Mi mujer me confiesa que me fue infiel, pero esto lejos de enorme me termino excitando y despertó deseos en nosotros que desconocíamos

– Juan necesito hablar contigo. – Me dijo mientras hojeábamos el catálogo que nuestro wedding planner nos había obsequiado.

El tono de su voz no era el normal. Era uno tono de carácter serio, preocupado, indeciso, un carácter de malas noticias. Aun así, mi cerebro en ese momento decidió hacer caso omiso a tal alerta. Continué hojeando el catálogo tratando de decidir cuál iba a ser el tema de nuestra boda y de esa manera consentí que Melisa continuase con la conversación.

– Juan, antes que demos este gran paso en nuestras vidas, hay algo que tienes que saber. Te fui infiel.

Melisa tenía 27 años cuándo decidimos casarnos. En estos 8 años de matrimonio lo único que se mantuvo intacto entre nosotros, lo único que no sufrió un cambio de 180° en nuestra relación, es nuestra apariencia física; tatuaje de más, tatuaje de menos claro está.

Ella, una mujer con raíces italianas, atractiva, llamativa y elegante. Sus ojos marrón claro, color miel, al igual que su piel. Su cabello castaño, semiondulado y largo. Su labio inferior es ligeramente más grueso que el superior; ambos esconden una sonrisa cándida y traviesa, según ella lo decida. Su interés por el “vivir saludable” le permite aun hoy alardear de unas piernas largas y torneadas, glúteos y pechos firmes pero no duros, como los de cualquier jovencita. Su cintura no es pequeña, es de caderas ligeramente anchas. El tamaño generoso de su culo entra en perfecta armonía con sus caderas, hecho que crea un vaivén hipnotizante al caminar. Algunos dirían que sus pechos son un poco pequeños para su cuerpo, pero les aseguro que el escote que forman hace girar la cabeza a cualquier hombre que entra en contacto visual con ella.

Yo, de la misma edad de Melisa, intento seguir sus pasos para mantener un cuerpo saludable. Mis ojos son de color marrón oscuro al igual que mi cabello. Mi tez es un poco más clara que la de Melisa y mi estatura de 180 cm me permite ganarle algunos centímetros aun cuando ella usa tacones. Veinte euros mensuales, depositados directamente a la cuenta de mi gimnasio, me permiten tener un cuerpo, si bien no musculoso, delgado y atlético. Para ser honestos, siento que necesito aumentar algún kilo de masa muscular para poder lucirme al lado de una mujer como Melisa.

– Amor te preparé el desayuno. – Me dijo con una sonrisa de felicidad inconfundible mientras sostenía la bandeja con todo el desayuno que había preparado.

El arrepentimiento de Melisa era genuino. La tristeza que percibía en sus ojos cuando me lo confesó, el tono de angustia en su voz y el amor que sentía (y siento) por ella fueron determinantes para tomar la difícil decisión de perdonarla y seguir adelante con nuestras vidas como si nada hubiese pasado. El problema es que lo que había pasado era algo muy grande y yo no iba a poder olvidarlo tan fácilmente.

Ella, desde aquel día, se encargó de demostrar su amor por mí en cada oportunidad que se le presentase. Más comprensible, más paciente, más complaciente fueron los cambios principales en su actitud. ¿El resultado de todo eso? Pues menos discusiones matrimoniales, buena actitud ante cualquier problema y muchas demostraciones de afecto tales como desayunos en la cama. ¿Quién diría que un hecho considerado inaceptable en una relación amorosa sería en realidad el motivo de un matrimonio perfecto? O mejor dicho casi perfecto, pues faltaba un componente esencial para poder catalogarlo como perfecto: el sexo.

Melisa nunca fue una mujer a la que le gustase experimentar cosas muy alocadas en la cama. Sus raíces italianas, que tantas bondades le dieron físicamente, en el tema sexual asumían un rol negativo. Al crecer en un núcleo familiar muy religioso, católico, nunca desarrolló un interés particular por el placer sexual. Tenía sus límites bien definidos: sexo oral solo en ocasiones especiales (para no “gastarlo”), no le gustaba el uso de juguetes sexuales, sexo anal impensable, mejor evitar posiciones extrañas, imprescindible el uso de condón y eyaculación únicamente dentro del condón pero con el pene fuera de ella (la fobia de un embarazo no deseado aún hoy la persigue). A pesar de tantas limitaciones y falta de innovación, ella compensaba todo aquello con un simple atributo: pasión. La pasión que ponía en cada acto sexual que teníamos era suficiente para llevarme a un estado de éxtasis. Lo hacía con tanta naturaleza que parecía una experimentada veterana sexual, sus movimientos eran tan adecuados y excitantes que estoy seguro que cualquier hombre experimentaría una erección solo viéndola desenvolverse en la cama.

Era tanta la excitación que sentía cuando teníamos relaciones que pronto pasé a ser yo el problema de nuestra vida sexual y no la falta de iniciativa de Melisa. Al mínimo roce o insinuación de sexo se me ponía el pene duro como roca, al momento de ponerme el condón ya había líquido preseminal brotando por mi pene. Seis minutos después de haber empezado la penetración mi eyaculación era inminente; extraía mi pene de su sexo y eyaculaba en el condón.

Al principio creía que ella era feliz con nuestra vida sexual. Siempre lo hacíamos con condón, no hacíamos cosas extrañas debido a mi poca habilidad de retener el orgasmo, la “satisfacía” aunque sea solo por pocos minutos y, lo que es más, ella podía alardear de su habilidad de volver loco de excitación a un hombre. Ella se sentía una mujer completa y satisfecha a mi lado. Repito, eso era lo que creía y ¡creía mal!

Hasta el día de hoy no entiendo como no me di cuenta en ese momento de lo equivocado que estaba. ¿Cómo pude no darme cuenta que su falta de iniciativa en la cama no se debía a su crianza religiosa sino a una evidente falta de estímulo? ¿Por qué no me pregunté el motivo por el cual en tres años de relación previa al matrimonio más seis meses de casados, no fui capaz de provocarle un solo orgasmo completo? ¿Cómo pude pensar que su cuerpo no lo estaba pidiendo a gritos? Peor aún, ¿Si me hubiera dado cuenta a tiempo, hubiera podido hacer algo? ¿Hubiera podido empezar “mágicamente” a satisfacerla?

– ¿A qué se debe tanta felicidad? – Pregunté curioso.

– El lunes me ascenderán. Aunque el mérito es más de Alex que mío. Verás, a él lo ascendieron y necesitaban a alguien para suplantar el puesto que el deja. Decidieron ascenderme a mí antes que contratar a otra persona.

Ese nombre. Ese hombre. Ese… Alex era mi peor pesadilla, mi peor recuerdo, mi sombra, el motivo de mi matrimonio casi perfecto, mi falso perdón, mi constante angustia no confesada. Todo eso era Alex.

Los relatos de Melisa respecto a su largo pasado con Alex, siempre fueron ambiguos. Lo que ella describe como “amistad a primera vista” empieza en la universidad, el primer año de la carrera de Economía. Desde aquel día su relación se fortaleció paulatinamente aunque sin nunca entablar una relación amorosa ni sexual. Al parecer llegaron a ser inseparables durante los años de estudio, se los veía juntos día y noche, siempre acompañados, nunca solos; siempre por motivos de estudio o festejos grupales. Llegaron a ser grandes amigos, confidentes, compañeros de estudio y de fiesta, hasta que un día se convirtieron en colegas. De eso se encargó Alex. Ni bien terminados los estudios, recomendó a Melisa con un amigo de alto rango en el mismo banco donde el prestaba sus servicios desde hacía pocas semanas.

Repito, ¡Alex era mi sombra! Incluso el día que conocí a Melisa él estaba ahí. Los dos cursábamos nuestro tercer año en nuestras respectivas carreras, la mía Ingeniería, cuando nos presentaron en la fiesta de aniversario de la universidad. Jamás olvidaré ese rostro de universitaria inocente, esas piernas bronceadas estilizadas con tacones negros y ese vestido rojo que parecía haber sido creado por uno de los tantos hombres de aquella velada que parecían devorarla con la mirada, pues a cada paso que daba se le subía hasta el borde del culo. Lamentablemente, tampoco podré olvidar a Alex, a quien también conocí por primera vez aquella noche y nunca más volví a ver físicamente. Un hombre alto, de mi estatura, de tez más oscura que la mía, un tono bronceado, cabello corto, castaño claro como sus ojos. Cuerpo robusto.

Al comenzar mi relación con Melisa, ella había dejado muy claro cuál era su prioridad: terminar su carrera universitaria. Eso implicaba dedicar más tiempo al estudio y menos al amor, más tiempo con Alex y menos conmigo. Se presentaban ocasiones en las que tenían que quedarse hasta altas horas de la noche estudiando o terminando algún proyecto; otras en las que, después de clases o estudio, era el mismo Alex en llevarla en su auto a mi casa o al lugar de nuestra cita.

Puede parecer una locura e inaceptable. Algunos dirían que lo que sucedía entre ellos dos era evidente, pero les aseguro que no fue así. Melisa hizo que todo resultara muy simple y llevadero. Se encargó de darme mi lugar y de hacerme entender que sus principios morales eran fuertes y arraigados. Aclaró todas mis dudas respecto a su relación con Alex y a su concepción de él: “Jamás tuve una relación sentimental o sexual con él. Es un hombre atractivo, pero muy mujeriego, y tú sabes que eso conmigo no va. A pesar de eso, es mi amigo desde hace mucho tiempo y lo quiero como tal, nada más”. El tono seguro y firme con el que pronunció esas palabras tan precisas, fue suficiente para convencerme de que su descripción de “amistad a primera vista” era más adecuada que la mía: “ganas a primera vista”.

Los “años dulces” de nuestra relación llegaron al finalizar los estudios. Melisa disfrutaba mucho su trabajo, disfrutaba tanto del ambiente como de su posición en el banco. El sueldo no era de los más altos pero era muy prometedor para una neo-egresada con altas prospectivas de ascenso. Yo empecé a trabajar en una empresa constructora. Los horarios eran un poco inestables aunque nada que un sueldo excelente no haya podido compensar. A través de nuestra superación personal, nuestra relación encontró estabilidad, nuestro amor se fortaleció y lo comenzamos a vivir a pleno. Para mi mayor felicidad y tranquilidad, Melisa y Alex ya no tenían razones para verse fuera de los horarios de trabajo, excepto alguna reunión o festejo de la empresa.

Sin embargo, tanto dulzor estaba destinado a acabar. La empresa en la que trabajaba se estaba expandiendo, empezó a firmar contratos de construcción en otras ciudades e incluso en otros países. Por supuesto, esos contratos requerían personal de supervisión. En menos de lo que pude darme cuenta, me encontré viajando de un lugar a otro durante periodos indefinidos.

Era una cuestión temporal, no era motivo para que mis planes de boda con Melisa cambiasen. Tampoco mi relación con Melisa tenía por qué cambiar sustancialmente, claro, si no hubiese sido por él, Alex, mi angustia no confesada.

– ¿Qué pasa amor? No comiste ni uno de los panqueques que te preparé y tu café se está enfriando, ¿No te gusta el desayuno?

Dejé de jugar con la cuchara y el café. Levanté los ojos, la miré fijamente y tomé valor.

– Melisa yo no he podido olvidar por completo tu infidelidad. Cada vez que me mencionas ese nombre, cada vez que mi cerebro involuntariamente lo recuerda, cada vez que vas a trabajar, cada vez que tenemos relaciones pienso en tu infidelidad y dejo que los celos me carcoman. Yo necesito cerrar este episodio de nuestras vidas, necesito que este ciclo quede atrás y quiero enfrentarlo una vez por todas. – Confesé.

– ¿Y cómo quieres… cerrarlo, enfrentarlo? – Me respondió con suma naturalidad.

Sabía lo que quería, pero no sabía cómo lo quería. Realmente necesitaba cerrar ese ciclo y tenía que buscar rápidamente la manera de hacerlo.

– Necesito respuestas a todas mis preguntas. Respuestas verdaderas, las tuyas, no las que mi imaginación me proporciona. – Mi cerebro tomó las riendas y se encargó de sacar esas palabras de lo más profundo de mí ser.- Quiero saber todos los detalles de ese día: que sentiste, cuantas veces sucedió, los motivos, lugares. Quiero saber hasta las posiciones que hicieron. ¡Lo quiero saber todo!

Me impresionó la calma con la que ella recibió mi desahogo.

– Juan, este tiempo hice todo lo posible para recuperar tu confianza y ganarme tu perdón, y estoy dispuesta a seguir haciéndolo hasta que lo logre. Si tú necesitas esto para olvidar ese asunto, lo haré.

Habíamos acordado tener esa conversación al regresar de nuestros trabajos. Recogimos los platos y tazas de la mesa de desayuno y cada quien comenzó con su rutina diaria.

Recuerdo a la perfección ese viernes de Marzo tan revelador. Un día interminable. Había esperado mucho tiempo ese momento, esas respuestas. Ansiaba tanto el comienzo de la confesión de Melisa que preferí salir antes del trabajo, sabía que ella ya estaría en casa. Llegué a casa, me aseé, serví dos copas de vino y me acomodé en el sofá. A los pocos minutos se me unió Melisa. Seguía con su ropa de trabajo, solo se había sacado los tacones. Mi mirada estaba perdida en el paisaje que ofrecía la ventana en frente de mí, pero el paso de esas piernas con stockings negros me distrajo por algunos segundos. Mientras sostenía su copa de vino se sentó encima de mí, se subió un poco la falda para que no se le rompiese por la posición de sus piernas y empezó a fijar el cuadro en la pared que se encontraba en frente de ella. Al parecer había encontrado valor e inspiración en esa obra de arte.

– Nunca pensé sufrir tanto de soledad. Cuando empezaste a viajar yo me sentía muy sola, necesitaba compañía. Los fines de semana eran mi mayor tortura ya que no contaba ni siquiera con la distracción que me ofrecía el trabajo. Un viernes en la noche, cuando me preparaba para otro fin de semana de soledad, Alex me llamó para ofrecerme pasar el rato con su grupo de amigos en un pub en el centro de la ciudad. Sinceramente, acepté sin dudarlo, necesitaba distraerme, necesitaba divertirme. Esa noche usé ese vestido negro que te gusta, escotado, corto hasta mitad de los muslos y con la espalda descubierta. En los pies usé los tacones negros, los más altos. El primer cumplido de la noche lo recibí de parte de Alex, en el momento que me subí a su auto para ir al pub. Fue una de las noches más divertidas que pasé en los últimos años, tomamos, reímos, bailamos.

Ya eran las 12:30 am y estaba un poco borracha cuando le pedí a Alex que me llevara a casa, pero él me convenció de quedarme un rato más con la promesa que bailaría solo conmigo el resto de la noche. ¡Qué bien baila Alex! Con el pasar de las canciones y de los tragos, la distancia de nuestros cuerpos en la pista de baile se había vuelto nula. Mientras bailábamos pegado, me susurraba al oído toda clase de cumplidos: lo bien que me veía en ese vestido, lo sexy que era, lo afortunado que eres al tenerme, lo mucho que hablaban sus amigos de mí, que por cierto, ya se habían ido. Sus cumplidos me gustaron mucho, me hicieron sentir especial, pero sabía que con lo mujeriego que era, probablemente hacía sentir de la misma manera a todas las mujeres, así que no le di mucha importancia. Mis brazos rodeaban su cuello y los suyos estaban apoyados sobre mi cintura. Bailamos así un par de canciones hasta que, antes del último trago de la noche, sentí sus manos bajar hasta mi culo. Las cosas se estaban saliendo de control, lo miré a los ojos y con una sonrisa en la boca le dije que estaba comprometida mientras restablecía una pequeña distancia entre nuestros cuerpos. No estaba enojada con él, lo quiero mucho como para enojarme por algo tan inofensivo, así que seguimos bailando con total normalidad. No tardamos mucho en volver a pegarnos. Esta vez, me dio la vuelta de manera que mi trasero quedó pegado a su regazo, sus manos en mi cintura y su cabeza al lado de la mía, sobre mi hombro derecho. Siguió susurrándome cosas lindas al oído mientras con sus manos ejercía presión sobre mi cintura para que me pegase más a él. Yo me dejaba llevar por el momento, por las canciones, por el alcohol, por Alex. Inconscientemente empecé a menear el culo suavemente hasta que al cabo de unos segundos sentí su erección tocar mis glúteos. Para ese momento, el alcohol ya había desinhibido cualquier sentido de remordimiento. En vez de tomar lo sucedido como una ofensa, lo tomé como la prueba de que todos los cumplidos de Alex eran ciertos. Me di la vuelta y lo miré a los ojos, mientras él, avergonzado, intentaba disculparse por lo sucedido. Creo que la palabra que iba a pronunciar era “perdón” o alguna variante de la misma. El motivo por el cual no estoy segura de que palabra fuese a decir es porque antes de la segunda silaba mis labios ya estaban en los suyos, mi lengua dentro de su boca y mi mano detrás de su cabeza. Ese fue el punto de no retorno, a partir de ese momento Alex hizo lo que quiso conmigo esa noche, literalmente.

Nos besamos por 2 canciones seguidas, nuestras lenguas se entrelazaban mientras sus manos hábiles pasaban por todo mi cuerpo. Senos, culo, cintura, todo lo que podían tocar. Yo dejaba que lo hiciese, incluso me acercaba más a él para volver a sentir esa erección que había detonado el beso previo. Pasamos así unas cuantas canciones más, bailando pegados, besándonos de tanto en tanto, manoseándonos, sobre todo el a mí. Creo que la gente alrededor nuestro podía percibir el alboroto de nuestras hormonas, el componente sexual era demasiado evidente.

Alrededor de las 2 am, Alex me invitó a su casa a continuar la velada. Su tono había cambiado, ya no tenía ningún miramiento o miedo de que yo pueda arrepentirme. Creo que sabía que en realidad yo estaba esperando el momento que me saque de ahí y me lleve a su casa. Nos fuimos de la mano al parqueo donde estaba su auto, nos besamos antes de subir y partimos.

En el auto el me tocaba las piernas, la parte superior de los muslos por debajo de mi vestido. Yo quería liberar ese pene que estaba pidiendo a gritos salir de ese jean y bóxer. Cuando lo hice, me quede sin reacción por algunos segundos, lo miré a la cara, pero el manejaba así que ni se inmutó. Era la primera vez que veía el pene de Alex, la primera vez que veía un pene así. Grande, grueso, con una mínima curvatura que lo rendía atractivo, deseable, excitante, viril. Sinceramente jamás pensé que la simple vista de un pene erecto pudiera causarme excitación. El pene de Alex lo hizo. Lo masturbé durante todo el camino mientras sus manos ya habían alcanzado mi sexo, el cual frotaba por encima de mis bragas.

Cuando llegamos, aparcó el auto en el garaje del edificio y nos dirigimos besándonos al ascensor el cual ya estaba en planta. Una vez dentro seguimos besándonos por algunos segundos hasta que me ordenó que me arrodille. Para serte sincera, si no me lo hubiera ordenado él, lo hubiera hecho yo sola. En cuestión de cinco segundos ya estaba arrodillada ante él, y en los siguientes cinco segundos, ya tenía su pene erecto, que el mismo había sacado de su bóxer, apoyado en mis labios. Había que subir 15 pisos y, si bien el ascenso era bastante lento, tenía en frente un gran pene por chupar, un macho que satisfacer. No había tiempo que perder. Agarré la base del pene con mi mano izquierda, pasé la punta por todo mi rostro para impregnarme del aroma de ese hombre y empecé a lamerlo desde la base. Una vez llegado a la punta, lo introduje todo en mi boca. Mejor dicho, introduje lo que pude, pues no creo que haya mujer en el mundo que pueda introducirse semejante falo en la boca. En pocos segundos, ya tenía su mano apoyada en la parte trasera de mi cabeza. En cuanto sentí ese roce, lo miré a los ojos. Ya sabía lo que tenía que hacer. Removí mi mano de su pene, abrí mi boca lo más que pude y deje que fuera él quien guie mi cabeza. Cuando la puerta del ascensor se abrió en el decimoquinto piso, yo seguía arrodillada ante él, recibiendo esa vigorosa y excitante erección en mi boca, mientras su mano forzaba el rápido y potente vaivén de mi cabeza. Estaba disfrutando tanto ese momento que cuando su mano soltó mi cabeza dejándome entender que había que salir del ascensor, seguí chupándole el pene con absoluta vehemencia. Me paré, le di un beso en la boca, y mientras él se metía el pene en el bóxer, lo sostuve de la mano para guiarlo a la puerta de su departamento que se encontraba al lado del ascensor.

Una vez adentro, me miró a los ojos, posó una mano en mi mejilla y me besó apasionadamente mientras su otra mano ya estaba apretándome el culo. Me guió rápidamente a su dormitorio, me tiró en la cama, me levantó el vestido, se deshizo de mis bragas prácticamente empapadas y se arrodilló al borde de la cama. Quería retribuirme el placer que le había dado en el ascensor, evidentemente no se había dado cuenta que para mí chupar su pene había sido una de las experiencias más excitantes de mi vida. Abrió mis piernas, dirigió su boca directamente a mi sexo y comenzó a deslizar su lengua sobre mis labios vaginales. Su experiencia con las mujeres se notaba, conocía los puntos más erógenos a la perfección lo cual me permitió disfrutar una sesión de sexo oral como jamás lo hice antes.

Cuando se detuvo, se paró en frente mío y se sacó el pantalón y bóxer mientras mis piernas permanecían abiertas. Tenía un condón en la mano el cual estaba empezando a ponerse. Increíblemente, cuando vi otra vez ese pene erecto, me invadieron unas ganas inexplicables de saborearlo otra vez, pero él quería cogerme y eso era lo que iba a pasar. Además, ¿Cómo negársele a un hombre que tan solo con la vista de su cuerpo desnudo y su pene erecto te deja chorreando de deseo? Definitivamente, si un hombre te provoca algo así, merece adueñarse de tu cuerpo.

A pesar de mi excitación, cuando posó su pene en la entrada de mi sexo, un ligero sentimiento de temor invadió mi cuerpo. No estaba segura si iba a poder hacerlo… No estaba segura si iba a poder recibir todo ese falo dentro de mí. Mi temor pasó rápidamente, estaba tan mojada y mi sexo se abrió de tal manera que me penetró con una facilidad impensable. Apoyaba mis manos sobre su pecho desnudo y duro como roca mientras me penetraba una y otra vez. Mis piernas se abrían cada vez más para poder recibir todo, mi cuerpo se estremecía y yo solo gemía. Las únicas palabras que se oían en ese dormitorio eran las suyas cuando me ordenaba qué hacer y en qué posición ponerme para cogerme. Nuestra larga amistad permitió que, a pesar del escaso intercambio de palabras, la compenetración entre nosotros fuese máxima, tornando la situación sumamente placentera y cómoda para mí.

Después de varios minutos de intensa penetración, se tumbó en la cama y me ordenó que lo montara. Rápidamente me puse encima de él, agarre su pene con mi mano y lo dirigí a la entrada de mi sexo. Una vez en posición, me senté lentamente logrando que ese falo se perdiera en mi interior. Una vez sentada por completo, mis labios vaginales se abrieron completamente, la cavidad de mi sexo estaba siendo expandida por ese pene robusto y duro como un tronco. Mi cuerpo se amoldó a esa norme presencia dentro de mí, y rápidamente se convirtió en la pieza faltante para sentirme completa. Mi manos se apoyaban en su pecho, dándome el agarre necesario para poder moverme de adelante hacia atrás con más velocidad. Me sorprendía como, a pesar de estar encima y tener el control del movimiento, el papel dominante lo tenía el. Estaba con sus manos detrás de la cabeza viendo relajado como yo me volvía loca con su pene dentro de mí. Por la posición, llegué a pensar que yo tenía el control de la situación. ¡Que equivocada que estaba! Su pene me tenía dominada, poseída. Lo único que hacía era mover mis caderas de atrás hacia adelante, de arriba abajo con la intención de apagar ese fuego que, irónicamente, a cada penetración acrecentaba.

En un momento me desconecté de la situación, el placer me había invadido por completo, llegué a sentir que esa era la razón de mi existencia, mi propósito en la vida: montar con furia a ese macho con su enorme pene invadiendo la totalidad de mi sexo. De esa dominación estoy hablando, dominación mental y física, causada por un placer extremo. Tan extremo fue el placer, tan furiosa mi cabalgada que pronto empecé a generar una cantidad anormal de fluidos vaginales los cuales chorreaban por el pene de Alex. Era tanta la cantidad que llegué a avergonzarme un poco por empapar tanto a mi amante, pero a él eso no le importaba, lo contrario, le excitaba. Después de esa experiencia, y hasta ese momento, puedo afirmar que esa fue la primera y única vez en mi vida que un hombre me dejó literalmente chorreando de placer. Lo seguí montando con un movimiento combinado de atrás hacia adelante y de arriba abajo, facilitando por el arqueo de mi espalda y la elevación de mis caderas, para una penetración más profunda.

Seguía dominada por el placer, mi ritmo se intensificó y con ello la velocidad, la fuerza, la profundidad. En menos de lo que pude darme cuenta estallé en un intenso orgasmo como jamás lo tuve en mi vida. Gemí tan fuerte que estoy segura que todos los inquilinos de los departamentos vecinos escucharon como gozaba. Después de cabalgarlo hasta el orgasmo, me ordenó volver a la posición inicial, la del misionero. Lo hice lo más rápido posible, después de estar tan llena no quería pasar ni un solo segundo más sin ser cogida. Esta vez apoyó todo su cuerpo sobre el mío, me besó con vehemencia y empezó a embestirme con fuerza. ¿Cómo es posible que después de casi una hora de sexo intenso, tenga todavía fuerzas para semejante penetración? El aroma de su cuerpo me embriagaba al igual que sus embestidas. Cuando Alex aceleró el ritmo de la penetración, sabía que su orgasmo estaba cerca. El conocía mi fobia al embarazo no deseado, pero era evidente que eso no lo iba a detener y no iba a ser yo en detener ese placer enloquecedor. Sus embestidas finales eran tan fuertes que tuve miedo que el condón se rompiese. No te preocupes, no se rompió. Al poco tiempo, su gemido intenso delataba su eyaculación. No fue fácil extraer su pene de mi sexo, había que hacerlo con cuidado porque el condón estaba lleno de semen, literalmente. “¡Era de esperarse que de un pene enorme saliera semejante cantidad de semen!” le dije entre risas. Los dos caímos exhaustos en la cama.

A partir de ese momento comenzó la parte más difícil para mí: el arrepentimiento. Era tanta la angustia que sentía que no pude quedarme en su casa, no pude dormir con él. Alrededor de las 4:30 am cogí un taxi y volví a casa. Una semana después llegaste de tu viaje.

A pesar de tanta pasión, nunca surgió ningún tipo de dudas: para mí esa noche significó solo sexo, Alex no es más que mi amigo y ¡el hombre que amo eres tú!

Cuando Melisa acabó su relato, yo seguía viendo el paisaje que la ventana ofrecía y seguí haciéndolo por algunos minutos. Ya no lo admiraba, a decir verdad, ¡El paisaje no me importaba nada! Cuando volví a la realidad, Melisa me estaba mirando y hacía más de dos minutos que ella me preguntaba si tenía algo para decirle. Su relato me había dejado con más dudas que antes de comenzarlo. Pensé que estaba listo para escucharlo, pensé que, mágicamente, toda mi angustia iba a acabar después de eso. En ese momento entendí el significado del dicho “cuidado con lo que deseas, se te puede cumplir”. Al no recibir respuesta, Melisa se levantó de mi regazo, me dio un beso y se fue a dormir.

¿Que, si tenía algo que decirle? ¿Por dónde empezar? Tal vez por… ¿Por qué tantos detalles? Ah claro, yo se lo había pedido… Pero, ¿Era necesario detallar tanto las escenas sexuales? Yo pedí detalles y ella me dio detalles. ¿Era necesario compararme tantas veces con ese hombre? Pensándolo bien, no lo hizo ni una sola vez. Supongo que me comparé solo… pero eso fue porqué recalcó en más de una oportunidad lo mucho que le excitaba Alex, ¿Era necesario hacer eso? Probablemente no, pero por lo menos me sirvió para confirmar que Melisa sí disfrutaba, y mucho, del sexo. El que tenía que esforzarse más para que ella sienta semejante placer, era yo. Pero, aun dando lo mejor de mí, ¿lograré excitarla tanto como Alex? ¿Lograré algún día, que se moje tanto como con Alex? Yo creo que sí porque a mí me ama, pero… ¿Por qué en tanto años de relación ella me hizo sexo oral tan solo dos veces y en cambio a Alex poco más y le ruega para chuparle el pene la primera vez que tienen relaciones? Corrección, no solo casi le ruega, si no que se dejó coger la boca, cosa que conmigo se negó rotundamente. Probablemente el alcohol influyó un poco. Aunque pensándolo bien, hay varias cosas que hizo con Alex y conmigo no. Por ejemplo, yo nunca pude eyacular dentro de ella, ni siquiera con el condón puesto. O por ejemplo, y esto es aún más vergonzoso, yo nunca le provoqué un orgasmo. Había una cosa más que era la que me desconcertaba más de todas, ¿Por qué el pene en mi pantalón estaba tan duro que al cabo de 10 minutos todavía no se me bajaba?

Al terminar mi soliloquio me recompuse, traté de ignorar mi erección y empecé a centrarme en lo que verdad importaba. Melisa era mi esposa, ella me amaba y me demostraba con cada acción su arrepentimiento. Fue muy clara con mi posición en su vida al igual que con la de Alex. Había decidido perdonarla por completo. Desde ese día juré olvidarme del asunto y seguir adelante con nuestra relación como si nada hubiera pasado, pero pensaba dejarle muy claro que a partir de ese momento ¡yo a Alex lo odiaba!

Continuará…

Espero que les haya gustado. Recibiré con gusto cualquier comentario, crítica constructiva, cumplido aquí o a mi correo [email protected]

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