El acosador se alejaba y se acercaba alternativamente del culo de Eli pero, cada vez que se pegaba, ella notaba como algo más grande se introducía entre sus nalgas.

Había sido un día caluroso. Durante toda la jornada, en ningún lugar del hotel se estaba a gusto. Por fin, al caer la tarde, y ya después de la cena, en la terraza había un ambiente agradable. La iluminación suave despertaba reflejos plateados en el agua de la piscina, y, sobre la música de fondo, se escuchaba el placentero caer del agua de una pequeña cascada artificial. La Luna, en aquella parte tan cercana al ecuador, se veía grande, magnífica. 

I

Los músicos no pretendían en modo alguno que la gente se pusiera a bailar. Únicamente ofrecían un contrapunto a las conversaciones en voz baja, a las risas contenidas y a los pasos de los camareros que se deslizaban entre las mesas, algunas cubiertas con sombrillas de paja, donde se encontraba una variopinta multitud de personajes que tenían una característica común: a nadie le interesaba lo que pudiera estar haciendo cualquier otro. Solo algunas miradas que se desplazaban de mesa a mesa buscando algo, quien sabía qué. Nadie vestía de gala. Las ropas eran veraniegas, frescas y sutiles, con pocas o ninguna concesión al lujo. Era lo que apetecía con aquella calor.

 

En una de las mesas cubierta con sombrilla se encontraba una pareja de mediana edad. Charlaban, como los otros, con voz suave, sin hacerse notar. Era otra de tantas parejas alojadas en el hotel que buscaban sobre todo sosiego y tranquilidad en un lugar donde nadie les conociera, y poder hacer todo aquello que verdaderamente les apeteciese. Nada más.

 

El hombre llevaba unos pantalones cortos y una camisa de manga corta y estampado de flores, junto a unas sandalias. Sobre la mesa, a su alcance, un vaso ancho lleno de hielo y con dos dedos de whisky. La mujer se había puesto un vestido que le llegaba a las rodillas, aunque se le había subido un poco al estar sentada, con un ligero estampado y fino. Sabía que dejaba poco a la imaginación, pero éso no le importaba en absoluto. Lo bueno era estar fresca después de aquel agotador día. Bebía un licor supuestamente sin alcohol. Supuestamente, porque aquel brebaje, a juzgar por cómo le estaba sentando, debía de tener bastante graduación.

 

La mujer había detectado en varias ocasiones miradas furtivas desde otras mesas dirigidas directamente a su entrepierna. Cuando aquello ocurría, cruzaba las piernas. Pero ahora las miradas se dirigían a sus muslos, y tal vez a algo más abajo. Pero no encontraba la forma de sentarse en la cual no enseñara algo. A su compañero aquellas miradas no le habían pasado inadvertidas.

 

-Te estás convirtiendo en el centro de atención -dijo él-.

-¿De qué? -contestó Eli-.

-Pues de la terraza -contestó, riendo-. O llevas un tatuaje divertido en las piernas o entre ellas, o te van a poner la banda de Jamona del Hotel. Y como yo no te he visto ningún tatuaje, me imagino que será lo segundo.

 

Eli contuvo la sonrisa. También él se había dado cuenta. Tonto no era, aunque pareciera algo despistado. No obstante, también se había fijado que las miradas furtivas procedían en la práctica totalidad de los casos de hombres que se encontraban aparentemente bien acompañados.

 

-¿Sabes qué te digo? -dijo Eli, retadora-. Pues que se jodan. Si quieren mirar, que miren. Seguro que miran algo que no pueden tener en casa.

-Bueno. Mientras todo se quede en miradas… Ninguno de habrá dicho nada, ¿verdad?

-Anda ya. Si te tengo todo el día pegado como una lapa. Cualquiera liga así…

-Por supuesto. Y ahora, después de las miraditas de los cojones, más pegado todavía. No vaya a ser que me quiten a mi “Jamona del Hotel”…

-¿Sabes qué te digo? Que la jamona del hotel se quiere acostar. Mejor dicho, se quiere quedar en bolas, pegarse una ducha y acostarse. Y espero que mi lapita del alma se quiera venir…

-Me apunto. Anda, dame la cartera del bolso y pago ésto. Bébete la copa mientras pago.

-¿Qué cartera y qué bolso? -preguntó Eli, inquisitiva-.

-Mi cartera, claro. La metí en tu bolso antes de bajar, porque me hacía mucho bulto en los pantalones.

-Pero si yo no he cogido el bolso. ¿Para qué…?

 

Los dos se miraron fijamente. Y de pronto se echaron a reir. Fue una carcajada sincera y cómplice.

 

-Habrás cogido al menos la tarjeta de la habitación -dijo Eli, entre risas-. Por lo menos, para subir a coger el dinero.

-Sí, aquí la tengo. Pero no nos calentemos la cabeza. Le decimos al camarero que lo apunte a la habitación y ya lo pagaremos con la factura. O, como lo conocemos, le podemos decir al barman que mañana por la mañana le pagamos la consumición…

-No, no y no -dijo Eli, tajante-. Esas cosas solo traen problemas. Y no cuesta ningún trabajo subir a la habitación, coger el dinero y pagar, y nos quedamos tranquilos.

 

En casi todos los asuntos, Eli era una persona comprensiva y razonable. Pero en asuntos de dinero, no quería mantener deudas, por pequeñas que fueran, ni un solo minuto. Todo el mundo tiene un carácter y unas manías, y el de Eli era ése, con esa manía en concreto. No se le podía reprochar, porque lo cierto era que evitaba problemas, pero a veces era demasiado recalcitrante. Y Marcos sabía otra cosa: en ese aspecto no se podía discutir con ella, así que se dio por vencido antes de empezar una cadena de razonamientos en cuanto al pago que sabía que no conducirían a nada.

 

-Como a tí te queda un rato con la copa, quédate aquí sentado tranquilo -continuó Eli-. Yo subiré a la habitación, traeré el dinero, pagamos y nos vamos para arriba. Dame la llave y en diez minutos vuelvo -terminó Eli, levantándose-.

 

Marcos la observó marchar en dirección al ascensor del hall. No le extrañaba que la miraran. Sus piernas bien formadas hacían que se contoneara su culo mientras caminaba y, cuando la blanca luz del hall se proyectó sobre ella comprobó que el vestido, realmente, tapaba lo justo. Sonrió con orgullo, cogió el vaso de whisky y, dando un ligero sorbo, paseó su mirada por la terraza.

 

 

II

 

Eli se dirigió a la puerta del ascensor. Este artefacto en concreto tenía dos características que la repateaban. En primer lugar, en su interior podían caber dos coches utilitarios, de enorme que era. Por otro lado, su lentitud era exasperante. Además, para terminarlo de arreglar, su habitación estaba en el piso 17. La última planta. No había más pisos. Con suerte, si no hacía paradas, el ascensor podía tardar hasta ocho o nueve minutos en llegar arriba. Ello se compensaba en parte en que no se notaban absolutamente nada ni los arranques ni las paradas.

 

Observó en recepción una ingente cantidad de personas. Pulsó el botón de llamada con la esperanza de que el artefacto llegara pronto y no se llenara como era lo habitual. Resultaba que las cinco primeras plantas del edificio se encontraban en reformas, por lo que el ascensor, aunque se pulsaran los botones del 1 al 5, no paraba en ninguna de ellas. Por tanto, como todos los huéspedes se alojaban a partir del sexto piso, todos debían utilizar el ascensor.

 

Se mantenía frente a la puerta, observando el indicador de planta que había en la parte superior de la misma. Era exasperante su lentitud. Además, iba notando a su alrededor como se iba acumulando gente, gente que en cuanto se abrieran las puertas se precipitarían en tromba dentro de la caja del ascensor, pulsando absolutamente todos los botones, con lo que le quedaba un largo periplo para llegar a su habitación.

 

Planeó una estrategia: como los pulsadores de dentro del ascensor se encontraban a su izquierda según se entraba, se pegaría a la izquierda, pulsaría el número 17 y se iría al fondo. De todas formas, iba a ser la última en salir, y prefería estar confinada al fondo de la caja que tener que estar moviéndose cada vez que el ascensor parara en una planta y debieran bajar pasajeros.

 

En ese momento llegó el ascensor y abrió sus puertas. Venía vacío y, como había previsto, la gente se precipitó en el interior. Ella, fiel a su estrategia, entró diligentemente por la parte izquierda, pulsó el botón 17 al pasar y se fue al fondo. Fue inútil. Ya había gente al fondo del ascensor. “¿Cómo puñetas han llegado hasta ahí antes que yo?” -pensó-. Se resignó y se puso en segunda fila, desde el fondo, pero se dio la vuelta y consiguió apoyarse con su costado izquierdo en el acero inoxidable pulido de la pared del ascensor.

 

Continuaban entrando viajeros. Y se apretaban unos contra otros. Había muchos japoneses, evidentemente acostumbrados a las apreturas. Ella odiaba que se invadiera su espacio vital, pero había momentos en que había que ceder. Sobre todo ante la disyuntiva de tener que subir a pie diecisiete pisos.

 

Por fin, sonó el timbre electrónico que indicaba sobrecarga. Hubiera sido suficiente que se bajara una persona pero tres hicieron lo propio. Entonces se cerraron las puertas y el ascensor empezó a subir.

 

Eli observó que, del número 6 al número 17 todos los botones estaban pulsados. Le esperaba un largo trayecto. Solo anhelaba que en el piso 6 o, a lo sumo, el 7, el ascensor se vaciara lo bastante para que ella se pudiera mover. Pensó que cuando cogiera la cartera, bajaría por las escaleras. Subir no es lo mismo que bajar.

 

Sobre la puerta del ascensor se encontraba el indicador de planta. Con bochornosa lentitud, el indicador “PB” se apagó, dando paso al “1″, treinta segundos después. Pasó el mismo tiempo para que se apagara ese dígito y se encendiera el “2″. Horrible. Intentó aislarse del leve murmullo de las conversaciones del ascensor y pensar en otra cosa.

 

Se lo estaban pasando bien. Iban a la playa, a la piscina, de compras, de copas, comían donde y cuando querían… Incluso habían alquilado un coche, en lugar de hacer excursiones, aunque se habían perdido en casi todos los viajes. Decididamente, el GPS no funcionaba bien en aquella zona. Pero era lo de menos. Lo mejor era que estaban juntos, y no quería, por primera vez en su vida, que las vacaciones acabaran. Pero ya le quedaban solo cuatro días, y varias cosas por hacer pero bueno, intentarían aprovechar esos cuatro días como…

 

Sus pensamientos se interrumpieron de pronto. Había notado una presión en su culo constante, pero leve, de la que solo se había apercibido cuando ella había hecho un movimiento para cambiar de postura.

 

Con casi total seguridad, el contacto era accidental. Se encontraban aún en el piso tres. E ignoraba totalmente si la persona que estaba detrás era un hombre o una mujer. Si se echaba bruscamente hacia adelante, molestaría al japonés que tenía justo delante. Más bien le clavaría los pechos en la espalda, de lo cual no tenía ganas. Y si se volvía, podía meter la pata. No sabía lo que se iba a encontrar. Decidió mantenerse quieta y esperar acontecimientos. Si tenía que dar un bofetón, lo daría sin pensar en las consecuencias.

 

Pensó en los mirones de la terraza. No se lo había dicho a Marcos, pero la verdad es que había dos o tres hombres que no habían dejado de observarla por completo, desde los pechos hasta los muslos, con ojos vidriosos y anhelantes. Y cuando descruzaba las piernas, alguno hubo que se quedó embobado observando sus bragas. Y aunque ella los había mirado con severidad, no había servido de nada. Habían continuado devorándola con los ojos mientras estuvo sentada, en la postura que fuera.

 

Pero ninguno de esos mirones había entrado en el ascensor. Se había quedado con sus caras y, si hubiera entrado alguno, ella hubiera procurado mantenerse alejada. Pero no había sido así. Sí, pensó, aquel contacto era accidental de todas todas.

 

Un segundo después, había cambiado de opinión. La persona que estaba detrás movía lentamente las caderas, en círculo, frotándolas contra su culo. En un momento dado se paraba, la apretaba ligeramente, y reanudaba el movimiento circular. Eli se estaba hartando. Lo único que le impedía darse la vuelta y partirle la cara al tipo era montar el espectáculo, porque el que fuera lo negaría todo en todo momento, y ella quedaría mal de todas formas. Decidió entonces esperar a que se vaciara un poco el ascensor para enfrentarse en voz baja con él.

 

La frotación continuaba. Volvió a pensar en los mirones de la terraza. A cualquiera de ellos le hubiera encantado estar en el lugar del dueño del bulto, frotándola con total impunidad, mientras ella se sometía sumisamente…

 

De forma inconsciente, sintió una punzada de placer que provenía de sus partes más íntimas, y, con la misma inconsciencia, separó sus pies y sus nalgas, que mantenía duras y rígidas, y se relajaron…

 

El tipo vio su oportunidad. Paró sus movimientos circulares y se apretó un poco más contra el culo de Eli. Y ésta notó como entre sus nalgas comenzaba a crecer algo. El acosador se alejaba y se acercaba alternativamente del culo de Eli pero, cada vez que se pegaba, ella notaba como algo más grande se introducía entre sus nalgas.

 

Sin querer -verdaderamente no quería-, Eli notó como su coño comenzaba a humedecerse.  Lo que se iba introduciendo entre sus nalgas se acercaba peligrosamente a su culo. Aquello presionaba contra el vestido, contra sus bragas y volvía a alejarse. Comenzaba el ciclo de nuevo, hasta que en uno de ellos, el objeto, que se había puesto verdaderamente duro, presionó contra su ojo del culo. Eli, sin poder evitarlo, emitió un débil gemido. Notaba en su cuello la respiración del hombre, suave, profunda, viril y anhelante.

 

Nadie se había dado cuenta. Los demás pasajeros continuaban impertérritos, mirando el indicador de los pisos, que ahora se encontraba parado en la planta ocho. En las plantas seis y siete solo se había bajado un pasajero en cada una. En la planta ocho, dos, pero todos en el ascensor seguían igual de apretados.

 

Eli y su masajeador, por su parte, continuaban en la esquina del ascensor. Las bragas se le habían introducido a Eli en la raja del culo, y lo de aquel hombre le presionaba salvajemente el ano. Su coño le palpitaba, y se encontraba totalmente mojado. En su mente enloquecida solo se dibujaba hacer el amor salvajemente, follar con aquel desconocido o con quien fuera, y que le calmara el dolor y las palpitaciones que sentía en su coño. Le faltó muy poco para deslizar sus manos bajo el vestido, meter su mano bajo las bragas y tocarse el clítoris hasta correrse. Pero se conocía, y no haría aquello porque aquella multitud, por muy indiferente que pareciera, lo iba a notar. Vaya si lo iba a notar.

 

En el piso doce, el tipo se envalentonó aún más. Con el brazo izquierdo, la abrazó por la cintura, para poder seguir frotándola sin parar. La mano derecha se dirigió con suavidad, sobre el vestido, hacia sus pechos. Sus pezones, que le dolían de la formidable erección que tenían, anhelaban caricias, y el desconocido se las proporcionó. Suavemente, sin hacerle daño, le pasó los dedos, sobre el vestido, por los pezones, las aréolas, palpando cada uno de sus poros, cada hendidura del pezón… Eli se agradeció a sí misma haber tenido la feliz idea de no ponerse sujetador. Su deseo se incrementaba cada vez más. Ya deseaba fervientemente que el viaje con él continuara hasta el piso diecisiete.

 

Cuando llegaron a su planta, el desconocido, al que ella aún no había visto la cara, la retuvo contra sí al fondo del ascensor, y esperó hasta que los viajeros que quedaban, que eran la mayoría, hubieran salido todos. Cuando lo hicieron, la dirigió suavemente por la cintura hacia la salida del elevador pero, en vez de encaminarla hacia el pasillo de las habitaciones, la hizo girar a la derecha. Eli se dejó llevar. Iban hacia una doble puerta acristalada, con paneles de cristal traslúcidos, que tenía en la parte superior un cartel que decía “ESCALERAS”. El desconocido la hizo abrir la puerta, entraron los dos y cerró la puerta tras de sí. Dentro, había un amplio vestíbulo donde solo se distinguían dos escaleras descendentes, una a la derecha y otra a la izquierda, con luces de emergencia en su parte superior, donde decía “SALIDA” y, entre ambas escaleras, un precioso sofá chester de cuatro plazas de cuero negro. A ambos lados, mesitas con floreros.

III

 

Dentro, no había luz, salvo la que se filtraba por los cristales traslúcidos procedente de las puertas todavía abiertas del ascensor. El desconocido, sin permitir que se volviera, la llevó suavemente hasta el sofá e hizo que se pusiera de rodillas sobre el mismo, con las piernas separadas y los brazos apoyados en la parte superior del respaldo.

 

Con mucha delicadeza, le levantó el vestido y se lo sacó por encima de la cabeza, haciendo que levantara los brazos y los apoyara en la pared. Se los mantuvo así, y ella notó el frío cuero en sus pezones. El tipo aprovecho la circunstancia para acariciarle los brazos, las axilas, y detenerse concienzudamente en sus pechos que acarició, amasó, pellizcó y estiró hasta que Eli empezó a gemir de placer.

 

Mientras tanto, el tipo se había desnudado. Eli sentía la polla del hombre entre sus piernas, y, en sus movimientos, el miembro le rozaba la parte interna de los muslos, la vulva y el culo, por encima de las bragas. Entonces Eli se asustó. Había escuchado, muy próxima a ella, un ruido metálico. Por un momento, pensó que fuera un arma o una navaja. Pero no. Al momento sintió como le cortaba la parte izquierda de las bragas, y luego la derecha, y a continuación le sacó las bragas de entre las piernas.

 

Las puertas del ascensor se habían cerrado, y Eli se encontraba entonces completamente desnuda. La única luz procedía de las luces de emergencia. Sintió como el hombre se acercaba a ella, y entonces sí notó como la polla le rozaba los labios su vulva, que ya se encontraban entreabiertos, húmedos y anhelantes. El tipo se acercó a su oreja, e hizo que bajara un brazo, que aún se encontraba pegado a la pared. Le abrió la mano y le puso un objeto en la misma. Eli palpó el objeto y comprobó que eran sus bragas. Entonces el tipo habló a su oído por primera vez.

 

-Siento que te las haya tenido que cortar, pero no quería romper el encanto de tu postura. Las voy a coger un momento.

 

La voz era profunda, sonora, agradable, y con una entonación acariciadora. Casi tan acariciadora como la polla que en estos momentos le estaba rozando los labios menores. Eli sintió como el hombre aspiraba intensamente con sus bragas pegadas a la nariz. Y Eli notó como la polla ya no le acariciaba los labios menores. Había crecido hasta encontrar su clítoris, y apretaba contra él. Un instante después, la polla se endureció hasta un estado incontrolable y buscó su vagina. El tipo se echó hacia atrás, Eli levantó las caderas y, un segundo después, la formidable polla del tipo se había introducido en la vagina de Eli hasta el fondo. Ella gritó de placer.

 

El tipo comenzó a moverse suavemente, entrando y saliendo de ella poco a poco. Pero el movimiento se fue acelerando. En algunos momentos, le sacaba totalmente la polla del coño y se la volvía a introducir, cada vez más salvajemente. Y el movimiento continuó acelerándose. Tanto, que Eli notaba como el miembro viril frotaba fuertemente con sus labios de la vulva, su vagina y, en ocasiones, casi le llenaba por completo la vagina. Los testículos le golpeaban rítmicamente el clítoris, y Eli notaba como sus fluidos vaginales corrían por sus muslos abajo.

 

Sus gemidos se fueron haciendo cada vez más rápidos y fuertes, hasta que notó unas fuertes contracciones en el culo y en la vagina, la vista se le nubló y vió luces de colores donde antes solo había oscuridad. Tuvo uno de los orgasmos más fuertes de su vida. Y se sintió desplomarse sobre el respaldo del sofá.

 

Pero el tipo no paró en sus embates. Parecía no haber notado el orgasmo de Eli. Pero, poco a poco, fue reduciendo el ritmo hasta que le sacó la polla del coño. Durante unos segundos, deslizó su miembro desde el clítoris hasta el ano, suavemente, sin apretar, hasta que consiguió que Eli volviera a gemir. Le estaba proporcionando un placer inmenso, pero ya no podía con más penetraciones. El coño le dolía y no se atrevía ni a tocarse, de la sensibilidad que tenía en dicho momento.

 

Aunque el desconocido no le iba a dar tregua. Eli se dio cuenta de que el tipo no se había corrido. En un momento dado, comenzó a presionarle el ano. Se acercó al oido de Eli y le susurró:

 

-Anda, relájate…

 

Eli asintió con la cabeza. No le disgustaba el sexo anal. Antes al contrario, le resultaba extraordinariamente placentero. Pero aquella polla…

 

El tipo fue muy suave. Comenzó a presionar cuando notó que Eli relajaba el ano. Poco a poco, muy despacio, fue introduciendo la polla. Cuando hubo entrado la cabeza, Eli no tuvo más remedio que echar las caderas hacia atrás. El deseo se había apoderado de nuevo de ella, y tenía que tragarse aquella polla. El tipo captó el mensaje y le introdujo la polla hasta el fondo. Comenzó a moverse como antes, lentamente, y luego empezó a acelerar el ritmo.

 

Eli ya no se recataba. Sus gemidos se habían convertido en gritos que, de haber estado más próximos a un sitio concurrido, cualquiera habría oido. Pero no había nadie que pudiera hacerle caso. Se movía como una posesa, al igual que el tipo aquel y, de pronto, llegó de nuevo el orgasmo. Luces de colores, contracciones en el coño y en el culo explosionaron a la vez de forma que sintió que se desmayaba. Ensartada por el culo, mientras el tipo se movía sin parar, perdió la conciencia y se derrumbó sobre el respaldo del sofá.

 

Solo fueron unos segundos, pero cuando se recuperó, se encontraba tumbada en el sofá, con la cabeza apoyada en uno de sus brazos, y las piernas abiertas. Se encontraba dolorida, pero no solo en sus órganos genitales. Le dolía todo el cuerpo. Pero no se encontraba sola.

 

En la semipenumbra del vestíbulo distinguió una figura masculina sentada a su lado. Cuando el tipo observó que abrió los ojos, se puso de pie. Se acercó a su cabeza y se arrodilló a su lado. Se inclinó sobre ella y la besó suavemente en los labios. Eli entreabrió los suyos y la lengua del desconocido se adueñó de su boca. La recorrió por completo, mientras Eli la chupaba con fruición.

 

Estuvieron un rato unidos por sus bocas. Por fin, el tipo se separó, y le murmuró al oido:

 

-Todavía yo no he tenido ocasión de correrme como tú. ¿Te enfadarías mucho si te pidiera que me la chuparas?. Te juro que no me voy a correr dentro…

 

A Eli le hubiera dado igual que se hubiera corrido en su boca. Había sido el polvo más maravilloso de su vida. Asintió con la cabeza.

El tipo se puso en pie, y con mucho cuidado le introdujo la polla en la boca. Eli sintió el grosor de la cabeza del pene, su dureza, y con la lengua palpó el surco, las venas que recorrían el miembro y de nuevo empezó a excitarse. Pero se guardó muy bien de tocarse el coño. El dolor era intenso, pero placentero.

 

El hombre no se movía. Fue Eli la que lamía el miembro y se lo sacaba y metía en la boca, y sintió como la polla continuaba creciendo, y endureciéndose. Llegó el momento en que desapareció el tacto esponjoso inicial. Se había convertido en una barra de madera. Sabía que el momento de la eyaculación estaba próximo, porque sintió que el hombre se puso rígido.

 

Pero en ese momento el hombre, suavemente pero con firmeza, le sacó la polla de la boca y comenzó a hacerse una paja. Eli cerró los ojos. Escuchaba el movimiento de la mano sobre la polla y eso la ponía de nuevo caliente. Y de repente, sintió como un latigazo líquido sobre sus tetas. El tipo se había corrido en sus pechos y eso hizo que se le pusieran de nuevo erectos. Pero entonces hizo una rápida maniobra. Se acercó mucho a ella, concretamente a su coño y le apoyó con destreza la polla sobre el clítoris, y entonces empezó la verdadera corrida.

 

Apoyada sobre su clítoris, la polla del tipo comenzó y no paró de echar semen. La corrida se extendía por sus labios mayores, por los menores, se escurría por la entrada de su vagina y se extendía por el ano, hasta el sofá. La calidez del semen y la presión y ligero movimiento que ejercía el hombre sobre su punto más débil hizo que, sin quererlo, se corriera de nuevo, brutalmente, y perdió de nuevo la conciencia.

 

Despertó enseguida, porque sintió unos rápidos pasos que se desvanecían escaleras abajo. Se incorporó con dificultad en el sofá y comprobó que estaba sola. Y tan dolorida que ni siquiera se podía plantear el hecho de ir a buscar al tipo. Al menos para conocerlo.

 

A tientas, encontró el vestido y sus bragas destrozadas. Se vistió rápidamente y se asomó a la puerta doble acristalada. No había nadie. Con rapidez, recorrió el pasillo, que se iluminaba automáticamente a su paso, hasta que llegó a su habitación. Directamente se fue al cuarto de baño y se dio una ducha rápida. Se secó y se puso unas bragas limpias, y el mismo vestido que llevaba.

 

Esta vez bajó por las escaleras. Comprobó por el reloj del fondo del pasillo que había pasado casi media hora desde que dejó a Marcos en la terraza. Seguro que estaba preocupado. Casi corriendo, entró en la terraza y se sentó a su lado, respirando rápidamente.

 

-¿Que te ha pasado? -dijo Marcos-. Ya iba a subir…

-Que había mucha gente en el ascensor y me he mareado -mintió Eli rápidamente-. Cuando he llegado a la habitación me he dado un duchazo y me he tumbado un momento a ver si me ponía mejor. Ya me he puesto mejor -continuó, ante la mirada inquisitiva de Marcos-.

-No te habrás olvidado de la cartera, ¿no?.

-Claro que no. Anda, vámonos.

 

Se dirigieron a la barra para pagar. Eli dirigió una mirada a los concurrentes a la terraza. Los mirones de antes la seguían mirando. Todos. Menos uno…

 

 

FIN