dijo. A los pocos segundos me llegó una notificación al móvil con un importe de 300 euros que me había abonado.

—Vale, pero espera un rato. Tengo que pensar cómo lo hago.

—Tómate tu tiempo. Gracias.

Corte llamada. ¡Este chico está loco! ¡Fotos de mis pies! Menudo pervertido. Me levanté de mi silla, cerré con llave la puerta de mi habitación y me contemplé en el espejo. Era plenamente consciente de mi atractivo, los tíos generalmente me desnudaban con la mirada en la facultad. Mi pelo teñido, una mezcla de pelirrojo, naranja y castaño, era lo más llamativo. Tenía la tez blanca, muy blanca. Nariz respingona, ojos azules, una boquita de liquida y unos labios pintados color cereza. Ni muy baja ni muy alta, en la media. Me habían dicho alguna vez que parecía una muñequita porque era muy delgada, tipo una bailarina de ballet. Mis tetas eran pequeñas, pero no me importaba porque ahora se llevaban así (muchas famosas se hacían reducción de pecho, ¡lo que son las cosas!) y mi culo era redondito, con la forma de un melocotón. Me miré a los pies, confusa. ¿De verdad había gente a la que le excitaban estas cosas? Me habían piropeado alguna vez el culo, pero jamás mis pies.

En fin, se lo había prometido. Me descalcé. Mis pies eran como yo, blanquísimos, pequeñitos y de apariencia dulce. Los llevaba con las uñas pintadas de rojo, mi color favorito. Saqué el móvil y probé a hacer diferentes fotos. Hice una desde arriba, otra en la que se veían las plantas. Los juntaba, los ponía separados… Me decidí por uno de los planos y le mandé la foto a Javi. Me contestó diciendo «Muchísimas gracias». Me fui a dormir con el pensamiento de que probablemente Javi se estaba masturbando con mi foto y yo la verdad es que me excité un poco.

El siguiente mes lo pasamos siguiendo la rutina que habiamos acordado. No hablábamos casi nunca de lo que hacíamos, excepto él, que contestaba a cada foto con un «gracias». Para mí no era mucho esfuerzo, apenas una foto al día que tardaba solo unos segundos en sacar. No obstante, me sentía en deuda con él así que cada vez era más creativa. Buscaba diferentes poses, ángulos, luces… Le pregunté un día si le molestaba que si me hacía algún calzado y él me dijo que por supuestísimo que no, si iba en tacones.

Yo sabía que él utilizaba las fotos para masturbarse, era un secreto a voces. Sorprendentemente, yo también lo hacía. Empecé a explorar lo que era ese fetiche, que yo siempre había pensado que era algo mayoritario, apenas una leyenda. Al parecer, estaba muy equivocada. En internet había un montón de vídeos de pies de chicas. No eran los más populares, pero sí tenían mucho público. Había dos tipos de vídeos porno, por lo que pude comprobar:

Los primeros eran de chicas hacíendo pajas con sus pies a hombres fornidos, musculados y muy machos. Muchos de ellos eran negros. Los segundos eran de mujeres dominando a hombres feos, que devoraban sus pies como un manjar. En esta segunda categoría, había muchos que eran lo que supe después que se conocía como BDSM. Es decir, esclavos sirviendo a las órdenes de sus amas y sometidos por sus pies. Yo me tocaba con estos últimos vídeos, imaginándome a Javi como uno de aquellos hombres sumisos.

El mismo día que cumplí un mes desde que empecé a mandarle fotos, recibí un segundo pago, esta vez de 500 euros. No habíamos hablado de seguir con el tema, en principio era solo un mes, pero no dije nada. Además me estaba pagando más de lo acordado. Hablé con él y le dije que se había equivocado, que me había pagado de más. Él me dijo que no, que no era un error. Que era un incentivo para que hiciera una cosa… Aunque no pasaba nada si yo no quería. Le sonsaqué que tenía en mente y me confesó que quería hacer una videollamada en la que le mostrase en vivo lo que había estado enseñándole en fotos. A mí me excitó la idea y le dije que lo haríamos, pero con mis condiciones. Estas eran que él solo vería mis pies y que yo tenía que ver en todo momento su cara.

Lo preparé todo con la idea de probar mi fantasía. Había preparado la cámara para que solo mostrase mis pies (y un poco mis piernas), pero no mi cuerpo. No quería enseñarlo porque iba a estar desnuda. Avisé a Javi de que se metiera en videollamada conmigo. En seguida apareció su cara regordeta. Esa cara de pánfilo, de inocente. Pobre tonto. Le avisé que tenía 15 minutos para admirar mis pies y que se estuviera callado, que estaba leyendo un libro. Por supuesto, esto era mentira, yo me estaba masturbando contemplando su cara extasiada. Después de unos minutos, moví ficha:

—¡Javi! ¡Te estás tocando! —dije, fingiendo estar indignada.

—Yo… no es lo que parece…

—¿Te estabas tocando o no?

—Yo… —agachó la mirada, poniéndose rojo de vergüenza.

—No me mientas.

—Sí —dijo, mirando un segundo a la cámara y volviendo a agachar la mirada.

—¿Eso es lo que has estado haciendo con mis fotos? ¿Tocarte con ellas? —pregunté con repugnancia.

—Sí —esta vez no levantó la mirada.

—Eres un puto pervertido.

—Lo sé.

—¿En qué pensabas?

—Lo siento mucho, yo…

—No, no. ¿En qué pensabas? Cuando te la tocas, digo.

—Eh… Yo… Pienso en tus pies y en… chuparlos.

—¿Qué mas con mis pies? —dije, frotándome el clítoris con mayor intensidad.

—Yo… no sé… olerlos, besarlos… adorarlos.

—¿Eso es lo que hacías con tu novia? Esa de la que me hablaste.

—Esto… era mentira. Yo no he tenido nunca novia.

—¿Cómo? ¿Eres virgen?

—Sí.

—No me lo creo, incluso un feo y gordo como tú ha tenido que follar alguna vez —dije, no era una pregunta. me introducía 2 dedos en el coño, disfrutando de la humillación de Javi.

—No.

—¿Así que por eso le pides fotos a las chicas en Internet?

—A las chicas no, solo a ti —levantó la mirada, como queriéndome mostrar que para él solo existía yo.

—Entiendo. Baja la cámara y muéstrame tu polla. Quiero verla.

Lo hizo sin quejarse, completamente sometido. La verdad es que era un espectáculo lamentable. Estaba gordo y tenía pelos por todos lados. Su polla era pequeñita, de unos diez centímetros y estaba roja y brillante.

—Normal que no folles, a esa mierda no se la puede llamar polla. Muéstrame tu cara otra vez.

Volvió al plano de inicio en la que se veía su cara, algo atormentada por mis duras palabras.

—Ahora quiero que me obedezcas y que no hagas nada que yo no te pide. ¿Lo has entendido?

—Sí.

—¿¡Cuándo te he pedido que hables, perro!? Asiente o niega con la cabeza cuando yo te pregunté algo.

Asintió con la cabeza, entendiendo mi juego.

—¿Te gustaría chuparme los pies?

Asintió.

—¿Estarías dispuesto a hacer cualquier cosa por mis pies?

Volvió a asentir.

—¿Cualquier cosa? Piénsatelo bien.

Asintió con más fuerza.

—Mi deseo es tener un perrito. ¿Serías tú mi perrito?

Vaciló un momento y volvió a asentir.

—Bien. Me has convencido, creo que serás un buen perro. Escucha bien porque no lo voy a repetir. Vas a comprar un billete de tren para el viernes que me lleve a tu ciudad. Debes estar en la estación una hora antes de que llegue por si se adelanta. Hasta que nos encontramos, tienes prohibido correrte. No obstante, deberás ver todos los días el vídeo que te voy a pasar en un rato. Tienes que verlo antes de dormir y al levantarte. ¿Lo has entendido, perro?

Ladró por toda respuesta y yo corté la llamada. Puse en una pantalla el vídeo que le iba a pasar, de una ama paseando a su esclavo y humillándolo, y me corrí agitadamente, mordiéndome la lengua para no hacer ruido.

El viernes llegué a la estación y divisé a Javi cerca de la puerta. Estaba más gordo en persona de lo que había visto en llamada, aunque eso probablemente era porque era bajito. Me fijé que era más pequeño que yo y eso que yo no era muy alta. Me dirigí hacia él y empecé una charla amistosa. Javi al principio parecía cohibido y no dejaba de mirarme los pies. Llevaba unas manoletinas rojas, muy cómodas para el viaje. Completaban mi atuendo unos pantalones negros, elásticos y ajustados, un top negro y un bolso, también del mismo color Yo vestía como una chica gótica y no me cuesta reconocer que estaba arrebatadora.

Javi me siguió mientras salíamos de la estación y le hablaba despreocupadamente. Casi no decía nada, apenas monosílabos. Le pregunté donde estaba su casa y me dijo que teníamos que coger el autobús. Una vez sentados en él, palpé su polla. A pesar de su exiguo tamaño, constaté que estaba dura. Llegamos a su portal, entramos en el ascensor y Javi, medio temblando, se puso a mirar sus propios pies. Parecía un corderillo a punto de ser devorado por el lobo.

Abrió la puerta de su casa y me ofreció pasar primero. Pregunté por el baño y me indicó con un gesto. Ya dentro, me quité las zapatillas que traía y me puse unos zapatos de tacon negro Con ellos parecia más alta y estaba más imponente. Yo también estaba algo nerviosa. No era la primera vez que estaba con un hombre pero sí la primera que dominaba.

Salí del baño y Javi estaba en la misma posición en la que lo había dejado. Miró con sorpresa mis zapatos para después volver a agachar la mirada.

—Parece que te vas a mear encima.

Silencio.

—¿Estás dispuesto a cumplir mis órdenes?

Asintió.

—Bien, sígueme. Detrás de mí.

Fuimos al salón que había visto de camino al baño. Era una casa pequeña y el salón consistía de un sofá, una mesa pequeña y una tele. Me senté en el sofá y Javi se quedó de pie, frente a mí, la cabeza gacha.

—Desnúdate, perro.

Se quitó la ropa con un poco de vergüenza, pero no menos excitado. Su cuerpo era, como ya sabía, gordo, peludo. Parecía un cerdo.

—Date la vuelta que yo te vea —dio una vuelta. Era igual de repugnante por delante y por detrás—. Ponte a cuatro patas.

Me levanté, colocándome encima de él. Con mi tacón recorrí su culo y su espalda hasta llegar a su carra. Apreté el tacón contra su mejilla, presionando su cara contra el suelo. Él estaba atrapado, completamente sometido, con los ojos miedosos pero la polla a mil.

—A partir de ahora puedes hablar pero solo cuando te haga una pregunta directa, que deberás responder con «Sí, Ama» o «No, Ama». ¿Entendido, perro?

—Sí, Ama.

—Te voy a entrenar durante este fin de semana para que seas mi perrito. ¿Deseas ser mi perro?

—Sí, Ama.

—Un buen perro no piensa, no siente. Solo obedece a su Ama. Su placer es tu placer. ¿Has oído?

—Sí, Ama.

—Si durante estos días hace algo que me moleste, serás castigado y créeme que no te gustará. ¿Estás de acuerdo?

—Sí, Ama.

—Empieza limpiándome los zapatos. Solo puedes utilizar la lengua, nada más. Como tu sucia boca toque la piel de mis pies, te castigaré como a un cerda. Vamos, empieza.

Javi, o debería decir el Perro, se abalanzó, cumpliendo mi orden. Limpió mis zapatos con la lengua y con diligencia. En ningún momento tocó mi piel. Los zapatos estaban limpios porque me los acababa de poner. Aun así, me aseguré que quedaran relucientes antes de dar por terminada la tarea.

—Muy bien, perro, has resultado ser mejor de lo que esperaba. ¿Te ha gustado?

—Sí, Ama.

—Túmbate boca arriba y no dejes de mirarme a los ojos.

—Sí, Ama.

—¿Quieres chuparme los pies? —dije, mientras llevaba uno de mis tacones a su miserable polla. Empecé a apretar un poco.

—Sí, Ama.

—¿Y si te digo que no me los vas a chupar?

Silencio.

—Résponde —dije, apretando más fuerte. El perro estaba rojo, pero no respondía. Me di cuenta de que solo le había dado órdenes para que respondiese a preguntas de sí o no, así que añadí —Cuando te haga una directa, respóndeme, siempre refiriéndote a ti mismo como «el perro» en tercera persona. ¿Si te digo que no me los vas a chupar, qué te parece?

—Al perro le parece bien todo lo que el Ama quiera —dijo de forma entrecortada, pues seguía haciendo presión con mi pie en sus huevos.

—Bien. Vamos a hacer una prueba para ver si eres tan obediente como dices. La lección es que aprendas que tu propio placer no vale nada y que solo lo obtendrás cuando tu Ama lo considere. ¿Entendido, perro?

—Sí, Ama.

—Descálzame.

Lo hizo con reverencia y adoración, con cuidado de no rozarme los pies.

—Ahora huélelos como el perro que eres. Más te vale no utilizar tu boca.

Se acercó como un perrillo, olisqueando. Era un espectáculo de lo más humillante verle tirado en el suelo, con la cabeza entre mis pies. Estaban sudados de llevar todo el día fuera de casa, habían sido unas cuantas horas de viaje.

—Vuélvete a tumbar en el suelo, con tu cabeza en mi dirección —dije, mientras me sentaba—. Demuéstrame que eres un buen perro. Te voy a utilizar como reposapies y durante todo ese rato, no podrás hablar, ni chupar nada ni mirarme. Tu único cometido es aguantar tus pies con tu cara y agradecer que te deje olerlos.

Se puso en el suelo como le había indicado y yo coloqué mis pies en su cabeza, tapando su boca, nariz y ojos. Era una prueba dura porque además de tener la grandísima tentación de besar mis pies, se encontraba en una posición en la que no podía respirar muy bien. Yo jugaba con eso y le ahogaba, calculando para no pasarme y dejándole respirar justo cuando notaba que él no podía aguantar más. Después de un rato, me aburrí y me puse a mirar el móvil. Estuve un rato cotilleando redes e incluso le saqué alguna foto. Llegó un momento que me olvidé que lo estaba utilizando como reposapies y no pude apartarlos a tiempo para dejarle respirar. Su nauseabunda boca se abrió buscando oxígeno y noté como parte de su saliva caía en mi pie. No llegó a chuparlos, pero una parte de mí sintió su asquerosa presencia. Me encolericé lógicamente y aparté mis pies de su cara para decirle:

—¡¡De rodillas, perro!!

—Sí, Ama.

—Cállate, ¡estúpido! Cómo osas desobedecer mis órdenes. Ya sabía yo que los perros como tú tenían que recibir un castigo.

Agachó la cabeza.

—¡Levanta la cabeza, inútil! Vas a recibir diez bofetones en la cara, el sitio con el que has mancillado mis pies, y me vas a agradecer con cada uno de ellos. ¿Entendido, cerdo?

—Sí, Ama.

Le pegué un bofetón sin avisar, cruzándole la cara. Fue fuerte, sin contemplaciones. Me miró atónito y se apresuró en responder

—Gracias, Ama.

Otro bofetón le cruzó la cara, en la otra mejilla.

—Gracias, Ama.

Seguí así, bofetón tras bofetón, hasta que me cansé. Ni siquiera les conté, probablemente le había dado unos 20 en vez de los 10 que le había dicho. Tenía la cara completamente roja. Cuando terminé, le hice mirarme a los ojos y le escupí en la cara, roziando toda su barba con mi saliva.

—¿Qué has aprendido, perro?

—El perro ha aprendido que hay que obedecer a la Ama.

—Bien.

Me había gustado ser dura, pero tampoco le quería castigar más de lo que se merecía. Antes de que cometiera el error, había estado treinta minutos aguantando la tortura de mis pies. Además acabábamos de empezar. Quería demostrarle que era una ama dura, pero también compansiva.

—Te voy a ofrecer una recompensa, perro. Haz lo que te digo y esta vez no la cagues más.

—Sí, Ama.

—Coge esa cosa asquerosa que llamas polla y pajeate mientras me miras los pies.

Me miró sorprendido, dudando si era o no una broma. Como había aprendido la lección, hizo inmediatamente lo que le pedía. Se llevó la mano a la polla y empezó a correrse tímidamente.

—Avísame cuando estés a punto de correrte.

—El perro quiere correrse, Ama.

—¿YA? ¿Y te llamas a ti mismo hombre? Eres una basura. Coloca tu polla encima de mis pies, más te vale que ni los roces. Bien. Ahora cierra los ojos y córrete en ellos.

Inmediatamente después de oír mis órdenes, se corrió. Para tener una polla tan pequeña, la corrida fue copiosa, me imagino que porque llevaba días sin hacerlo, cumpliendo lo que le había dicho. Fue excitante sentir su leche explotándome en los pies, no por la corrida en sí, que me parecía repugnante, sino por lo que significaba: ese hombre, ese perro, era capaz de correrse ante una orden mía. Agité los pies en su nariz y le dije algo que sabía que iba a interpretar a la primera.

—A comer, perro.

Me chupó los pies como un loco y con ellos su propia corrida. Empezó por lametones y luego siguió comiéndolos con más intensidad, notando de vez en cuando sus dientes contra mi piel. Pensé en castigarlo, pero no era su culpa, eso demostraba que efectivamente era un perro. Como no le dejaba utilizar las manos, se puso la cara perdido y con cuidado muy recogiendo los restos de su corrida que se habían desperdigado. Satisfecha, aparte mis pies, que no tenían ni una gota de su asquerosa leche.